Varios factores condicionan el desarrollo y el bienestar de los niños. Nuevos estudios ponen el acento de la ventaja competitiva no sólo en factores socioeconómicos, sino en aspectos que han pasado hasta ahora desapercibidos como factores ambientales (epigenética), lactancia materna y valores familiares.
Los padres tienen cada vez más información para averiguar qué hay de determinismo y qué de libre albedrío en un individuo, condicionado innumerables factores desde el momento de ser concebido.
Lo que somos: emergencia del microbioma y la epigenética
Lo que somos acarrea los ecos (genéticos, epigenéticos) de nuestros padres y antepasados, pero también hay factores en los que los padres y el niño pueden decidir.
Desde la secuenciación del genoma humano y la identificación de los microorganismos que han evolucionado en simbiosis con las células propiamente humanas (microbiota), sabemos que es más complejo de lo esperado aislar la secuencia de genes que operan en actividades como determinadas enfermedades… además de haber comprobado que dependemos más de lo esperado de los microorganismos residiendo en nosotros.
Más que individuos aislados, somos ecosistemas andantes y el microbioma de cada individuo tiene particularidades, y la interacción entre nuestros genes, microbioma y el entorno (condiciones ambientales que influyeron la gestación y el desarrollo de un individuo) configura lo que somos.
A medida que desentrañamos la intrincada interrelación entre nuestros genes y su rendimiento (cómo, cuándo y con qué vigor producen proteínas que propulsan todas las acciones del organismo), comprobamos que la secuenciación del genoma (lo heredado de nuestros progenitores) y del microbioma (microorganismos, tanto heredados como adquiridos en un determinado contexto) son sólo el principio de la tarea de comprender qué somos.
La flora del estómago influye sobre… el cerebro
Varios estudios en los últimos años añaden numerosas capas de complejidad, para frustración de científicos y médicos que tratan de paliar o erradicar innumerables dolencias:
- se ha comprobado que nuestro microbioma incide no sólo sobre nuestro metabolismo, sino que la calidad y equilibrio de, por ejemplo, los microorganismos de nuestro estómago, determinan nuestra manera de… pensar (!). El sistema nervioso no es ajeno a la actividad de los microorganismos que nos asisten a la hora de descomponer carbohidratos -tan ansiados por la actividad cerebral- y combatir dolencias;
- no sólo adquirimos de nuestros padres un determinado genoma, sino que los microbios de nuestros progenitores y el entorno durante la gestación son en buena parte adquiridos antes de nacer; desde el período de gestación, por tanto, los microorganismos de nuestros progenitores nos asisten para configurar nuestro sistema inmunitario;
- el campo de la epigenética concentra cada vez más interés, al confirmar que el estado físico y anímico de nuestros progenitores durante la concepción determinará muchos de los rasgos de una persona: estudios, como el realizado entre comunidades holandesas que padecieron hambruna durante la II Guerra Mundial, muestran cómo los efectos a largo plazo de aquellos acontecimientos resonaron en los hijos de quienes la padecieron (escaso peso al nacer y problemas de desarrollo en porcentajes asombrosamente elevados)… y también en nietos y bisnietos. Otros estudios en gemelos arrojan información consistente con el hallazgo en Holanda, lo que abre un nuevo campo de estudio multidisciplinar y conjeturas y añade un fenómeno determinista más al desarrollo humano.
La sombra alargada de nuestros progenitores y antepasados
No elegimos nuestro entorno ni nombre al nacer, ni mucho menos podemos incidir sobre la biografía de nuestros progenitores y sus dificultades o correrías, desde adicciones a haber sido víctimas de violencia, epidemias u otras condiciones desfavorables.
Genetistas, sociólogos y psicólogos del comportamiento estudian la incidencia de los episodios traumáticos en padres sobre, por ejemplo, la persistencia de adicciones, inestabilidad emocional y violencia en comunidades que durante generaciones habrían padecido algún tipo de discriminación.
Hasta aquí, la carga determinista contra la que un bebé no puede defenderse. También sabemos cada vez con más detalle que el entorno y la relación paterno-filial desde el nacimiento reforzará el sistema inmunitario y las aptitudes de un niño, o jugará en su contra.
Lo que no elegimos
Si bien no podemos cambiar nuestro código genético, la alimentación y el ambiente -desde el período de gestación hasta que morimos- inciden sobre cómo funcionan estos genes: el ejercicio, la alimentación saludable y la actividad cerebral exigente, por ejemplo, incidirán sobre el “comportamiento” de nuestro código genético (en esencia, cuándo, cómo y en qué cantidad se producen proteínas), además de prevenir dolencias y, se conjetura, incluso aumentar o disminuir nuestro bienestar y capacidad intelectual.
La incidencia de los microbios que residen en nosotros y del estilo de vida (el de nuestros progenitores al concebirnos y criarnos, el nuestro desde que salimos del vientre materno), ahora sabemos, juegan un papel complejo y decisivo en lo que somos.
