(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Recetas de bienestar: sueños individuales vs. colectivos

¿Qué fue antes, la situación o el descontento? Ese ente abstracto llamado opinión pública es tan voluble y habla con tantas voces y matices como altavoces -medios, líderes de opinión, etc.- e intereses concurren en cada tema.

Convocar a la opinión pública -cada uno entiende este término a su manera- o a la sociedad civil -lo mismo-, para hacer grandes cambios, transformaciones, revoluciones, tiene sus riesgos en momentos de especial descontento.

Las consecuencias de no cambiar en tiempos de bonanza

En el sur europeo en general, la crisis de la deuda se ha superpuesto a problemas estructurales nunca resueltos, como la falta de competitividad, el fraude fiscal y la economía sumergida.

Niveles de paro como el español son la pólvora para tirar de ejes colectivos, sean ideológicos o de sentimiento de pertenencia.

¿Hay paralelismos entre la situación actual en Europa -y Norteamérica- y lo acaecido en los años 30 del siglo XX? Sin exagerar ni acomodar las similitudes con un calzador postizo e interesado, parece que sí.

Latitudes donde todo quejoso tiene su parte de (sin)razón

En latitudes tan complejas como la Europa continental, ocurre que, por un motivo u otro, todos tenemos razón (o un poco de razón) en lo nuestro, se trate de reivindicaciones individuales o colectivas. Y estas injusticias, o situaciones de denuncia, o agravios, etc., pueden contarse en días, semanas, meses, años, siglos.

¿Tienen los agraviados de siglos, o los que filtran la realidad sintiéndose agraviados desde hace siglos, mayor derecho a los agraviados de años o días?

La realidad es siempre más compleja que las teorías conspirativas y, en más de una ocasión, el agravio se superpone y uno puede suscribir todas y cada una de las reivindicaciones que suman suficientes adeptos en la Red o en la calle.

Tenedores profesionales de injusticias

Algo así como un sentimiento de querer estar siempre con el agraviado, con el tenedor legítimo de la injusticia. En el deporte, se suele celebrar la victoria, pero nadie celebra “la normalidad”, “la buena marcha de la economía”, “la madurez democrática de la gente”, “el nivel cultural de los individuos de una comunidad”, etc.

Las sociedades más avanzadas, repetimos desde la Ilustración, son las democráticas, las que cuentan con separación de poderes, libertades, derechos y obligaciones comunes, normas que evolucionan a medida que lo hace la sociedad. Un proceso similar a la aceptación normativa de nuevas palabras en una lengua.

La libertad de prensa y de reunión, etc., son fundamentales para contar con una opinión pública “saludable”. Nadie, eso sí, está del todo seguro de qué quiere decir contar con una opinión pública saludable.

Un invento de la polis: la “opinión pública”

La opinión pública de la Atenas democrática, antes de la guerra del Peloponeso contra Esparta, estaba conformada por hombres libres, varones, de una determinada edad. Esta definición de opinión pública como conjunto de opiniones -también valores, discusiones…- de distintos individuos evolucionó al ser retomada con seriedad en la Ilustración.

Y, desde la Revolución Francesa y la Constitución de Estados Unidos, se ha innovado más bien poco. La teoría clásica de la opinión pública fue maquillada y adaptada para acomodar el sufragio universal, el voto femenino, los derechos colectivos reconocidos…

Mientras duró el vivir de las rentas (intelectuales) de Bernstein

La “lucha de clases” y los medios de comunicación de masas convirtieron la efervescencia social después de la Revolución Industrial en matices de una opinión pública que siguiera respetando las “reglas del juego”.

La gran idea del socialismo bernsteiniano consistía en tratar de convertir a los obreros en clase media, y no al revés. El objetivo era diluir las diferencias entre clases y, de paso, lograr que la transformación diluyera las diferencias fundamentales entre “clases”.

Pero la contribución del marxismo y su evolución, el socialismo bernsteiniano es una ideología creada por unos sabios y seguida por la masa, en lugar de un conjunto de ciudadanos librepensadores que coinciden o discrepan en momentos determinados, como propugnaban otras corrientes surgidas de la Ilustración, también interesadas en el bienestar humano.

