La liberación de París permitió a Albert Camus afirmar su visión del mundo durante la madurez, consciente de que las atrocidades comienzan una vez personas y burocracias recurren a la abstracción para anteponer el fin a los medios.
Consciente de la facilidad de demonizar a todo un pueblo, en este caso el alemán, por las atrocidades ya conocidas, Albert Camus realizaba el esfuerzo difícil en ese momento: entre julio de 1943 y julio de 1944 redactaba sus Cartas a un amigo alemán (dos de las cuales se publicarían primero en la prensa), en las que identifica la tendencia de la sociedad contemporánea a situar la acción en un campo abstracto, como el origen del horror a gran escala.
El propio Camus se explica en el prefacio del libro para aclarar un matiz fundamental: intentar que el lector entienda que hay que evitar la deshumanización de quien ha cometido el error de deshumanizar, pues el nihilismo de Estado no puede corregirse con el castigo igualmente aniquilador de algo tan abstracto como un pueblo:
«Cuando el autor de estas cartas dice “ustedes”, no quiere decir “ustedes, los alemanes”, sino “ustedes, los nazis”. Cuando dice “nosotros”, no siempre significa “nosotros, los franceses”, sino “nosotros, los europeos libres”. Contrapongo con ello dos actitudes, no dos naciones, por más que esas dos naciones hayan encarnado, en un momento determinado de la Historia, dos actitudes enemigas. Si se me permite utilizar una frase que no es mía, amo demasiado a mi país para ser nacionalista».
Un significado de «renunciar»
El país de Camus era su versión particular de Francia, vista desde el norte de África y con un prisma libertario. El escritor se negó a traducir el libro hasta tres años después, cuando en 1948 aparecía la versión italiana.
Estas cuatro cartas son el germen de su ensayo de madurez: El hombre rebelde. Si El mito de Sísifo había permitido a Camus evitar el nihilismo en un momento convulso que dejaba poco espacio para la esperanza en el propio porvenir y en el de la humanidad, en El hombre rebelde Camus reconoce que en los matices de la revuelta se encuentran tanto la redención como la perdición de individuos y colectivo. Cuando es abstracta, la revuelta muta fácilmente en violencia contra el otro, y esta pulsión debe reconocerse y puede combatirse.
«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (…) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es».
Esta rebelión basada en la reivindicación de la mesura será interpretada de manera satírica por los intelectuales de su tiempo, empezando por Jean-Paul Sartre, que encargará a un colaborador segundón leerse por encima el ensayo y despedazarlo en una crítica para la revista de Sartre y Beauvoir, Les temps modernes.
Sartre y los encargos
En la crítica, cuyo autor había reconocido haber pasado de puntillas por el ensayo en una mera lectura vertical, se trata a Camus de filósofo para estudiantes de secundaria, de alguien que elabora su pensamiento con referencias de segunda o tercera mano que tienen cierta poética.
La sátira llega a su punto culminante cuando se despacha la conclusión de El hombre rebelde, el quinto y último capítulo dedicado al «pensamiento del Mediodía» (Camus había nacido en Argelia, entonces considerada un departamento francés más y no una mera colonia), como algo poético, pero poco serio.
La reacción velada de Sartre, intelectual comprometido con el marxismo, creará una enemistad pública entre ambos de la que no podrán resarcirse debido a la muerte prematura de Camus en un accidente de tráfico junto a su editor.
Los biógrafos de Camus han subrayado el golpe anímico causado por el desprecio del intelectualismo parisino a su pensamiento, pero el autor de El extranjero se limitó a recordar que él había escrito su ensayo sobre los matices de la revuelta después de haber pasado años en la resistencia francesa, mientras quienes acusaban su pensamiento de acomodaticio con el statu quo o burgués (doblemente irónico, dados los orígenes humildes de Camus), habían practicado un militantismo de poltrona.
El hombre rebelde reivindica la necesidad de la mesura en el ser humano para evitar la desinhibición y la deshumanización que conduce a las atrocidades en masa. Esta necesidad de mesura condiciona al individuo y lo condena a divagar con una carga permanente, una herida sin cicatrizar que, sin embargo, lo mantiene atento a la propia experiencia humana: ninguna atrocidad es justificable en nombre de las supuestas bondades de un plan mayor.
Tener razón puede ser muy impopular
Si Sartre y sus colaboradores en Les temps modernes acusan a Camus de tener poca idea del historicismo y la dinámica del materialismo dialéctico y la dialéctica del amo y el esclavo, un filósofo riguroso de la época y experto del idealismo, Raymond Aron, asegurará que el propio Sartre tampoco podía acusar a nadie de la falta que en todo caso debía atribuirse a sí mismo.
Durante su juventud, Camus, lector de Dostoievski y postulador de una filosofía del absurdo en un mundo que parecía carecer de sentido, sentó las bases de su filosofía posterior al identificar un matiz (aprendido del humilde sentido común de sus padres) en el comportamiento humano, y que le servirá para conocer en qué pueden distinguirse el nazi o el estalinista convencido del resistente al pensamiento totalitario: en el caso del resistente («el hombre rebelde») existe siempre la tensión, la lucidez que reconoce la humanidad del otro y que evita su deshumanización o abstracción.
La lucidez para comprender las limitaciones del «otro» condena al ser humano a reconocer sus debilidades y a sobrellevarlas de la mejor manera, lo que implica un trabajo doloroso y agotador que pretende sustituir la negación (en forma de discriminación, venganza, aniquilación, etc.) por un amor humanista que será ninguneado por los intelectuales marxistas de su época.
