Hemos perdido la capacidad de interpretar las sociedades humanas como un sistema estratificado en partes que se mueven a distinta velocidad, desde los fenómenos más rápidos y superficiales (moda) a los más profundos y estables (cultura, naturaleza).
Influenciados por el trabajo previo de quienes, como el antropólogo y lingüista Gregory Bateson, combatieron el reduccionismo promoviendo una “teoría de sistemas”, pensadores como Stewart Brand argumentan que las sociedades humanas necesitan rescatar su visión ancestral del conjunto y aprovechar el potencial de los mecanismos que condicionan el curso de una civilización, desde los más rápidos y superficiales a los más profundos y duraderos.
Dialéctica entre lo efímero (a veces frenético) y lo rígido (a veces estático)
Recupero las reflexiones de Stewart Brand (Whole Earth Catalog, Long Now Foundation) sobre su concepto de estratos de distinta velocidad en civilizaciones mientras pasamos unos días en un retiro cuyo paisaje evoca una mentalidad sosegada y atenta al largo plazo:
“Las partes rápidas aprenden, proponen y absorben choques; las partes lentas recuerdan, integran y constriñen. Las partes rápidas acaparan toda la atención. Las partes lentas cuentan con todo el poder.”
En cierto modo, expone Brand, las mejores sociedades aprenden a filtrar con efectividad los mejores experimentos que acaecen en los estratos más efímeros, que acaban cambiando los estratos con mayor peso.
El difícil arte de aprovechar las buenas ideas
¿Existen sociedades capaces de mantener nivel de atención y equilibrio entre las partes rápidas e innovadoras y las partes lentas (valores, cultura)? ¿Es posible permitir la máxima flexibilidad y tolerancia con las partes rápidas -moda, música, comercio, etc.- y lograr a la vez que las mejores ideas influyan sobre las partes más lentas de una civilización dada?
Las revoluciones sin sentido y el inmovilismo paralizador son dos de las consecuencias de sistemas incapaces de sacar el máximo partido a las inevitables tensiones entre las capas del sistema que se mueven con mayor rapidez y aquellas más estables.
Merece la pena profundizar en el concepto desarrollado por Stewart Brand para, si no lograr una respuesta a estas cuestiones, al menos comprender las tensiones dentro del marco de una sociedad humana.
Lugares que invitan al sosiego introspectivo
Exploramos durante unos días la húmeda, escarpada y solitaria costa del norte de San Francisco desde una base temporal en una casa en Sea Ranch (Sonoma), cuyos ventanales se abren al Pacífico.
Sea Ranch es una comunidad de viviendas de madera que, como Mendocino, localidad media hora hacia el norte, ha atraído durante décadas a profesionales y jubilados en busca de espacio para combinar introspección con actividades al aire libre.
Las casas, todas de madera desnuda envejecida por años de humedad oceánica y grandes ventanales con vistas al océano, ofrecen acceso a acantilados bordeados por senderos entre vegetación autóctona, cipreses peinados por la niebla del Pacífico y calas donde se congregan los distintos grupos de leones marinos que habitan la zona.
La costa accidentada de los condados de Sonoma y Mendocino es un lugar idóneo para perderse entre riscos y acantilados, y observar formaciones rocosas con estratos geológicos que dejan a la vista millones de años de evolución y sedimentos.
Lo delicado y lo que muta lentamente
En días suertudos, uno puede explorar la vegetación de la zona (con decenas de flores autóctonas bien documentadas en libros presentes en cada casa), formaciones rocosas, leones marinos, grandes aves rapaces planeando en la brisa y, a lo lejos y cuando la niebla lo permite, grupos de ballenas se acercan para darse un festín.
En lugares como Sea Ranch, el tiempo toma otra textura y la nerviosa industriosidad de San Francisco da paso al sonido insistente y atronador del océano rompiendo contra los acantilados, que contrasta con la aparente fragilidad de los mantos multicolores de flores autóctonas, colgados de la costa a la espera de que vuelva a avanzar, una vez más, el abrumador banco de niebla que condiciona el clima de la Costa Oeste de Norteamérica.
