Vista por la mayoría, la filosofía es apenas un sesudo vestigio del pasado, arrinconado en marginales departamentos universitarios.
Pero algo está cambiando. Expertos e individuos anónimos ven en cultivar una filosofía de vida el modo de dotarnos de las herramientas que distinguen una vida plena de otra basada en la búsqueda de anodinas gratificaciones instantáneas.
Filosofía de vida para vivir a fondo
En la Época Clásica, la filosofía era la puerta al conocimiento; más tarde, fue el origen del sistema educativo reglado occidental. Pero, además de aprender ética, lógica, epistemología, metafísica o física, los alumnos de las distintas corrientes impartían una materia fundamental: aprender a vivir.
Tener, en definitiva, una filosofía de vida, una educación y sistema de valores que, puestos en práctica a diario, se convertían en un modo de vida para responder las cuestiones existenciales de la condición humana.
Porque, sin ser Shakespeare ni Cervantes, nos planteamos, aunque sea de un modo más tosco, sus dilemas existenciales, como han hecho la filosofía y la religión a lo largo de la historia.
La filosofía de vida no es más que una caja de herramientas cotidiana, un mecanismo para hacer frente a los principales retos y preguntas existenciales del día a día, no importa lo inesperados, incómodos, trágicos o agradables que sean.
La sorprendente coherencia -y vigencia- de las filosofías de vida
Las filosofías de vida clásicas son aplicables a la actualidad. Aumenta el número de personas que simpatizan con preceptos de vida sencilla y búsqueda del bienestar, usando la razón y el comportamiento coherente que rehuya los cantos de sirena de la gratificación instantánea.
La buena noticia: las filosofías de vida clásicas se pueden aplicar con poco esfuerzo y ofrecen resultados cuantificables.
La mala noticia: pese a que los principales eruditos de las religiones abrahámicas estudiaron, comentaron, conservaron y loaron las enseñanzas de Aristóteles (eudemonismo) o Séneca (estoicismo), su obra fue usada sólo por una minoría letrada y estudiada en los celosos escriptorium, lejos de las calles.
Así que sólo los iniciados y privilegiados se beneficiaron de ello. Esto ha cambiado.
La historia ha usado (sin citar la fuente) las filosofías de vida
Desde hace casi dos milenios, por tanto, la humanidad dejó de enseñar el “arte de vivir” como materia filosófica. Aprender a vivir se convirtió en monopolio eclesiástico.
Afortunadamente, Averroes, Maimónides, Roger Bacon, Ramon Llull, Giordano Bruno y los renacentistas italianos, así como los primeros ilustrados, con René Descartes y Gottfried Leibniz en cabeza, desempolvaron la idea de que la humanidad contara con una “filosofía de vida”.
Así las filosofías de vida clásicas han inspirado obras como El discurso del método de Descartes o las constituciones modernas, con la de Estados Unidos como paradigma.
En otras palabras: tanto la literatura sesuda como los panfletos populares de la Ilustración (como el Poor Richard’s Almanack de Benjamin Franklin), o las novelas por entregas publicadas en los primeros diarios occidentales, aportaban consejos a menudo extraídos de las enseñanzas filosóficas de los clásicos.
Recuperando el “arte de vivir”
Pero, más allá de inspirar frases célebres y obras influyentes, tanto académicas como populares, las filosofías de vida se perdieron en la historia, al menos como guías prácticas para inspirar el aprendizaje universal: el “arte de vivir”.
Si las filosofías de vida clásica son aplicables en la actualidad y aportan bienestar cuantificable a quienes se inspiran en consejos de los clásicos, para muchos un mero ejercicio de ir a la fuente del pensamiento occidental y de la psicología positiva, ¿por qué no hay escuelas de filosofía de vida en la actualidad?
Guía de la buena vida
En parte ya existen; y, en parte, no.
