El pasado 3 de octubre, un conocido italiano residente en París, en la prensa de cuya ciudad colabora, más conectado que yo a la actualidad transalpina, compartía una información que destacaba por su carácter positivo entre el barullo de exabruptos y pesadumbre.
Venecia había logrado parar el «acqua alta», la marea que anega periódicamente el centro histórico de la ciudad y pone en riesgo su propia existencia, dada la correlación entre el aumento de las temperaturas del planeta y el aumento del nivel del mar.
MOSE es un sistema de tres barreras submarinas que bloquean las tres salidas de la laguna de sal en torno a la ciudad y la conectan al mar Adriático. Las 78 compuertas móviles se elevaron en la desembocadura de la Laguna de Venecia y, por primera vez, impidieron el rápido avance de una crecida del «acqua alta» calculada en 135 centímetros.
This is just amazing. Best news of 2020 so far
https://t.co/p6Hx5ZZAX1— giuliano da empoli (@giulianode) October 3, 2020
En tiempos de incertidumbre, los símbolos son importantes y no hay ciudad que lo sepa mejor que Venecia, escenario de eventos e intrigas que han inspirado desde Shakespeare a Goethe, Edgar Allan Poe o Thomas Mann.
En esta ocasión, ni pestes, intrigas en pleno carnaval o incendios devastadores como el que engullió el mítico teatro de La Fenice en 1836 y 1996. El 3 de octubre de 2020, en plena pandemia de coronavirus, Venecia logró, gracias a la planificación a gran escala, que el mismísimo centro neurálgico de la ciudad, la plaza de San Marcos, permaneciera seca durante la marea alta.
Convivir con el «acqua alta»
La imagen mediática de una plaza inundada debido a la acción de un evento periódico es ya algo histórico en Venecia, si bien ya hay quien ha advertido que el sistema de compuertas MOSE se diseñó previendo subidas de marea que pronto serán mucho más elevadas, de modo que la adaptación resiliente que acaba con el fatalismo de una ciudad (la impotencia ante una marea cíclica y la amenaza de un nivel marítimo en aumento para una ciudad erigida sobre precarios cimientos medievales en una laguna salada), deberá combinar dos antídotos contra su obsolescencia.
Italia lanza en las últimas semanas tres mensajes que, en la precariedad de su modestia y reversibilidad, logran remontar la marea, tanto literal como en sentido figurado.
With only a fraction of the land available to other countries, the Netherlands has become a world leader in agricultural innovation #WorldFoodDay https://t.co/L1qFOr5Ayp
— National Geographic (@NatGeo) October 16, 2019
En primer lugar, Venecia, uno de los símbolos del país, controla el fenómeno cíclico de las inundaciones en su laguna salada. En segundo lugar, la tasa de contagios de Covid-19 ha permanecido más baja en Italia durante la segunda ola debido a la combinación de testeo y seguimiento de casos (a diferencia de España, Francia y el Reino Unido, los otros países del entorno fuertemente golpeados durante la primera ola de la pandemia).
Finalmente, los indicadores económicos de Italia parecen recuperarse con mayor solidez que en los países de su entorno también castigados por la pandemia. La producción industrial del país creció en Italia más que en cualquier otro país europeo y volvió a los niveles del pasado ejercicio por estas fechas, lo que augura una recuperación más sólida y rápida de lo esperado.
Recordemos que, por su elevada deuda pública y estancamiento económico en los últimos años, Italia no ha aparecido a menudo como ejemplo en los artículos de análisis de cabeceras como el Financial Times. Algo se ha hecho bien en el país transalpino desde las desastrosas semanas de marzo.
Reforzar los puntos débiles de sistemas complejos
Capacidad de adaptación, proactividad, atención por el mantenimiento y resiliencia. Si hasta el momento ni Venecia ni Italia habían formado parte del lado positivo de los acontecimientos que se aceleran en el planeta como consecuencia de nuestro impacto directo o indirecto sobre el clima y los ecosistemas (incluso las pandemias estarían relacionadas con esta tendencia), el relato mediático se transforma cuando llegan los cambios.
El fatalismo emerge en contextos de ausencia de planificación y de proactividad, y se refuerza con fenómenos como el populismo, la corrupción, la desidia.
Combatir las peores consecuencias del aumento de las temperaturas, los acontecimientos de clima extremo y otros impactos capaces de expandirse con rapidez en un mundo interconectado como la presente pandemia, se convierte en una tarea difusa y poco atractiva para una clase política víctima del corto ciclo electoral y los intereses cruzados entre administraciones y empresas.
An important insight for post-virus rebuilding: Relentless focus on efficiency means that systems have no slack, little resilience, high fragility. Insights from @RogerLMartin https://t.co/czir7wswI0
— Jonathan Haidt (@JonHaidt) April 3, 2020
La pandemia no sólo ha acabado con viejos mitos tales como la supuesta superioridad en la gestión de retos sistémicos que varios estudios habían concedido a países como Estados Unidos y el Reino Unido, sino que ha puesto de manifiesto la fragilidad a la que están sometidas las sociedades que más dependen de terceros en cuestiones estratégicas durante momentos de incertidumbre.
