En una agenda informativa al más puro estilo “all you can eat”, creatividad y ansiedad se dan la mano y los GIF animados, ese formato superviviente que pone de los nervios a los expertos en interfaces de usuario, se cuelan en una dieta ya de por sí saturada de azúcar cognitivo.
Las ocurrencias que, por ejemplo, subrayan el chocante paralelismo estético entre una imagen con Kim Jong-un asistiendo de espaldas al lanzamiento de un misil balístico y la portada de algún LP perdido de la primera época de Pink Floyd, se combinan con vídeos inocuos con intercambios verbales escalan hacia el sesgo, la confrontación irreconciliable, la consigna, la agitación propagandística disfrazada de gran alegato.
Este contexto de agenda informativa sin fin, en constante desbarajuste y sin más intermediarios que las plataformas tecnológicas que transmiten el mensaje, es el sueño húmedo de cualquier aparato propagandístico serio: qué no podrán hacer las imágenes trucadas de hordas de inmigrantes invadiendo el paraíso, si la gente se maravillaba ya con los memes de gatos.
El lado oscuro del “infotainment”
Una agenda que mezcla información de análisis con cualquier contenido lo suficientemente chocante como para imponerse en popularidad, diluye el sentido de la responsabilidad del espectador, que normaliza sin saberlo que el presidente de Estados Unidos critique la militancia contra la discriminación racial de un grupo de jugadores de fútbol americano en vez de asumir el liderazgo en la asistencia a un Puerto Rico en dificultades tras el paso del huracán María.
This photo looks like a lost Pink Floyd album cover. pic.twitter.com/z8UmrtFdAA
— J. Elvis Weinstein (@JElvisWeinstein) September 16, 2017
Trump, que comprende y domina instintivamente el nuevo contexto mediático de impacto, apariencias y mala fe, se dirigía la semana pasada a la ONU usando su único registro, la confrontación, y dejando una vez más el papel de juego de equilibrios a terceros (en este caso, Emmanuel Macron), y su escalada con el presidente norcoreano, ávido del interés reactivo (propio de las redes sociales) de su antagonista, nos regala otro exabrupto de última hora (hasta que este último momento acabe enterrado en el torrente que acapara nuestra atención y capacidad de discernimiento): al parecer, Kim Jong-un considera las últimas declaraciones de Trump “una declaración formal de guerra”.
Considerar la estatura intelectual y moral de ambos líderes jugando al conflicto nuclear nos devuelve al patio del colegio, pero las consecuencias de un conflicto real nos sacarían de golpe de la dinámica de agenda informativa sobredimensionada, recordándonos que, en el mundo del infotainment siempre accesible en el bolsillo, perdura la necesidad de líderes preparados, de geopolítica seria y de medios de comunicación responsables y ponderados. Quizá más que nunca.
El tinglado de las redes sociales y la sociedad abierta de Bergson y Popper
De momento, tenemos que conformarnos con el empacho de exabruptos y las supuestas ventajas de un mundo mediático sin filtros ni rasero editorial, en el que la información falsa y tendenciosa campa sin problemas, si bien el aprendizaje automático de los algoritmos ha funcionado bien para, por ejemplo, restringir los desnudos (aunque sea la fotografía de la niña del napalm en Vietnam, un busto renacentista o la imagen de una mujer amamantando a su bebé).
El pudor merece el esfuerzo algorítmico, pero la información falsa era un negocio demasiado complejo y suculento como para forzar la caja negra, que irá hasta donde el Congreso de Estados Unidos y la Comisión Europea decidan. La falta de preocupación de la opinión pública y la influencia de los grupos de presión podría aplazar cualquier cambio sustancial hasta que la injerencia AgitProp se haga insostenible.
En el nuevo contexto informativo, los eventos con mayor potencial de convertirse en “actualidad” desestabilizadora son explotados con mayor tesón en los repositorios de contenido, cuyo enfoque utilitarista antepone la popularidad a cualquier ética (si la presión reguladora, que deberá nacer de la preocupación de la opinión pública -a su vez dependiente de la información que recibe-, no lo impide).
Así, los inocentes (o tontos, según el caso) útiles abundan en Internet, donde la maquinaria para explotar analogías comprensibles por las audiencias apetecibles y los intereses entre bastidores, desde quienes se benefician de la especulación sobre la deuda a los mercados de energía, armas y todo lo que englobamos en vaguedades como “soft power” o “influencia”.
