Un puñado de personas se ha acostumbrado a trabajar lejos de los focos y la atención del momento; su misión es más importante y no atañe su propio porvenir, ni el de su disciplina, ni el de su país, sino que trasciende lugares, especies y tiempo.
Estas personas comparten ingenuidad y capacidad para pensar a lo grande, a gran escala, y en largos períodos, y no se distraen fácilmente. Ni siquiera lo hacen por las clásicas atracciones del acervo colectivo actual, caracterizado por la urgencia, la impulsividad y la preferencia de lo material sobre cualquier otra consideración o escrúpulo.
Este grupo de personas, que comprende que su tarea no será reconocida ni celebrada por su generación, o quizá nunca, está preparado para no pasear por un bosque cuyas semillas y tocones deberá plantar para reconstruir especies como el castaño americano, enfermo durante generaciones, y sentar las bases de un gobierno mundial auténticamente ejecutivo y eficaz en temas que nos afectan a todos, como la salud de la biosfera.
Revisando la escala temporal de nuestro interés
Estos temas son tan importantes que no pueden concentrarse en unas pocas manos, ni a espaldas de un país (China, Estados Unidos) o una comunidad de países como la UE, ni centrarse únicamente en un tiempo mezquino que hemos ajustado a nuestra escala egoísta (compuesto por un pasado inmediato, un presente derrochador y un futuro hacia donde enviamos todas las decisiones que nos da miedo tomar por su coste económico y/o político).
Apenas hay un puñado de departamentos universitarios e instituciones (como la Fundación Long Now, presidida por Stewart Brand, y con Brian Eno entre sus fundadores) que se dedican a vulgarizar con cierta consistencia y efectividad la escala de los retos y la necesidad de iniciar proyectos a escala de civilización como en épocas pretéritas.
Pese a haber tenido la suerte de contar entre nosotros con científicos y autores que tomaron el testigo de personajes pretéritos con una idea a escala de civilización (desde el pacifismo universalista de Bertrand Russell a la construcción europea de Jean Monnet), tales como el entomólogo Edward O. Wilson o el futurólogo y ensayista James Lovelock, el ocaso de los dos últimos nos recuerda mucho más que nuestra mortalidad.
De nuestras limitaciones como especie, llegan reflexiones como la referente al ciclo de la vida, pero también la eterna regeneración del desorden —en forma de caos o entropía— en patrones autoorganizados que, en ocasiones crean el caldo de cultivo necesario para que se den las condiciones de la acumulación de información (proteínas) y la propia emergencia de la vida.
Regenerar bosques centenarios cuya sombra no disfrutaremos
La ONG medioambiental californiana Sierra Club publicaba en su revista un reportaje de la periodista freelance Kate Morgan sobre los entresijos del declive generacional del castaño de Norteamérica debido al cancro del castaño (Cryphonectria parasitica), un hongo importado de Asia hace algo más de un siglo, y su posible regeneración gracias a una técnica que recuerda al proceso de recuperación de las variedades vitivinícolas europeas después de que otra plaga, la filoxera, arrasara la vid en el Viejo Continente: en aquella ocasión, el uso de una variante americana resistente a la enfermedad sobre la que podían plantarse injertos de las variedades afectadas permitieron la recuperación de una cultura milenaria.
En esta ocasión, el conocimiento del hongo que ha decimado el castaño norteamericano durante un siglo hasta situarlo al borde de la extinción ha permitido crear un castaño americano con un gen de más que garantiza la resistencia ante el avance hasta ahora imparable de Cryphonectria parasitica.
Pero el esfuerzo para traer de vuelta los imponentes castañares de Norteamérica es obligadamente multigeneracional, pues hasta ahora ha requerido la tarea de conservadores que se esfuerzan en proteger los ejemplares de la especie todavía en vida, mientras el fruto de los árboles que se plantan en este momento con el gen resistente a un hongo hasta ahora letal será disfrutado plenamente por individuos que no nacerán hasta dentro de varias décadas: la contemplación de un castañar centenario sano y de envergadura constituido por ejemplares de la variedad norteamericana.