Mucho antes de que el ambiente empiece a forjar la autonomía de un niño, su desarrollo físico e intelectual son condicionados -sugieren nuevos estudios– por decisiones hasta hace poco consideradas secundarias, tales como la lactancia materna.
Genes, microbios, entorno… y leche materna
Hasta ahora, sabíamos que la leche materna equivalía para el bebé a tomar prestado el sistema inmunitario de la madre y, así, combatir infecciones. Lo que sugeriría un nuevo estudio publicado en The Lancet, a partir de los resultados a largo plazo entre un grupo de lactantes en Pelotas, Brasil, es que la leche materna condiciona la capacidad intelectual.
El estudio, que realizó un seguimiento a 3.500 individuos desde su nacimiento hasta los 30 años de edad, confirmaría la relación entre lactancia materna -y su duración- y la inteligencia de un individuo en la edad adulta.
Hasta ahora, no existía ninguna evidencia tan clara que confirmara la correlación entre la leche materna y el rendimiento intelectual de la persona décadas después, con ecos en la personalidad (¿autoconfianza?) o el estilo de vida.
Lactancia materna, desarrollo inmunitario y (confirmado) capacidad intelectual
Un estudio previo en Dinamarca había arrojado datos similares, aunque los científicos debatían acerca de la falta de resultados a largo plazo, así como de los resultados en distintos entornos socioeconómicos.
La investigación en Brasil confirma que la relación entre lactancia materna y aptitudes intelectuales incide decisivamente sobre la persona a largo plazo, independientemente del estatus económico y social.
Michael Kramer, experto en lactancia materna de la Universidad McGill, confirma que los resultados del último estudio son también consistentes con los datos obtenidos en muestras llevadas a cabo en 17.000 niños de Bielorrusia.
Lactancia materna, conveniencia y carrera profesional
La confirmada correlación entre leche materna e intelecto se une al resto de factores no genéticos que inciden sobre el individuo a largo plazo, desde los microorganismos que madre e hijo intercambian a los microbios y estímulos del entorno inmediato durante los primeros meses de vida.
Así pues, sin ser consciente siquiera de ser un ente separado de sus padres, el bebé recibe del entorno inmediato estímulos, nutrientes y microorganismos que lo condicionarán a largo plazo. Teniendo en cuenta estos condicionantes, ¿ha llegado la hora de actualizar nuestra visión de la crianza infantil?
Uno de los principales escollos para la reinstauración de la lactancia materna en países donde el rol profesional de la mujer condiciona la maternidad incluso durante los primeros meses, es la incompatibilidad entre el trabajo fuera de casa y la lactancia.
La lactancia es también buena para la madre: los lazos materno-filiales
Consciente de estos escollos, la Organización Mundial de la Salud recomienda, siempre que no existan impedimentos clínicos, una lactancia -combinada o no, en función del seguimiento pediátrico, con otros nutrientes durante los primeros meses-, que el período de lactancia se extienda como mínimo hasta los 6 meses.
No obstante, y dada la evidencia acumulada entre leche materna y desarrollo inmunitario e intelectual, la Academia Americana de Pediatría recomienda que la lactancia se extienda al menos hasta los 12 meses.
Las madres conscientes de la importancia de la lactancia materna más afortunadas, espoleadas por la evidencia científica acumulada, extienden la lactancia incluso hasta los 2 años. Michael Kramer afirma que, cuanto más prolongada y exclusiva la lactancia (no diluida con otros alimentos, o diluida lo mínimo), mejor para el bebé.
Otros estudios profundizan en los beneficios que la lactancia materna tendría sobre la propia madre. Ahora sabemos, por ejemplo, que la madre retiene células y neuronas de cada uno de los hijos que concibe. La relación entre madre e hijos va más allá del afecto materno-filial nuestro comportamiento evolutivo, consistente con el del resto de mamíferos.
El cerebro materno retiene células de sus vástagos
Un estudio que confirmó la presencia de células de individuos concebidos en la madre, explicaría -sugieren sus investigadores- por qué la maternidad reduciría las probabilidades de padecer dolencias como el Alzheimer.
Pese a la acumulación de evidencias sobre la importancia de la epigenética y el entorno inmediato en el desarrollo de un niño, la lactancia materna se ha reducido incluso para períodos de 6 meses un 20% de media, incluso en los países más ricos.
No sólo la incorporación de la mujer al trabajo explicaría el resultado, sino factores culturales y prácticos, que someterían a una presión inicial a la madre hasta decantarse por la -barata, fácil de obtener y que no condiciona el metabolismo materno- leche de fórmula.
Las madres que renuncian a la lactancia por factores evitables estarían perdiendo la oportunidad de reforzar su propia autoestima y sistema inmunitario, así como la conexión con su bebé. No se trata de una afirmación pseudo-new-age, sino de una aseveración basada en la evidencia científica acumulada y difundida por entidades como la propia OMS, que recomienda 2 años de lactancia como un ideal cada vez más alejado de la realidad.