Ensayistas como Nassim Nicholas Taleb (autor de Antifrágil, un manifiesto que ofrece métodos para reforzar los puntos de rotura más expuestos en tiempos inciertos para administraciones, empresas o personas) y Roger Martin, autor de When More Is Not Better: Overcoming America’s Obsession With Economic Efficiency, nos explican por qué es imprescindible comprender que, lo que consideramos «extraordinario» será cada vez más habitual. Lo deberemos normalizar. O, según la brutal expresión del futurólogo y ensayista de la cibernética Stewart Brand, cuando llega el momento de asfaltar la carretera, o estás en la máquina, o formas parte del asfalto.
Martin es un académico canadiense que urge a los países desarrollados a abandonar la obsesión por la eficiencia y a invertir, en cambio, en lo que llama una «buena redundancia» de elementos estratégicos, ya sean materiales o intangibles —como una estrategia educativa y organizativa—.
Una cultura para combatir la incertidumbre
Y, si las escuelas de negocio habían priorizado hasta ahora el paradigma de la eficiencia, uno de los temas preferidos entre los gurús de la gestión empresarial, el contexto de los años 20 del siglo XXI se aventura más propicio para que otros paradigmas más atentos al mantenimiento de sistemas complejos para mejorar su resistencia avancen entre quienes deben formar a los cuadros dirigentes que asumirán el mando en los próximos años.
Se atribuye al escritor de ciencia ficción William Gibson, la ocurrencia según la cual «el futuro ya está aquí, aunque distribuido de manera desigual». El futuro también ha llegado en la planificación de infraestructuras y su mantenimiento a gran escala, aunque lo ha hecho también de manera desigual.
Si Alemania ha demostrado que el modo más eficaz de combatir un virus errático consiste en detectarlo en origen y dedicar recursos al rastreo de los contagios que generan grandes focos, Holanda es el ejemplo a tener en cuenta en la planificación a largo plazo para reducir el riesgo cataclísmico de amenazas de distinto tipo: desde el dominio —en Europa y las colonias de ultramar— de países vecinos más poblados y poderosos, a las inundaciones marítimas y los riesgos para las cosechas y una industria local de raigambre: la de las flores.
Holanda no sólo ha debido aprender a controlar la amenaza del mar del Norte sobre un territorio que se encuentra en varios puntos bajo el nivel del mar, sino que ha ganado terrenos residenciales y de cultivo sobre lo que hasta inicios de la Ilustración eran cenagales infestados de enfermedades endémicas.
Las islas ganadas al mar, o pólderes, garantizan una producción agropecuaria y floral que convierten al país —quinta economía de la zona euro por detrás de Alemania, Francia, Italia y España— en una potencia mundial en ambos sectores.
Convertir el riesgo sistémico en oportunidad de florecimiento
Róterdam, una ciudad industrial que ha aprendido a apreciar una arquitectura funcional y densa cuyo eclecticismo y verticalidad contrastan con el tradicionalismo del centro de la otra gran urbe del país, Ámsterdam, ha sido puesta como ejemplo de un futuro urbano occidental preparado para los retos adaptativos y de mantenimiento que imponen incertidumbres como la climática.
El puerto de contenedores de Róterdam es uno de los principales accesos de Alemania al tráfico de mercancías y ejerce como tal. Se trata del principal puerto de Europa en volumen de tráfico; para lograrlo, ha debido asegurar su viabilidad ante la amenaza de las tormentas y crecidas de un mar del Norte especialmente beligerante en la zona, y lo ha logrado gracias a la barrera de Maeslant, una gigantesca compuerta móvil que guarece el puerto durante los eventos de marejada ciclónica.
Tal y como explicaba Michael Kimmelman en un reportaje para el New York Times en 2017,
«En la anegada Holanda, el cambio climático no se considera ni una hipótesis ni un lastre para la economía. Al contrario, se trata de una oportunidad».
Con una población de algo más de 17 millones de habitantes y una superficie de 41.545 kilómetros cuadrados (equivalente a Extremadura y más reducida que la de Aragón), Holanda es el segundo país más densamente poblado de la UE, únicamente por detrás de una isla mediterránea: Malta.
Islas artificiales para la agricultura biológica
Quizá el dato más sorprendente no sea la superficie del país en relación con su población, sino que ésta, preeminentemente llana y a menudo por debajo del nivel del mar, permanece seca gracias a un tupido sistema de canales, diques y estaciones de bombeo, cuya modernización a finales del siglo XIX permitió redoblar la reclamación de tierra al mar: cerca de 18.000 kilómetros cuadrados (prácticamente la mitad de la superficie del país) es suelo anteriormente inundado.
Varios sistemas de drenaje y desecación se han aplicado en los Países Bajos desde el siglo XIV, si bien el drenaje y el mantenimiento de canales a gran escala se aceleró con sistemas como las bombas de agua accionadas por molinos de viento.
