Leemos sobre el ascenso de la colaboración en las redes sociales. ¿Y si el bienestar y la felicidad se extendieran también siguiendo el patrón de un contagio?
La cultura colaborativa no sólo influye sobre los valores del individuo, sino que también se crean servicios para encontrar métodos de financiación de un negocio, alquilar una habitación, o vender productos de artesanía.
También afecta nuestro comportamiento de un modo profundo y duradero. La felicidad, dice un estudio conducido durante dos décadas entre miles de personas, es contagiosa, si por contagio entendemos la influencia de un individuo sobre una o más personas hasta el punto de modificar en profundidad su estado de ánimo.
Lo que compartimos con amigos, conocidos, saludados y desconocidos
Todos hemos observado cómo el bostezo, la risa, el sueño, el nerviosismo y determinados gestos influyen sobre las personas que comparten un mismo espacio físico. El carácter contagioso de los comportamientos va más allá: afectan no sólo las personas con las que interaccionamos, sino aquellas con las que nuestras relaciones han tenido contacto.
Podemos, por tanto, sentir la influencia -o encomendar- una actitud positiva (bienestar, felicidad); pero también ocurriría lo mismo con actitudes negativas y adicciones, no sólo de los individuos con que interrelacionamos, sino de los amigos y familiares de estas personas, aunque no hayamos compartido un instante con ellas.
La felicidad es contagiosa (también lo son fumar, la obesidad y el sobrepeso)
La cultura colaborativa no sólo se ciñe a las transacciones (de ideas -buenas, malas y pésimas-, bienes y servicios, prejuicios, etc.). Los estudios a largo plazo confirman que nuestras relaciones no sólo afectan nuestras ideas y valores, sino también nuestro estado de ánimo, e incluso enfermedades y adicciones.
Por ejemplo, fumar, el sobrepeso y la obesidad pueden extenderse entre las personas del mismo modo que lo hacen los contagios, o tal y como una idea o transacción sigue su curso en la cultura colaborativa fomentada por Internet.
No sólo las adicciones y enfermedades son contagiosas, afirma un estudio de 2008, llevado a cabo en 4.739 personas durante 20 años de su vida, desde 1983 a 2003: también la sensación de bienestar que llamamos felicidad se transmite y está interrelacionada con nuestra red social, en la calle y en Internet.
¿Existe la felicidad colaborativa?
Recurriendo al argumento recurrente de la literatura con héroes y heroínas individualistas, el ser humano puede labrarse su propio futuro, siempre y cuando sus convicciones y fuerza de voluntad sean tan consistentes como las de Howard Roark, el joven y corajudo arquitecto de El manantial, protagonizado en la versión cinematográfica de la novela de Ayn Rand por Gary Cooper.
Howard Roark, un arquitecto impelido hacia el fracaso cuya voluntad le permite triunfar en un sector dominado por los intereses oligárquicos, sigue sus principios hasta sus últimas consecuencias y se niega a construir edificios que no sean como los que él concibe.
Ayn Rand se inspiró en Frank Lloyd Wright para crear a su talentoso arquitecto. El personaje logra su bienestar pese a afrontar un entorno hostil, dominado por las barreras, el corporativismo, el oscurantismo, la falta de palabra y otros escollos con consecuencias negativas para la autoestima de cualquier persona.
En El manantial, la relación entre Roark y el editor del diario imaginario The Banner, así como la mujer de este último, son un elogio de Ayn Rand a los principios de la búsqueda de la felicidad mediante el tesón individual, incluso en momentos de pesimismo colectivo y populismo. Una versión modernizada del “Impedimento non mi piega” de Leonardo da Vinci.
El manantial a contracorriente
¿Podría Howard Roark florecer en una situación como la descrita por Ayn Rand, con un entorno social tan negativo y pesimista como el actual influyendo sobre él a diario? Ningún estudio es capaz de responderlo, pero puede ofrecer pistas al respecto: si la felicidad es contagiosa, lo es también la desdicha. Hay que ser un hueso para salir del negativismo predominante y salirse con la suya.
