A menudo nos definimos por nuestras lecturas, la música que escuchamos, el contenido de nuestro armario ropero, y otros ideales estéticos. Y, si hay un servicio de Internet que nos ha recordado que nos definimos por nuestros gustos, se trata de Pinterest, servicio para compartir imágenes.
Pero sitios como Pinterest tienen un riesgo para el usuario: un uso excesivo o falto de objetivos claros produce frustración, invita a perder el tiempo y a posponer otras tareas. Algo así como perder una tarde deambulando por tiendas atestadas en la época de rebajas.
Bien usados, los servicios para descubrir y compartir entre usuarios objetos descubiertos en Internet nos ayudan a afinar la puntería en lo que queremos, por qué, cuándo, etc.
El armario ropero y la independencia emocional
Hoy, mientras caminaba a comprar unos pantalones, que al final he pospuesto, he evocado las virtudes y riesgos de los servicios de curación de fotos y vídeos como Pinterest, así como la importancia de actitudes que cuesta cultivar:
- aprender a apreciar lo que ya tenemos;
- priorizar la gratificación aplazada pese a los cantos de sirena de la gratificación instantánea (compra impulsiva, por ejemplo, o el precio extra de “tener algo ya” que, debido al proceso de adaptación hedónica, dejamos de apreciar una vez conseguido);
- tener criterio para ser coherentes con lo que queremos/necesitamos y así evitar frustraciones.
Pinterest: el servicio de “curadores” amateurs
La idea no es nueva; los navegadores permiten guardar direcciones desde sus inicios, y servicios como Delicious profundizaron en la idea.
Pero Pinterest se usa sin esfuerzo, aporta un toque visual y hace que guardar y compartir objetos de Internet sea una tarea sencilla, gratificante y competitiva: los usuarios con colecciones más populares obtienen cierto reconocimientos en este Delicious para fotos y vídeos, de un modo similar a quienes hacen y comparten fotos usando Instagram.
Al principio, el servicio pasó sin pena ni gloria, ya que su gracia consiste en toparse, a medida que uno lo usa, con los objetos que otros han agregado a su perfil público. Y, cuantos más curadores de imágenes y mejores, más interesante es el servicio.
Lo que ha demostrado Pinterest es que Internet no transforma nuestro comportamiento, sino que facilita o acelera comportamientos y transacciones que casi siempre suceden en la vida real.
De la sociedad de la necesidad a la del deseo
Otra cosa es reflexionar cómo la sociedad opulenta y de amplias clases medias surgida en Occidente después de la II Guerra Mundial pasó de una sociedad con una “cultura de las necesidades” a otra con una “cultura del deseo” y qué tendencias facilitaron estra transformación, creando la cultura del consumo de masas de bienes y servicios, cada vez más asequibles y menos duraderos (obsolescencia programada).
El documental de BBC The Century of the Self (literalmente, el siglo del ego), sugiere cómo sucedió este cambio; básicamente, los hallazgos sobre las emociones humanas y el subconsciente de Freud y su escuela filosófica pasaron de su uso propagandístico a un uso civil, con la disciplina de las “relaciones públicas” (fruto del trabajo en Estados Unidos del sobrino de Freud).
Riesgos de abrazar las filias y enterrar las fobias
Internet está produciendo un cambio de paradigma tan profundo como la transformación desde la cultura de las necesidades objetivas a la del deseo.
La racionalidad y su antagónico se amplifican en un medio donde uno puede alimentarse sólo de filias, personalizando lo que quiere visitar, y enterrar las fobias (ignorándolas), con los riesgos que ello acarrea.
Pinterest puede es algo así como el paraíso gráfico de los intereses-nicho: arquitectura, música, ropa, coches de época, peonzas, imágenes de época, minimalismo, vida sencilla… Lo que se nos ocurra.
Encontrar lo relevante entre el ruido
Algo así como acudir en la vida real a tiendas bien curadas, cuyo regente sabe lo que elige y expone a sus acólitos, con la diferencia de que no hace falta moverse de la pantalla y cualquiera puede ser un “curador” de cualquier tipo de temática o colección.
Como en todos los servicios que se hacen populares, en Pinterest reinan el ruido y la falta de coherencia; también, por qué no, los ideales estéticos más superficiales, diluidos, faltos de sesera, hedonistas.
De vez en cuando, aunque ocurre en este servicio con mayor facilidad que en otros, uno encuentra usuarios con carpetas muy interesantes sobre las temáticas más inverosímiles.
