Hemos vuelto a la carretera en esta última semana. No hay planificación ni concienciación que nos libre, allí donde vayamos, de observar el impacto directo de cada una de las comidas y refrigerios.
En las últimas décadas, los envases reutilizables han dado paso al uso ubicuo de materiales derivados del plástico; nada mejor que abandonar la vivienda habitual para tomar conciencia del volumen de plástico y otros materiales de usar y tirar que generamos a diario.
No importa que uno viaje concienciado y pueda llevarse consigo recipientes con alimentos básicos no perecederos adquiridos a granel (lo que supone, ya de por sí, un esfuerzo), pues adquirir leche, verdura fresca, fruta, pasta u otros productos esenciales implica adquirirlos en un pequeño recipiente que garantiza su buen estado.
En la alimentación, como en tantos otros sectores, los polímeros de plástico se han impuesto a alternativas más costosas y menos adaptables. Bolsas, envoltorios y todo tipo de recipientes colapsan el cesto de reciclaje jornada tras jornada, y este coste ambiental volumétrico se hace especialmente presente cuando uno viaja, incapaz de comprar productos frescos, de mercado y a granel que carezcan de su continente plástico.
El marketing de las buenas intenciones
Ayer, mientras viajaba desde el interior de Portugal hacia la frontera española a la altura de Cáceres por una carretera secundaria, imaginaba, entre hileras de alcornoques y encinas, en qué se habría convertido nuestro apacible trayecto en familia si hubiera tenido que acarrear conmigo todos los recipientes y envoltorios de los alimentos adquiridos, cocinados y consumidos en los últimos días.
Habríamos necesitado un pequeño remolque, sin duda alguna, o bien la volumetría del interior del espacioso vehículo habría sido ocupada por cartones de leche, recipientes PET y PEAT, películas de plástico PVC como las usadas en verduras y hortalizas, tapones de polipropileno para todo tipo de recipientes, bandejas de poliestireno y demás recipientes.
Evitar la compra de botellas PET y bolsas de plástico de polietileno (PE), policloruro de vinilideno (PVCD) y policloruro de vinilo (PVC), es apenas un gesto estético que carece de impacto en el gran contexto del uso cotidiano de plástico, que podría evitarse si la compleja y eficiente cadena alimentaria actual, que depende de la mediana y gran distribución, estuviera dispuesta a integrar sistemas de conservación y distribución en envase reutilizable, tal y como ocurría en la era pretérita al plástico.
La distribución y venta de productos a granel dificulta su transporte y conservación, pero, sobre todo, implica que la única distinción entre productos de primera necesidad procede de su calidad intrínseca, y no de la inversión en los intangibles que se han desarrollado en las últimas décadas, desde el desarrollo de la marca a la forma y tecnología del envase, su cierre, etc.
El reciclaje no está garantizado desde el contenedor
La negativa de China para importar plástico potencialmente reciclable ha puesto en entredicho el discurso de la industria de empaquetado, embalaje y envasado de bienes de consumo y alimentos, pues estipular que un envase de plástico es reciclable no implica que lo sea en su totalidad, o que el reciclado se produzca (incluso cuando éste haya sido debidamente depositado en el contenedor para plásticos, y separado correctamente en una planta de selección de residuos.
Durante tres décadas, China había asumido la mitad de los plásticos «reciclables» del mundo (y la práctica totalidad de los plásticos recolectados en América del Norte en este período); la concienciación del país asiático ante sus propios problemas medioambientales acabó con la práctica en julio de 2017 (unos meses antes, en febrero de 2017, China había importado 581.000 toneladas métricas de residuos plásticos).
Las consecuencias del fin de la moratoria sobre la importación de residuos plásticos en China son tan globales como el propio sistema logístico, de envasado y embalaje que origina buena parte de este descomunal mercado de residuos.
De momento, aumentan las importaciones de países africanos, asó como de Tailandia y Malasia, que asumen, de momento, el «plástico para reciclar» exportado por empresas de tratamiento que renuncian a asumir su transformación en donde se ha producido el residuo, sin que los usuarios sean conscientes de la globalización del fenómeno.
Ocurre algo parecido con la basura electrónica, que acumula sus elementos más nocivos en el ambiente y el subsuelo Agbogbloshie de ciudades como Accra, Ghana.
Cadena trófica y microplásticos
Los principales exportadores de plástico a China (Japón, Estados Unidos, Alemania, Tailandia, Indonesia, Reino Unido, Corea del Sur, Bélgica, México y Hong Kong, por este orden), no ha resultado en un mayor y mejor reciclaje efectivo del material, ni mucho menos en un uso más responsable o restringido a aplicaciones para las cuales no existen alternativas de altas prestaciones.
La UE prepara una nueva normativa de residuos envases, pues el 40% del plástico producido en el mundo acaba como envase o embalaje de apenas un solo uso, con el coste medioambiental que la práctica conlleva. En la próxima década, los envases y envoltorios de productos vendidos en la UE deberán ser reutilizables o reutilizables de manera efectiva.