En la actualidad, el país no sólo ha logrado diversificar una de las economías más competitivas de Europa, sino que es uno de los mayores exportadores mundiales de materias primas alimentarias. Un reportaje de la revista National Geographic de 2017 expone que, además, las explotaciones del país han reducido radicalmente el uso de pesticidas y fertilizantes derivados del petróleo. El uso de agua ha bajado un 90% en el sector, mientras los ganaderos estarían usando un 60% menos de antibióticos en sus animales.
¿Cómo un país con el tamaño de Extremadura se las ha ingeniado para albergar a una población próspera que supera los 17 millones de habitantes y, a la vez, convertirse en el segundo mayor exportador de alimentos por valor, únicamente superado por Estados Unidos? ¿No debería este país estar recuperándose de la última gran inundación procedente del mar del Norte?
Antes de que términos como «proactividad» y «resiliencia» entraran en nuestro vocabulario Holanda se las había ingeniado para competir, gracias al uso de invernaderos, con países como España en la producción de… tomates.
Innovación y viejas técnicas en Food Valley, Países Bajos
National Geographic ofrece la clave de la fórmula holandesa, que no se limita únicamente a intangibles y al refuerzo de un comunitarismo de origen medieval que mantuvo las ciudades y tierras costeras guarecidas de las grandes tormentas y mareas altas.
También hay que invertir en estrategias que ofrecen frutos a largo plazo: quizá no hayamos oído hablar de la Universidad de Wageningen (WUR), situada en la localidad con el mismo nombre de la provincia de Güeldres, a poco más de 80 kilómetros de Ámsterdam, es el centro académico del llamado Food Valley, un centro de tecnología agraria que ha logrado beneficiarse de la simbiosis entre inversiones públicas, investigación académica e iniciartiva empresarial.
Pese al éxito actual, el clúster agropecuario en torno a Wageningen no permanece estático. Según el decano de WUR, Ernst van den Ende, la investigación agraria y producción alimentaria deben prepararse para situaciones que alcanzarán una escala sin precedentes:
«¿El reto? Expresándolo sin rodeos y en términos algo apocalípticos, el planeta deberá producir más alimentos en las próximas cuatro décadas que lo que todos los agricultores de la historia han cosechado durante los últimos 8.000 años».
Van den Ende demuestra en la entrevista concedida a National Geographic la capacidad para poner en entredicho métodos especialmente dañinos con los nutrientes de la tierra a largo plazo o con el consumo de recursos cada vez más estratégicos como el agua.
Patos y peces en los arrozales de Bali
No importa que nutrientes y agua no sean problemas en Holanda en la actualidad, pues proyectos académicos y empresas en la zona muestran su interés tanto por técnicas ancestrales que han demostrado su sostenibilidad como por aplicaciones mejoradas de aguapónica y uso de iluminación LED en invernaderos climáticamente controlados:
«¡Mira la isla de Bali! —exclama. Durante al menos mil años, sus agricultores han criado patos y peces en los mismos arrozales inundados donde se cultivaba el arroz. Es un sistema alimentario completamente autónomo, irrigado mediante intricados sistemas de canales a lo largo de terrazas montañosas esculpidas por manos humanas».
Las granjas familiares de la zona no se han quedado atrás y cultivan todo tipo de variedades sirviéndose de energía y fertilizantes naturales producidos por ellos mismos. La pluviometría de la zona y sistemas de captura cada vez más eficientes garantizan la irrigación de todo tipo de cosechas.
En cuanto al control de pestes, Jan Koppert, fundador de la firma de la zona Koppert Biological Systems, ha convertido su empresa en la referencia mundial en plaguicidas naturales, con más de 1.300 empleados, 26 subsidiarias internacionales y clientes en 96 países:
«La firma de Koppert puede proporcionar a cualquiera con bolsas de algodón repletas de larvas de mariquita que, al madurar, se convierten en voraces consumidores de pulgones. ¿O qué tal una botella que contiene 2.000 de esos ácaros depredadores que cazan ácaros de las plantas y los absorben hasta secarlos? ¿O una caja con 500 millones de nematodos que arman ataques mortales contra las larvas de las moscas que se alimentan de setas comerciales?».
De cenagales a ejemplos para el futuro
No toda la última tecnología se corresponde con clichés o expectativas de periodistas anclados en una narrativa que asocia «innovación» con microprocesadores y sensores.
Si el control de plagas se transforma con rapidez, también lo hacen las semillas. El mercado de semillas no transgénicas se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del Food Valley holandés, con empresas que ofrecen variedades de gran producción para distintos tipos de terreno y clima.
Hablamos de Holanda. Todo ocurre en las inmediaciones de alguna población, canal estratégico, red viaria puerto, centro logístico o aeropuerto.
El futuro no tiene por qué ser cataclísmico, tratan de explicarnos desde el Véneto (que, recordemos, es una de las regiones más prósperas e industrializadas de Italia y Europa) o desde la provincia holandesa de Güeldres.
Muchas cosas todavía dependen de nosotros y, entre las que han dejado de hacerlo, muchas podrían mejorar dramáticamente con una sincronía entre nuestra estrategia de prosperidad para los próximos años y las necesidades de los ecosistemas de nuestra región.
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