Cuando millones de personas en los países emergentes ejercen el poder de compra de su nuevo estaus de clases medias, las élites de los países ricos se definen cada vez menos por su poder adquisitivo y nivel de gasto y, en cambio, se diferencian en cultura, actitud emprendedora, salud y capacidad de trabajo.
Varios artículos y estudios destacan el fenómeno que define a las las élites del nuevo siglo como activas, autosuficientes, emprendedoras, poco materialistas y más sanas (y delgadas):
- son omnívoros culturales, al consumir más información y cultura, y tienen gustos culturales más eclécticos;
- son más emprendedores, al encontrar más ejemplos que la media en su entorno inmediato;
- comen mejor y se ejercitan más, por lo que son más delgados y padecen menos las enfermedades relacionadas con obesidad y sobrepeso; y,
- sin que ello les sirva de excusa para quejarse, dedican más tiempo a trabajar y al ocio activo y menos tiempo que la media a dormir y ver la televisión.
Omnivorismo cultural y divagación
Ya hemos hablado de las rutinas de comportamiento de algunas de las personas con la mente y capacidad de trabajo más productivas de la historia.
Los genios de todos los tiempos se retiran a un rincón tranquilo, saben concentrarse, han aprendido a aplazar las gratificaciones, buscan la soledad bien entendida y la contemplación cuando es necesario, divagan para conectar ideas de un modo tan original como la mente infantil, y son polímatas, a medio camino entre las humanidades y la ciencia.
Las nuevas élites ya no son como los ricos de las películas
Según los estereotipos sociales tradicionales, los “privilegiados” de la sociedad tienen un nivel de vida alto y mayor capacidad para adquirir bienes. Con el advenimiento de tendencias como el minimalismo, la vida sencilla o la sostenibilidad, esta caricaturización es más impostada que nunca antes.
Más que comprar más, ir a los mejores clubs sociales o pasearse con un buen coche, la vanguardia del siglo XXI puede pasar desapercibida y, a ojos las clases medias emergentes y nuevos ricos de los países que más crecen, pasarían desapercibidos, ya que no son élites adictas a Puerto Banús, Mónaco ni Montecarlo.
Hoy, son el nivel cultural elevado, la capacidad para emprender o adaptarse a las inclemencias de la coyuntura, el estado físico y la productividad, los rasgos que más diferencian a lo que The New York Times llama a las “nuevas élites” del resto de la población.
Vieja abundancia material vs. nueva abundancia cultural y adaptativa
Shamus Khan explica en The New York Times por qué, en las ciudades más dinámicas y diversas de Occidente, las nuevas élites muestran otro tipo de distinción social para diferenciarse de las clases medias más homogéneas y menos cultivadas.
“Puedes decir mucho de la gente mirando a su colección musical. Algunos tienen gustos estrechos y poseen sobre todo géneros sueltos, como rap o heavy metal. Otros son mucho más eclécticos, con colecciones repletas de hip hop y jazz, country y música clásica, blues y rock”.
“A menudo, pensamos -prosigue Shamus Khan- en tales diferencias como una cuestión preferencia y expresión personales. Sin embargo, en gran medida [éstas] se explican por el entorno social. Los más pobres tienden a poseer gustos individuales o ‘limitados’. Los ricos tienen la sensibilidad más expansiva”.
Cuando las nuevas élites eran nuevos ricos “comprando” prestigio
Han pasado más de 130 años desde que, en 1880, William Vanderbilt, un nuevo rico de Nueva York, intentara acceder simbólicamente a las élites de la ciudad a la manera de la época: ofrecío 30.000 dólares por un palco privado en en la Academia de Música de Nueva York.
Las élites más añejas de la ciudad consideraron las intentonas de los Vanderbilt y otros “arribistas”, entre ellos los Gould, los Rockefeller y los Whitney, como poco menos que un insulto y rechazaron la oferta.
Vanderbilt y los otros ninguneados decidieron crear entonces la Metropolitan Opera House Company, que definiría el traspaso simbólico de poderes entre las antiguas familias -que tuvieron que unirse a la nueva ópera tras la ruina financiera de la que trataban de proteger- y la nueva élite de la ciudad.
El reinado de los más talentosos
Trece décadas después, las nuevas élites no abandonan los barrios más poblados de las ciudades con la llegada de oleadas de inmigración como sucedió en la evolución de Manhattan o incluso Barcelona, ni se conforman con un puesto de privilegio, a menudo heredado, en teatros, estadios y clubs, ni amalgaman sus casas de veraneo en torno a las de los otros privilegiados.