Libertarismo y anarquismo: Herbert Spencer revisited

Por ejemplo, el libertarismo y el anarquismo (no confundir con el pistorelismo incontrolado que caló en distintos momentos históricos, sino el intelectual, cultivado por Thoreau, Whitman, Tolstói, Gandhi, personajes, por cierto, interconectados).

La II Revolución Industrial y algunas décadas de prosperidad, educación universal, descansos y vacaciones pagadas, etc., hicieron que Europa Occidental, Norteamérica y Japón se olvidaran de términos que ahora renacen, como la dicotomía que no habría extrañado a los primeros grandes industriales o militantes obreros: el 99% – 1%. U obrero, u opresor. O conmigo, o contra mí.

Y, en efecto, con sus sonoros defectos y chirriantes resortes, el Estado del Bienestar, con su escala de grises, creó las clases medias más amplias de la historia y aportó paz y consumo, así como “contestaciones dentro del sistema”, a todo el bloque Occidental tras la II Guerra Mundial.

Cómo mantener bienestar para todos sin reformas dolorosas

La implosión del bloque soviético, el envejecimiento de la población, la transformación del trabajo debido a la tecnología y a cambios como el educativo o la estructura de la población, o la sociedad de la información (informática personal, Internet, telefonía móvil, “internet de las cosas”), nos hacen despertarnos de un sueño de décadas.

Durante décadas, votar derecha e izquierda fue “más o menos” lo mismo en muchos países, cuando los niveles mínimos de confort estaban garantizados, incluso para los más desfavorecidos de las sociedades ricas.

Acabado el petróleo barato, acumuladas las deudas de mantener un nivel de vida sin tener la competitividad de antaño -porque, entre otros motivos, envejecemos y ya no fabricamos, porque otros lo hacen mejor y más barato- y olvidado el suelo de la democracia rica, próspera y aburrida, muchos individuos (miembros, por tanto, para bien o para mal, de la opinión pública) se preguntan si no nos encontramos a una encrucijada similar a los años 30.

Un artículo de The Atlantic lo sintetitza en un titular expeditivo: ¿Quién destruyó la economía? El caso contra los “baby boomers” (la generación de posguerra).

Abundan artículos como el mencionado, que exponen las deficiencias estructurales de la sociedad actual; en ocasiones, explican las inercias que conducen a millones de jóvenes a esforzarse más por menos para pagar estructuras de cobertura para los mayores que obligan a tomar prestado dinero a otros países.

En algunos casos excepcionales, como Estados Unidos o el Reino Unido, esta dependencia del crédito de otros es sostenible, pero sólo mientras quienes dejan dinero -China, por ejemplo- sigan prestándolo con condiciones ventajosas.

En países como España, además de los otros ya rescatados en Europa, no existe esta posibilidad. Y hay pocas maneras, todas duras y difíciles de explicar (¿vender?) a una opinión pública -de nuevo, cabe apuntar que nadie sabe a ciencia cierta medir del todo la abstracción de la “opinión pública”- acostumbrada a elegir las mieles de la solución de corto plazo, que el esfuerzo para crear una sociedad con una economía capaz de pagarse lo que demanda.

Dinámicas que se contagian (estudios)

La opinión pública y los medios, cada vez más fragmentados y personalizados, en un momento en que los aparatos conectados a Internet disputan la hegemonía a la televisión y el resto de medios de masas, lanzan preguntas o elaboran análisis de la situación. O preguntan a otros sobre lecturas de lo que ocurre.

Es en estos momentos cuando resurge el fantasma de los años 30. En *faircompanies hemos tratado los estudios que refrendan que la negatividad es contagiosa, con el comportamiento de un virus; el júbilo incontrolado, curiosamente, es también más fácil de transmitir que el más aburrido optimismo que surge del bienestar contante y sonante, del individuo y la colectividad.