Los objetivos de esta directiva europea contrastan con la realidad sobre el terreno, tan cotidiana e interiorizada por todos que difícilmente se pone en entredicho por la opinión pública, incluso cuando la prensa se hace eco de las consecuencias paisajísticas y ambientales del vertido y tratamiento deficiente de residuos plásticos, desde zonas urbanas y vertederos a ríos y océanos.
El impacto del plástico sobre la cadena trófica y los ecosistemas marinos es difícilmente calculable y su impacto es global, con fenómenos como las islas de residuos plásticos que flotan ligeramente por debajo de la superficie y la descomposición en microplásticos.
Nuestro peso en plástico
Prácticamente inexistente a finales de la II Guerra Mundial, el plástico ha alcanzado hoy la ubicuidad propia de un polímero que, en sus composiciones más habituales, tarda desde décadas hasta centenares de años en descomponerse por completo a la intemperie.
Con apenas unas décadas de presencia, el plástico ha creado nuevas composiciones a la intemperie, lo que llevó a los geólogos Patricia Corcoran, Charles J. Moore y Kelly Jazvac a proponer un nuevo pseudo-mineral: el plastiglomerado constituye un indicador más de los valores de nuestra civilización.
El primer plástico sintético, la baquelita usado en botones, mangos de vajillas y revestimientos de los primeros bienes de consumo y electrodomésticos, empezó a producirse en 1907, si bien la expansión del material no se producirá hasta los años posteriores a la II Guerra Mundial, cuando los derivados del petróleo se imponen —por coste, por prestaciones o por ambas cosas— a materiales tradicionales como el caucho natural, el latón, el acero, el vidrio y los derivados del papel, según la aplicación.
La producción de juguetes desde inicios de la Ilustración explica, como ocurre en otros sectores, la irrupción del plástico. Madera, plomo, acero, latón, cartón y caucho natural darán paso, a mediados del siglo XX, a los polímeros de plástico. Ocurrirá algo parecido con los utensilios del hogar, los componentes del sector automovilístico y los envases para todo tipo de usos.
Desde los años 50, la producción de plástico se multiplicó por 200, hasta cerca de 400 millones de toneladas a mediados de esta década, o la masa equivalente al peso de dos tercios de la población mundial.
Un sistema de clasificación obsoleto
Su maleabilidad, facilidad de producción, resistencia, bajo coste y resistencia a la degradación se convierten en desventaja al final de la vida útil de un material que no se recicla en concordancia con las indicaciones de un etiquetado que se ha quedado obsoleto, dada la variedad de polímeros plásticos y de compuestos como el tetrabrick (75% cartón, 20% plástico y 5% aluminio), que dificultan la tarea de selección y reciclaje.
La clasificación de plástico por su potencial de reciclado se remonta a 1988, cuando la SPI (primera patronal de los plásticos, fundada en 1937) estableció una clasificación por grados, indicados en forma de número en el interior del símbolo del triángulo compuesto por tres flechas que evocan lo que el reciclaje de plástico nunca ha logrado establecer: una economía circular, en la cual los desechos se convertirían en nutrientes sin necesidad de procesos caros y con gran impacto energético.
Ni siquiera los plásticos más fáciles de reciclar (los que se corresponden a la nomenclatura internacional 1, PET) se reciclan en cifras que anulen su impacto sobre el medio ambiente, mientras otros tipos, englobados en el gradiente 7, no pueden reciclarse. Como consecuencia, la industria global del plástico centra sus esfuerzos en programas complejos de selección y reciclado que rozan los efectos meramente cosméticos.
Producir más desechos per cápita no equivale a más vertidos
Si bien los países de rentas más elevadas son los que producen mayores desechos plásticos, la selección y el tratamiento de éstos reducen el impacto sobre el medio ambiente y contienen los vertidos sobre territorio, ríos y mar.
La ausencia o deficiencia de un tratamiento de residuos a gran escala en países de rentas medias y bajas es el origen de los mayores vertidos de plástico a ríos y océanos, fenómeno que alcanza el carácter de epidemia en los principales ríos asiáticos. Diez ríos concentran el 93% de los vertidos plásticos en el mundo: Yangtsé, Amarillo, Hai, río de las Perlas, Amur, Mekong, Indo y Ganges en Asia; y Nilo, en África.
Por mucho que aumenten las declaraciones de buenas intenciones, el problema del plástico es acumulativo y su uso indiscriminado y poco regulado es ya un problema medioambiental de difícil solución a medio plazo. Hasta el momento, ni los incentivos para el reciclaje, ni innovaciones tales como el cultivo de microorganismos que se alimenten de polímeros plásticos, han logrado atajar la inercia de acumulación de una industria global.
En 2010, se habían producido 270 millones de toneladas de plástico, si bien la cantidad de residuos plásticos generada en todo el mundo en ese mismo año fue de 275 millones de toneladas, una cantidad superior al plástico producido. En ese mismo año, los residuos plásticos costeros (comprendidos a una distancia inferior a 50 kilómetros de la costa) ascendían a 99,5 millones de toneladas.