Los nuevos omnívoros culturales -dice Shamus Khan- son conscientes de que la exclusividad de abolengo y el comportamiento snob más pizpireto han perdido la importancia que una vez tuvieron. Ni el apellido, ni las apariencias garantizan pertenencia ni permanencia en la cúspide, expone The New York Times.
El mundo está a disposición de los más talentosos, para que puedan sacarle el máximo provecho. Es más: hablar de “élites” se ha convertido en algo impopular, poco democrático, anti-patriota.
“Si las viejas élites usaban su cultura para marcar las diferencias con el resto, si nos referimos a la élite actual, muchos explicarían que su cultura es una mera expresión de su ética abierta, creativa, lista-para-aprovechar-cualquier-oportunidad”.
Autodidactas en un contexto de incertidumbre
Los omnívoros culturales -la nueva vanguardia que evita ser denominada élite, ni posee las antiguas reliquias que demostraban el equivalente a esta posición-, sí se distinguen por sus gustos, personalidad, fondo educativo, inteligencia emocional, así como por la solidez de sus conocimientos en humanidades y ciencia.
“En vez de interesarse por cosas como la ópera porque eso es lo se supone que agrada a la gente de tu clase, al omnívoro le gusta lo que le gusta por tratarse de la expresión de una personalidad distintiva”.
Y, si las élites quieren distinguirse, entre otros aspectos, por su caudal cultural, éste es, aunque parcialmente reglado (educación convencional), sobre todo autodidacta, similar al demostrado por los polímatas, algunos de los cuales han definido los avances culturales y técnicos desde el Renacimiento.
La obsolescencia del viejo “lujo” distintivo
Shamus Khan reconoce que los hijos de los más aventajados tienen más oportunidades para seguir entre la vanguardia social una vez llegan a la edad adulta; además, muchos de los usos tradicionales, si bien ninguneados o incluso repudiados por los autodidactas más recalcitrantes, siguen a la élite descolgada de la evolución hacia el omnivorismo cultural.
El mundo, en definitiva, aprecia cada vez más la evolución de entornos donde la meritocracia y el cultivo personal se han impuesto al dinero viejo y las clases de antaño, cuyo ejemplo paradigmático es Silicon Valley, un lugar donde las élites estilan a menudo un reloj Casio digital que un flamante Rolex y su pátina fardona.
Además de mejor cultivados y con una educación situada estratégicamente entre las humanidades y la ciencia, el lugar preferido de los grandes polímatas, los individuos más “privilegiados” de la actualidad suelen tener un carácter más emprendedor que la media, además de estar más en forma y pasar más tiempo trabajando y dedicando su tiempo libre a actividades más activas y productivas.
Tolerancia al riesgo
Un nuevo estudio de Ingrid Schoon y Kathryn Duckworth expone que la actitud emprendedora se adquiere en entornos familiares y educativos que toleran el riesgo.
El estudio demostraría que el emprendedor no se hace del todo a sí mismo, sino que individuos con el empuje y potencial intelectual adecuados necesitan, además, un entorno socio-cultural adecuado.
Los resultados llegan tras acompañar la trayectoria de 6.116 jóvenes británicos desde su nacimiento en los 70 hasta los 34 años. Se siguió la trayectoria de cada uno para poder discernir el papel del su origen socioeconómico, la tolerancia al riesgo de los padres, las habilidades académicas o sociales, así como el carácter y empuje propios.
Tanto para mujeres como para hombres, la iniciativa empresarial aparece asociada con las habilidades sociales y audacia ya presentes a los 16 años.
Hombres y mujeres se ven impelidos a emprender, según el estudio, por motivos distintos relacionados con el entorno. Si los varones más emprendedores suelen tener un padre emprendedor, el mismo rasgo se relaciona en las mujeres con los recursos socioeconómicos del padre.
La diferencia física de clase: vuelve el “citius, altius, fortius”
Tampoco extraña que las nuevas élites padezcan en menor medida los efectos sobre la salud de factores como la arquitectura, el diseño de las ciudades y el transporte o la llamada “dieta occidental” (rica en carnes, grasas, azúcares y alimentos precocinados).
El aumento de la obesidad y el sobrepeso se ha cebado sobre todo en los más desfavorecidos de los países ricos y, en los últimos años, también en los países emergentes. Ensayos como El dilema del omnívoro, de Michael Pollan, o Fast Food Nation, de Eric Schlosser, argumentan la evolución de una de las pandemias del siglo XXI y los riesgos asociados.
