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Base científica vs. opinión pública: combatir estereotipos

Aunque medios y redes sociales nos bombardeen con la impresión contraria, el mundo es más seguro, pacífico y próspero ahora que hace unas décadas (Nueva York en los 70 y 80, sin ir más lejos), y tanto en el mundo desarrollado como en el emergente han descendido delitos, agresiones u otros factores de riesgo como accidentes de tráfico o laborales.

Pero el descenso de delitos y accidentes, paralelo al aumento de la riqueza relativa (sí, también la riqueza, pese a que recordemos como un mantra repetitivo los efectos permanentes, económicos y anímicos, de una recesión que no se fue del todo y de la inseguridad) y la esperanza de vida, parece evolucionar de manera inversamente proporcional a la percepción del riesgo y los temores de la opinión pública.

Aunque no nos guste, los números no pueden tergiversarse con percepciones (sí pueden silenciarse, o sepultarse bajo toneladas de otra información; y luego están las “encuestas”, algo así como la cocina de la abuela).

Por qué los niños ya no caminan a la escuela ni juegan solos

En Estados Unidos, que tras la II Guerra Mundial expandió sus suburbios unifamiliares de clase media y, por tanto, descendió la densidad urbana a la vez que aumentaba la distancia hasta la escuela, hace medio siglo más de la mitad de los niños acudía andando al colegio. 

Hoy, el porcentaje es muy inferior y, quienes acuden andando, lo hacen en compañía de padres, parientes o cuidadores. ¿Por qué ha descendido dramáticamente el número de niños que acuden andando a la escuela, cuando psicólogos y médicos recomiendan este tipo de trayectos para integrar como algo cotidiano el ejercicio, la socialización y la inteligencia emocional (orientación, psicomotricidad, educación viaria, etc.)?

Cuando los padres actuamos según sutiles prejuicios infundados

¿Podría deberse este descenso al aumento de delitos a menores?; ¿acaso al aumento de la inseguridad?; ¿o se trata, quizá, de una epidemia de abusos y secuestros? Los números hablan de lo contrario: de media -luego, habría que analizar casos particulares y constatar que, en efecto, hay entornos mejorables-, las calles y cruces de ciudades y suburbios jamás habían gozado de la seguridad y respeto de las señales viarias que conductores y viandantes realizan actualmente.

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Pero, como nos ha recordado en estas últimas semanas el caso del descenso de niños vacunados en lugares como California debido a viejos estudios refutados que ligaban vacunas con autismo, o -peor aún- a creencias y leyendas urbanas que carecen de fundamento científico, la realidad fundamentada en datos no siempre se corresponde con la opinión mayoritaria y subyacente de la sociedad.

Propuesta de juego: confrontando estereotipos con realidad

El desfase entre la opinión mayoritaria de la población sobre temas candentes como seguridad pública, desigualdad o inmigración y lo que muestran los datos no implica que la ciudadanía haya dejado de creer en la ciencia, o al menos en la idea de ciencia, pero tanto medios como opinión pública muestran resistencia ante hallazgos que contradigan viejas opiniones o estereotipos.

Por ejemplo:

  • estereotipo: los niños no pueden ir caminando al colegio como en los 50 y 60 porque la calle es mucho más insegura y serían secuestrados o padecerían algún daño. / realidad: las posibilidades de padecer un ataque o accidente de camino a la escuela son muy inferiores hoy (puede ocurrir, obviamente, pero hay muchas menos probabilidades matemáticas);
  • estereotipo (Estados Unidos): hay que mantener cerrada a cal y canto la frontera con México porque los inmigrantes procedentes de México son el grupo mayoritario entrando en la actualidad. / realidad: los mexicanos han dejado de emigrar -legal o ilegalmente- a Estados Unidos, a menudo gracias a las mejoras en su propio país, mientras ha aumentado exponencialmente el porcentaje de asiáticos inmigrando a Estados Unidos -al sur del Río Grande, son los Centroamericanos quien tratan ahora de cruzar la frontera, y no los mexicanos.
  • estereotipo: las vacunas infantiles no son del todo efectivas y, además, representan un riesgo para la salud del niño o incluso autismo en casos extremos. / realidad: la vacunación infantil es uno de los casos de éxito más espectaculares de la medicina moderna y gracias a su universalización, la mortalidad infantil en los países desarrollados es testimonial; un estudio que relacionaba vacunación infantil con autismo ha sido refutado por la ciencia, pero muchos siguen creyendo en lo que leyeron hace unos lustros (o, peor aún, en lo que les han contado).