Las buenas noticias: del mismo modo que el pesimismo parece ser contagioso, también lo es la felicidad. Y no se trata de un mero dicho o creencia infundada. Según Nicholas A. Christakis, sociólogo médico de la Universidad de Harvard, la felicidad es contagiosa y se extiende entre amigos, vecinos, hermanos y esposas como lo hace la gripe.
Nicholas A. Christakis condujo en 2008 un ambicioso estudio publicado en British Medical Journal y citado por The Washington Post y The New York Times, entre otros medios.
La emoción se expande como los virus
El estudio de Christakis será recordado como la primera investigación a gran escala que muestra cómo la emoción puede expandirse entre colectivos de personas que a menudo ni siquiera se conocen entre ellas.
En la naturaleza, el contagio no está sólo relacionado con las enfermedades. Las ondas en un estanque o las hercianas, la estampida de un grupo de animales o el seductor vuelo coordinado de los estorninos durante una murmuración, son otros ejemplos de contagio, o representaciones a simple vista de interacciones que empiezan en el universo a escala atómica.
Abandonando las escalas atómica y universal y volviendo a la realidad que nos permite disfrutar de una murmuración de estorninos (o al menos ver algún vídeo sobre ello en Internet), el estudio coordinado por Nicholas A. Christakis debería alertarnos de cómo el comportamiento humano está íntimamente relacionado con lo que observamos en nuestros iguales.
Nuestra felicidad aumenta las posibilidades de dicha de nuestro entorno
Nicholas A. Christakis y el coautor del estudio, James H. Fowler, profesor de ciencias políticas de la Universidad de California en San Diego, analizaron distintas variables cotidianas de 4.700 personas a lo largo de 20 años.
Documentaron que las personas que proyectan su patente bienestar a su entorno aumentan las posibilidades de que alguien de su entorno sea feliz (entendiendo “felicidad” como el estado anímico descrito en términos sociales, psicológicos y clínicos por la psicología positiva y psicología humanista).
Los autores del estudio sobre el supuesto carácter contagioso de la felicidad comprobaron que esta capacidad de influencia no se frena en la influencia directa de un individuo sobre otros, sino que alcanza un grado de separación y puede afectar a las relaciones de la persona influida.
Lo que Christakis y Fowler sugerían con su estudio era que el contagio del bienestar mesurable actuaba, en efecto, como un virus (o como la murmuración de los estorninos, una estampida, o las ondas de un estanque, o la división celular).
Cuando decimos que alguien o algo ha afectado nuestro humor
La constatación del estudio es tan sorprendente como inquietante. Para coger una gripe de cuidado, nos basta compartir pupitre, la cola del médico o un trayecto de metro con una persona contagiada. ¿Sugieren estos dos investigadores que los comportamientos positivos que observamos durante nuestro discurrir cotidiano tienen un efecto inmediato tan radical?
“Uno tiende a pensar que su estado emocional depende de sus propias elecciones, acciones y experiencia. Pero también depende de las decisiones, acciones y experiencias de otras personas, incluida la gente con la que no estamos directamente conectados. La felicidad es contagiosa”.
Nicholas A. Christakis nos despierta de nuestro sueño libertario y lo matiza, recordándonos que somos animales sociales y que no alcanzaremos un bienestar duradero sólo con nuestra fuerza de voluntad, principios y perseverancia (la parte fundamental de lo que la psicología positiva llama felicidad, y Abraham Maslow sintetizó en la pirámide de las necesidades).
El bienestar interior contra meros cambios ambientales
Howard Roark, el individualista arquitecto de El manantial, se habría visto afectado por el negativismo de su entorno. ¿O quizá habría contagiado su voluntad positiva y bienestar interior, basado en los principios y la perseverancia?
Si tenemos en cuenta que Jimmy Wales, fundador de Wikipedia, objetivista y declarado admirador de la novela de Ayn Rand, una de las fuentes de inspiración de su vida, quizá Roark se hubiera salido con la suya, extendiendo su obcecada energía positiva a su entorno más inmediato.