Más que hambre, las familias e individuos con riesgo de exclusión padecen cada vez más de obesidad y sobrepeso, lo que ha llevado a publicaciones como Wired a sentenciar en un artículo sobre sin techo y obesidad en Estados Unidos que “la obesidad es la nueva malnutrición“.
El privilegio de ser delgado y saludable
En los países ricos y emergentes, estar delgado y sano y practicar deporte con regularidad empieza a ser una cuestión de privilegio, un fenómeno presente incluso en países cuyas clases populares tenían hace sólo una generación dietas tan loables como la mediterránea, ahora en peligro de extinción en la cocina cotidiana.
En parte, por falta de tiempo y, en parte, por nuestra predilección ancestral a caer en la trampa de la gratificación instantánea: el ser humano evolucionó durante la mayor parte de su historia en un entorno de escasez y supervivencia, por lo que nuestro cerebro premia las grasas y los azúcares como si se tratara de una adicción más.
Las nuevas élites, además de más educadas y emprendedoras, han aprendido a esperar, a perseverar. Son conscientes, en definitiva, de que la gratificación aplazada reporta mayores beneficios, y de manera más sostenida, que el espejismo impulsivo.
Superar las mieles de la gratificación instantánea
Gary Taubes explica en un artículo para The New York Times que, hasta los años 60 del siglo pasado, los estudios sobre obesidad no distinguía entre la calidad de las calorías, sino la cantidad.
Ahora, la medicina recopila cada vez más pruebas que demuestran que no todas las calorías son creadas iguales.
Las personas mejor informadas, más propensas a discernir entre mensajes publicitarios e información, así como preparadas para defenestrar dogmas e ideas preconcebidas, intuyen desde hace tiempo que no es lo mismo obtener los nutrientes de alimentos frescos y de temporada, que ingerir el mismo número de calorías procedentes de alimentos precocinados y ricos en azúcares refinadas como el sirope de maíz.
Las consecuencias del ocio pasivo
El dilema del omnívoro de Michael Pollan, un ensayo acerca de cómo la industria agropecuaria ha transformado para siempre nuestra relación con la comida y qué hacer para comer de una manera más parecida a la generación de nuestros abuelos, es un canto a la gastronomía popular, la alimentación orgánica y local, dirigido a las “nuevas élites”.
Y las nuevas élites que no quieren ser reconocidas como tales no sólo son omnívoros culturales, tienen un carácter más emprendedor y padecen menos obesidad, sobrepeso y sus enfermedades derivadas: también pasan más tiempo trabajando, ejercitándose y optando por actividades de ocio que requieren la participación proactiva, en contraposición a sentarse ante la tele durante horas.
Jordan Weissmann recurre a un estudio de los economistas de Princeton Erik Hurst y Mark Aguiar para explicar en The Atlantic cómo los estadounidenses más educados administran su tiempo en contraposición con los menos educados.
Aprovechar el momento
Cuando se trata de dedicar más tiempo a actividades productivas, proactivas o creativas, que requieren una mayor atención intelectual o esfuerzo físico, las nuevas élites -los más educados-, no importa su ascendencia racial, se imponen a los menos educados.
Los individuos más educados no sólo trabajan de media más tiempo a la semana que los menos educados con empleo, sino que también participan más en casa y en sus comunidades, y gozan de mejor salud. Asimismo, duermen algo menos y ven menos la televisión.
Las nuevas élites no quieren ser tratadas ni reconocidas como tales.
Pero se han convertido, aunque sea a su pesar, en la vanguardia que debería ayudarnos a salir del atolladero actual producido por el profundo cambio de modelo actual en economía, energía, valores, etc.
La vanguardia no exclusiva
El omnivorismo cultural, el carácter emprendedor, el afán por mantenerse en forma y el uso del tiempo de un modo más productivo definen el carácter “no exclusivo” de una nueva vanguardia, menos definida por las antiguas maneras de acumular bienes materiales y acudir a galas y palcos privados en los mejores teatros.
Poco a poco y sin ruido, aumenta el reconocimiento social por el eclecticismo cultural, la experiencia de calidad en contraposición con el consumo desaforado, la atención por la actividad física y el interés por la gastronomía y alimentación locales, así como la propia iniciativa para emprender o resolver situaciones complicadas.
Fórmulas para el futuro
Pronto sabremos si las nuevas élites pueden conjugar con éxito valores humanísticos y espirituales con la búsqueda del beneficio económico y la autorrealización personal.
Entonces, quizá la fórmula [Aristóteles + Séneca] + [Steve Jobs + Yvon Chouinard], que proponemos en el artículo con el mismo título, alcance su significado pleno.