Por qué la generación más próspera y educada no vacuna a sus (por otro lado sobreprotegidos) hijos

A diferencia de lo que podría conjeturarse, los niños no vacunados en lugares tan prósperos y con niveles educativos tan elevados como la bahía de San Francisco, no pertenecen a las familias más desestructuradas y con menos recursos: el porcentaje de vacunación infantil es especialmente bajo entre los hijos de quienes trabajan en las principales empresas de Silicon Valley (gráfica de Wired).

Informaciones sobre acidificación de los océanos, impacto de los hidrocarburos, la peligrosidad relativa para la salud de energías como el carbón y la nuclear (la combustión de carbón mata cada año a miles de personas, mientras la energía nuclear no mató siquiera a los trabajadores de Fukushima, a excepción de un operario que ya padecía cáncer), o evolución del clima y el efecto invernadero muestran, una vez más, la dicotomía entre estereotipos (sesgo, leyenda urbana, etc.), por un lado; y la realidad, compleja y cambiante, por otro.

Sobre la dificultad histórica de combatir estereotipos que se acomodan a prejuicios 

Los estereotipos, comprobamos, se enquistan en la realidad, debido a menudo a antiguas realidades y acontecimientos que han evolucionado, corroboradas por la ciencia. No obstante, la realidad cambiante no es interiorizada por la opinión pública, que sigue aferrándose a lo ocurrido o difundido hace años o, a menudo, hace décadas (en casos extremos, hay leyendas urbanas que se remontan a siglos atrás).

¿Quién tiene la culpa del desfase entre lo que demuestra la ciencia y la creencia mayoritaria de la sociedad, demostrado recientemente en Estados Unidos con una encuesta de Pew Research?

Las redes sociales y su capacidad amplificadora -también de creencias, prejuicios, calentones momentáneos relacionados con la visceralidad de un sentimiento o acontecimiento, y leyendas urbanas- no son el único fenómeno que explicaría por qué percibimos un mundo más pobre, frágil e inseguro, en lugar de observar sus matices, la mayoría de ellos positivos.

Entendiendo el escepticismo científico contra mensajes apocalípticos y supersticiones

Nassim Nicholas Taleb, profesor experto en probabilidad e incertidumbre y autor del ensayo El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, recuerda que incluso los periodistas especializados en información científica (responsables de explicar en lenguaje llano sus hallazgos y mostrar por qué importa saberlo), se comportan como la propia opinión pública: informan sobre información de consenso, penalizando el escepticismo y la duda.

Como un representante actual de Michel de Montaigne (ilustre escéptico y creador del ensayo moderno), Taleb explica que la propia ciencia surge del escepticismo y la incertidumbre, avanzando casi siempre refutando antiguos consensos y creando nuevas hipótesis y ensayos empíricos.

Si los periodistas científicos son incapaces de entender de dónde parte la misma ciencia y en qué se fundamenta el escepticismo científico, difícilmente proyectarán informaciones que expongan hallazgos científicos y su relación con la cotidianidad del propio lector.

Leyendas urbanas sobre el agua potable

Joel Achenbach se propone en un artículo de The Washington Post explicar “por qué la ciencia es tan difícil de creer”.

El artículo explica cómo ideas y leyendas urbanas, a menudo difundidas por los medios, acaban afectando políticas públicas como el suministro de agua potable en una ciudad como Portland, Oregón. 