William Powell, profesor de ciencias ambientales e ingeniería de montes en Universidad Estatal de Nueva York (SUNY), trabaja desde la década de 1990 para este Estado de Nueva Inglaterra en el rompecabezas ecológico que ha constituido el hasta ahora irremediable declive del castaño de Norteamérica. Powell explicaba a Kate Morgan a propósito del proyecto de renovar la población de castaños de Norteamérica con árboles resistentes al hongo que los ha decimado:
«Lo llamamos el proyecto de un siglo. Para lograr que se parezca a algo parecido a la situación previa a la plaga va a llevar siglos. No es algo para la próxima generación: se trata de plantar árboles cuya sombra uno no podrá disfrutar».
Reencantamiento de terrenos profanados
Según la periodista en su artículo para Sierra, el proyecto de recuperación de la especie arborícola casi extinta en su hábitat natural requiera un tipo de optimismo particular:
«El optimismo de quienes observan la tierra baldía de una mina a cielo abierto y visualiza un bosque, el tipo de fe que tienen quienes plantan una semilla en un terreno profanado y pronuncian una oración».
Castanea dentata, el castaño americano, es un árbol majestuoso que se extendía hasta inicios del siglo XX por amplias zonas de bosques mixtos, preeminentemente caducifoios, a lo largo de los Apalaches desde Maine en su extremo norte hasta el interior montañoso de Georgia, al sur. Un árbol sano puede alcanzar 40 metros de altura, cuyas amplias y regulares copas se sostienen sobre troncos que pueden superar los 3 metros de diámetro.
En nuestros días, no obstante, apenas sobreviven ejemplares de 5 a 10 metros de altura que apenas producen semillas viables y son incapaces de expandir su presencia sin una intervención humana intensiva. La desaparición de este gigante transformó el imaginario del Este de Estados Unidos, pues su madera (ligera y resistente a la descomposición) se había usado en edificios y mobiliario desde la época colonial.
William Powell inició su proyecto de recuperación en un grupo de árboles jóvenes todavía ajenos a los efectos del cancro en un bosque de Binghamton, en el interior rural del Estado de Nueva York. Si la especie carecía de defensas naturales contra un hongo importado de otro continente, pensó, este mecanismo —esencial para mostrar resistencia contra un hongo presente en toda la biorregión que ocupa la especie— debía importarse de otro organismo.
Acostumbrarse a una pérdida… o inventar una regeneración posible
Varias plantas producen una enzima que las protege de la reacción ácida causada por ataques fúngicos como el del cancro del castaño, así que el equipo de Powell se centró en añadir la enzima resistente al cancro en plántulas de agar flotando sobre una solución en placas de Petri. En 1995, una de las plántulas logradas, nombrada Herb Darling en honor a uno de los mentores de Powell, mostraba un comportamiento prometedor.
En julio de 2012, la supervivencia del castaño americano parecía mucho más próxima cuando Linda McGuigan, botanista del equipo de Powell, logró una plántula de la especie con la enzima integrada, Darling 58, que generaría el árbol esperado. No obstante, tal y como explica Kate Morgan en Sierra, la impopularidad de las variedades genéticamente modificadas (transgénicos), a menudo englobadas en una misma categoría y sin distingos, podría determinar el futuro de Darling 58, el primer castaño americano resistente al cancro que ha decimado la especie desde su introducción.
Varias organizaciones se han opuesto al uso de árboles transgénicos para salvar a una especie icónica, mientras otros organismos, como la American Chestnut Foundation, ha declarado que se requieren todos los métodos viables para emprender un esfuerzo de recuperación de una especie a una escala semejante.
De momento, los vástagos surgidos de la nueva variedad modificada son controlados y sus frutos protegidos para evitar que aves y roedores accedan a ellos. El Departamento de Agricultura (USDA) no se ha pronunciado sobre la petición del equipo de William Powell para desregular la introducción de una especie nominalmente transgénica en el medio natural, con un completo documento de 300 páginas. Sin el permiso, el trabajo con Darling 58 permanecerá circunscrito a la investigación.