El profesor de filosofía William B. Irvine expone en su ensayo Guide to the Good Life que la mayoría de nosotros practica una versión deshilachada y más o menos extrema de “hedonismo”, sea inconsciente o “ilustrado” (con conocimiento de causa), y esta búsqueda de la gratificación instantánea nos está reportando problemas, tanto individuales como colectivos.
Su respuesta personal a la vida que llevaba y no le satisfacía fue pesquisar opciones coherentes de filosofía de vida y probar la vigencia de los consejos.
Su sorpresa: el estoicismo es tan coherente y funciona tanto como el primer día. Su base analítica de búsqueda del bienestar interno y el control racional de los impulsos a los que, debido nuestra evolución como especie, somos propensos, entronca con las tradiciones de la Ilustración y el pensamiento científico.
Estoicismo vs. budismo zen
La naturaleza racional y plagada de sentido común de una filosofía de vida clásica como el estoicismo llevó a William B. Irvine a integrar su sencilla práctica, ausente de liturgia, en su vida cotidiana, en lugar de decantarse por el budismo zen.
Las enseñanzas budistas son similares al corpus del estoicismo, explica Irvine, pero favorecen la solemnidad de la tradición y la disciplina de la práctica, en lugar de, como el estoicismo, interiorizar un puñado de enseñanzas básicas y racionales que pueden integrarse en la vida cotidiana sin largas horas de meditación, etc.
¿Son compatibles las filosofías de vida clásicas con la práctica religiosa, el agnosticismo o el ateísmo? Sin duda.
Pese a ser considerados paganos, los principales representantes del pensamiento socrático y sus derivados (eudemonismo, estoicismo) son la base del pensamiento occidental.
Su presencia ha sido tan decisiva como la propia liturgia judeo-cristiana. Las instituciones religiosas, no obstante, monopolizaron los consejos sobre cómo vivir, por lo que las filosofías de vida fueron reaprovechadas y sepultadas por versiones abrahámicas edulcoradas, a menudo indescifrables por una mente crítica, del “arte de vivir” clásico.
El antídoto a la intransigencia dogmática
Las filosofías de vida clásicas no aportan dogmas, sino acaso su antídoto. No exigen adhesión incondicional, sino empatía racional. No ofrecen grandes sueños ni milagros, sino introspección sencilla, objetiva y curtidora del interior del individuo.
Dice el estoico Epicteto que “la filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia”.
Por su coherencia e influencia sobre el tuétano de lo mejor de nuestro pensamiento y valores colectivos, destacan el intelectualismo socrático (y sus derivados: sobre todo, el eudemonismo de Aristóteles y el estoicismo de Séneca).
Estas dos últimas, eudemonismo y estoicismo, son las dos corrientes con filosofías de vida más estudiadas, comentadas y loadas desde el Renacimiento y la Ilustración, base del humanismo y coherentes con el pensamiento zen.
Vida virtuosa y racional
Lo que el filósofo estoico Epicteto definió como el “arte de vivir” que, según él, consistía en usar la razón y la vida virtuosa y acorde con la naturaleza para lograr un bienestar duradero, puede ser alcanzado por cualquiera: no se requieren atributos concretos, ni capacidad intelectual, ascendencia social o creencia religiosa particulares.
Basta, dicen los estoicos, con querer alcanzar la tranquilidad usando la razón, y el cultivo de la virtud a través de la templanza.
Justo cuando, como explicaba Steve Jobs a su biógrafo Walter Isaacson, los individuos con profundos conocimientos en humanidades y, a la vez, en ciencias, tienen una indudable ventaja competitiva, además de vivir una existencia más plena, las filosofías de vida coherentes se han desvanecido.
Encontrarse en la intersección entre humanidades y ciencias fue uno de los propósitos de la filosofía clásica.