El estrato de lo delicado: la aparente fragilidad de la vegetación autóctona recuerda la ligereza y voluntad de integración paisajística de las casas de madera envejecida de la zona, con sus ventanales para aprovechar hasta el último rayo de luz en una costa legendaria por su húmeda bruma, sus paredes de madera laminada y cubiertas de tejuela de madera.
Moda, comercio, infraestructura, gobernanza, cultura, naturaleza
Siguiendo con el símil geológico, los estratos más resistentes de la zona cambian a menor velocidad y celebran los elementos, como los accidentes del terreno, los enormes cipreses costeros o los riscos, habitados por leones marinos.
Del mismo modo que la inmutabilidad de los estratos geológicos ofrece información sobre el pasado del planeta, la mutabilidad y distinto ritmo de las capas que conforman las sociedades humanas se prestan a un análisis similar.
Precisamente uno de los pensadores más influyentes en la zona de influencia de San Francisco desde los años de la contracultura, Stewart Brand, ha desarrollado en ensayos y conferencias una idea sobre el ritmo variado de las capas o estratos que configuran una civilización, un sistema interdependiente (marco “framework”, concepto aplicado en tecnología) donde los aspectos más superfluos cambian a gran velocidad (moda, lenguaje, comercio), mientras los más próximos al núcleo son menos permeables a los cambios (infraestructura, gobernanza, cultura y, finalmente, naturaleza).
El símil arquitectónico
Stewart Brand desarrolló la idea de estratificar los ritmos de la civilización a partir del trabajo previo del arquitecto Fran Duffy, artífice de una hipótesis similar aplicada a la arquitectura, así como a partir de contribuciones de pensadores como el físico Freeman Dyson y el productor musical y polímata Brian Eno.
Brand, miembro de los Merry Pranksters (descritos por Tom Wolfe en Ponche de ácido lisérgico), creador del fanzine Whole Earth y precursor tecnológico gracias a sus colaboraciones académicas, indagó en su hipótesis sobre el ritmo de los estratos de las sociedades humanas mientras preparaba su ensayo How Buildings Learn (1994).
Enfrascado en encontrar métodos de urbanismo y construcción asequibles, adaptativos y sostenibles, Brand sostuvo conversaciones con Frank Duffy y se interesó por un concepto del arquitecto que tenía en cuenta la complejidad de cualquier edificio, tratándolo como un sistema que depende de clima, emplazamiento, orientación, materiales, mantenimiento, etc.
Las capas de un edificio
Desde su tesis doctoral sobre la relación entre diseños de oficina y estructura de organizaciones, Frank Duffy había trabajado con un sistema estratificado para analizar edificios conformado por elementos asociados con 4 categorías: armazón, servicios, paisajismo y conjunto.
Estas capas evolucionan a ritmos distintos y las más rápidas influyen poco a poco a las menos permeables, que finalmente asumen los cambios puestos a prueba que muestran mejor rendimiento y adaptación.
Brand elaboró esta hipótesis, estableciendo seis capas de longevidad que influyen sobre un edificio (por capas, de menor a mayor velocidad de cambio o permeabilidad a lo cotidiano):
- sitio: emplazamiento, contexto (definido o no legalmente), cuyos límites y contexto se extienden durante generaciones de edificios efímeros;
- estructura: cimientos y elementos esenciales, de cambio complejo y costoso, y vida estructural entre varias décadas hasta tres siglos;
- epidermis: superficies que recubren la estructura, con duración limitada (una o dos décadas) hasta la mejora tecnológica o trabajo de mantenimiento (últimamente, evoluciona su eficiencia energética gracias a un mejor aislamiento);
- servicios: acondicionamiento tecnológico tanto básico (lampistería, climatización), hasta fibra óptica (vida útil entre 7 y 15 años);
- distribución espacial: el interior se puede adaptar a realidades que cambian con facilidad;
- bienes muebles: desde mesas y sillas hasta electrodomésticos, superficie textil del hogar, etc.; cambian con mayor facilidad que el resto.