¿Por qué “los mercados” se preocupan de Merkel y no de Trump?
Los mercados daban por descontada la victoria de Angela Merkel, pero han logrado una rebaja momentánea de la cotización del euro, cuya fortaleza en los últimos tiempos se ha afianzado por los datos positivos sobre la economía de la Eurozona, debido al shock de la entrada de la extrema derecha en el Bundestag, más importante en la política de los símbolos que en la realpolitik.
Spain, looks like there’s a bear in your woods. pic.twitter.com/PBOLGqmnYE
— ian bremmer (@ianbremmer) September 27, 2017
La atonía de los mercados con respecto al líder más sólido de Occidente en estos momentos, de nuevo victoriosa en las elecciones, contrasta con el confiado recorrido de la bolsa estadounidense desde la elección de Trump. Los intereses económicos no entienden, al parecer, de deterioros en la convivencia social o el estatus internacional de un país, que se capitaliza a la larga a partir de una influencia “suave” (de ahí lo de “soft power”) que repercute sobre industria cultural, capacidad para atraer talento, etc.
Amortizado el foco momentáneo de las elecciones alemanas, rateros de la Red y zahoríes de inestabilidades con que especular depositan sus fichas en distintos líos, intentando de paso divertir la tensión sobre las miserias propias. Así, no debería sorprender a estas alturas que los aliados internacionales más sólidos de la causa independentista catalana sean Nicolás Maduro y el organillo de autómatas bien engrasado con que goza Vladímir Putin: han tuiteado sobre la causa catalana, además de quienes lo hacen desde dentro, Julian Assange y acólitos que todavía -a estas alturas- le ríen las gracias, cuya relación con el aparato propagandístico próximo al FSB, servicio secreto heredero del KGB, es como mínimo ambigua. El último en unirse es el ultra del Brexit Nigel Farage.
La frontera invisible del Telón de Acero vota diferente
O, dicho por uno de los disidentes públicos de Putin, el ajedrecista, ensayista y activista político afincado en Estados Unidos Garri Kaspárov:
“Cualquiera puede editar Wikipedia, pero sólo el KGB puede editar Wikileaks.”
Anyone can edit Wikipedia, but only the KGB can edit Wikileaks.
— Garry Kasparov (@Kasparov63) October 8, 2016
Internet ha permitido el ascenso de figuras que pretenden situarse por encima de las consideraciones éticas o jurídicas de cada contexto, apelando a una justicia universal cuyas sutilezas sólo ellos (y quienes se llenan la boca de la palabra “democracia”) parecen conocer; no importa que haya acuerdos previos ni sólidas consideraciones jurídicas respetadas por la diplomacia y el derecho internacional. No importa que tanto FSB como Assange no respeten en realidad las causas que dicen defender, sino que interesa únicamente el lío.
Volviendo a Alemania, en esta ocasión parece que los estrechos lazos familiares entre la Alemania que va menos bien (Sajonia y el resto de Alemania del Este) y las zonas rurales de Estados Unidos ha jugado a favor del voto de extrema derecha, que entra por primera vez en el Bundestag desde finales de la II Guerra Mundial.
El retorno a Alemania de la extrema derecha
Si trasladamos el acento desde las divisiones geográficas en el país más poblado y mayor economía de la UE a grupos de edad, el voto a la extrema derecha (tercero en las urnas tras la ligera caída de conservadores y, sobre todo, socialdemócratas, siguiendo con una tendencia observada en el resto de democracias análogas) sube dos dígitos excepto entre los mayores de 70 años.
Los mayores saben por qué no hay que votar a la extrema derecha en Estados Unidos. Los jóvenes, por el contrario, sobre todo quienes viven en las regiones del Este (sin prácticamente inmigrantes en sus comunidades), se han dejado llevar algo más por los memes compartidos por agitadores propagandísticos (extrema derecha en redes sociales, injerencias propagandísticas de Rusia, etc.), dispuestos a minar sobre un sentimiento de agravio presente en la sociedad alemana, tras la generosa acogida de inmigrantes.
Pero las elecciones alemanas también pueden leerse de otra manera, recuerda Wolfgang Blau, el periodista alemán con experiencia en el mundo anglosajón y actual directivo de Condé Nast: Angela Merkel ha vuelto a ganar confortablemente a pesar de la impopularidad de acoger a un millón de inmigrantes, apelando a la responsabilidad histórica de un país que en otras ocasiones no ha estado a la altura.
