Hay distintos modos de afrontar las dificultades. Desde el pesimismo y la indignación, tan de moda que se convierte en fenómeno literario, existe el riesgo de caer en el victimismo.
Creer que la solución a nuestros retos o problemas debe venir del exterior, desde la cosa pública, la banca o incluso la familia, tiene sus inconvenientes.
La crítica a otros puede obviar el ejercicio sano de evaluarse a uno mismo a diario. Creyendo que el mundo no tiene solución o “va en contra de”, dependemos de las acciones de otros y corremos el riesgo de confundir nuestro porvenir con la situación de las instituciones políticas y financieras mundiales, o con las peleas en nuestra comunidad de vecinos. En perder la oportunidad de afrontar cada reto con autonomía y actitud positiva.
En cambio, hay modos factibles de potenciar la autonomía y bienestar personales. Para individuos, empresas e instituciones públicas, el método más efectivo de evitar injusticias financieras consiste en no gastar más de lo que se ingresa, reducir la deuda adquirida con otros y recuperar el rigor contable, el sentido de la realidad.
Y el mejor modo de afrontar la falta de oportunidades quizá sea crearlas uno mismo; si no hay trabajo, qué mejor momento para crear uno su propia ocupación. El paro juvenil es una tragedia, pero nadie habla de la tragedia de la apatía juvenil.
¿Para qué sirve ser positivo? Por de pronto, para vivir más
Las actitudes más positivas no sólo nos ahorrarán algún que otro problema de salud potencial, sino que alargarán incluso nuestra vida, según los últimos estudios.
Desde los estoicos al escritor Haruki Murakami, pasando por buena parte de los deportistas más admirados, existen patrones que dan pistas acerca de qué aporta realmente bienestar.
El esfuerzo, el tesón, la perseverancia, unidos a la frugalidad y a una mentalidad positiva, abonan el camino para la plenitud personal, e incluso a la riqueza material, ya que se ha demostrado cómo quienes acumulan más riqueza aplican recetas de sentido común, sensatez y parquedad a lo largo de su vida.
La relación artificial entre consumo y felicidad
Si la austeridad contribuye a nuestro bienestar, aumenta nuestra esperanza de vida e incluso nos hace materialmente más ricos, ¿por qué la cultura popular relaciona de manera inequívoca bienestar con capacidad de consumo y adquisición de cada vez más bienes materiales y mayores?
El documental The Century of the Self expone cómo, gracias a técnicas de relaciones públicas destinadas a influir sobre la opinión subconsciente de la población, las sociedades surgidas de la II Guerra Mundial experimentaron sin inmutarse la transición desde una cultura del consumo basada en la necesidad a la “cultura del deseo”.
La relación entre consumir más y mejores productos (cada vez más rápidamente), y la felicidad, es una falacia artificial, prefabricada, sin base científica. Si no, que le pregunten a Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud y padre de las relaciones públicas y la publicidad tal y como hoy las conocemos.
La batalla (¿dialéctica?) entre frugalidad y consumo marcará el desarrollo y la filosofía del diseño industrial, la arquitectura y otras disciplinas en el presente siglo.
El deporte de la queja
En Europa en general y particularmente en España, es sencillo toparse con la indignación de muchas personas ante la falta de oportunidades laborales o los problemas económicos generalizados, que se entremezclan, a menudo con poco rigor, con el desenfreno financiero explicado en el documental Inside Job, Óscar al mejor documental en 2011.
Oímos la misma indignación decenas, centenares de veces, y se corre el riesgo de caer en el consuelo facilón, el negativismo autocomplaciente. Es más sencillo indignarse que tratar de cambiar a mejor, al menos, el entorno más próximo, en el que el individuo se proyecta.
Todos estamos de acuerdo en que hay elementos fundamentales de nuestra civilización que chirrían y deben ser mejorados con premura, pero unir nuestro destino como individuos a las miserias del sistema (local, regional o global), destruye nuestro potencial. Peor aún, impide a nuestro entorno, y al mundo, que nuestro potencial sea aprovechado.
Muchas de las expresiones artísticas y los inventos más positivos no existirían sin el esfuerzo personal de individuos cuyos proyectos personales prosperaron, pese a las circunstancias. Nadie obligó a Ana Frank a escribir su diario. Su legado a la humanidad debería hacernos creer en las posibilidades de la voluntad del individuo.