Contrastando nuestros ideales
Hace unas horas, caí en las carpetas de Pinterest sobre prendas de ropa de dos usuarios del servicio que no conozco de nada. Viven a miles de kilómetros y apenas conozco sus nombres; eso sí, en estas carpetas he detectado una cierta conexión, no sólo en ideales estéticos, sino filosóficos.
Hace unos años, Internet no parecía el sitio donde uno pudiera mostrar matices como su visión del mundo, ya que la cosmogonía personal tiene que ver con nuestra historia personal e incluso la de nuestros familiares y antepasados, nuestro entorno socio-cultural, nuestro bagaje y tantas otras cosas.
Ahora, con el uso intensivo de teléfonos inteligentes y servicios sociales, nuestro perfil en Internet es una extensión más de nuestra cosmogonía, y en la Red también mostramos cuáles son nuestros gustos, colores preferidos, la cantidad y coherencia del fondo de nuestro armario, etc.
En busca de una coherencia personal: nuestro propio armario
Hace ya algún tiempo, tanto Kirsten como yo grabamos un par de vídeos acerca de la visión de cada uno de nosotros de la función del armario ropero. Coincidimos en muchas cosas, aunque cada uno conserva sus particularidades.
Como explico en este vídeo, las restricciones (económicas, de tiempo y energía) han jugado un papel tan importante como los ideales estéticos o mi bagaje personal para confeccionar mi armario ropero.
Defino el fondo de mi armario ropero como frugal, con pocas prendas, con materiales resistentes y de calidad, con formas y colores sobrios para evitar que se pasen de moda a medida que avanzan las estaciones, las temporadas, los supuestos “estilos”.
Ejemplos mundanos: un armario frugal
En este armario, el traje que usé para casarme sigue jugando un rol importante; es un traje caro, de diseñador, pero sobrio y de corte clásico, que garantiza su vigencia durante lustros (si no décadas), siempre que mi cuerpo no se transforme radicalmente.
Ocurre lo mismo con prendas más mundanas, pero cruciales, ya que las uso a diario: camisetas, un par de suéteres, un par de tejanos, zapatos, zapatillas deportivas, zapatillas de correr, un cinturón, un par de chaquetas y poco más. Me decanto por diseños duraderos y reconocibles en la prenda interior, para evitar su extravío cuando viajamos, algo que hacemos a menudo por cuestiones profesionales y familiares.
Suelo repetir prendas de ropa: modelos similares o idénticos de camisetas, zapatos, zapatillas deportivas, cinturones, gafas. Colores también parecidos o idénticos. Lo que algunos definirían como sosería me ahorra un tiempo precioso, como fundador de este sitio, padre de tres hijos y lector habitual de libros y revistas, algo melómano, etc.
Posponer una compra
Después de mucho tiempo, hoy he dedicado un rato a acudir a la tienda a comprar unos pantalones tejanos; conocía modelo, color y talla, pero no era el momento de adquirirlos.
Mientras comprobaba su precio, que me ha hecho reflexionar sobre mantener un poco más el par de tejanos que conservo, he recordado las reflexiones sobre ropa y diseño que Kirsten y yo hemos tenido desde los inicios de *faircompanies.
Aprendiendo de la experiencia (personal y de otros)
Nuestra visita y estudio de compañías que optan por prendas que duran y no se pasan de moda, aunque sean más caras, además de optar por tejidos locales y/o sostenibles, desde la firma de ropa técnica californiana Patagonia (artículo, vídeo y fotogalería) a la especialista, fabricante de tintes naturales e impulsora de la iniciativa Fibershed, Rebecca Burgess (artículo, vídeo y fotogalería), ha contribuido a mi cosmogonía y, probablemente, ha enriquecido unos gustos probablemente marcados.
Aunque nuestra economía necesite compradores y algunas de las empresas más innovadoras se encuentren en el campo de la distribución textil y hayan popularizado el término fast fashion, mi comportamiento con la ropa -será la edad, quizá la paternidad, ambas cosas o ninguna de las dos- bascula entre los ideales que imagino para el veterano diseñador inglés Paul Smith, y el mostrado durante toda su vida por el informal y coherente Steve Jobs.
Más que por la predilección del desaparecido Jobs por éste o aquél diseñador (en su biografía, Walter Isaacson explica que Jobs tenía tan claro su gusto por el corte intemporal y la simpleza áspera del ideal oriental wabi-sabi, que compró a Issey Miyake las prendas que usaría a partir de entonces).
Además, claro, de sus camisetas negras, tejanos y sus zapatillas deportivas, aunque esa parte de la historia la conoce ahora probablemente una buena porción de la población mundial.
