Aprender no equivale a obtener un título educativo. Del mismo modo, la curiosidad es una actitud que aumenta su importancia en detrimento del conocimiento, accesible en cualquier dispositivo con conexión a Internet.
Expertos y estudios coinciden en otorgar más importancia a aprender que a obtener un título, a cultivar la curiosidad por encima de memorizar información. Pero, ¿cómo formarse para aprender estimulando, de paso, la curiosidad?
Hay evidencia suficiente para constatar que quienes se limitan a buscar la utilidad de una carrera educativa, logrando un título y memorizando conocimiento sin por ello cultivar una actitud para aprender con curiosidad, carecen de flexibilidad mental para cambiar sus opiniones.
Criterio y curiosidad contra la intransigencia
Mantenerse abierto al aprendizaje y cultivar la propia curiosidad serían esenciales para, a largo plazo, adoptar ideas contrarias a las sostenidas si existe evidencia de peso que lo corrobore, evitando de paso perversiones como el dogmatismo, el reduccionismo o el sesgo de confirmación (confiar sólo en la información que corrobore nuestras ideas preconcebidas).
El acceso a cualquier conocimiento aumenta el valor de aptitudes que pueden cultivarse, pero a menudo son obviadas por las distintas instituciones con un papel central en los primeros años de formación de un niño (familia, escuela, comunidad, medios, etc.):
- criterio: aprender a filtrar lo información sin abrumarse en la era del acceso;
- constructores de conjeturas: interpretar la realidad teniendo en cuenta la interrelación de fenómenos y realidades, detectando sistemas y patrones donde otros observan desorden;
- soñadores ingenuos: dedicar tiempo a divagar, contemplar, estudiar el entorno, entablar relaciones con otros, etc.
El arte de sostener una evidencia contraria a ideas propias
No hay fórmulas inequívocas para despertar la capacidad de criterio, para elaborar conjeturas propias observando y trasteando con la realidad (usando las herramientas más valiosas de cualquier progreso humano: el ensayo y error), para dejar volar la imaginación relacionando ideas, concibiendo historias que merecen ser contadas o invenciones que merecen ser materializadas.
Sí existe, no obstante, un vínculo entre el surgimiento de la autonomía individual y el cultivo de nuestra posición en el mundo expresando nuestras ideas, probándolas, perseverando.
Del mismo modo, nuevos estudios sugieren que la educación basada en impartir conocimientos resta flexibilidad y criterio para, en el futuro, aceptar o refutar ideas o conjeturas en función de su validez real, y no en función de valores e ideas preconcebidas.
La formación menos dogmática y más atenta a cultivar la curiosidad infantil (en lugar de coaccionarla, explicando que jugar o imaginar no es serio, o afirmando que no hay espacio para trastear con ideas y objetos en horas lectivas), facilita la capacidad del futuro adulto para contradecirse si es necesario, sin sentir que al apoyar alguna conjetura contraria a sus ideas preconcebidas es traicionarse a sí mismo.
Curiosidad científica vs. conocimiento científico a secas
El origen de la polarización ideológica y la actitud dogmática no se encuentra en la ignorancia, sugieren estudios como el de Dan Kahan en Yale, sino en la ausencia de curiosidad genuina para contradecirse a uno mismo si es necesario.
El estudio de Kahan, del que se hace eco The Washington Post, constata que:
“Los individuos con mayor curiosidad científica tienen mayor predisposición a interesarse por evidencia [científica] contraria a sus ideas preconcebidas, en lugar de rechazarla [de antemano].”
Perspectivismo
El hallazgo del equipo de investigadores de Yale, Pensilvania y Tangled Bank Studios, que aísla el rasgo de la curiosidad como distintivo entre individuos dogmáticos e individuos más abiertos a la autocrítica, el escepticismo o el perspectivismo de situaciones complejas, parte del estudio de este último grupo:
“Ocurrió que, cuando indagamos en las características de estas personas, todas parecían distintas políticamente [ajenas al atractivo del populismo y la polarización].
La información que hemos recabado proporciona una base sólida para ver la curiosidad científica como una importante diferencia individual en el comportamiento cognitivo que interactúa de manera distinta con el proceso de información política.”