En busca de un manual de estoicismo para novatos
El estoicismo lo logró como ninguna otra filosofía de vida. Pero, del mismo modo que sólo conocemos el pensamiento socrático a partir de los vestigios escritos de discípulos y sus seguidores, no ha llegado hasta la actualidad un equivalente a “manual práctico para estoicos” o “cómo practicar estoicismo en 10 sencillos pasos”, o “estoicismo para novatos”.
Hay, eso sí, abundante literatura, entre relatos y epistolario, de los principales estoicos, incluyendo a los tres discípulos más citados de esta filosofía de vida: el esclavo Epicteto, el emperador Marco Aurelio y el notable Séneca.
El filósofo William B. Irvine y otros se han servido de la abundante bibliografía para sintetizar las principales enseñanzas del estoicismo, y convertirlo en una filosofía de vida comprensible, viable y útil en la actualidad.
Estoicismo 101
Un pensamiento coherente, sin maximalismos petulantes ni cacareos pseudo-espirituales. Un compendio de consejos sobre el “arte de vivir” que abundan en el sentido común de todos los tiempos, en el razonamiento, la búsqueda interior, la virtud, la contemplación y el tuétano de la existencia.
El estoicismo sostiene que la ausencia de control de los instintos evolutivos humanos conduce, a la larga, a la infelicidad; recopilando las ideas sobre la virtud de Sócrates, Platón y Aristóteles, expusieron que la gratificación instantánea tenía una característica perversa y autodestructiva: cuando se sacia un deseo, otro ocupa su lugar, como un bucle infinito.
La “virtud” clásica consiste en tener la fuerza de voluntad, sentido común y templanza necesarios para evitar los cantos de sirena de la constante gratificación instantánea y aprender a saborear lo que uno ya tiene, usando mecanismos sencillos y consistentes.
Dominar en beneficio propio, no reprimir
Explicado por un estoico, la virtud consiste en actuar siempre de acuerdo con la naturaleza; el ser humano fue concebido (por Zeus, según ellos; algo que debemos actualizar a la teoría evolutiva, explica William B. Irvine) como ser racional, de modo que actuar según la naturaleza es hacerlo de manera racional.
Para los estoicos, reconocer que el ser humano era impulsivo y debía convivir con pasiones bajas no era incompatible con la vida “de acuerdo con la naturaleza”. Como psicólogos modernos, aceptaban la existencia de unos instintos y, en lugar de reprimirlos, practicaban para controlarlos, y no a la inversa.
Controlando los afectos y pasiones, los estoicos no pretendían lograr el bienestar duradero (su “tranquilidad”) reprimiendo la emoción de la vida, sino dominar las emociones negativas.
10 técnicas para convertir el estoicismo en nuestra filosofía de vida
Los estoicos sostenían que la virtud consistía en actuar sirviéndose de la razón para dominar los impulsos. Los estoicos consideraban que la virtud, como facultad activa, era el bien supremo.
En el interior del propio individuo, pues, estaba el instinto y la herramienta para controlarlo, la razón. Ningún ser externo al propio individuo es necesario para alcanzar la tranquilidad, un concepto filosófico crucial en Renacimiento e Ilustración.
He aquí un compendio de técnicas para integrar el estoicismo en nuestra cotidianeidad. No es necesario hacer votos solemnes ni grandes anuncios:
1. Practicar la “visualización negativa”
¿Qué es lo peor que puede ocurrirnos? Un individuo estará preparado para lo peor, así como para saborear lo que ya tiene, si se esfuerza con regularidad en contemplar los infortunios que le pueden desposeer de lo que aprecia.
Esta estrategia del estoicismo no es más que una preparación consciente para el infortunio y, a la vez, un modo coherente de disfrutar del presente, así como de ser consciente de la transitoriedad de nuestra existencia.
Un equivalente inconsciente a esta preparación consciente es el sueño, sabemos ahora.
2. Preocuparnos por nuestros pensamientos y vida interior, y evitar la dependencia de lo externo
Cuanto más independencia de pensamiento con respecto a supuestas recompensas externas, mayor “tranquilidad, libertad y calma”, decía Epicteto.