Pasear por inmensos castañares en los montes Apalaches
La USDA ha iniciado un proceso de revisión a la que el público estadounidense tiene acceso, que demuestra hasta qué punto la intervención humana directa en técnicas creadas para solventar grandes problemas es un terreno pantanoso para organismos especializados, prensa, ONG y opinión pública. Para muchos, los beneficios superan cualquier riesgo o potencial inconveniente que pudiera causar la introducción, si bien no faltan los detractores de calado, especialmente escépticos con la técnica transgénica empleada.
Quienes apoyan la iniciativa, como los miembros de la Long Now Foundation en San Francisco, argumentan que nuestra especie ha practicado la selección de plantas y la cría selectiva de animales domésticos durante milenios. Las técnicas actuales aceleran procesos ya presentes conscientemente desde la transición desde el paleolítico superior (última etapa de la Edad de Piedra) y el neolítico.
No obstante, la domesticación canina se remonta a la época de máxima extensión del último período glacial (entre hace 30.000 y hace 20.000 años).
Sara Fern Fitzsimmons, directora de restauración de la American Chestnut Foundation, y William Powell coinciden en que el único modo de regenerar el castaño americano pasa por combinar técnicas agresivas que no pueden pasar por la inacción o por soluciones antifúngicas convencionales.
El dilema al que se enfrentan reguladores, expertos y público es uno de nuestro tiempo, en el que examinar las externalidades negativas como excusa para la inacción será uno de los temas recurrentes. Incluso en el caso de que la USDA aprobara el programa de restauración del castaño americano en su hábitat natural con el uso de una especie transgénica a partir de Darling 58 o un árbol de laboratorio similar, los expertos coinciden en que la especie no es una hierba invasiva, sino un árbol de lento crecimiento: los castaños sanos producen muchas semillas, la mayoría de las cuales son ingeridas.
«En 100 años, un castañar podría avanzar una milla a lo sumo», explica Powell.
Entre la escala planetaria y la local
Técnicas como la selección genética, la «edición» genética a través de técnicas como CRISPR o la creación de vacunas con instrucciones para crear proteínas concretas que permitan una respuesta inmune (como las vacunas contra la Covid-19 de Moderna, Pfizer/Biontech o Curevac), abren un nuevo escenario no sólo para la protección contra patógenos, sino en terrenos como la regeneración de ecosistemas.
Sin embargo, con las nuevas posibilidades aparecen también los retos éticos que impidan que una legislación laxa en un ámbito como la recuperación de una especie pueda emplearse en, por ejemplo, la selección genética de embriones humanos a partir de factores que no sean estrictamente médicos. Asimismo, ya hay quienes sueñan con la desextinción de animales y ecosistemas desaparecidos.
Dos expertos en pensamiento a largo plazo, el politólogo afincado en California Jonathan S. Blake y Nils Gilman, director de la revista sobre futurología y pensamiento a largo plazo Noema, abren un artículo conjunto en la mencionada publicación apelando a una posible alternativa para solventar la inacción asociada a los retos complejos, difusos y a gran escala que demandan actuar «a escala de civilización», como expresaría el fundador del fanzine contracultural Whole Earth, eco-pragmático y autor del ensayo «Whole Earth Discipline», el mencionado Stewart Brand.
En opinión de Blake y Gilman,
«Desde el aumento del nivel del mar hasta virus ubicuos, muchos de los problemas de hoy y de mañana son inherentemente planetarios en escala y alcance. Sin embargo, la principal institución de gobierno a la que tenemos que dirigirnos, el Estado-nación, no lo es. La escala de los desafíos es mucho mayor que nuestra capacidad para incidir sobre ellos. Como consecuencia, desafíos planetarios como el cambio climático o las pandemias permanecen descontrolados e incontrolables».
Cuando lo extraordinario se hace corriente
La gran paradoja de estos retos (que inspiran discursos grandilocuentes y acuerdos multilaterales pero invitan a acciones estéticas más interesadas en su efecto de relaciones públicas que en solventar las grandes disfunciones), tienen efectos y constituyen retos que afectan a regiones y poblaciones concretas.
Catástrofes naturales exacerbadas, eventos de clima extremo más habituales y recrudecidos, pandemias asociadas al empobrecimiento de los ecosistemas, el aumento del nivel del mar o un posible cambio brusco de patrones climáticos asociados a corrientes marinas son acontecimientos con los que deberemos familiarizarnos.