A menor curiosidad, en definitiva, mayor riesgo de dejarse llevar por el calor del gregarismo y optar por arengas políticas que se alejan del posibilismo del juego político, incluso en sociedades prósperas y con sistemas democráticos tan maduros como el británico (fenómeno Brexit) o el estadounidense (fenómeno Trump en las primarias y presidenciales de 2016).
Midiendo la curiosidad
El estudio coordinado por Kahan, que será publicado en Advances in Political Psychology, apuesta la solidez de su hipótesis a una metodología que primero tuvo que medir algo tan abstracto como la “curiosidad científica”. Para ello, elaboraron una escala basada en respuestas a cuestiones como la lectura de libros y artículo sobre ciencia, el interés en eventos científicos, etc.
Para probar el nivel de dogmatismo de los participantes del estudio en relación con su nivel de curiosidad científica, los investigadores mostraron titulares polémicos sobre cuestiones politizadas como el cambio climático (sobre el supuesto ascenso o regresión de hielo acumulado en la Antártida, el supuesto ascenso o descenso del nivel del mar, etc.).
Los resultados no agruparon a demócratas y republicanos por separado, sino a los más curiosos científicamente (dispuestos a aceptar creencias polémicas contrarias a la opinión de medios y partido, así como a mantener cierto escepticismo, tanto sobre información que confirmara como la que refutara ideas preconcebidas) y los más dogmáticos (que optaron por celebrar la información que corroboraba sus ideas, rechazando como falsas aquellas contrarias a su posición).
El talento innato de los vendedores de humo
El experto en lingüística cognitiva George Lakoff, cuyos estudios sobre conciencia y su conexión indivisible con nuestro organismo (rechazando el dualismo platónico, el cartesiano y sucedáneos, que establecen una clara división entre lo somático y lo mental) ha dedicado su carrera a explicar en qué consiste la “cognición encarnada”.
Lakoff explica por qué el mensaje de Trump ha resultado hasta ahora tan irresistible para muchos individuos que el mencionado estudio de Dan Kahan describiría como dogmáticos, más dispuestos a seguir la consigna del grupo que a mantener su escepticismo ante cualquier canto de sirena.
Según Lakoff, el mensaje machacón ofrecido por cualquiera con acceso a los medios puede hacer que usemos nuestro cerebro contra nosotros mismos, usando herramientas cognitivas al alcance de cualquiera: repetición, encuadre (uso de anécdotas y estereotipos con presencia en el imaginario colectivo para despertar pasiones), gramática chocante y efectista, etc.
El iceberg bajo la superficie
“Un vendedor efectista y sin escrúpulos sabe cómo hacer que uses tu cerebro contra ti mismo, para lograr que compres lo que está vendiendo. ¿Cómo puede alguien ‘usar tu cerebro contra ti’? ¿Qué significa?
Todo pensamiento se sirve de circuitos neuronales. Cada idea se compone de circuitos neuronales. Pero carecemos de acceso consciente a esa circuitería. Como consecuencia, la mayoría del pensamiento -alrededor del 98% de lo que pensamos- es inconsciente. El pensamiento consciente es la cúspide del iceberg.
El pensamiento inconsciente funciona con ciertos mecanismos básicos. Trump los usa de manera instintiva para orientar el cerebro de la gente hacia lo que quiere: autoridad absoluta, dinero, poder, celebridad.”
Los individuos más proclives a dejarse llevar por el gregarismo y el dogmatismo son también los más susceptibles de creer en los salvapatrias y las soluciones-milagro para todo: revolución milagro, dieta milagro, producto milagro.
Chivos expiatorios
George Lakoff nos recuerda simplemente cómo el lenguaje que ha propulsado los extremismos y los pogromos de la historia es tan atractivo para determinadas personas; una clase de ciencia cognitiva sobre el funcionamiento inconsciente del populismo.
El contrapeso contra dogmatismos que culpan al Otro de todos los males y profundiza en el mito humano del chivo expiatorio, explorado en sus tesis por René Girard, el recientemente desaparecido filósofo e historiador francés afincado en Stanford, sería cultivar la curiosidad científica, el
Pero un contrapeso no es un antídoto: incluso los mejor formados corren el riesgo de dejarse llevar por espejismos que confirman sus filias y descartan sus fobias. Mantenerse alerta implica perseverar en el propio cultivo y comprender que una conjetura está siempre sujeta al cambio, constatando la importancia del escepticismo y el perspectivismo (mantenerse abierto a distintos relatos, sin sancionar ninguno como absolutamente incuestionable) son fundamentales para el progreso individual y colectivo.