El enfado ante la situación particular, o ante el ruido percibido, es legítimo y propulsa los movimientos sociales, las ideas políticas. También las estrategias electorales, tanto las que parten de la responsabilidad como las que, jugando dentro del marco al que han contribuido o que han creado “otros, defienden otros marcos.

Exhortaciones en tiempos revueltos

Son interpretaciones colectivas e individuales, donde se entremezclan valores y colores políticos fundamentados en dicotomías diluidas o ya pasadas. Cuando no se apela al sentimiento de clase, se acude al sentimiento de pertenencia o a otros mecanismos para aglutinar, atraer la atención o el voto.

En medio del guirigay, que podría suavizarse con una economía que creara trabajo, se buscan soluciones que “transformen” la sociedad. Ideas positivas, que animen, que den esperanza, que otorguen la iniciativa a quienes tienen ganas de organizarse, compartir, ayudar, cambiar cosas.

Y olvidamos, en Europa o Norteamérica, en las sociedades que crearon la época de prosperidad más prolongada y equitativa -tanto en el “centro” como en lo que ahora llamamos “periferia”- de la historia, la fragilidad de la propia idea de prosperidad, un término tan voluble, etéreo y sujeto a intereses partidistas como los entes “opinión pública” y “sociedad civil”.

Sobre pastillas milagrosas para futuros mejores

Los derechos colectivos, que existen y son definidos y, por tanto, están sometidos a renovaciones de su propio espíritu y definición, se adaptan como pueden a la nueva situación.

Y la situación no es mejor en cuanto al individuo. En *faircompanies hemos dedicado horas de -en mi opinión, recomendable- vídeo y decenas de artículos a la importancia del cultivo introspectivo para alcanzar anhelos importantes, al menos para religiones, filosofías o ideas ilustradas: bienestar físico e intelectual, tranquilidad o “felicidad”. Felicidad, otro término voluble, tramposo, necesario.

Y, si no existe la pastilla milagrosa para curar los anhelos colectivos, y éstos no debieran curarse usando un “Prozac de la colectividad”, el mismo patrón es válido para el cultivo individual: los colorantes y los conservantes aliñan, pero no crean esencias, ni mucho menos fortalezas o valores que partan del tuétano, de la estructura.

La sociedad que olvidó la fuente de su bienestar

El bienestar duradero parte más bien, según ascetas, filosofías de vida clásicas e ilustradas (sucedáneos de las clásicas), y psicología humanista (el positivista Abraham Maslow y sus sucesores), así como estudios científicos que lo corroborarían, de lo que Sócrates sintetizaba en algo tan sencillo y como poco espectacular: cultivarse, mantenerse en forma y conocerse a uno mismo.

Las cosas no han cambiado tanto desde Sócrates, ni los mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro, tendente a favorecer la gratificación instantánea.

No se trata, dice Sócrates y quienes han profundizado en sus ideas (eudemónicos, estoicos, principales credos monoteístas occidentales y orientales, psicólogos, científicos), de eliminar los deseos o impulsos propios de nuestra evolución como especie, sino de controlarlos.

Solemos sentirnos atraidos, decían los estoicos y también el neurólogo y autor del ensayo American Mania, Peter Whybrow, por los placeres escasos y que ayudaron a nuestra supervivencia como especie: sexo, alimentos ricos en grasa animal y azúcares, comportamientos gregarios.

Adaptación hedónica

Algo así como lo que William B. Irvine llama “hedonismo inconsciente”, o una inercia que conduce a buscar, como si se tratara de una adicción, lo que los satisface al instante.

Y la “adaptación hedónica” consistiría en caer en una dinámica que, en efecto, se transforma en adicción: siempre queremos algo novedoso y, cuando lo hemos conseguido, perdemos nuestro interés por la novedad y partimos en busca del nuevo premio.

Así, filosofías de vida, psicología humanista y estudios insisten en que el método para lograr el bienestar individual se acerca a lo propugnado por Sócrates, por su discípulo Platón, y por el discípulo de éste (Aristóteles) y su retahíla de seguidores, incluyendo a los más consistentes y más cercanos al “camino medio” de la filosofía oriental, los estoicos.

