La capacidad para crear utensilios de piedra y narrativas son los dos pilares sobre los que se sustenta la cultura humana. Piedras convertidas en herramientas e historias.
O mejor dicho, según las apreciaciones de psicólogos y antropólogos como el estadounidense Leon Festinger y el francés Jacques Tixier: nuestra capacidad para armar relatos (y, por tanto, crear mitos, y a través de ellos compartir historias y tecnología entre grupos y generaciones), es responsable de la mejora de las herramientas de piedra.
Orígenes de la ingenuidad: cuando arte, cultura y tecnología se confundían
Los yacimientos arqueológicos muestran cómo la industria lítica y la ósea, o crear herramientas con piedras-minerales y huesos, respectivamente, apenas evolucionó desde los primeros humanos.
Pero hace algo más de 100.000 años, coincidiendo con la evolución de la nutrición en el género homo y la subsiguiente sofisticación del sistema nervioso y el cerebro, que influyó sobre el desarrollo del habla, las herramientas de piedra y hueso que no habían evolucionado en dos millones de años multiplicaron su versatilidad y efectividad, con infinidad de nuevos diseños.
No es una coincidencia. O al menos así lo creen la semiótica y la filosofía moderna. A diferencia del lenguaje animal, el habla humana es, según el filósofo alemán Martin Heidegger, la propia esencia humana (“Haus des Seins”, o casa de la esencia), sobre la que se construyen símbolos, metáforas, mitos.
Cuando lo práctico y lo espiritual crean la urdimbre de un relato
La narrativa de lo práctico (tecnología) y lo espiritual tienen el mismo origen. Quizá por ello, la cultura humana, desde los grupos más pequeños de cazadores y recolectores hasta la sociedad actual, depende de relatos compartidos entre personas.
Si las ciencias sociales aceptan el importante papel del lenguaje y la narrativa en todas las culturas humanas, es gracias al trabajo del mencionado psicólogo social estadounidense Leon Festinger, formulador del concepto de la disonancia cognitiva (sostener dos pensamientos en conflicto); o a la labor del antropólogo y etnólogo francés Claude Lévi-Strauss, que detectó un común denominador en los mitos de los pueblos humanos, como si respondieran a unos patrones ancestrales de narrativa.
Tanto Festinger como Lévi-Strauss estaban convencidos que viejas transformaciones humanas, desde la Edad de Piedra hasta la Edad de los Metales, determinaban nuestra capacidad para crear cultura a partir de la adaptación de mitos en un grupo.
Más allá del presente (con historias y tecnología)
La mente salvaje, concluyeron ambos por separado, no se distingue de la mente del hombre actual, ya que ambas responden a estímulos y asumen contradicciones (según la disonancia cognitiva, uno puede saber que fumar o endeudarse es malo y seguir fumando o endeudándose) de manera similar.
The Human Legacy, ensayo de Festinger sobre sus peripecias en la intersección entre la psicología, la antropología y la arqueología, profundizaría en la creencia del autor de que el comportamiento social humano había surgido del intento (desde los primeros cultos chamánicos a la anónima e imparable burocratización de las sociedades modernas, según Max Weber) de otorgar significado al mundo y a la propia existencia.
A la necesidad de trascender, más allá de impulsos y hábitos que conforman la conducta (en los que se había centrado la psicología hasta ese momento).
El legado humano
The Human Legacy llegaba en su madurez académica y cuando había publicado sus principales trabajos (sobre el obviado efecto de la proximidad al crear lazos sociales; la dependencia de los individuos con respecto del grupo para conformar sus creencias/valores; la tendencia humana a creer en profecías incluso cuando fallan; y la disonancia cognitiva, o sostener dos opiniones contrarias).
Festinger decidió pasar de la psicología de la percepción a la arqueología, sin olvidar sus tesis, y con la intención velada de, acaso, encontrar su origen. Si Claude Lévi-Strauss había convivido con sociedades primitivas para establecer sus hipótesis, Festinger optó por buscar pistas en las herramientas de épocas pretéritas.
Michael S. Gazzaniga, colaborador de Festinger y profesor de la Universidad de California en Santa Bárbara, dedica un artículo a los últimos e intensos años de trabajo con éste, desde 1981 hasta la muerte del psicólogo social en 1989.
La carrera por comprender los procesos de nuestro cerebro
Justo en esa época, la ciencia cognitiva, campo interdisciplinar que se había alimentado del trabajo de filósofos, informáticos, semióticos, psicólogos como Festinger o antropólogos como el estructuralista Lévi-Strauss, avanzaba en su comprensión del cerebro y los roles de ambos hemisferios en la configuración de percepción del mundo, emociones y pensamiento abstracto.