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Cuando técnicos y científicos rebaten con información comprobable la creencia popular, la respuesta de líderes de opinión y activistas es a menudo de incredulidad, a menudo alegando teorías conspirativas.

El artículo constata que “vivimos en una era en que todo tipo de conocimiento científico -desde la inocuidad de pequeñas cantidades de fluoruro en el agua potable a las vacunas, pasando por el cambio climático- se enfrenta a una organizada y a menudo furiosa oposición”.

Cuando la NASA tuvo que esconderse

Joel Achenbach menciona a continuación la película de ciencia ficción Interstellar, ambientada en un futuro distópico en que la humanidad debe buscar otros mundos para sobrevivir, donde los libros de texto de las escuelas explican que el alunizaje de 1969 había sido un montaje y donde la propia NASA debe operar en secreto debido a la feroz oposición de la opinión pública.

Interstellar es, de momento, un futuro fantástico, distópico. Pero las distopías, como ejercicios de lo esperpéntico, nos enfrentan a nuestros propios comportamientos y temores, distorsionándolos para aumentarlos de tamaño y/o caricaturizarlos.

Ello explicaría por qué es más probable morir a corto plazo debido a comer poco saludable (dietas ricas en grasas, azúcares y precocinados, combinadas con sedentarismo -principales responsables de la epidemia de obesidad y sobrepeso-), que hacerlo en cualquier otro tipo de accidente.

De qué muere la gente y de qué cree la gente morir

En Estados Unidos, por ejemplo, las principales causas de una mortalidad prematura están desproporcionadamente relacionadas con hábitos cotidianos relacionados con nuestras propias decisiones (¿y errores?). De mayor a menor causa de mortalidad prematura:

  • fumar;
  • presión sanguínea alta (dieta y hábitos como el sedentarismo);
  • colesterol elevado;
  • obesidad;
  • bajo consumo e fruta y verduras (que repercute a su vez sobre lo anterior);
  • etc.

Cierran la lista de causas de mortalidad, a una distancia abismal de las cinco mencionadas, acontecimientos que a menudo no están relacionados con nuestras decisiones personales. De menor a mayor causa de mortalidad prematura:

  • guerra;
  • complicaciones médicas;
  • embarazo y nacimiento;
  • asesinato;
  • uso ilícito de drogas;
  • accidente de transporte;
  • etc.

Comprobando este listado, cualquier periodista -especializado o no en temas científicos- debería preguntarse por qué, pese a los devastadores efectos de los malos hábitos cotidianos, nadie habla de “epidemias” ni apenas hay voces contra el escandaloso nivel de azúcares refinados y sal en los alimentos elaborados.

¿Dónde están las responsabilidades?

Sin olvidar el papel del propio individuo, también de mantenerse debidamente informado, de preguntar cuestiones inconvenientes y de, si es necesario, plantarse incluso ante “normas” que perjudican su salud aunque nadie hable de ellas (es más fácil atizar a la opinión pública sobre el riesgo de la energía nuclear, mientras el aire de China y otros países se hace irrespirable debido a la combustión de carbón en las plantas energéticas de ciclo combinado).

El pionero tecnológico y contracultural de Silicon Valley Kevin Kelly, colaborador de Whole Earth Catalog y fundador de Wired y Cool Tools, entre otros proyectos, lo expone de la siguiente manera:

“Tenemos derechos humanos, derechos civiles, ciber-derechos… pero, ¿dónde están las responsabilidades humanas, las responsabilidades civiles, y las ciber-responsabilidades?”

A Kevin Kelly le viene quizá a la memoria la mentalidad contracultural que originó, entre otros fenómenos, el DIY (“hazlo tú mismo”, autosuficiencia y experimentación tecnológica “hacker”) y la informática moderna.

Hazlo tú mismo

Su amigo Stewart Brand, miembro de los Merry Pranksters y fundador del fanzine Whole Earth Catalog, sintetizó esta mentalidad autosuficiente y consciente tanto de derechos como de responsabilidades individuales en su artículo de 1997 para Time que titulaba con un provocativo “Se lo debemos todo a los hippies”.