Lo que se cede y se gana cambiando
Partiendo de esta idea sobre las capas de un edificio, Brand elaboró la premisa que de:
“Cambiar es ceder identidad; pero cambiar implica estar vivo. Los edificios resuelven parcialmente la paradoja ofreciendo la jerarquía de la diferencia de velocidades: se puede jugar con las cosas y plano espacial que uno quiera, mientras la estructura y el emplazamiento ofrecen solidez y confianza.”
Pronto, tanto los lectores de How Buildings Learn como el propio Stewart Brand comprendieron que la hipótesis de los marcos o sistemas humanos con estratos que se mueven a distinta velocidad e influyen entre sí podían aplicarse a infinidad de campos, desde el diseño industrial al desarrollo de software.
Esta certidumbre condujo a Stewart Brand a consultar a expertos en aquellos estratos de civilización que se mueven más rápido, como las tendencias musicales (el polifacético Brian Eno, acostumbrado a moverse en el mundo sinestésico de la experimentación cognitiva), y a expertos que han dedicado su carrera a estudiar las capas más importantes, pero que se mueven con mayor lentitud (el físico Freeman Dyson).
El reloj del largo ahora
Finalmente, y tras presentar diagramas previos (coincidiendo con el nacimiento de la fundación Long Now en 1996), Stewart Brand desarrolló con mayor amplitud sus estratos de ritmos (o velocidades) de la Civilización en un ensayo publicado en 1999, The Clock of the Long Now, sobre el desarrollo de un reloj mecánico capaz de medir el tiempo con precisión durante 10.000 años (explorando el valor de: longevidad, mantenibilidad, transparencia, capacidad evolutiva y escalabilidad).
El ensayo no sólo expone el alcance de un pensamiento que comprende la complejidad de los sistemas que integran a humanos y naturaleza, sino que justifica la necesidad de crear una institución cultural interesada por el cambio a largo plazo, un pensamiento que elogia la lentitud en contraposición con la mentalidad preponderante del cuanto más rápido y barato, mejor.
Pocas veces, un pequeño capítulo de 6 páginas en un oscuro ensayo como The Clock of the Long Now ha influido tanto como el apartado donde Stewart Brand presenta su diagrama de “estratificación de ritmos” en comunidades humanas, para a continuación describir su contenido.
Los seis grandes estratos de una civilización
El diagrama incluye hasta seis grandes estratos que emulan la superposición de capas geológicas en la tierra. Las capas más proclives a la inestabilidad y el cambio ocupan la superficie, mientras las más lentas ocupan el interior: moda (aquí, Brand se refiere a cultura pop en general, desde las tendencias musicales al atuendo de las tribus urbanas), comercio, infraestructura, gobernanza, cultura y, en el núcleo, naturaleza.
El ritmo de los estratos de civilización depende de la relación entre cada capa: cuando los estratos mantienen abiertos y vivos sus canales de comunicación, el sistema logra mayor vigor y mejores resultados.
Al moverse a distinta velocidad y profundizar en objetivos distintos, el conflicto entre capas es inevitable, pero esta confrontación permite el equilibrio y la fortaleza del sistema, explica Brand:
- las capas superiores son rápidas y discontinuas: aprenden, proponen, absorben sacudidas, pivotando entre innovación y revolución; su contacto con lo cotidiano las convierte en centro de atención (ejemplo: el frenesí de Twitter, con sus ventajas -síntesis, acceso a ideas- e inconvenientes -mentalidad de rebaño, ruido-);
- las capas inferiores son más lentas y reciben estímulos/presiones de las superiores y se comportan con continuidad: recuerdan, proporcionan, integran sacudidas, pivotando entre la limitación de recursos y la constancia; no acaparan la atención, pero cuentan con el poder real del sistema integrado.