Michael S. Gazzaniga explica cómo Festinger tenía la corazonada de que, estudiando tecnología lítica (producción de herramientas con cantos de piedra que el hombre había compartido con otros homínidos) y sus cambios, se confirmaría el importante rol de la comunicación para que las ideas permanezcan, evolucionen, se extiendan a otros grupos.
Pero, si -en terminología de Lévi-Strauss- el individuo salvaje tenía las mismas capacidades que el actual, ¿qué había permitido la transformación de nuestros ancestros? Para averiguarlo, Festinger y Gazzaniga viajaron a Francia para aprender del experto en herramientas primitivas Jacques Tixier.
El arte de atizar una lasca de piedra
Gazzaniga escribe con respecto al efecto del trabajo de Tixier: “Si bien no creo que Leon usara una sola herramienta de piedra en su vida, no había nadie que hubiera prestado más atención”.
Observando al mayor experto en tecnología lítica, el psicólogo social reconvertido en antropólogo aprendió más -confesaría en The Human Legacy– que leyendo la extensa literatura sobre este campo.
“El zumbido procedente de una buena lasca desprendiéndose y el ruido sordo de una pieza mala; verlo decidir dónde preparar el asiento para el golpe; ver cómo sostenía la piedra y cómo la golpeaba; mi sorpresa al comprobar que la lámina se desprendía de la base de la piedra mientras la sostenía; la certidumbre con que conocía el tamaño y la forma de la talla que sería producida.”
La tecnología y el lenguaje complejo
Leon Festinger y Michael S. Gazzaniga percibieron la experiencia en el taller de Jacques Tixier en Antibes de modo distinto:
- al primero le fascinó la visión de los primeros humanos para comprender el poder de los objetos externos y perseverar en su mejora, un rasgo que conserva el ser humano gracias a su capacidad para registrar y transmitir a otros el avance;
- Gazzaniga se preguntó por qué, durante un millón de años, nada había cambiado en el diseño de las tallas pero, de golpe, hace 100.000 años toda la complejidad practicada por Tixier empieza a aparecer: cuando el lenguaje es suficientemente sofisticado para elaborar y transmitir pensamiento complejo.
Pero ambos comprendieron cuán fácil parecía el proceso acompañado de una explicación por parte de Tixier. Una palabra designa un concepto pero, en esencia, es la unidad capaz de crear un mensaje que acelera el aprendizaje y ahorra energía a la mente. Una ventaja competitiva que separó para siempre al ser humano de otros supervivientes del género homo y del resto de animales complejos.
Pero –explica Gazzaniga- Leon Festinger no había viajado a Francia para disfrutar de París y luego viajar a Antibes a observar la mejor recreación de su tiempo de tecnología lítica ancestral. Festinger quería saber si la propia tecnología había actuado como “lenguaje físico”.
“Intérprete” del hemisferio izquierdo: más allá del lenguaje
Las tecnologías, desde las más ancestrales a las contemporáneas, son fuerzas sociales que a menudo asumen un rol central en un grupo, a la altura de las creencias filosóficas o religiosas.
Experimentos subsiguientes demostrarían que una parte concreta del cerebro se ocupa desde tiempos inmemoriales de asegurar nuestra ventaja competitiva. El dominante hemisferio izquierdo no sólo se ocupa del lenguaje, sino de “interpretar” las señales que proceden de los sentidos y la memoria -experiencia- para, reconciliando la información, dar un sentido al mundo.
El intérprete del hemisferio izquierdo, comprenderían Festinger y Gazzaniga, tenía una importancia para el desarrollo humano igual o superior al propio lenguaje. ¿Habían evolucionado las herramientas humanas a la par que nuestro intérprete “mejoraba” al reforzarse con relatos que contenían relatos de la “memoria” individual y colectiva con percepciones sensoriales?
El lenguaje y el intérprete cognitivo, ambos en el hemisferio izquierdo retroalimentaron su potencial con los primeros relatos que, posiblemente, combinarían mitos trascendentales con casos de éxito prácticos sobre cómo habían surgido las mejores herramientas, qué plantas y sustancias eran nutritivas, curaban o eran venenosas, etc.
Los primeros relatos y su recreación
Posiblemente las primeras canciones y proto-poemas combinaban las historias surgidas de la experiencia personal y colectiva con el mundo que se percibía en el momento de la interpretación; mejorando su capacidad para relatar, las herramientas, alimentación, arte y organización se prepararon para combinaciones más sofisticadas.
Los relatos cambiaban ligeramente con cada interpretación, tanto debido a evoluciones inconscientes o fortuitas como a adaptaciones a nuevas condiciones, particularidades locales, acontecimientos traumáticos, etc.
Conocemos la existencia e importancia del intérprete del hemisferio izquierdo del cerebro gracias a estudios de seguimiento con pacientes que padecen distintos tipos de daño cerebral.