Para aprender a convivir con ellos y atenuar su efecto, serán necesarios nuevos diseños descentralizados de sistemas complejos, capaces de suplir las carencias sobrevenidas a raíz de un acontecimiento inesperado a gran escala (un «cisne negro» en el argot contemporáneo, gracias a Nassim Taleb y al poder de la memética), los viejos paradigmas de la eficiencia burocrática y empresarial deberán migrar hacia modelos que tienen en cuenta (y promueven activamente) el uso de redundancias estratégicas, tal y como recuerda el profesor y ensayista canadiense Roger Martin, entre otros.
Mitigación a gran escala, adaptación hiperlocal
Volviendo a la reflexión de Jonathan Blake y Nils Gilman sobre la necesidad de empezar a pensar y actuar de manera expeditiva (con capacidad ejecutiva a partir de consensos suficientes, que serán imposiblemente unánimes) en temas a escala global: la administración de los asuntos mundiales recala todavía sobre las naciones-Estado, incapaces de gobernar con eficacia a escala planetaria o a escala local, precisamente los dos ámbitos donde se jugarán los mayores retos de las próximas décadas.
Asistiríamos, a su juicio, a dos tipos de inacción que pasarán factura:
- bloqueo en lo macro (mitigación): la incapacidad de mitigar el cambio climático, atrapado en una interminable ronda de declaraciones de buenas intenciones que llevarán, a lo sumo, a una acción insuficiente (cuando no a retrasos añadidos como el escepticismo climático, popular entre el conspiracionismo);
- e inacción en lo micro (adaptación): el fenómeno es global, pero los efectos se manifiestan en localidades que padecen incendios recrudecidos (urbes californianas o australianas), inundaciones más severas y habituales (Miami) o desequilibrios en patrones climáticos (grandes sequías u olas de frío en lugares que no habían padecido estos fenómenos, etc.).
Los retos que afronta cada ciudad o zona metropolitana cuenta con aspectos comunes en otras urbes de otras regiones del mundo, pero no necesariamente de la vecindad; por este motivo, la incapacidad para coordinar acciones más allá de las fronteras nacionales (o incluso supranacionales en el caso de la UE) se hará imperiosa:
«Resolver estas crisis gemelas [la que obliga a mitigar y la que obliga a adaptarse, una a escala planetaria y otra en el ámbito local] de gobernanza inefectiva e ilegítima requiere una reestructuración fundamental de nuestras instituciones de gobierno. En particular, requiere despojar al Estado-nación de muchos de sus poderes y funciones de gobernanza, trasladando algunas al ámbito planetario y otras a instituciones locales».
Según este esquema, la evolución de la gobernanza de la Unión Europea iría en la buena dirección pese a la reticencia de los Estados-nación a diluir su poder en una construcción europea con meta cuasi-federalista.
Pero, como demuestra en estos momentos la crisis en el desarrollo, producción y aprovisionamiento de vacunas en la UE, ni siquiera una institución supranacional que engloba a 27 países y casi 450 millones de personas puede ejecutar con efectividad acciones paliativas asociadas a un reto a escala planetaria (pandemia) sin coordinar una acción con Estados Unidos y el Reino Unido.
Crear mecanismos para solventar grandes y pequeños problemas de civilización
¿Pueden las viejas instituciones multilaterales surgidas de conflictos y acuerdos de mínimos en el pasado (Sociedad de Naciones, ONU —y su Consejo de Seguridad—, G7, OTAN, etc.) aportar modelos que permitan una acción más expeditiva a escala «glocal» para mitigar en lo macro y adaptar en lo micro?
La propuesta no es nueva e intelectuales como Bertrand Russell, Albert Einstein, George Orwell, Albert Camus o el propio Jean Monnet habían apelado a una colaboración de este tipo para asegurar la supervivencia de la civilización de nuestra época, si bien ellos asociaron la urgencia ante la amenaza, a finales de la II Guerra Mundial, de la escalada nuclear durante la Guerra Fría.