Monotonía de lluvia tras los cristales
Si el cultivo de la curiosidad y el perspectivismo son tan importantes para lograr individuos atentos al daño que ideas preconcebidas y eslóganes con gancho pueden causar, ¿cómo aprender estos rasgos y lograr individuos autónomos que lo refuercen durante toda su vida?
Más que un manual para lograr personas curiosas, autónomas y tan perspectivistas como los filósofos más cultivados, contamos con indicadores que orientan, pero no prescriben, pues cada persona se encuentra inmersa en un contexto único e intransferible (histórico, geográfico-climático, de género, étnico, educativo, económico, político, etc.).
De ahí la necesidad de reconocer el olfato de Friedrich Nietzsche para señalar el perspectivismo como una de las herramientas más valiosas del progreso humano.
Carol Black, escritora, guionista (de, por ejemplo, la serie Aquellos maravillosos años), directora de cine y autora del documental Schooling the World: The White Man’s Last Burden (2010), escribe sobre la necesidad de otorgar a los niños libertad para jugar y aprender, en lugar de obsesionarse con la enseñanza institucionalizada (segregar por edades, sentar a niños durante horas en un pupitre, castigar a los inconformistas, medicar por déficit de atención a los soñadores que prefieren mirar por la ventana en vez de dormitar mirando a la pizarra).
Aprender con curiosidad vs. “ser educado”
En consonancia con las reflexiones de Carol Black, que tiene la convicción de que es más importante aprender los mecanismos del aprendizaje que adquirir conocimiento como personajes homogeneizados en lo que el sociólogo Max Weber llamó la jaula de hierro, Ashley Lamb-Sinclair escribe en The Atlantic sosteniendo la misma hipótesis:
“Los estudiantes en Estados Unidos [aunque la reflexión es extensible] están siendo formados para centrarse únicamente en estar educados.”
Y “estar educado” implica lograr un determinado comportamiento homogeneizador; pensar, escribir y hablar según la fórmula de moda en cada momento y contexto, en lugar de experimentar por cuenta propia; y, sobre todo, lograr la sanción del título oficial.
Más allá de la enseñanza aséptica y descontextualizada
Escuelas e institutos de todo el mundo premian el trabajo duro y avanzan hacia su ideal de meritocracia, olvidando la necesidad de permitir el desarrollo de la propia voz en cada estudiante, estimulando la curiosidad con el uso de conjeturas y el mecanismo del ensayo y error.
Ashley Lamb-Sinclair:
“Demasiado a menudo, veo a estudiantes de enseñanza secundaria romper a llorar debido a calificaciones o acumular actividades pre-universitarias porque ‘eso es lo que las universidades quieren ver’.”
Carol Black cree que uno de los problemas que impiden el cultivo de la curiosidad y la voz propia de los estudiantes es la insistencia en que todo análisis pedagógico se realice en el contexto de una clase convencional (con maestro que concede su clase magistral y segregación por edades, cuando no por estatus socio-económico).
Pero tratar de mejorar un modelo que busca la homogeneización y la adquisición de un conocimiento existente en Internet (y a menudo descontextualizado o ya refutado por nuevas conjeturas) es una tarea quijotesca y que parte con un error de base.
“Es en este contexto en el que nos lanzamos a investigar cómo aprenden los seres humanos. Pero recabar datos sobre el aprendizaje humano basándose en el comportamiento de los niños en la escuela es algo así como recopilar información sobre orcas basándose en su comportamiento en Sea World.”
No hay jaulas que retengan la curiosidad
Quizá debiéramos empezar por reconocer que determinados contextos educativos sitúan al niño y al joven adulto en un entorno equivalente al aprendizaje “en cautividad”, o lo que las ciencias sociales identificaron como “desencantamiento”.
Más que sobreproteger y agasajar con falsas alabanzas que (ahora sabemos, gracias a un estudio sobre la materia de Claudia M. Mueller y Carol S. Dwek) son a la larga contraproducentes, deberíamos relajarnos y esforzarnos más en lo esencial: asistir en el descubrimiento de un entorno rico y complejo.
Al fin y al cabo, todos contamos con las mejores herramientas: conjeturas, ensayo y error… y curiosidad.