Compra reflexiva vs. compra impulsiva
Si, para nosotros, usar Pinterest o comprar una prenda de ropa no es un mecanismo de gratificación instantánea, sino una decisión premeditada, sosegada y surgida de una visión a largo plazo, coherente, “ir de compras” pierde su carácter de compra impulsiva.
Algo que ocurre, exponen los filósofos clásicos (eudemonismo de Aristóteles, estoicismo de Séneca o Epicteto, etc.) o los especialistas en la psicología humanista iniciada por Abraham Maslow, cuando apreciamos lo que tenemos y comprobamos los beneficios de aplazar gratificaciones, evitando el impulso.
Para ellos, la única manera de combatir el curioso fenómeno de desear algo hasta que lo tenemos, lo que acto seguido nos hace desear algo nuevo y olvidar lo adquirido, al que los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein llaman adaptación hedónica, es reforzando nuestros mecanismos racionales para apreciar lo que ya tenemos.
Adaptación hedónica
La rueda giratoria hedónica (“hedonic treadmill“) tiene efectos secundarios: para nuestra economía, autoestima, etc. Pero comprar bienes no siempre es contraproducente, ni deberíamos sentirnos culpables por renovar el vestuario.
En mi caso hoy, no obstante, se ha impuesto lo que considero un acto de gratificación aplazada: sigo pensando que necesito unos tejanos, de los que conozco modelo, color y talla, pero para los cuales no destinaré ahora mucho dinero ni tiempo (buscándolos en otro sitio, etc.). No es una prioridad, y tendrán que esperar. No contemplo otras prendas para el ropero.
Así que, si has visto este vídeo, el armario sigue más o menos como entonces. Corro a diario, por lo que necesito, al menos, unas zapatillas deportivas nuevas al año para evitar lesiones con modelos especialmente gastados.
Lo básico
En mi ideal platónico de zapatillas deportivas, el calzado para correr más apropiado, sano y minimalista es el que no existe. Correr descalzo, en definitiva.
Pero se trata de un ideal, una filia personal, el fruto de la lectura de un ensayo y la investigación para escribir un par de reportajes sobre la materia, así como la opinión de algún amigo que lo ha probado.
La convicción de que Mark Twain tenía razón cuando sentenciaba: “la ropa más refinada es la propia piel de una persona, pero, por supuesto, la sociedad exige algo más que ésta”.
La prioridad no tiene que ser lo superficial
Pese a ello, sigo comprando (y gastando) unas zapatillas deportivas al año. No cambio demasiado mi armario ropero, pero no por ello lo considero desmerecido, o propio de alguien sin recursos, un infeliz que debería estar protestando en la calle por no tener ni tiempo ni ganas de llenarlo con flamantes prendas nuevas, cuanto más relucientes y efímeras mejor. No funciona así.
Realizaba esta reflexión mientras caminaba desde una de las calles comerciales céntricas de Barcelona a casa, en el Barri Gòtic de la ciudad, después de dejar a mis hijas en el colegio por la tarde (intentaba aprovechar la nula afluencia de compradores a esas horas).
Tras haber entrado en una tienda e ido a por los pantalones concretos, sin divagar ni perder tiempo en otros, me he ido sin comprarlos. Un paseo que no considero una pérdida de tiempo, que apenas ha restado media hora de la jornada, recuperada más tarde mientras escribo esto.
Y paseando hacia casa se ha forjado la entrada que ahora lees, que he podido escribir casi al dictado.
En cuanto a la última reflexión apuntada en la lista del principio de la entrada (tener criterio para ser coherentes con lo que queremos/necesitamos y así evitar frustraciones), he evocado el concepto de “capsule wardrobe“, acuñado en los años 70 pero con más sentido que nunca en la actualidad.
Capsule wardrobe e introspección
Susie Faux, dueña de la boutique londinense Wardrobe, definió un “capsule wardrobe” (armario-cápsula) como una colección de un puñado de prendas esenciales que nunca se pasan de moda, tales como faldas, pantalones y abrigos de calidad y aspecto intemporal.
Pocas prendas, sobrias, intemporales, de calidad, bien elegidas, contra la compra impulsiva. Formas y patrones clásicos, con una escala de colores que nos siente bien y con la que estemos cómoda.
El escritor y filósofo trascendentalista Henry David Thoreau, autor de Walden, sentenció: “Desconfía de cualquier empresa que demande ropa nueva”.
Acabo con el estoico Epicteto: “Averigua, en primer lugar, quién eres; y entonces aderézate en consecuencia”.