En el artículo, Brand explicaba que los jóvenes de la contracultura experimentaban con drogas, música y tecnología con la intención de “aumentar” la experiencia humana, sino que actuaban con la “responsabilidad” consecuente que no encontraban en una sociedad acrítica y rodeada de la indulgente prosperidad de posguerra.

Cambiando el discurso inaugural de JFK, estos “hippies” exhortaban: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti. Hazlo tú mismo”. Este “Do it yourself” implica iniciativa, conquista de derechos y, a la vez, toma de conciencia de sus responsabilidades inherentes.

Cortoplacismo

La opinión pública actual, enfrascada en una mentalidad negativa sobre los supuestos desastres que azotan el mundo, se olvida de poner las cosas en su debida perspectiva. 

Este alarmismo de inicios de nuevo milenio es también responsabilidad de una prensa acorralada económicamente, que espera que Internet genere pronto beneficios equivalentes a los modelos de antaño…

Medios y redes sociales han perpetuado la creencia de que aumenta la inseguridad, de que la guerra y el terrorismo nos matan más que nunca, de que la medicina no para de empeorar… Mientras lo que en realidad mata, en términos porcentuales, está más relacionamos con nuestra manera de comer, vivir, relacionarnos o dormir (o no dormir, de hecho).

Volviendo a Stewart Brand: su fundación The Long Now y su ensayo Whole Earth Discipline: An Ecopragmatist Manifesto son un esfuerzo por mantenerse fiel al escepticismo científico que origina avances científicos y técnicos tan dramáticos como los acaecidos desde la contracultura en que él participó. 

Cuestionar las propias opiniones cuando es necesario

En lugar de ser fiel al estereotipo de hippy progre, con ideas trasnochadas y mil veces refutadas, a Brand, como a Kelly, no le importa bucear en temáticas y disciplinas que a menudo refutan sus convicciones anteriores. 

Ejemplos: Stewart Brand cree que la alimentación genéticamente modificada mejorará el futuro de la humanidad, más que destruirlo; también apuesta por la energía nuclear, en lugar de dedicarse a la lucha clásica contra esta energía (realizada por quienes no se preocupan de averiguar cuántas enfermedades respiratorias y muertes en el mundo, además de contaminación, genera el uso del carbón para generar energía).

Siguiendo con la incapacidad de medios y profesionales para combatir estereotipos, hipótesis refutadas o meras leyendas urbanas con información actualizada y humilde -cuya formulación implique su carácter provisional, como toda hipótesis social o científica-, The New York Times muestra en un gráfico la desconexión entre lo que la gente cree mayoritariamente que mata a los niños y lo que realmente mata a los niños.

Cuando la información se comporta como la comida rápida

Así, en el gráfico se muestra el incremento en Estados Unidos de una problemática infantil tan desconocida hasta hace unos años como otras dolencias que aumentan de manera preocupante entre los más pequeños (como la diabetes): el suicidio, que se reduce en cambio en países desarrollados con una política activa de ayuda al menor vulnerable (en el gráfico, Dinamarca).

El artículo de The New York Times reflexiona sobre la importancia de analizar información empírica para actuar con el mayor impacto posible, dados los recursos limitados.

Si, por ejemplo, la opinión mayoritaria no cree que la obesidad, la hipertensión, la diabetes o el suicidio infantil son problemas acuciantes, difícilmente se pueden elaborar planes con resultados a largo plazo. 

La planificación a largo plazo es tan importante y difícil de aplicar por su desfase con el proceso de toma de decisiones, por definición ligado al corto plazo y los temas populares entre opinadores y en redes sociales: las contiendas electorales a menudo se centran, como los medios, en “temas estrella”, olvidando el trabajo de campo y a largo plazo.

La agenda de las creencias sin base científica

En este desfase entre lo necesario a largo plazo y lo que se impone en la coyuntura se inspiró precisamente Stewart Brand para crear una fundación, la mencionada The Long Now, que se centra en temáticas a pequeña y gran escala que mejorarían las cosas a largo plazo.