Más tarde, en 1977, el sociólogo estadounidense Daniel Bell argumentaría que las viejas instituciones ilustradas, empecinadas en que la realidad se adaptara a sus formalidades y no a la inversa, habían promovido soluciones homogéneas para realidades muy distintas durante demasiado tiempo:
«El Estado nacional es demasiado pequeño para los grandes problemas de la vida y demasiado grande para los pequeños problemas».
Blake y Gilman recuerdan que muchos intelectuales de posguerra habían propuesto un «Gobierno federalista mundial», y la Universidad de Chicago demandó en 1948 (la memoria de la guerra, de Hiroshima y Nagasaki estaban presentes) un comité «para trabajar en una constitución mundial»:
«La era de las naciones debe acabar, y la era de la humanidad empezar».
Había llegado el momento, según el manifiesto de la Universidad de Chicago (realizado, recordemos, con la memoria fresca de las atrocidades de la guerra, la Shoah y las detonaciones nucleares sobre la población japonesa) de intentar la fundación de una «república federal mundial», con la intención de crear un gobierno conjunto al que las soberanías nacionales «entreguen sus armas».
Un nuevo marco para pensar con frescura
La idea de un gobierno mundial había empezado con el idealismo propio de la ingenuidad presente en momentos de reconstrucción y reconciliación. En la actualidad, décadas de pragmatismo económico, consumismo exacerbado y ausencia de grandes instituciones o ideologías aglutinadoras, contribuyen a un resurgimiento de las tribalidades nacionales, precisamente el clima de opinión opuesto a los intereses mundiales contemporáneos.
Los tecnófilos de Silicon Valley han popularizado en los últimos años frases como «queríamos coches voladores y nos dieron con límite de caracteres [en referencia a Twitter]». Tras los eventos de la última década, podríamos sustituir esta ocurrencia por otra que se adapta mejor a lo ocurrido en las últimas décadas: queríamos un gobierno mundial y todo lo que logramos fue el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Llegada la hora de la verdad, las grandes declaraciones de principios sucumbieron ante la rivalidad entre civilizaciones de la Guerra Fría y la sustitución de viejas dinámicas de control colonial por mecanismos más sutiles, pero igualmente eficaces de supeditación económica a partir de vehículos como los mencionados BM y FMI.
Lo planetario no se circunscribe a lo «global», un término hoy peyorativo y con un significado tan mezquino como reduccionista. Lo planetario obedece a una definición superior, asociada a conceptos como el de biosfera (James Lovelock y su hipótesis Gaia) o vehículo interplanetario que garantiza nuestra existencia («Spaceship Earth» de, entre otros, George Orwell y Buckminster Fuller), si bien hay quienes proponen una definición superior que se base en la capacidad humana para innovar en momentos de incertidumbre, y no en marcos limitativos como los paradigmas del decrecimiento. Estas son las tesis expuestas, desde distintos ángulos, por el ensayista Charles C. Mann (The Wizard and the Prophet) y el físico teórico David Deutsch (The Beginning of Infinity).
Descolonizar el futuro
Nuestra responsabilidad no se circunscribe a un pueblo, ni siquiera a una civilización planetaria, sino que engloba a toda la vida del planeta y las condiciones ambientales que garantizan su viabilidad, así como un compromiso multigeneracional que, paradójicamente, muchos pueblos ancestrales han sabido apreciar y reconocer con mayor sabiduría que el pragmatismo de kamikazes del corto plazo que nos gusta practicar en la actualidad.
Para avanzar en mecanismos eficaces para mitigar a gran escala y adaptar a pequeña escala, habrá que reconocer primero nuestra miopía y obsesión por el presente absoluto, como si el pasado y el porvenir no tuvieran ninguna importancia al no formar parte del banquete nihilista de la actualidad.
Lanzar el balón hacia el futuro es una técnica a la que debemos dejar de recurrir. A estas alturas, quienes todavía no han nacido nos observan y se preguntan por qué no sembramos los bosques que ellos podrían haber disfrutado en su estado pletórico y centenario.
Si no cambiamos, serán ellos quienes deban asumir todo el coste de nuestra mezquina colonización del futuro.