La producción acumulada de plástico hasta 2015 ascendía a 7.800 millones de toneladas, o más de 1 tonelada de plástico por persona viva. De los 350 millones de toneladas de plástico producidas en 2015, sólo el 14% se recolectó para reciclar. El 8% acabó en plástico de baja calidad, el 2% acabó transformado en plástico de calidad equivalente al material original, y el 4% se perdió en el proceso de reciclado.
Desechos que no se degradan
Mejores regulaciones regionales, como la mencionada directiva europea, o iniciativas de limpieza de residuos en los océanos —algunas de ellas con cierto impacto—, son incapaces de revertir la tendencia hacia una mayor producción y acumulación de materiales que se muestran ante la población como «fácilmente reciclables», pero que se acumulan en el medio durante décadas o centenares de años, según el caso.
Políticas de tratamiento de residuos más efectivas y regulaciones más estrictas generan a menudo economías opacas que carecen de una cobertura periodística y un interés de la opinión pública equiparable a su impacto sobre el territorio, los ríos y los océanos.
La prohibición del uso de bolsas de plástico en numerosos países y ciudades es apenas una medida estética, dirigida a reducir la polución ambiental de proximidad, y el fenómeno de la invasión paisajística a cargo de las bolsas y objetos de plástico, cuyo carácter no biodegradable las perpetúa en entornos de escasa vegetación y reducida transformación estacional.
Las bolsas de plástico han invadido los alrededores de ciudades turísticas como Marrakech, lo que influyó sobre la prohibición de su uso en el país magrebí en 2016, coincidiendo con la celebración de la conferencia anual de la ONU sobre el cambio climático en la ciudad ese mismo año (COP22).
Actores de la industria plástica relativizan el problema del tratamiento de residuos, si bien el abuso del material en la distribución alimentaria ha originado ya cambios regulatorios en la UE que transformarán los envases en la próxima década: la conservación y fácil transporte de los alimentos no será ya la única prioridad, y todos los productos deberán incluir envases plenamente reutilizables o reciclables.
Una nueva técnica de reciclaje
En paralelo, prosiguen las investigaciones para dar con polímeros que conserven las ventajas del plástico actual y carezcan de su principal inconveniente, derivado de las prestaciones del material: la estabilidad de su estructura molecular, que no se biodegrada fácilmente pese a ser el resultado de componentes derivados de materia biológica almacenada durante millones de años.
Un grupo de investigadores de la Universidad Tecnológica Chalmers, centro educativo privado con sede en Gotemburgo, Suecia, ha desarrollado un nuevo proceso de reciclado de polímeros plásticos que da pistas sobre estrategias capaces de lograr que todo el plástico sea potencialmente recuperable (y transformado, de nuevo, en plástico con las prestaciones del original).
La nueva técnica fue hallada con un proceso de recuperación química tras la ruptura de la estructura molecular del material con vapor de agua.
De confirmar su efectividad, la técnica podría abrir una investigación que iniciara la transformación de un sector que destaca por promocionar unos valores de recuperación logrados en porcentajes marginales. Si bien el 40% del plástico desechado en 2015 fue debidamente identificado y procesado, la mayor parte de éste fue incinerado para condensar su energía y volumen. El 60% restante acabó en vertederos y alrededor de un 1% acabó en el territorio, los ríos y los océanos.
Circularidad, empezando por el plástico
La técnica anunciada por los investigadores de Chalmers evita el proceso tradicional basado en la jerarquía de los desechos, consistente en degradar la calidad del material original hasta que ya no es posible y se produce a la incineración:
«En lugar de este proceso, nos centramos en capturar los átomos de carbono del plástico recolectado, que luego usamos para crear un plástico de calidad equiparable al original; así, de vuelta en la cúspide de la jerarquía de los desechos, logramos una circularidad real».
¿Puede el plástico formar parte de la economía circular, o nos encontramos ante un nuevo fenómeno de «green washing» equiparable al oxímoron promocionado por la industria energética con la expresión «carbón limpio»?
La proyección de los investigadores de Chalmers invita al optimismo, pues la técnica ha sido concebida para su aplicación a gran escala, en el contexto de las grandes empresas petroquímicas de transformación de polímeros de plástico.
El proceso, que transformaría estas empresas en centros de producción de la economía circular, se encuentra todavía en su fase de concepción:
«Nos encaminamos ahora desde las pruebas iniciales, que trataban de demostrar la viabilidad de este proceso, a un momento para desarrollar una comprensión más detallada. Este conocimiento es necesario para ampliar el proceso desde unas cuantas toneladas de plástico al día, a cientos de toneladas».
Pingback: Orígenes y futuro del «denim», tejido de modernidad perenne – *faircompanies()
Pingback: El precio de materias primas impulsa al fin su reutilización – *faircompanies()