Y así, creencias sin base científica acaban influyendo en la vacunación infantil y, por tanto, en la salud pública; o en el porcentaje de niños que caminan en grupo a la escuela.

City Walk, la serie documental de la televisión pública estadounidense KCET, pregunta a expertos acerca de la desaparición de un acto tan cotidiano en los años 60 del siglo pasado como observar a niños caminando en grupo a la escuela.

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Elizabeth Joy, profesora de la Universidad de Utah, cree que “los niños necesitan caminar hasta el colegio para aprender así sobre transporte activo”. Cuando los desplazamientos se limitan a una distancia a pie de minutos, “no tiene sentido ir en coche. Uno puede en realidad caminar”.

Crianza libre: enseñando escepticismo científico para vacunar contra creencias urbanas

Algo de perogrullo que, sin embargo, ha perdido el favor del público, que tampoco permite a ningún niño preadolescente jugar por sí mismo en algún parque cercano a casa, actividad normal hace apenas unos años.

El cambio de mentalidad y hábitos sociales a partir de creencias que no soportan el más mínimo escrutinio factual, explicaría por qué en los últimos tiempos se suceden las denuncias de vecinos que avisan a la policía cuando ven a algún niño jugar solo en el parque, lo que a menudo deriva en la detención de los padres.

La llamada “crianza libre” de los hijos (“free range parenting” o “slow parenting“) despierta sospechas entre vecinos, líderes de comunidades locales y policía, hasta el punto de confundir a un niño o grupo de niños acudiendo responsablemente al parque o al colegio por su propio pie con “conductas familiares de riesgo” y denuncias por negligencia.

Cuando lo que creemos y lo que dicen los números se encuentran en polos opuestos

Un artículo de Sarah Goodyear en CityLab expone por qué es necesario explicar a estas alturas “por qué los niños necesitan jugar en la calle”, algo que han hecho pandillas infantiles en entornos urbanos, suburbiales y rurales durante generaciones… excepto en la actualidad, cuando jugar en la calle sería más seguro que nunca antes.

Coincidiendo con el ascenso de los movimientos de oposición a fenómenos certificados científicamente, a menudo alegando a supuestas conspiraciones, un creciente número de individuos opta por mantenerse informado y tomar sus decisiones en base a opiniones sólidas. 

En la batalla entre las creencias de la mayoría y la realidad empírica, hay padres que exploran, por ejemplo, la “desescolarización” como experiencia de escolarización, al creer que las experiencias exploratorias de sus hijos durante la más tierna infancia son tanto o más importantes que la socialización pasiva y magistral realizada en las aulas.

Justa medida

Cuando se trata de educación y autonomía, ni siquiera los expertos en varias disciplinas tienen toda la información necesaria como para reivindicar la naturaleza inequívoca de su hipótesis, pero los padres partidarios de la “crianza libre”, más que imponer su punto de vista, reivindican su escepticismo ante los modelos actuales.

De nuevo, el importante escepticismo científico. Ante la duda, qué mejor que experimentar. 

Katie Arnold escribe en Outside Magazine un artículo “en defensa de la crianza arriesgada”. 

Arnold no se refiere a dejar que nuestros hijos hagan lo que les dé la gana, aclarando que incluso en la “crianza arriesgada” hay normas y no se trataría de practicar un comodón -y kamikaze- laissed faire.

Sentido común infantil

Michel de Montaigne: “Los juegos de los muchachos no son tales juegos; antes bien, deben considerarse como sus acciones más serias”.

Qué mejor manera de combatir los estereotipos que no inculcarlos desde la más tierna infancia, decidiendo sobre la cotidianidad de los más pequeños a golpe de estereotipo y leyenda urbana. 

Dejándolos jugar y razonar por su propia iniciativa, comprobaremos a menudo que carecen de los prejuicios que el entorno se empecina en inculcarles.