3. Ser conscientes del “fatalismo” de la existencia
Es crucial reconciliarse con el pasado, porque no se puede cambiar, así como dejar ir el presente.
Tomando una actitud fatalista hacia las cosas que ya han ocurrido, somos conscientes, dice Séneca, de que avanzamos con el universo y no podemos recular para cambiar lo ocurrido.
En lugar de esforzarse por adaptar lo ya ocurrido a nuestros deseos, deberíamos hacer que nuestros deseos se ajusten a los eventos. Si aceptamos lo ocurrido, evitamos el tormento, la lamentación, el dedicar esfuerzos a tratar de cambiar algo inmutable, ya acaecido.
Rebelarse en contra de la naturaleza (el equivalente en el taoísmo a ir en contra del “tao”, o flujo natural) es contraproductivo, ya que entorpecemos nuestra tranquilidad con sentimientos de dolor, ira, miedo.
Por contra, debemos usar los días esforzándonos por afectar el resultado de futuros eventos, para que sean lo más favorables. La actitud es “fatalista” con respecto a pasado y presente, pero positivista con respecto al futuro.
4. Prepararse para aceptar y dominar el placer
Además de contemplar los incidentes inesperados que nos pueden ocurrir (“visualización negativa”), el individuo debería vivir como si estos infortunios hubieran acaecido.
Por ejemplo, practicando la frugalidad (en nuestros tiempos, “pobreza” tiene una connotación tan negativa que alcanza la obscenidad).
No sólo los estoicos coincidían en esta idea; además de Catón el Joven, Epicteto o Séneca, Epicuro también practicó la pobreza. El fundador del epicureísmo quería examinar las cosas que creía necesarias, para determinar aquellas de las que podía prescindir.
En nuestro tiempo, una idea así puede ser confundida con el masoquismo. No si es entendida desde el punto de vista estoico: si experimentamos con periodicidad las incomodidades que, bajo circunstancias normales, podríamos haber evitado, nos preparamos para disfrutar de lo que tenemos y, de paso, para perder todo lo que se extiende más allá de nosotros mismos.
Los estoicos abogaban por un programa de incomodidad voluntaria, más que un malestar infligido como castigo o penitencia. Así pues, las incomodidades, nos preparamos para lo peor, ponemos a prueba nuestra templanza y apreciamos lo que poseemos.
Abandonando la zona de confort, disfrutamos más de las comodidades, por humildes que sean. O, como Musonio Rufo exponía, quien trata de evitar todas las incomodidades tendrá más dificultades para estar cómodo que quien acepta incomodidades con periodicidad.
5. Meditar
El estoicismo no aboga por una práctica dogmática y de liturgia exigente, sino más bien una seria confrontación del individuo consigo mismo, para ser consciente a diario de que usa mecanismos racionales para lograr el bienestar.
Séneca aconseja que meditemos sobre lo ocurrido en nuestra cotidianeidad con tanta frecuencia como sea posible, analizando cómo respondimos a los eventos y cómo podríamos haber mejorado el resultado usando principios estoicos.
Por ejemplo, cuando uno ha meditado sobre criticar o no abiertamente a alguien, uno no debería sólo analizar si la crítica es válida, sino si la persona criticada puede soportar la crítica con madurez.
En una fiesta, un grupo de gente hizo ocurrencias a expensas de Séneca, y el filósofo no pudo evitar que le afectaran. Tras meditar sobre lo ocurrido, se aconsejó a sí mismo mantenerse alejado de la baja compañía.
En otra fiesta, le afectó que le sentaran en un lugar que no se correspondía con su condición. Su consejo, tras meditar aquella noche: “Tú, lunático: ¿qué más da en qué parte del sillón sientas tus posaderas?”.
Un consejo de Epicteto: “si la gente loa tu valía, desconfía de ti mismo”. Meditando sobre lo ocurrido, nos preparamos para actuar en el futuro con mayor templanza y perfeccionar así nuestra tranquilidad.