Y para ser la invención de un libertario objetivista declarado como Jimmy Wales, Wikipedia es el paradigma de la cultura colaborativa actual.
Uno de los medios más respetados de Internet, que ha demostrado que el voluntariado de miles de personas puede erigir un servicio enciclopédico con vocación universal y una “fuerza positiva” por antonomasia, creado por alguien convencido de la incansable energía del individuo para labrar su propio camino.
La infelicidad es “menos infecciosa” que la felicidad (estudio)
Siguiendo con el estudio sobre el carácter contagioso de la felicidad conducido por los profesores Christakis y Fowler: se concluye que la actitud positiva de una persona puede afectar a otra hasta un año, mientras el carácter infeccioso de la “infelicidad” -que también se transmite de persona, según la investigación- es muy inferior.
En la actualidad, son las actitudes negativas que relacionamos con la desdicha las que se imponen de persona a persona. La información que llega desde los medios, así como la inseguridad laboral o la percepción de penuria económica, el miedo a empeorar, etc., han calado hondo, según las encuestas publicadas en Europa (institutos estadísticos regionales y de cada país, así como Eurostat) y Estados Unidos (estudios independientes, estatales y federales).
Tanto si se trata de sentimientos de felicidad como de desdicha, el comportamiento social de estos condicionantes, similar al de un virus, colisiona con la idea de la Ilustración tomada de la filosofía greco-romana: usando la razón y el interés propio, el individuo puede labrar su propia felicidad.
Nuestro bienestar, en cambio, tiene un carácter más infeccioso de lo pensado hasta ahora, menos relacionado con los incentivos económicos de lo que también se pensaba. En el experimento, cuando una persona en la red se hacía feliz, las posibilidades de que alguna de sus relaciones (un amigo, pariente, pareja, vecino) también aumentara su bienestar aumentaban entre el 8% y el 34%.
Los amigos de mis amigos de mis amigos
El efecto era patente, siempre según el estudio de Christakis y Fowler, en hasta 3 grados de separación, aunque el efecto descendía progresivamente hasta desaparecer por completo. De ser consistentes, estos resultados demuestran el poder de las redes sociales.
Al haber empezado antes de que existieran las redes sociales por Internet y justo cuando Internet iniciaba su andadura, el estudio no se refiere en concreto a si las redes sociales no presenciales tienen efectos similares.
Habrá que esperar a artículos científicos publicados sobre ello, pero el auge de la economía colaborativa y la incidencia de las redes sociales de Internet sobre fenómenos económicos y sociales aportan pistas sobre su importancia.
Nicholas A. Christakis y James H. Fowler habían llevado a cabo un estudio similar sobre obesidad, con resultados similares: los condicionantes que conducen a padecer esta dolencia parecen extenderse de persona a persona, como ocurre, también según este estudio anterior, con la adicción al tabaco o -más interesante por su carácter positivo- dejar de fumar.
Revuelta emocional tranquila
Volviendo al estudio publicado en British Medical Journal en 2008 sobre el carácter contagioso de la felicidad, Nicholas A. Christakis expone que “existe una especie de revuelta emocional tranquila que tiene lugar y toma vida sin que las propias personas sean conscientes de ello. Las emociones tienen una existencia colectiva, no son simplemente un fenómeno individual”.
Según el coautor del estudio James H. Fowler, “si el amigo de tu amigo logra hacerse feliz, ello tiene un mayor impacto sobre tu felicidad que poner 5.000 dólares adicionales en tu bolsillo”. De ahí que el artículo editorial de la revista BMJ que publicaba el artículo calificaban el estudio de “innovador”, aunque reconocían que “es necesario verificar en futuros trabajos la presencia y fortaleza de estas asociaciones”.
Sorprendentes afirmaciones como la de Fowler atrajeron el interés de la comunidad científica hacia la pareja de investigadores, con alabanzas y críticas a su metodología por igual. Entre las alabanzas, destaca la de Daniel Kahneman, profesor emérito de psicología en Princeton Daniel Kahneman y Premio Nobel, quien declaró que se trataba de un trabajo extremadamente importante.