En 1976, Michael Gazzaniga analizó con ayuda de su asistente Joseph LeDoux, los problemas cotidianos de un adolescente que había superado una severa cirugía cerebral, realizada para curar su epilepsia, debido a la cual se habían inutilizado los conductos entre ambos hemisferios, una situación adecuada para dirimir qué funciones realizaba cada hemisferio y con qué fin.
Se sabía que el lenguaje era tarea del hemisferio izquierdo, mientras el derecho se ocupa de habilidades no verbales. En pacientes donde la información entre ambas partes no es operativa, nuestra interpretación del mundo se distorsiona hasta convertirse, en algunos casos, en ininteligible.
La vida en forma de relato
Exámenes en este tipo de pacientes demostraron la existencia y rol del “intérprete” cerebral, un sistema que explica historias, construye nuestra narrativa a partir de acciones pasadas y observabas en el momento. Según Gazzaniga: “Somos, de hecho, una confederación de agentes relativamente independientes, cada uno esforzándose para ser parte de la narrativa que compone nuestra historia”.
Una cita del novelista Graham Swift ilustra, según Gazzaniga, el papel de nuestro “cuentacuentos” cerebral, sin el cual careceríamos de la narrativa necesaria para percibir la realidad con una continuidad no sólo de experiencia, sino de significado.
Tom Crick, el narrador de El país del agua, novela de Swift de 1983, define al ser humano como “el animal contador de historias” que se esfuerza por legar no un estado de conciencia caótica o vacía, sino “un rastro reconfortante de historias: Mientras hay una historia, todo va bien.”
Incluso cuando llega el momento de la muerte, dice el narrador que Swift inventa, evocamos nuestra vida en forma de relato.
Intérprete del hemisferio izquierdo y gregarismo
Y, con la comprensión de nuestros procesos mentales, llegan las explicaciones -y temores- sobre cómo las historias que compartimos son, en esencia, un método de control de conducta, lo que explicaría por qué los primeros géneros literarios, derivados de la tradición oral, requerían giros lingüísticos que agilizaran y estandarizaran la transmisión oral.
De nuestra capacidad para interpretar la realidad en forma de relato procede la mejora tecnológica, la capacidad para colaborar con flexibilidad en grandes grupos, o la capacidad de abstracción: creamos símbolos que no existen objetivamente pero que contribuyen a cohesionar nuestro relato. La nación, el dinero, los derechos humanos.
Los mecanismos de control que surgen del gregarismo, y sus riesgos, tan presentes en una sociedad interconectada y con tanta “tecnicidad” (término de Martin Heidegger), tienen un potencial destructivo proporcional a su capacidad de mantenerse como relato compartido por muchos. Los totalitarismos han aprovechado el potencial del “intérprete”.
El arte de cooperar con flexibilidad
Michael S. Gazzaniga cita Sapiens: A Brief History of Humankind, ensayo de Yuval Harari, al exponer hasta qué punto procesos evolutivos ancestrales condicionan nuestra manera de ver la realidad hoy.
“Controlamos el mundo básicamente porque somos los únicos animales capaces de cooperar con flexibilidad a gran escala”. Y capaces de reelaborar los principales relatos abstractos sobre los que nuestra sociedad se sostiene: el dinero, la religión, las preferencias políticas, etc.
Si la tecnología lítica y las narrativas lanzaron a la humanidad hacia el momento actual, ¿pueden otros procesos igualmente profundos propulsar una nueva transformación de similar calado? ¿Son estos posibles cambios los expresados por Friedrich Nietzsche -Übermensch-, y la –influida por él– psicología del siglo XX que desarrolló el campo del potencial humano, desde Carl Jung a Alfred Adler, pasando por Abraham Maslow?
La “mente salvaje”, decía Claude Lévi-Strauss, tiene las mismas estructuras que la “mente civilizada”. De nosotros depende calibrar nuestro intérprete del hemisferio derecho para que la realidad percibida no dependa de un relato no sólo cocinado por otros, sino elaborado con ingredientes de dudosa procedencia.
Potencial positivo vs. externalidades negativas del gregarismo
El papel de la ciencia cognitiva en el futuro será establecer hasta qué punto las libertades individuales son apenas una parte “percibida” (y, por tanto, tan artificial como el dinero, las naciones o los derechos humanos) y si es posible mantener un ámbito individual cuando sabemos que nuestra conciencia y las tecnologías que asumimos en la actualidad avanzan hacia métodos potencialmente catastróficos de influencia de este relato.
Analicemos, por ejemplo, el atractivo del extremismo político en las sociedades avanzadas de hoy.
Como si volviéramos a los años 30 del siglo XX sirviéndonos de la idea del filósofo italiano de la Ilustración Giambattista Vico de retorno cíclico de la historia (“corsi e ricorsi”), idea que influyó sobre el concepto de eterno retorno (Schopenhauer, Nietzsche).
Como si nuestro intérprete rebuscara en viejos relatos que ya han probado su destructiva peligrosidad.
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