No hay tiempo para la resaca informativa cuando la audiencia permanece conectada al torrente informativo, ni tampoco espacio para el alivio, pues unas elecciones decisivas o de infarto en un lugar mutan con plasticidad a las tensiones políticas, precampaña o encrucijada institucional de algún otro lugar.
Cataluña völkisch y otros Movimientos amantes de plebiscitos
El cóctel de información decisiva y constante, cuanto más polémica y sesgada mejor, se ha convertido en un negocio suculento para Facebook, que combina mejor que nadie acceso a información personal de 2.000 millones de personas, a cuya atención pone un precio: cualquiera (incluso, como se ha demostrado, aparatos propagandísticos como el ruso y la extrema derecha anglosajona en torno a la empresa de “análisis de datos” Cambridge Analytica, dirigida por Robert Mercer, amigo de Steve Bannon y entusiasta -cuando no artífice en la sombra– de la victoria de Donald Trump) puede usar los algoritmos de la plataforma para hacer llegar su mensaje a una audiencia tan segmentada como sea necesario.
Männer, Frauen, Ossis, Wessis, Jung, Alt – alles zweistellig für die #AfD. Nur eine Wählergruppe scheint sich zu erinnern. pic.twitter.com/71yuVbBg5v
— Jan Jasper Kosok (@HerrSchmitz) September 25, 2017
¿Que queremos influir sobre racistas irredentos con adicción a estupefacientes? No hay problema. ¿Y qué tal adolescentes con comportamiento compulsivo y propensión a la compra adictiva? Por supuesto. La compra de publicidad en Facebook a cargo del complejo propagandístico ruso para influir sobre acontecimientos como las elecciones estadounidenses (o, a menor escala, el embrollo catalán, pues interesa a Putin si puede incomodar un poco a la UE), “no es un fallo, sino una característica”, opina irónicamente Zeynep Tufekci en una columna de opinión en The New York Times.
Semana, pues, de resaca informativa como cualquier otra en un mundo que interactúa como un sistema nervioso al borde del ataque de ansiedad: las informaciones más apremiantes y las diseñadas para producir la acción deseada en el espectador -se trate de tergiversaciones orientadas a un modelo de cebo de clics, de información falsa para beneficiarse de publicidad contextual o de agitación propagandística-, alzan el vuelo con la ayuda de quien les presta atención y las comparte.
Un presidente surgido de la incontinencia de las redes sociales
Cuando se acabe el nuevo episodio con aspiración de escándalo internacional del autoproclamado “proceso” catalán (según los organizadores, nada que ver con del de Kafka, aunque a veces cueste separarlos), el troleo auspiciado por las “brigadas web” próximas al FSB ruso -a menudo convergente con los intereses de Cambridge Analytica y la extrema derecha estadounidense-, podrán atizar las próximas elecciones italianas, donde 5 Estrellas amenaza con salir del euro. Y así.
Quienes han aprendido a leer entre bits mal que bien (requiere detectar mala fe, mera charlatanería a cambio de atención, intereses editoriales clásicos, propaganda geopolítica de bajo coste, opinadores a sueldo a distintos niveles y las propias leyes de popularidad dictadas por el evolucionismo cultural del meme), tienen que manejarse como Neo frente a Matrix: se necesita, sobre todo, una brújula interna compuesta por nociones básicas de humanismo y experiencia para no acabar enfrascado en polémicas de redes sociales que convierten a cualquiera en una copia de su antagonista.
El riesgo es acabar asemejándose a un trol, intercambiando las adicciones tradicionales con la sensación de que uno combate todas las injusticias del mundo a golpe de mensaje o de respuesta supuestamente ingeniosa a algún exabrupto con la fecha de caducidad de un mensaje de Signal o una imagen de Snapchat.
El nihilismo con déficit de atención y dosis de megalomanía, alimentadas por la sensación de que, con acceso permanente al torrente informativo que pelea por nuestra atención, el modelo nos ha agasajado como pilares imprescindibles de ésta o aquélla polémica a escala de civilización. Detestamos la incontinencia de Donald Trump, compartiendo buena parte de sus carencias como consumidor de información y como persona.