Los años 30: psicólogos humanistas vs. Freud

Pero hay un inconveniente: este camino medio, o método para obtener el bienestar duradero (llámese felicidad, autorrealización, buena vida, etc.), consiste en aprender a valorar lo que se tiene, ser comedidos, evitar las mieles del populismo y la gratificación instantánea, esfuerzo, perseverancia, introspección, madurez para apreciar tanto la soledad y la contemplación como la interacción social.

Y he aquí la parte chocante: en los años 30, cuando algunos intelectuales -y psicólogos- advirtieron contra los riesgos de aplicar la “instrucción” de masas (propaganda moderna, “relaciones públicas” y marketing moderno según lo concibió Edward Bernays), su receta consistía en recuperar filosofías de vida que revitalizaran el espíritu crítico individual, el sentido común, el saber esperar.

Sacar el máximo partido de la gratificación aplazada, en lugar de optar por la gratificación instantánea. Cultivo introspectivo, fuerza de voluntad y gratificación aplazada contra sentimientos gregarios de aglutinamiento, mensajes fácilmente digeribles y deseables y gratificación instantánea.

Psicología humanista y positiva, que creía en la elevación del espíritu racional del individuo para lograr una sociedad más próspera, tal y como exponía Abraham Maslow, o psicología del impulso y el subconsciente, según las aportaciones de Sigmund Freud y sus seguidores. Resumiendo y simplificando, como hacemos todos, ganaron estos últimos.

El ensayista que habló de introspección para parar el populismo

Y, como hicieron otros en los años 30, en *faircompanies reiteramos, ahora, el mensaje que perdió en la época de entreguerras y volvió a hacerlo después de la II Guerra Mundial.

El mismo que John Cowper Powys expuso en su ensayo de 1933, A philosophy of Solitude: el saber, la introspección, apreciar lo que se tiene, estar en contacto y vivir de acuerdo con la naturaleza, conocer los mecanismos del hedonismo y convivir con ellos, sin que prevalgan.

Y, en el momento económico actual, cuando se habla de distintas crisis y renovaciones-refundaciones (del capitalismo, el trabajo, de la política clásica, de los medios de comunicación clásicos, de los Estados-nación, de las naciones que quieren ser Estado, etc.), la centrifugación de la opinión pública se acerca a la de los años 30, la época de los más grandes y catastróficos “ismos”.

El bienestar que se domina: el introspectivo

Cuando han llegado los grandes inventos revolucionarios, los grandes “ismos”, con grandes salvadores ante ellos, ha sido más fácil abandonar los valores de la introspección y el cultivo de la bondad y el bienestar duradero, etc. Ha sido entonces, sin dioses ni cortapisas éticos del propio individuo, cuando ha habido grandes errores.

Pero, como también tratamos en *faircompanies, los valores que alimentan el bienestar duradero, según lo entendía Sócrates y sus “discípulos” en sentido amplio (todos nosotros), si la negatividad se transmite con la facilidad y estructura fractal de un virus, también lo puede hacer el bienestar.

Y, en la tensión entre valores individuales y colectivos, individuo y polis, introspección y gregarismo, aparecen los contratos que se dan las sociedades más avanzadas. Curiosidad: las sociedades que han logrado una prosperidad basada en la democracia desde los inicios de la Ilustración, lograron sus momentos de esplendor y prosperidad cuando fueron capaces de mantener amplias clases medias.

Nuestra posición en la “pirámide de las necesidades”

Cuando falta prosperidad y lo que es considerado básico corre cierto peligro, explica Abraham Maslow en su pirámide de jerarquía de las necesidades humanas, el individuo concentra más esfuerzos en sobrevivir (alimentarse, velar por su seguridad, etc.) y menos en autorrealizarse (pensamiento, creatividad, creación, alta cultura, etc.).

El propio Maslow partía de una minoría perseguida y de una situación de pobreza, y el cultivo Socrático elevaron su existencia a la cúspide de la Pirámide figurada que él mismo había concebido y que es recordada con su apellido.