El mundo hasta ayer
Y de lo adquirido a través del ambiente (epigenética, microorganismos, lactancia) a la crianza consciente: la era de la lactancia materna comprometida por horarios maratonianos y carreras profesionales es también la de la crianza condicionada por estímulos ajenos a la relación paterno-filial, cada vez más dependientes de las distintas pantallas que funcionan como soporte de contenidos digitales.
No sólo somos nuestro estilo de vida (y el de nuestros progenitores): además de las condiciones ambientales, hay otros factores esenciales para la fortaleza y equilibrio físico y cognitivo.
El juego y la autonomía, por ejemplo, enseñan a niños de distintas culturas y entornos a valerse por sí mismos y mejora sus aptitudes a largo plazo. En un momento en que la sociedad percibe más riesgo para los niños del que realmente existe, educadores y expertos en desarrollo infantil deberían reivindicar el valor de la autonomía en la educación.
Las sociedades tradicionales tienen mucho que decir al respecto, tal y como expone Jared Diamond en su ensayo The World Until Yesterday: What Can We Learn From Traditional Societies?.
Libre albedrío y desarrollo infantil: el nacimiento de la voluntad individual
Si olvidamos que, en ocasiones, jugar cansa, mancha y a veces (y siempre dentro de los límites sensatos, medidos por el propio sentido común del niño) duele, el desarrollo infantil no alcanzará su potencial, con repercusiones en la vida adulta.
En este contexto, no extraña la popularidad de informaciones que recuerdan a padres y educadores la importancia de, por ejemplo, instaurar tareas mandatorias en la cotidianidad de los niños. No estamos hablando de trabajo infantil, sino del desarrollo cognitivo y del sentido de la responsabilidad.
Jennifer Breheny Wallace explica en The Wall Street Journal la importancia de instaurar un pequeño régimen -sencillo y consistente- de tareas en el seno familiar de las cuales los niños se harían responsable: mantenimiento, limpieza de la habitación propia, participación en las tareas relacionadas con la comida, bricolaje fácil y que no implique el uso de herramientas peligrosas, etc.
Lo que decidimos nosotros (y el niño): crecimiento personal y autonomía
La capacidad de un niño para cumplir con sus obligaciones en casa, muestran los estudios, contribuye a construir su sentido de la autodisciplina, que ofrecerá sus réditos durante la etapa de estudios e incluso más allá: en la propia vocación profesional, así como en el futuro núcleo familiar que ellos mismos formen.
Además de buenos microbios, leche materna y empatía materno y paterno-filial y tareas en casa, la crianza también saldrá reforzada, explica Susan Engel en The Boston Globe, con una pequeña caja de herramientas cognitivas básicas para el niño.
Esta “caja de herramientas”, sugerida por una reconocida psicóloga del Williams College, está al alcance de cualquier familia, independientemente de su contexto socioeconómico. Su aplicación, no obstante, requiere esfuerzo y consistencia.
Una caja de herramientas para toda la vida (no se queda obsoleta)
Los componentes de esta “caja de herramientas” cognitiva que equiparía a los más pequeños desde los primeros años de escuela:
- desarrollar el hábito de lectura (a poder ser, encendiendo la llama de la curiosidad y evitando convertir la lectura en una obligación sin recompensa cognitiva percibida por el propio niño);
- despertar la curiosidad por el mundo circundante a través del (muy socrático) método de conocimiento razonado -usando preguntas, diálogo, hipótesis, experimentos prácticos, nociones básicas de lógica y matemáticas;
- inspirar el pensamiento flexible y el uso de la evidencia, como contraposición a la asunción estática y dogmática de pareceres; cada niño debería ser por iniciativa propia un filósofo escéptico;
- favorecer la conversación, germen no sólo de nuestra percepción y conocimiento del mundo, sino de nuestro propósito vital (un ejemplo: el diálogo socrático);
- promover la colaboración para desarrollar aptitudes sociales y equilibrio emocional;
- desarrollar la capacidad de concentración y compromiso con una tarea, en un momento histórico en que la distracción cognitiva alcanza un carácter epidémico, dado el aumento de impulsos que piden nuestra atención (ocio digital, etc.);
- fomentar su autonomía y bienestar, tanto en casa como en la escuela y en otras situaciones sociales.
Largo recorrido
Las obligaciones en casa y la autonomía cognitiva son, a la larga, tan importantes como lo que el niño no decide, desde la composición genética de sus células a los microorganismos que lo convierten en un ecosistema bípedo, o la ventaja competitiva proporcionada por la lactancia materna.
Adonde no puedan llegar ellos, los padres se pueden ocupar de hacerlo. Sin obsesionarse, pero teniendo en cuenta ahora más que nunca, dada la evidencia científica, de que cada decisión cuenta.
Y ellos estarán a la altura, tanto en su infancia como en la edad adulta.