La desfachatez de usar a los niños como arma arrojadiza
Hay síntomas que se repiten y nos hacen pensar en el eterno retorno de males que cada generación pretende superar, para reavivar a continuación: padres en batallas ideológicas que arrastran a sus hijos a sus propias convicciones, olvidando la cicatriz cognitiva de tal inclinación, adultos que caen en mecanismos de recompensa facilones (Internet funciona en nuestro sistema nervioso como cualquier estupefaciente) en vez de cultivar una filosofía de vida, etc.
Así, mientras en Cataluña hay profesionales educativos que, en connivencia con los padres de alumnos, se dedican estos días a arengar a los niños para que adulen lo que según ellos es justo y demonicen lo supuestamente injusto (y a sus pretendidos instigadores), en Nueva York un maestro de una de las exclusivas escuelas de élite (“prep”) de la ciudad, envía una carta a los padres de alumnos para alertar sobre lo que se percibe según él en las aulas y el recreo (columna en The New York Times de Ginia Bellafante).
Estudiantes, dice,
“orientados a una confortable posición de privilegio en el seno de una élite cognitiva que es egoísta, indeleble y espiritualmente estéril.”
No se trata de una homilía, sino de la llamada de un maestro para que la sociedad evite crear adultos viviendo en su burbuja nihilista con el nivel de ansiedad de los personajes del novelista francés Michel Houellebecq: atención hasta el extremo de los padres por los supuestos derechos e intereses de sus hijos, y a la vez renuncia a cualquier colaboración empática con el mundo que les rodea. Sociedades complejas y densas compuestas por entidades autónomas llamadas individuo-con-teléfono-inteligente.
sigh. https://t.co/WltVpwBnQz
— zeynep tufekci (@zeynep) September 20, 2017
Ambos tipos de adoctrinamiento (el uno, nacionalista; el otro, utilitarista postmoderno) venden un sueño que requiere adeptos dispuestos a comportarse como miembros abducidos de un culto.
Personajes de cartón piedra
Luego, no nos extrañemos de que, en lugar de educar a futuros ciudadanos comprometidos, fomentemos una competición malsana por lo que es popular o völkisch, valorando lo que tiene impacto por encima de su valor intrínseco: veracidad, calidad, reproducibilidad, incidencia real sobre las personas, etc.
Los estudios confirman que, una vez en la edad adulta, hay poco que hacer con las nuevas herramientas, pues quienes hayan mostrado cierto gusto por la polémica gratuita y carezcan de formación para valorar el consenso, el entendimiento o el reto intelectual de comprender condicionantes en situaciones complejas (desde la teoría de juegos a la buena literatura), acostumbran a enfrascarse en el troleo… Y muestran una predilección especial por la polémica política (estudio).
A partir de Nikolái Gógol y, sobre todo, Dostoyevsky, los personajes de ficción perdieron su carácter unidimensional y supuesta condición; literatura y filosofía rompieron el cristal de las apariencias, exponiendo con sutilidad lo que Stevenson nos trata de explicar en la parábola de Jekyll y Hide: somos seres contradictorios, capaces de lo mejor y lo peor pese a contar con la capacidad intelectual para discernir cuándo obramos con mala fe o cuándo nuestras opiniones, acciones o comportamiento producirán una confrontación. El gusto de Schopenhauer y los existencialistas por los aforismos de Baltasar Gracián y El Quijote se explica en este contexto.
La literatura moderna, y con ella el arte contemporáneo, se esforzaron para ir más allá de la fachada de los arquetipos platónicos y caballerescos, tratando de celebrar la belleza y miserias de lo que los existencialistas llamaron “autenticidad”, aunque a menudo no quede claro de qué se trata.
El rol limitador (por reduccionismo y sesgo) de las redes sociales
Las redes sociales, con Facebook y su propiedad Instagram –artículo en The New York Times– en cabeza, parecen querer desandar lo andado y valoran (con una métrica tan comprensible por todos como rentable, pues vende al mejor postor tanto atención como privacidad de una porción creciente de la población mundial) las apariencias por encima de la sustancia: las publicitadas aspiraciones de los usuarios que más comparten logran más popularidad a medida que se adaptan a los gustos de plataforma y audiencia, contribuyendo a la tiranía de las sonrisas y las puestas de sol, pero también al impulso morboso de las teorías conspirativas e informaciones que refrendan debilidades detectadas por los algoritmos, alimentando sugerencias para el usuario y destacando contenido susceptible de mantener su interés.