El bienestar individual, al que se llega con fuerza de voluntad, apreciando lo que se tiene, cultivando la razón y viviendo según la naturaleza -dirían, al menos, los filósofos clásicos-, puede ser tan contagioso como los sentimientos de negatividad y especial efervescencia.

Lo colectivo no depende, por definición, de nosotros

Ahora bien, ¿puede contagiarse el bienestar duradero individual al conjunto de la opinión pública? En teoría, la opinión pública está conformada por voces diversas, tantas como individuos que la componen.

En la práctica, nunca ha funcionado así, ni cuando la teoría clásica (la de la Ilustración) imperaba, ni cuando la Escuela de Fráncfort, entre otros, la modificaron incorporando las enmiendas propuestas por el marxismo y sus derivados respetuosos con el Estado liberal.

La escuela de Fráncfort trató de superar por fin el positivismo más militante, que priorizaba el conocimiento científico por encima de cualquier otro tipo de conocimiento.

Sus aportaciones han quedado diluidas con el paso de las décadas, hasta la situación actual de la socialdemocracia europea. Su único logro notable fue, quizá, distanciarse del dictado de la ya difunta Unión Soviética, de la que los jóvenes adultos de hoy apenas recuerdan un par de películas y “logos”.

Apostar la propia felicidad a la empresa colectiva

Eso sí, la filosofía lleva siglos alertando contra los peligros en que incurre el individuo “virtuoso” (tal y como entendían “virtud” Sócrates, Platón, Aristóteles o Séneca: cultivarse y actuar usando la razón, siguiendo el flujo de la naturaleza), apostando su bienestar o felicidad a proyectos o acontecimientos externos, que no puede controlar.

Por ejemplo, la receta sintetizada de la filosofía de vida estoica para lograr la tranquilidad (su ideal de felicidad, consistente en el perfeccionamiento de la introspección y la autosuficiencia) alerta sobre depender de lo externo.

Fuentes de tranquilidad, libertad y calma (según Epicteto)

A mayor independencia de pensamiento y actuación en relación con supuestas promesas, cantos de sirena, recompensas externas, que nos hacen dependientes, mayor “tranquilidad, libertad y calma”, decía el estoico Epicteto. Y este filósofo sabía de qué hablaba: había nacido esclavo y conseguido su libertad cultivando, precisamente, la razón.

Y el principal inconveniente para el individuo de las empresas colectivas, más allá de su nobleza, justicia o sentido para una buena parte de personas libres de expresarse que conforman una opinión pública, es nuestra incapacidad para controlar su discurrir.

Prometan el cielo y la gloria, o el infierno y la miseria, dirían los estoicos, un individuo que aspire a su bienestar duradero debería ser capaz de autorrealizarse usando sólo la introspección, apreciando lo que tiene, aprendiendo, viviendo cada instante, envejeciendo, aprendiendo de lo que le rodea, disfrutando de la naturaleza.

Epicteto había estudiado con Musonio Rufo, otro estoico célebre no por su obra, sino por su capacidad para poner en práctica, con éxito, la receta del estoicismo como filosofía de vida para ser dichoso bajo cualquier situación y circunstancia.

Cuando nuestro estado de ánimo depende de lo externo

Quizá por nuestra incapacidad para dominar el sentido de las floraciones colectivas, los filósofos avisan del riesgo de apostar nuestro estado de ánimo y actitud ante la vida a empresas colectivas. Lo externo es más difícil de controlar. Lo interno, por el contrario, está en nuestras manos. Como mínimo, coherente.

Y, si la situación de la opinión pública en varios países podría tildarse, como mínimo, de efervescente, las tendencias de fondo que condicionarán su evolución son profundas y dejarán huella.

Por ejemplo, el fin del crédito fácil, sobre todo para los países, si queremos mantener o aumentar niveles de bienestar que dependen de lo que llamamos Estado del Bienestar, el único modo de hacerlo de manera sostenible es ingresar suficiente dinero para no pagarlo a crédito.

