Los padres de hoy deben decidir si enseñan a sus hijos a ser curiosos y autosuficientes o, por el contrario, caen en el derrotismo de las predicciones, que reiteran la mala herencia que recibirán los más pequeños.
Si bien toda predicción honesta debe ser considerada con precaución, los indicadores para los próximos años nos bombardean con el mal futuro de nuestros hijos.
Recopilando información para esta entrada, he decidido parar una vez recabados los principales lugares comunes con que desayunamos cada día, gracias a su presencia en la agenda informativa diaria.
La machacona información sobre el -supuesto- futuro aciago de los niños
Según estas informaciones, se dice que los niños de ahora en los países desarrollados:
- Soportarán un porcentaje de deuda pública (deuda global de un país) y privada (la individual y propia del núcleo familiar) que, en el mejor de los casos, les endeudará de por vida y, en el peor, les obligará a no hacer frente a sus obligaciones crediticias.
- Tendrán, por primera vez en las últimas décadas, menor esperanza de vida que sus predecesores.
- Difícilmente disfrutarán del porcentaje actual de cobertura social.
- Padecerán, cada vez más, pobreza y riesgo de exclusión.
- Comerán peor, sobre todo alimentos propios de la “dieta occidental”, ricos en grasas, azúcares refinados y alimentos precocinados. Como consecuencia, padecerán más obesidad.
- Aumentarán los trastornos cognitivos y de déficit de atención, debido al uso excesivo y poco tutelado de las tecnologías de la información.
- Mientras muchos niños padecen desatención parental, otros forjarán su personalidad en la sobreprotección y sobreatención de sus padres, convertidos en expertos en “coaching” empresarial, más que papás relajados. Es el fenómeno, se dice que también en auge, del “helicopter parenting“.
Qué harán los apocalípticos cuando no puedan hablar de crisis
Y la lista podría continuar hasta cerrar esta entrada. Hay comentaristas que aprovechan cualquier información o estudio que refrendaría cualquiera de estas tendencias para, acto seguido, relacionarla con la situación política y cualquiera de las dificultades actuales.
Se olvidan u omiten, por el contrario, otros fenómenos más positivos.
Según este hilo argumental, vamos a peor y, más que crisis de modelo, hay un retroceso patente que ya dura un lustro y se atisba un cambio radical en la tendencia. La educación de los más pequeños, así como su futuro, son poco halagüeños, se concluye.
Pero, tomando los mismos datos, se puede optar por otras conclusiones. Por ejemplo: que pagar las deudas cuanto antes y retomar un cierto equilibrio presupuestario aumentará la autonomía en el futuro, tanto la colectiva -gasto público- como la familiar.
Y, a menos deudas, mayor capacidad para destinar lo que haya a lo que se decida con mayor autonomía, ya que desaparece la presión del prestatario.
Quejándonos de las “dificultades”
Sea como fuere, vayamos a peor sí o sí o estemos padeciendo las consecuencias de afrontar el sobreendeudamiento con responsabilidad y pagando lo que se ha pedido, el futuro de los más pequeños estará condicionado de un modo u otro por las decisiones, colectivas y familiares, de los próximos años.
Muchos padres actuales nos revelamos contra el derrotismo argumental imperante. Tanto padres como niños, tenemos mucho en nuestras manos para mejorar. Por de pronto, la autonomía individual, la capacidad de introspección, el uso de los mecanismos de racionalidad.
Subiendo y bajando por la Pirámide de las Necesidades
Hay dificultades, pero seguimos manteniendo niveles de bienestar inalcanzables para la mayoría de la población mundial. Partiendo de la hipótesis de la pirámide de Maslow, o jerarquía de las necesidades humanas en que se basa la psicología humanista, el individuo satisface primero las necesidades básicas -fisiológicas, de seguridad y afiliación- para lograr la confianza y el autorreconocimiento que le conducirán a cumplir sus deseos más elevados, o al menos a intentarlo.
En la cúspide de esta pirámide imaginaria, se encuentran la autorrealización, la creatividad, la moralidad, la capacidad para comportarse y decidir con racionalidad, adonde se llega cuando el contexto en que hemos crecido, además de seguro y confortable, nos ha inculcado mecanismos para, a veces a contracorriente, mantenernos en las zonas más racionales.