Asimismo, las constricciones del nuevo medio, donde las expresiones faciales y el lenguaje corporal no están presentes (o no lo han estado hasta ahora, si bien Apple ha presentado nuevos emojis capaces de imitar expresiones faciales), favorecen una simplificación de los mensajes y una tendencia a emular coletillas usadas por otros, sobre todo en medios con un límite estricto de espacio (140 caracteres en Twitter –o 280-, imagen en Instagram, etc.).
Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. Puerto Rico. #Puerto… https://t.co/LgyD0SuEa0
— W. Kamau Bell (@wkamaubell) September 25, 2017
Las limitaciones del contexto influyen sobre el fenómeno de la convergencia de personalidades: en Internet, todos nos acabamos pareciendo, pues quienes se sienten ofendidos por los mensajes más tendenciosos o agresivos tratan de contrarrestar su influencia con una agresividad o tendenciosidad antagónica. ¿Consecuencia?
Como explica Olivia Goldhill en Quartz, todo el mundo muestra una personalidad parecida en Internet. Sin saberlo, asumimos roles generales en cada nuevo medio: en Twitter dominan el sarcasmo y la discusión, mientras Facebook pondera más los mensajes con moralina y espíritu posesivo, que Jean-Paul Sartre habría considerado ejemplos paradigmáticos de personalidad postiza o de apariencias (lo que el filósofo llamó “mala fe”, y Heidegger “inautenticidad”).
Persiguiendo incluso nuestra vida “offline”
Si no pagamos por los servicios digitales que siguen nuestro rastro tanto en Internet como fuera de ella (una nueva categoría de anuncio de Facebook permite orientar campañas a la “actividad offline” de los usuarios), se debe a que nosotros somos el producto: nuestra atención y acciones, ejerciendo lo que antes de las redes sociales habríamos llamado capacidad de compra, aunque ahora se trate, dado el gusto contemporáneo por los eufemismos, de “ejercicio de nuestras libertades”.
Lo que recuerda una de las paradojas contemporáneas: a juzgar por la actividad en redes sociales y la capacidad de convocatoria de determinadas causas en el mundo desarrollado, muchos parecen dispuestos a cambios revolucionarios… siempre y cuando estos cambios no fastidien siquiera un fin de semana, no pongan en riesgo una paga, no supongan siquiera una multa.
Revoluciones sí, pero que no cueste un solo fin de semana ni implique rascar el bolsillo, dicen los votantes del Brexit y los militantes de otras causas con un grado similar o incluso superior polarización y troleo demagógico en las redes.
Volviendo al nihilismo de corte houellebecquiano, tan de nuestros días: el actor y humorista esloveno-suizo Gaspard Proust estrenaba el 21 de septiembre Nouveau Spectacle, su nueva obra teatral en una sala de la escena parisina, el teatro Antoine. Se trata de una representación ácida que ilustra la parábola del simio que cae a tierra y debe explicar al pariente lejano que no bajó del árbol en qué se ha convertido la especie de primate más evolucionada en el siglo XXI: adicción al solucionismo tecnológico y gusto por mantener una fachada sobre nuestra supuesta felicidad y logros a un solo clic de cualquier curioso.
Repositorios que explotan contenido, pero no se responsabilizan de él
El monólogo carga con sorna contra la supeditación contemporánea al smartphone, ventana a adicciones multitudinarias que, como las redes sociales, “nos ofrecen la ilusión de ser libres”, ofreciendo torrentes de información ininterrumpida que “nos hacen creer que a cada momento pasa algo interesante”.
Poco a poco, la opinión sobre las empresas tecnológicas que aportan la plataforma y se desentienden de la responsabilidad sobre el mensaje, pierde el aura del relato prefabricado y llegan las primeras críticas de peso desde la prensa, hasta ahora tímida y desorientada con respecto a los gigantes de Internet, quizá por la supeditación de su supervivencia a los mismos repositorios de contenido que han convertido el contenido en mercancía de bajo coste.
Siguiendo la analogía de Ben Smith en Buzzfeed, hay en efecto sangre en el agua en torno a los gigantes de Internet, hasta ahora benévolos agentes corporativos con capacidad de liberar al individuo de sus cadenas… previa rendición de su tiempo libre, atención y capacidad de compra, cuando no su empleo.
Mientras el Congreso estadounidense cita a Mark Zuckerberg para que detalle la presencia en su plataforma de agencias extranjeras que la usan con impunidad como arma propagandística (previo pago de anuncios personalizados), la Comisión Europea estudia cómo garantizar que los impuestos derivados de la venta de servicios a cargo de Silicon Valley en Europa permanecen en el lugar donde se ha producido la transacción.