Pero, ¿cómo sabemos que progresamos? Según Epicteto, por un lado, dejaremos de quejarnos; censurar o adular a otros; presumir sobre nosotros y nuestro conocimiento. Por otro lado, nos culparemos a nosotros mismos y no a las circunstancias externas, cuando las cosas no salgan como esperamos.
6. Sobre el prójimo
Los estoicos recomiendan que escojamos a nuestros compañeros de travesía vital (pareja, amigos) cuando sea posible.
Las personas que ponen en riesgo nuestra tranquilidad (circunstancia que sólo ocurre si les dejamos, puesto que, según el estoicismo, el individuo no se verá alterado por nada si es esa su voluntad) no nos convienen.
Hay compañeros vitales que no pueden elegirse, pero el individuo sí puede influir sobre la actitud de, por ejemplo, familiares. Cuando ello no es posible, los estoicos recomiendan evitar cuando sea posible los impulsos y la respuesta agresiva.
Citando a los estoicos, William B. Irvine escribe: “El ser humano es, por naturaleza, un animal social y tenemos el deber de formar y mantener relaciones con otras personas, pese a los problemas que ello pueda causarnos”. Como la primera función del ser humano es actuar de acuerdo con su naturaleza racional.
El emperador Marco Aurelio recomendaba que, cuando alguien nos desazone o ataque, deberíamos hacerles frente de manera racional y trabajar en interés mutuo.
Ello no lo hacemos por miedo a que algo externo nos castigue (Dios, el destino, etc.), sino la perspectiva de una recompensa.
No se trata de simpatía, admiración, aplauso, o fama.
Si hacemos las cosas de acuerdo con la naturaleza, dice Marco Aurelio, experimentaremos “placer verdadero”: tener una buena vida, ya que habremos reforzado nuestros mecanismos de tranquilidad y vida interior. Esa es la auténtica recompensa.
Realizar tareas que no conducen a una gratificación instantánea son, a la larga, la fuente de nuestro bienestar.
7. Técnicas estoicas para relacionarnos
Los estoicos deben resolver el dilema que les presenta su comportamiento racional. Por un lado, cuando se relacionan con otros ponen en riesgo su bien más preciado, su “tranquilidad”; por el otro, si evitan relacionarse, incurren en abandonar su deber social: conformar y mantener relaciones con otros.
¿Cómo preservar la tranquilidad mientras nos relacionamos con otros? Cuando nos relacionamos con otros, deberíamos prepararnos y desarrollar una cierta conducta fiel a nosotros y nuestros valores.
Si bien no se puede evitar una reacción de otros que ponga en riesgo nuestra tranquilidad, sí podemos elegir al máximo nuestras relaciones y encuentros, evitando a quienes sepamos que pueden desestabilizarnos.
Séneca recuerda que los comportamientos “bajos” -los comportamientos instintivos, íntimamente relacionados con nuestra herencia evolutiva-, son contagiosos.
Se transmiten, raudos y sigilosos, desde el portador a sus relaciones. Los estoicos también recomiendan la paciencia y empatía. Marco Aurelio recuerda que, cuando estemos con una persona que nos fastidie, recordemos que habrá personas que sientan lo mismo por nosotros.
Cuando alguien se ensañe con nosotros, recordar nuestros comportamientos similares nos ayudará a tamizar la reacción y mantener nuestra tranquilidad.
Finalmente, si la existencia es apenas un instante en la eternidad, como recuerda Marco Aurelio, ¿qué es un incidente o una conversación con alguien agresivo?
Poniendo los acontecimientos en su contexto cósmico adecuado, tenemos más posibilidades de mantener nuestro bienestar y proyectarlo a otros.
8. Cómo reaccionar ante situaciones explosivas (insultos, dolor, rabia)
Conscientes de que los ataques de otros (demostrados con actitudes, insultos, rabia) ponían en riesgo su bienestar, los estoicos desarrollaron técnicas para hacer frente a este riesgo.