Probando la fortaleza de la estructura
Como la psicología positiva, las filosofías de vida clásicas alertan del riesgo de dejarse influir por las dinámicas gregarias, propias de la efervescencia colectiva de un signo u otro.
La negatividad, dicen algunos estudios, se comporta y muta como un virus, pero también ocurre algo parecido con la capacidad para mantener una actitud personal que fomente el bienestar duradero, no importa lo grandes que sean las dificultades.
Los niños actuales, se nos dice, van de cabeza a la base de la pirámide de Maslow, ya que deberán asegurarse primero lo que hasta ahora dábamos por sentado, como la seguridad en el entorno familiar y en la sociedad donde residen, una alimentación correcta, una buena educación, el afecto de sus mayores, un entorno estimulante, etc.
La realidad es más tozuda que las predicciones y la crisis actual no puede dilapidar los valores de un individuo o una familia, si bien sí puede influir en éste o aquél presupuesto coyuntural.
Autonomía intelectual vs. sobreprotección y “helicopter parenting”
Sócrates, Aristóteles y los estoicos relacionaban la autorrealización (felicidad, bienestar duradero, tranquilidad) con el cultivo de lo que llamaban virtud: obrar de manera racional, adquirir cuantos más conocimientos mejor, actuar “según la naturaleza”, mantenerse consecuentes, etc.
No hay que partir de la reinvención de la rueda, dicen los estudios, para garantizar un buen futuro para los más pequeños, más allá de los funestos augurios.
La receta de la mejor educación no consiste en el “helicopter parenting” o convertirse en algo así como un entrenador personal de las decisiones y supuestas necesidades perentorias de nuestros hijos. Las últimas tesis de psicólogos clínicos y del desarrollo se asientan en el sentido común y las recetas intemporales.
Riesgos de los extremos: pasotismo y sobreatención
Por ejemplo, The New York Times recoge las conclusiones de Diana Baumring, profesora de psicología y experta en desarrollo de la Universidad de California en Berkeley, que ha dedicado su carrera a estudiar los efectos de la educación en los más pequeños.
Baumring sostiene que, para hablar de una educación paternal óptima, hay que alejarse de los extremos: ni la desatención, ni la sobreatención y agasajamiento (el “coaching” practicado por los padres hiperactivos, o “helicopter parents”).
Este término medio educativo consistiría en otorgar una caja de herramientas cognitiva a los niños, que ellos mismos desarrollarán a lo largo de su vida. Dentro de ella, aparecen herramientas ya destacadas por las filosofías de vida clásicas y la psicología humanista: los padres se involucran, se muestran receptivos y, pese a establecer altas expectativas, respetan la autonomía del niño.
Reconociendo y afrontando nuestras debilidades (y fortalezas)
El niño debe aprender a obrar usando la razón y entender los riesgos de ceder a todos los deseos impulsivos de los mecanismos de gratificación instantánea que hemos desarrollado como especie, tales como la predilección por los azúcares, los alimentos grasos y precocinados, el comportamiento gregario más impulsivo, etc.
Para ello, debe comprender por sí mismo las ventajas de racionalizar cada situación, aprender a esperar, desarrollar la fuerza de voluntad (que, según otros psicólogos, actúa como un músculo y, como éstos, se puede potenciar o atrofiar), obtener los beneficios de la planificación a largo plazo, la llamada gratificación aplazada.
Según la psicóloga Diana Baumring en The New York Times, este tipo de padres “parecen dar con la dosis adecuada de participación parental y, en general, educan a unos hijos que les va mejor académica, social y psicológicamente que a los niños cuyos padres son tanto permisivos y menos involucrados, como controladores y más implicados”.
Los riesgos de premiar con adulaciones sobreactuadas
Carol Dweck, también profesora de psicología social y del desarrollo, en este caso en la Universidad de Stanford, ha investigado por qué los padres que no dan a sus hijos todo lo que éstos piden -mostrando una atención equilibrada e imperativa cuando es necesario-, tienen éxito, al lograr que los vástagos se desenvuelvan mejor en la edad adulta.