Estrujar y mejorar la realidad pese a las dificultades: el caso de un micro-apartamento
Cuando el fotógrafo y publicista austríaco Christian Schallert decidió vivir en Barcelona, compró un piso tan reducido que tuvo que justificarse ante sus allegados, menos confiados en la decisión. El espacio podía verse como un agujero infecto y con goteras, un antiguo palomar de 24 metros cuadrados al que se llegaba tras subir innumerables escalones.
Christian Schallert no lo vio así. Contactó con la arquitecta italiana Barbara Appolloni y juntos decidieron estrujar la realidad, sacar el máximo partido posible del espacio.
Persiguieron una idea que tenía sentido en un espacio tan reducido: emular el diseño compacto y eficiente del interior de botes y barcos, para aprovechar al máximo la pequeña superficie, integrando todos los muebles y servicios en un armario empotrado que ocupa toda una pared.
Una actitud positiva que partía de ventajas objetivas. Schallert quería vivir solo y el espacio era muy barato, tenía balcón y vistas en la zona más exclusiva del centro de Barcelona, el Barri del Born. Gastando poco, logró un espacio de diseño que se adaptaba a sus necesidades, con vistas inmejorables y en el lugar que soñaba. Se puede ser positivo en un agujero infecto y miserable en un caserón inmenso. El ejemplo es extrapolable, siempre salvando las distancias, a otras facetas de la vida.
Lo que depende de nosotros se puede cambiar al instante
Todos tenemos autonomía y capacidad para cambiar nuestra realidad más próxima, sin obviar las dificultades. Por ejemplo, hay autores que sostienen que en un momento como el actual, en el que cuesta distinguir cuándo se sale de la juventud para entrar en la madurez por falta de perspectivas, el truco para realizarse consiste en crear más y consumir menos.
En buena parte de Europa Occidental y Norteamérica, la economía se recupera, aunque de un modo distinto a lo ocurrido en anteriores recesiones. Ahora, las mejores perspectivas no van acompañadas de nuevos puestos de trabajo.
Mientras tanto, los gobiernos y la opinión pública siguen poniendo el acento en el poder de las grandes empresas para proporcionar puestos de trabajo, cuando se ha demostrado repetidamente que son las pequeñas empresas y los emprendedores quienes históricamente generan ocupación, mientras las medianas y grandes empresas mantienen y, sobre todo, destruyen puestos de trabajo (jubilaciones anticipadas, deslocalizaciones, mejoras en productividad, invenciones disruptoras).
Si no hay trabajo, qué mejor modo de inventarnos nuestra propia ocupación. Sabemos que el esfuerzo constante y la regularidad dan sus frutos (en ocasiones, los más regulares y esforzados logran la excelencia, como explica Malcolm Gladwell en el libro Outliers, Fueras de serie en castellano), contribuyen a la realización personal y mejoran a la larga nuestra situación económica.
No todos tenemos que ser inventores, pero sí está al alcance de cualquiera marcarse objetivos personales realistas, entre los que puede estar crear nuestro propio puesto de trabajo y, de paso, beneficiarnos de la actitud positiva. Incluso viviendo más.
El momento de los “inventores”
Si reformar las instituciones financieras mundiales o regenerar los sistemas políticos democráticos, para hacerlos menos dependientes del corporativismo y los grupos de interés, no está sólo en nuestras manos, sí hay aspectos que podemos modificar con sólo proponérnoslo.
La falta de trabajo y crédito barato son tanto un inconveniente como una oportunidad. Muchos creen que ha llegado la segunda época dorada de las invenciones, una nueva Revolución Industrial, quizá más local, artesanal y a la vez intangible, en la que las ventajas de una Internet ubicua son combinadas con la visión, calidad y exclusividad del artesano.
En el futuro, muchos trabajadores cualificados dependerán más de sí mismos y renunciarán a intermediarios. Hay un mercado que demanda productos locales, especializados, personalizados y muchas zonas metropolitanas quieren convertir sus “cinturones oxidados” (industria pesada en decadencia) por centros de micro-industria.
Varias tendencias se alían con los emprendedores e inventores en la actualidad. El software y el hardware libre, la impresión de modelos tridimiensionales de código abierto que acerca al taller casero herramientas hasta hace poco en poder sólo de grandes empresas, o el acceso universal a información relevante sobre cualquier ámbito, por específico que sea.
Se buscan artesanos e inventores de pequeñas y grandes ideas
El editor y organizador de eventos tecnológicos californiano Tim O’Reilly animaba hace tres años a los emprendedores estadounidenses a trabajar en cosas que merezcan la pena, en lugar de seguir modas o mejorar herramientas ya inventadas.