Al ser víctimas de una afrenta, nuestra primera reacción es reaccionar con rabia. Una acción negativa que responde a otra acción negativa: al comportarnos de este modo, no sólo nos situamos en el mismo nivel que el autor de la afrenta inicial, sino que arriesgamos nuestra tranquilidad.
De ahí que los estoicos se centraran en desarrollar estrategias para eliminar sentimientos de rabia cuando somos atacados. Para los estoicos, los insultos (no importa su naturaleza) incorporan un tóxico y simbólico aguijón del que hay que desprenderse, porque escuece, irrita el espíritu y puede infectarse.
Una de las tácticas consiste en aprender a aplacar el insulto analizándolo con indolencia, prestando atención a las cosas que son ciertas en la afrenta. Para los estoicos, lo evidente no es un insulto, ni lo insinuado tampoco.
Y, reconoce esta filosofía de vida, el mejor contraataque y el único que tiene un efecto devastador sobre quien insulta es demostrar racionalidad e indolencia.
En ocasiones, es posible incluso contestar bromeando, evitando el tono herido y la corrosiva causticidad. Cuando no es posible responder de manera sosegada, dicen los estoicos, se puede callar.
Cuando la afrenta procede de un individuo despreciable, analizan los estoicos, en lugar de sentirse herido por los insultos, uno debería congratularse. Es la constatación de que se va por el buen camino.
En otras ocasiones, el carácter estoico contribuirá a sentir, más que enojo, compasión por personas que tratan de herir cuyo carácter está claramente trastocado.
Epicteto recuerda que, si nos convencemos de que una persona no nos ha causado daño insultándonos, su insulto no llevará aguijón ni el posterior resquemor psicológico: “lo que molesta a la mayoría de la gente no son las cosas en sí, sino el juicio realizado sobre esas cosas”.
9. Ser consciente de los riesgos de un espejismo sobrevalorado, la “fama”
Para los estoicos, la gente infeliz demuestra una insatisfacción crónica porque está confundida acerca de lo que es en realidad valioso. William B. Irvine: “debido a su confusión, pasan sus días en busca de cosas que, en vez de hacerles felices, les producen ansiedad y desdicha”.
Una de estas búsquedas a la desesperada, que ha afectado a personas de todas las épocas y condiciones, es el anhelo por lograr fama, ya sea generalizada, local o incluso grupal.
Una búsqueda de popularidad y reconocimiento petulante en el seno de su círculo social, o en su profesión; en un grado u otro, casi todo el mundo anhela la admiración de sus amigos y vecinos.
Pero, ¿cuáles son las exigencias de buscar la fama y conseguirla? Epicteto expone un ejemplo que ilustra los riesgos de la notoriedad, una falsa proyección externa que, por tanto, no controlamos y puede hacernos miserables: una persona que ha ganado una cierta prominencia social, buscando notoriedad, espera que le inviten a una velada; la invitación no llega y esta persona se siente miserable.
Esta persona, añade Epicteto, es tan codiciosa como estúpida, al haber esperado una invitación sin haber pagado un precio equivalente en el pasado. Los estoicos valoran su libertad y, por tanto, son reacios a realizar cualquier cosa que dé a otros poder sobre ellos.
Por tanto, dice Epicteto, el mejor modo de mantener nuestra autonomía, debemos ser cuidadosos cuando tratemos con otros y permanecer impasibles ante lo que piensen de nosotros. Irvine: “deberíamos ser, en otras palabras, tan indiferentes ante su aprobación como ante su desaprobación”.
La consistencia en el comportamiento es fundamental. En vez de buscar la fama, deberíamos centrarnos en sacar el máximo partido al día de hoy y, si llega el reconocimiento exterior, hay que aprender a aceptarlo de un modo natural, para evitar que otros se sientan ofendidos y, a la vez, la deferencia no disturbe nuestra tranquilidad.