Tontos útiles
Mientras tanto, siempre habrá causas capaces de servir de tonto útil a especuladores de la inestabilidad geopolítica, se trate de gobiernos o inversores privados. Si no es posible atacar la economía, quizá haya llegado el momento para el FSB de invertir en agitación propagandística para atizar todo talón de Aquiles que se presente a tiro.
Los usuarios de servicios como Facebook, todavía desconocedores de que ellos mismos son el servicio que se vende, se usan como huéspedes sin criterio propio de mensajes polémicos repetidos con efectividad.
Según el escritor de ciencia ficción Cory Doctorow,
“Un servicio como Facebook era inevitable, pero no así su manera de funcionar. Facebook está diseñado como un juego de casino donde el premio es la atención de la otra gente (“me gusta” y mensajes) y la superficie de juego es un vasto tablero cuyas partes están ocultas la mayoría del tiempo. Uno pone sus fichas en los tipos de revelación personal que atraerán a las cerezas, acciona la palanca -cuando uno pulsa “publicar”- y espera mientras la ruega gira pensando si ganará a lo grande.”
Pero,
“Como en todos los juegos de casino, en el juego de Facebook hay una regla universal: la casa siempre gana. Facebook afina constantemente sus algoritmos para maximizar lo que uno divulga en el servicio porque [Facebook] hace dinero vendiendo esa información personal a los anunciantes.”
Es así, sin ser conscientes de ello o incluso celebrándolo, que hemos vendido nuestra atención a empresas cuya voluntad es maximizar beneficios, y no nuestro equilibrio emocional.
¿Cuánto vale tu vida personal?
Como ocurre con cualquier adicción, el uso de servicios tecnológicos entra en la vida cotidiana con la ubicuidad de una información que, siguiendo las leyes del evolucionismo cultural (el meme más ocurrente -o más chocante, tóxico, etc.- avanza), “quiere ser libre”, mostrando esa voluntad de vivir que está en la base del nihilismo de Schopenhauer.
La próxima vez que, teniendo un tiempo muerto, optemos por mirar la pantalla del móvil -evitando mirar a las musarañas o hacer puñetas, relajando un poco la mente y favoreciendo el juego de ideas de la divagación que tanto asiste a la creatividad-, no estaría de más que recordáramos que el nuevo escenario de ocio e información es un ataque de denegación de servicio a nuestra atención.
Debilitando nuestra capacidad de raciocinio por KO, la llamada economía de la atención, escribe Brian Gallagher en una entrevista con el ensayista James Williams para Nautilus, va camino de atrofiar nuestra lucidez para tomar decisiones responsables y, en última instancia, para vivir en sociedades abiertas que no entiendan la democracia como una bananera carrera de plebiscitos hasta el aplauso final.
A mayor agitación propagandística, atrofia, teorías conspirativas y tribalismo, mayor la ganancia de quienes apuestan a la desestabilización. ¿Somos de veras mejores que los agitadores maximalistas de la Europa de entreguerras?
Cuando querías ser tú mismo
James Williams, autor del ensayo Stand Out of Our Light: Freedom and Persuasion in the Attention Economy, comprobó en un estudio que, a mayor tiempo usado en una aplicación, mayores síntomas de incomodidad o “infelicidad” (¿es mejor usar el término “angustia”, presente en Kierkegaard y Camus?).
Tomar las riendas de la propia conducta implica comprender primero que estamos a merced de los servicios que consultamos continuamente.
Los memes y las informaciones sobre los distintos Apocalipsis anunciados en cada ámbito informativo (en función del lugar, las filias y fobias del usuario, etc.) seguirán cacareando en el teléfono.
Mientras tanto, nosotros habremos recuperado nuestro tiempo. Quizá entonces cada uno dispondrá de su rato para situar las cosas en su debido contexto, en vez de recurrir a las consignas AgitProp de turno.
Tiempo libre de toxicidad informativa en la república independiente de nuestra casa. Aunque sólo sea para leer algo consistente y sin fecha de caducidad, pasear un rato, conversar, celebrar las maneras de hacer nuestro mundo un poco mejor sin necesidad de bajar una aplicación o compartir una foto pasada de tono sobre una puesta de sol que nunca fue disfrutada porque la imagen debía ser la millonésima reproducción, cursi y repetitiva, de la sección áurea.
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