En uno de sus experimentos, Carol Dweck conduce a un grupo de niños a una estancia, donde les invita a resolver un puzle, que la mayoría resuelve sin problemas. Dweck se adula a continuación a algunos de ellos, expresándoles lo brillantes y capaces que son.
De manera consistente, son los niños a los que no adula los más motivados para resolver puzles cada vez más complicados. Asimismo, estos niños, que no han recibido el premio de la condescendiente adulación del adulto, muestran mayores niveles de confianza y emprenden retos intelectuales.
La psicóloga Carol Dweck cree que esta aparente paradoja se explica por la reacción humana ante la adulación y la condescendencia, y las mostradas ante el sentimiento de autonomía anímica e intelectual: al no recibir -ni esperar- la gratificación instantánea de la adulación, el niño que resuelve el puzle por interés refuerza su instinto de superación, fuerza de voluntad y curiosidad (gratificación aplazada).
Comerse una nube al instante; o esperar un rato y comerse dos nubes
Las tesis de Diana Baumrind y Carol Dweck son consistentes con los resultados de un conocido estudio de Stanford en 1972, que ha pasado a la posteridad con el nombre de la golosina empleada en la investigación: el “experimento del malvavisco” (ese dulce esponjoso y coloreado, a menudo de color rosa, conocido como “nube” en España).
El experimento del malvavisco ofreció pistas sobre los mecanismos de gratificación instantánea y aplazada (conductas impulsivas contra conductas racionales) que luego se confirmarían con el seguimiento realizado a los niños participantes.
A cada niño se ofrecía una nube de caramelo para comerla al instante, o se le invitaba a esperar un rato si quería conseguir dos nubes, en lugar de una. A continuación, el adulto abandonaba la estancia y el niño permanecía solo ante la nube.
Los niños capaces de esperar para lograr un mejor resultado debían hacer frente por su propia cuenta a la tentación de tener, ante ellos, el premio contante y sonante. Los que lo lograron consiguieron también mayor éxito académico y en la vida que los niños más impulsivos, que habían sucumbido a los cantos de sirena de lo inmediato.
Fuerza de voluntad y éxito infantil
Estos estudios, así como los ensayos que compilan literatura científica similar, tales como Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength -de Roy F. Baumeister, psicólogo social, y John Tierney, periodista científico de The New York Times-, o How Children Succeed, de Paul Tough, nos recuerdan que buena parte del bienestar duradero, infantil y adulto, recae sobre la capacidad del individuo para actuar con autonomía y racionalidad en la cotidianeidad.
Y, por muy dura que sea la situación coyuntural en el seno familiar, en la escuela o en la sociedad en su conjunto, el individuo -niño o adulto- tiene la última palabra para desarrollar y usar su capacidad de introspección, de desenvolverse mediante una conducta constructiva y que contraponga los riesgos de las conductas impulsivas a los beneficios de la conducta que tiene en cuenta la trayectoria y el largo plazo.
Para la doctora Diana Baumring, que ha dedicado 25 años de su carrera a estudiar la conducta de niños en el afluente condado de Marín, junto a San Francisco, es esencial que los padres entiendan autonomía de sus hijos y no sobreactúen con adulaciones, ni caigan en la desidia de la desatención; ni halagos y mimos forzados, ni ausencia, sino autoridad para apoyar o decir no, o sí, cuando sea necesario.
Una conciencia capaz de analizar la realidad por sí misma
Según Baumring, los niños más felices y exitosos, los que muestran más confianza académica y emocional, cuentan con padres que no hacen por ellos lo que pueden hacer por sí mismos; padres que no proyectan sus propias frustraciones y necesidades en sus hijos.
“La tarea central de crecer consiste en desarrollar una conciencia autosuficiente, segura y en general acorde con la realidad”. Una frase que podrían haber firmado Sócrates, Aristóteles (eudemonismo), Séneca (estoicismo), o Abraham Maslow (psicología humanista).
Filosofías de vida y psicología moderna nos recuerdan que asistir a un niño o adulto de manera innecesaria o prematura puede reducir la motivación y autonomía, aumentando su dependencia y la falta de habilidad para mantener las barreras parentales o sociales que más dañan el desarrollo de un individuo.