Críticas y reservas ante el estudio sobre la felicidad contagiosa
Otros, como el economista de la Universidad de Wisconsin Steven Durlauf, creen que el estudio de 2008 detecta un interesante fenómeno contagioso de determinadas actitudes sociales, pero no prueba que la gente sea más feliz debido a sus contactos sociales u otras variables.
Las críticas de Ethan Cohen-Cole, economista del Federal Reserve Bank de Boston, y Jason M. Fletcher, profesor asociado en la Universidad de Yale, publicaron poco después en la misma British Medical Journal un artículo donde se criticaba la metodología usada por el equipo Christakis-Fowler, si bien reconocían que es posible hablar de contagio social en el acné, el dolor de cabeza y la estatura.
“Los investigadores deberían ser cautos al atribuir una correlación entre el estado de salud de amigos cercanos y posibles efectos en redes sociales”.
Elegir con quién pasamos nuestro tiempo (eudemonismo, estoicismo)
¿Es la felicidad contagiosa? ¿Qué habría pensado Howard Roark, el arquitecto de El manantial, arquetivo del objetivismo, al leer en la prensa el resumen de los resultados de un estudio que confirman el carácter contagioso de la felicidad?
Según la psicología positiva y sus raíces en la filosofía clásica (tanto el eudemonismo aristotélico como, posteriormente, el estoicismo), uno de los principales mandatos de una filosofía de vida coherente es elegir cuidadosamente con quién pasar el tiempo y de quién sentirse influido.
Como Aristóteles, los estoicos admitían que, si bien cultivar la razón y la virtud consistía en entrenar la conciencia para evitar sentirse afectados contra las emociones negativas, es humano verse influido por nuestro entorno.
Comprobamos a diario cómo la información económica o deportiva afecta nuestro estado de ánimo diario o autoconfianza.
Mantener las convicciones incluso en “época de contagio”
Por eso, es fácil sentirse atraído por el poder de sugestión de ideas como el objetivismo de el protagonista de El manantial o Jimmy Wales, dispuestos a combatir emociones e influencias negativas usando el trabajo duro, la razón y la fuerza de voluntad. Una actitud, al fin y al cabo, cercana a la filosofía de vida que se enseñaba en las escuelas greco-romanas.
El proyecto *faircompanies partió de una actitud similar a la que tiene Howard Roark con la arquitectura, o que permitió a Jimmy Wales crear Wikipedia; lo explico en la sección “sobre *faircompanies“. Wales ha explicado: “creo que una de las cosas principales que es muy aplicable a mi vida hoy en día es la virtud de la independencia -es la visión”.
“Si conoces la idea sobre Howard Roark -prosigue Jimmy Wales-, el arquitecto de El manantial, quien tiene una visión de lo que quiere conseguir y, sabes, hay un momento en el libro en el que está frustrado en su carrera, porque la gente no quiere construir el tipo de edificios que él quiere construir”.
Y Roark se plantea un dilema difícil de resolver: comprometer su integridad o abandonar la arquitectura. Decide mantenerse íntegro y hacer las cosas a su manera o esperar a otras oportunidades. Por ello, se tiene que ir a trabajar a una cantera hasta que llega su oportunidad.
Individualistas que influyen incluso en circunstancias adversas
Si Jimmy Wales se hubiera conformado con el proyecto anterior al emprendido finalmente, el mundo se habría perdido el fruto de su obcecada imitación de la actitud vital de Howard Roark.
Por mucho que la felicidad (y la infelicidad) tengan cierto grado de contagio, como aseguran algunos estudios, la voluntad humana sigue siendo un arma poderosa, sobre todo en los momentos difíciles, cuando predominan las emociones colectivas con un cierto sabor derrotista.
Si el bienestar es tan contagioso como la desdicha, qué mejor momento para contagiar nuestro entorno con la esperanza de nuestra cotidianeidad.
Sin música de fondo ni actitudes heroicas impostadas, qué hay más poderoso que una persona compartiendo su propia dicha, sugiriendo sin estridencias que el bienestar es un propósito moral que merece la pena perseguir, que trabajar en lo que uno cree sienta bien.