O’Reilly se refería a que Estados Unidos, y el mundo en general, necesita los Nikola Tesla, Henry Ford y Thomas Edison del siglo XXI, con retos tan importantes como el refuerzo de la responsabilidad de las instituciones que nos gobiernan (todas), o la solución a problemas como el medioambiental, o la pobreza, o la ausencia de una fuente energética renovable y más barata que el carbón, que pueda producirse a gran escala y a corto plazo.
Contra la frustración: trabajar seriamente en lo que nos gusta
Además de la necesidad de perseguir las grandes ideas, el trabajo individual y con carácter artesanal también puede mejorar aspectos más particulares de nuestro entorno más próximo, también importantes.
Y, para iniciar un proyecto individual que mejore nuestra realidad más próxima, en ocasiones basta con formarse, trabajar duro, entender los mecanismos de innovación que han promovido invenciones importantes (frugalidad y tesón, casi siempre).
La capacidad de inventar y buscar nuestro camino aportan plenitud e independencia a mucha gente.
Pequeño gran apartamento
Los ejemplos son inabarcables, a cuál más interesante. Me quedo con los dos últimos casos que he disfrutado.
Ya he mencionado el primero: la capacidad de Christian Schallert y Barbara Appolloni para agrandar conceptualmente un espacio diminuto hasta convertirlo en un loable ejercicio de imaginación e inteligencia espacial.
En lugar de echar la culpa de nuestras miserias al “sistema”, obtengamos lo mejor de lo que hay a nuestro alcance en cada momento. Que no es más que decir que cualquier artesano de cualquier campo prefiere que la fortuna o la inspiración lleguen cuando uno trabaja. Sin trabajo, uno debe encomendarse a la “suerte” mal entendida, que no es más que brujería: jugar a la lotería, ir a las apuestas, esperar una herencia.
Paul MacCready: trabajo + naturaleza + frugalidad + ingenuidad = genialidad
La suerte más efectiva es la que se busca con las herramientas que Prometeo aportó a la humanidad en la tragedia griega Prometeo encadenado: “fuego” (símbolo del conocimiento); y “esperanza ciega” (optimismo, trabajo constante, tesón, regularidad).
El segundo ejemplo que ha caído en mis manos estos últimos días es la deliciosa historia de Paul MacCready.
MacCready, un emprendedor con una deuda bancaria de 100.000 dólares en 1976 debido a un proyecto empresarial fallido, quería acabar cuanto antes con sus dificultades financieras. Había aprendido la lección y no quería contraer más deuda en el futuro a la que no pudiera hacer frente fácilmente si algo iba mal.
Pero, ¿qué hacer con la deuda ya existente? Paul MacCready tenía una indudable mentalidad emprendedora. Aficionado a los proyectos de ingeniería casera, recordó que todavía seguía en pie el desafío establecido por Henry Kremer en 1959. Kremer ofrecía un premio de 50.000 libras (entonces, exactamente 100.000 dólares) a quien creara un avión que volara con propulsión humana.
Durante 18 años, nadie lo había logrado. MacCready lo consiguió en 6 meses, con trabajo duro, pasión, conocimiento de la naturaleza y grandes dosis de ingenuidad, con la única ayuda externa de amigos y familiares.
Para conseguirlo, tuvo que agudizar su ingenio, hacer de la frugalidad virtud y, sobre todo, establecer un mecanismo de trabajo que le permitiera mejorar su prototipo de avión a pedales (sí, a pedales) con la mayor rapidez y el mínimo coste.
Su prototipo funcionó desde el primer momento como lo hacen las versiones “Beta” de las aplicaciones de Internet más innovadoras. Al establecer una manera de probar y modificar fácilmente los elementos que fallaban, Paul MacCready sólo tuvo que perfeccionar una base conceptual con suficiente solidez.
Gossamer Condor
Planificación, rigor, tesón, regularidad. Frugalidad. Ingenuidad. No te pierdas el vídeo sobre cómo MacCready dio vida al Gossamer Condor, primer avión propulsado por un ser humano.
Paul MacCready pudo repagar su deuda bancaria. En un contexto de dificultad, pudo haber dedicado el resto de su vida a quejarse. Eligió la opción difícil, la que aportaba plenitud. A él y al ser humano en su conjunto, que se benefició de su actitud positiva.
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