10. Sobre la vida lujosa
En la sociedad actual, la búsqueda del reconocimiento sólo tiene un rival, todavía más anhelado: el prestigio de la riqueza ostentosa, que ha tomado formas similares a lo largo de los siglos.
La riqueza ostentosa no es más que un modo más de lograr reconocimiento. Para los estoicos, merece tan poco la pena obsesionarse con la riqueza material como hacerlo con la fama, ya que ninguno de estos reconocimientos aportan per se el bienestar duradero.
Mucha gente emplea toda su vida intentando alcanzar un estatus que hipotéticamente les otorgue una felicidad que no llega; esta búsqueda contradice los principios estoicos, donde el objetivo no es vivir rodeado de más cosas, sino tener una buena vida, disfrutando cada instante y preparándose para que el devenir sea igualmente pleno.
A diferencia de los cínicos, los estoicos no están en contra de la riqueza, y muchos estoicos lograron unas finanzas acomodadas practicando, a la vez, la frugalidad, en contraposición a la existencia ostentosa.
Los estoicos creían que el ser humano debía exponerse a los rigores de la incomodidad material y psicológica, para apreciar los placeres de la vida en contraposición con estas inconveniencias. En cambio, exponiéndose a una vida ostentosa donde no falte de nada y se evite salir de la zona de confort, el individuo corre el riesgo de apreciar la belleza de la sencillez.
Los estoicos abogaban por una alimentación sencilla y frugal, acompañada con una vestimenta y comportamiento equivalentes. La vivienda no debe ser excepción: Musonio explica que sólo se requiere un abrigo para cobijarse de la intemperie.
Nuestra “casa simple” puede ser amueblada con la misma sencillez, mientras que las casas con patios y aposentos desmesurados, sofisticados colores y techos y pavimentos trabajados son más difíciles de mantener.
Los utensilios, cuando más simples, funcionales y humildes, más sencillos serán de mantener y conservar. El lujo, advierte Séneca, usa su ingenio para promover la depravación: primero, nos hace desear cosas que no son esenciales, para pasar después a querer cosas injuriosas.
Bonus: sobre saber envejecer (y morir)
En la sociedad contemporánea, la vejez es percibida como una enfermedad incurable, lo peor que nos puede ocurrir, y es tratada en consecuencia.
Las industrias cosmética y farmacéutica han encontrado un filón en los productos que ofrecen a los mayores (“enfermos de vejez”) el espejismo de rejuvenecer, cuando no un instante de la eterna juventud. Para el estoicismo en particular y las filosofías de vida en particular envejecer constituye, en cambio, un bello síntoma de la impermanencia.
La cultura oriental también celebra la impermanencia. Como ejemplo, el concepto wabi-sabi o el propio “tao”.
Séneca recordaba disfrutar de una armoniosa tranquilidad durante sus años de madurez, al haber perdido la rémora de los poderosos instintos relacionados con la juventud. Séneca: “Apreciemos y amemos la vejez, porque está llena de placer si uno sabe cómo usarlo”.
El filósofo de Corduba aseguraba que el momento más delicioso de la vida se alcanzaba cuando uno ya se encuentra en la pendiente descendente, pero todavía no ha alcanzado la caída abrupta.
La cercanía de la muerte, dicen los estoicos, debería hacer nuestros días más especiales en lugar de deprimirnos, pues tenemos la oportunidad de vivir cada momento. Siempre, claro, que hayamos eligido dominar el “arte de vivir”.
El filósofo trascendentalista Henry David Thoreau escribía en Walden (ver vídeo sobre nuestra visita al lago Walden), durante su experiencia de dos años viviendo junto a un lago para experimentar la vida sencilla y los ecos del eudemonismo y el estoicismo:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si así podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no fuera que, cuando estuviera por morir, descubriera que no había vivido”.
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