Cuando el comercio campa a sus anchas
Stewart Brand:
“Si el comercio campa a sus anchas sin una gobernanza y cultura vigilantes, se transforma en crimen con facilidad… Del mismo modo, el comercio puede instruir pero no controlar los niveles más profundos, porque el comercio por sí mismo tiene la vista corta.”
La infraestructura, prosigue Brand, es esencial, pero tiene el inconveniente de ser difícilmente justificable en términos comerciales, debido a que el período de amortización es lento y difícil de calcular en toda su extensión (una autopista más eficiente repercute a la larga tanto sobre sus usuarios directos como sobre los indirectos, debido a la mejora del tráfico, la rapidez de las transacciones comerciales, menos emisiones debido a atascos, etc.).
Asimismo, la gobernanza y la cultura deben estar dispuestas a asumir el enorme coste de grandes transformaciones con consecuencias negativas a corto plazo (infraestructuras cortadas para mejorarlas, etc.) por el bien de obtener mayores beneficios para más gente a largo plazo.
Educación y cultura: la dificultad de vender un rendimiento a la larga
Y qué decir de la educación:
“La educación es infraestructura intelectual, como también lo es la ciencia. Enorme rendimiento, pero recompensa a la larga.”
La “cultura”, que engloba valores, ética, educación, metafísica, filosofía y otras aspiraciones superiores tanto de comunidades como de individuos, influye tanto sobre los estratos superiores como sobre el inferior (naturaleza), y a la vez es permeable a las sacudidas que proceden de ambos lados.
Según Brand y su colega (y cofundador de la fundación Long Now, el profesor de Stanford Paul Saffo) el poder de las capas inferiores contrasta con su lentitud, lo que explicaría por qué cuestiones como filosofías de vida o sistemas educativos cambian con tanta lentitud, incluso cuando el estrés producido por distintos shocks (naturales -catástrofes, cambio climático, largas sequías, etc.- o de origen humano -guerras, consecuencias de la aplicación de idealismos absolutos-) evidencia la necesidad de cambio.
Lo que queda después de la espuma
Stewart Brand:
“Podemos examinar el conjunto estrato a estrato, profundizando desde lo que va rápido y reclama atención hasta lo lento y poderoso. Cabe señalar que, a medida que la gente envejece, sus intereses tienden a migrar a partes más lentas de la secuencia. La cultura es invisible a los adolescentes pero una cuestión de gran importancia para los mayores. Los adolescentes están obsesionados con la moda, mientras los mayores se aburren con ella.
La tarea de la moda y el arte es comportarse como la espuma: rápida, irrelevante, atractiva, egocéntrica y cruel. ¡Prueba esto! ¡No, no, prueba esto! La cultura se desvincula de experimentar de la manera más creativa e irresponsable que la sociedad pueda soportar. De toda esta variedad surge la energía motriz del comercio… y la ocasional buena idea o práctica que se escurre hacia abajo para mejorar niveles más profundos, tales como la sensibilización de la gobernanza sobre la opinión ciudadana, o la cultura aceptando gradualmente el multiculturalismo como estructura, en lugar de aliño para el entretenimiento.”
De cumbre a cumbre
Brand no cita a Nietzsche, pero lo hago yo. Y puestos a arriesgarnos, doblemos la apuesta: elijo una cita de Así habló Zaratustra.
Las cuestiones realmente profundas y complejas requieren, pensó Nietzsche, un lenguaje próximo a la parábola, pues la mera descripción no nos conduce a alturas y profundidades con la misma intensidad que un aforismo:
“En las montañas, el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre, pero para recorrerlo hay que tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias: y aquellos a quienes se habla, hombres altos y robustos.
El aire ligero y puro, el peligro cercano y el espíritu lleno de una alegre maldad: estas cosas se avienen bien.
Quiero tener duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se crea sus propios duendes. El valor quiere reír.”
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