La III Revolución Industrial

Con la pirámide de población, el nivel de paro y el resto de indicadores en países como España, no hay recetas fáciles y, se haga lo que se haga, los partidos menos populistas adoptarán medidas que demostrarán la madurez de su electorado: si el individuo incurre en frustraciones cuando fía su felicidad a la capacidad de compra, ocurre algo análogo en la opinión pública.

Agotados los modelos de la II Revolución Industrial, asistimos, dicen los expertos, al inicio de una III Revolución Industrial que evoluciona, de manera interesante, hacia tipos de trabajo más introspectivos, asociados -y dependientes- de los conocimientos profundos del individuo, sean mecánicos o intelectuales.

Lo más complejo y relacionado con la introspección es lo más difícil de deslocalizar. La mirada del individuo es rica e intransferible, no puede ser intercambiada con la de otro individuo librepensador o colectivo de individuos librepensadores.

Productos como servicio, personalización, calidad

La III Revolución Industrial, exponen The Economist y economistas como James Tien y Tyler Cowen, dependerá menos de las economías de escala.

Tendencias como la educación, la impresión 3D y el uso de datos harán que la producción de bienes sea más personalizada, bajo demanda, de mayor calidad, más próxima a las fuentes de inspiración y creatividad de las ciudades más dinámicas de Occidente, muchas de las cuales originaron la primera Revolución Industrial.

En esta tendencia industrial más individualista e instrospectiva, libertaria si se quiere, propulsada por artesanos-hacker a medio camino entre los artesanos gremiales preindustriales y los techies más a la onda, la personalización y los productos-como-servicio ganarán la partida.

Revisitando una idea gandhiana

Mohandas Gandhi, influido por el espíritu individualista y libertario de los ensayos de Henry David Thoreau, trató de combatir la dependencia de la economía india de las manufacturas inglesas, realizadas con materias primas indias que volvían al país como productos acabados.

Su idea: convertir a los pequeños campesinos en productores de manufacturas a través de herramientas como la tejedora portátil, que para él era un mero símbolo, ya que esta “autosuficiencia” debía extenderse primero al plano espiritual, con la educación y el cultivo personales, y alcanzar mercados que entonces ni siquiera habían nacido.

Esta visión gandhiana, para muchos errónea, sobre todo durante las décadas en que ha dominado el sentido económico y de reducción de costes de las economías de escala, vuelve ahora con la última tecnología y los artesanos hacker.

Hiperconexión

Economistas liberales como Tyler Cowen, así como The Economist, han dedicado artículos a la III Revolución Industrial, que será la de la personalización y los productos de calidad, bajo demanda, en pequeñas series.

Quizá sean sólo un par de artículos y la tendencia fructifique sólo en algunos sectores, pero el mundo del futuro más próximo, hiperconectado e hiperreactivo, depende de herramientas descentralizadas, fractales, con la capilaridad de los micelios (hongos) o neuronas.

El protoanarquismo libertario de algunos ilustrados como Herbert Spencer y otros individualistas, recuperado por Thoreau, Tolstói, Gandhi y muchos emprendedores de Internet, muestra recelos de la hiperregulación y las empresas colectivas surgidas en plena agitación.

Buscando nuevos equilibrios colectivos

El péndulo de Foucault, otro artilugio surgido durante la Ilustración, dio pie al giróscopo, que ahora propulsa dispositivos tan icónicos como el iPhone o el vehículo personal que se mantiene erguido a dos ruedas, el Segway.

Quizá no los conozcamos por su nombre, pero son sencillos de evocar: se trata de esos dispositivos armados con una esfera conformada por aros concéntricos que giran de manera aleatoria sobre un eje de simetría. Su comportamiento es paradójico, al cambiar de dirección en lugar de hacerlo de orientación.

Sea como fuere, los giróscopos siempre retornan al equilibrio. De la misma manera que la introspección individual genera bienestar, deberíamos hallar mecanismos para lograr equilibrios en lo colectivo, aunque sean en apariencia tan paradójicos como el giróscopo.