Cambiar lo que está a nuestro alcance
Cuando existen objetivos, aprender a esperar genera sus réditos, así como cambiar lo que está al alcance de uno, usando la introspección: nuestra propia conducta, calidad de vida, bienestar duradero, que paradójicamente aparecería cuando somos capaces de controlar la llamada de la gratificación instantánea.
La psicología moderna también ha estudiado el mecanismo por el cual nuestro cerebro se escuda en actitudes impulsivas como si se tratara de una adicción; según la hipótesis de la adaptación hedónica, siempre tenemos la esperanza de que, con la última compra (o la última actividad extraescolar de nuestros hijos, etc.), seremos felices pero, una vez logrado el objetivo, volvemos al estado anterior y seguimos buscando algo. Saciando nuestra ansiedad con el premio exterior, pensamos, llegará el bienestar.
Es complejo, para niños y adultos, aprender de la gratificación aplazada y la fuerza de voluntad, sobre todo si no se practica en el entorno inmediato ni existen modelos que fomenten el uso de estos mecanismos de autorrealización, sea en casa, en la escuela o en los arquetipos sociales representados en los medios.
Las ventajas de tomar decisiones racionales
Mostrar a nuestros hijos su autonomía, dejarles acertar y equivocarse por cuenta propia, enfrentarlos al experimento de la nube de caramelo; existen distintas maneras de fomentar entre los más pequeños los mecanismos de gratificación aplazada que, una vez interiorizados, les ayudarán durante el resto de su vida.
Y lo que sirve para la primera etapa de la vida sirve para la edad adulta. Intentar cambiar algo que no está en nuestras manos, como la situación actual, puede fomentar la frustración.
Sócrates y filósofos posteriores, que tomaron su uso del cultivo de la racionalidad para lograr el bienestar, aconsejaban, por el contrario, actuar sobre nosotros mismos y esta actitud racional y de acuerdo con la naturaleza serviría como ejemplo para otros.
Encendido de la llama
Si la negatividad es tan contagiosa como un vídeo viral, el grito en un concierto de música o la consigna en una manifestación, también lo es la actitud positiva que parta del cultivo interior y la actuación racional. Para Aristóteles, “los educados difieren tanto de los no educados como los vivos difieren de los muertos”.
La conducta positiva y racional no es la respuesta suprema, ni la verdad. Sócrates lo explicaba así: “La educación es el encendido de la llama, no el llenado de un recipiente”.
Más que proyectar nuestros deseos y objetivos en nuestros hijos, alimentando su capacidad memorística y algunos mecanismos que les permitan trampear con buenas notas y una vida plácida hasta la edad adulta, la responsabilidad del padre es el encendido de la llama, inculcar una curiosidad que permitirá a cualquier niño a crear su propia caja de herramientas.
Por ejemplo, está en nuestras manos el fomentar una alimentación que evite el equivalente dietético a la gratificación instantánea (alimentos ricos en azúcares, y grasas, precocinados, bebidas carbonatadas, bollería industrial).
Hay estudios que relacionan obesidad y sobrepeso infantil con problemas de aprendizaje.
También podemos despertar la curiosidad de los más pequeños. La neurociencia no sólo sugiere que “vivimos” lo acaecido en los libros, al experimentarlo de manera cognitiva de un modo similar a participar en la realidad narrada, sino que un nuevo estudio conducido en 64 niños afirma que los libros cambian la manera de crecer del cerebro infantil.
Mejores alimentos para estómago y espíritu
Mejores alimentos, para el estómago y el espíritu, ser conscientes de que hay que encender la chispa de la autonomía y curiosidad intelectuales, más que llenar un “recipiente” de conocimientos, y poco más. Haya crisis o no, los niños de ahora están tan o más preparados para la aventura de la vida como las generaciones precedentes.
Exponer que los niños actuales de los países ricos están condenados a la miseria, el analfabetismo y otras plagas bíblicas, es pintar la realidad y el futuro explicando parte de la realidad y haciéndolo con un negativismo interesado.
Más que niños con menor espíritu crítico y capacidades, si hacemos caso del “efecto Flynn“, nos dirigimos a todo lo contrario, con generaciones sucesivas compuestas por individuos más inteligentes que sus antecesores.
Sócrates: “No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacer que piensen”.