Habrá varias oportunidades en las que se evidenciará este cisma entre el pensamiento del individuo que no quiere sacrificar su afirmación de la vida en nombre de una meta mesiánica (nazismo, estalinismo, emancipación del pueblo argelino, etc.): en su editorial para Combat (1945) donde es consciente de que el mundo ya no puede ser el mismo después del Holocausto y del uso de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki; en su discurso de aceptación del Nobel, donde elige el amor a los suyos (de su propia madre) al combate ciego por la independencia de Argelia; en la condena sin paliativos al estalinismo cuando, a principios de los años 50, intelectuales como el propio Sartre sostenían el régimen soviético ya que su meta justificaba cualquier otra consideración.
Ecos de archipiélagos lejanos
Harán falta años (en algunos casos sonados, lustros o incluso décadas) para que se condene el exterminio de Estado del gulag soviético, en ocasiones una vez salgan a la luz los relatos en primera persona por Aleksandr Solzhenitsin y Varlam Shalámov, entre otros. Camus moría el 4 de enero de 1960; el mismo año, Sartre se fotografiaba en Cuba con Ernesto Guevara y Simone de Beauvoir.
El esfuerzo de Camus por alinear su pensamiento y convicciones con su posición pública causó incomodidades y quebraderos de cabeza propios de quienes saben que cualquier individuo o pueblo pueden incurrir en la desmesura si se baja la guardia.
Su ética de la perseverancia, expresada en el último capítulo de El hombre rebelde, reconoce tanto la falibilidad humana como la capacidad de cualquiera para plantarse ante la deriva peligrosa (a veces atizada por intelectuales e instituciones) del gregarismo. La capacidad de decir «no» cuando es difícil hacerlo ya que el aire de los tiempos invita a la relajación de convicciones. La revuelta definitiva no existe, sino la posibilidad de cada individuo de declarar su autonomía en todo momento.
Pero celebrar la autonomía individual sin caer en la trampa de permitir atrocidades en virtud de una supuesta meta noble (consentir una miseria contra unos en el presente para obtener una utopía para otros en un futuro que nunca llega), no implica ir por la vida diciendo «no» a todo, sino todo lo contrario: saber decir «no» en el momento oportuno es una afirmación de la propia vida y el nexo irrompible del individuo con la sociedad.
Orilla sur del Mediterráneo
Asimismo, el «pensamiento del Mediodía» requiere una valentía para no caer ni en el nihilismo de quienes se dejan llevar por los excesos de su tiempo ni en el cinismo de quienes caen en la tentación de la misantropía, tan propia de escritores celebrados de la actualidad como Michel Houellebecq.
Camus demuestra que un «no» es en ocasiones el «sí» más grande y solar posible. Y, para el creador comprometido, la existencia capaz de afirmarse a sí misma no es posible sin reconocer la belleza del mundo circundante. Aprender a amar lo próximo y concreto pese a sus imperfecciones es también contrastar lo mucho que tenemos que perder si dedicamos toda nuestra energía a cualquier forma estéril de abstracción en nombre de una ideología, un pueblo, un Dios.
La belleza puede ser humilde y concreta, pero a la vez sublime. No promete la redención de todos los problemas del individuo o la humanidad, sino que nos ayuda a reconocernos, a comprender nuestras limitaciones y a estimar nuestra aventura cotidiana pese a los altibajos y a los claroscuros. No puede haber una afirmación de la existencia sin la capacidad para renunciar a la tentación de los idealismos que tratan de desenraizarnos y establecer un régimen supeditado a la abstracción.
Camus había nacido en una familia muy humilde, condenado a no conocer a su padre, un jornalero pied noir muerto en la primera batalla del Marne (una de las más atroces en la Gran Guerra) cuando Camus no tenía todavía un año. Con lo que le contaría su madre (francesa pied noir de una familia originaria de Menorca), familiares y amigos, Camus elaboraría un retrato de su padre en su obra póstuma de carácter autobiográfico El primer hombre.
Impedir nuestra peor versión
Su padre —aprenderá Camus— también había dicho «no» al horror. Al descubrir un soldado francés muerto durante una misión de reconocimiento la guerra con Marruecos de 1905, Lucien Camus escuchó a un compañero diciendo que, en tiempo de guerra, el hombre era capaz de cualquier cosa (el soldado asesinado tenía su propio sexo en la boca). La respuesta de Lucien Camus precede, y a la vez resume, el pensamiento de su hijo:
Un homme ça s’empêche
(Un hombre, eso se impide).
Una de las referencias de Camus, Nietzsche, se alejará del nihilismo de Schopenhauer con la reivindicación de la capacidad humana para reinventarse a través de su propia voluntad, mediante ejercicios de exploración siempre osados, «dolorosos» y fructíferos, como la creación artística.
El pensamiento del Mediodía no es, por tanto, el sentimentalismo insustancial que Sartre había sugerido, sino el pensamiento profundo y destilado de alguien que se había hecho a sí mismo pese a las dificultades desde la infancia, tanto socioeconómicas como físicas: en 1930, Camus contrajo tuberculosis y su convalecencia junto a su tío Gustave Acault fue fructífera desde el punto de vista intelectual.
Será entonces cuando lea a los estoicos y a Friedrich Nietzsche. El adolescente tuberculoso se repone de la enfermedad convencido de que la escritura y la filosofía permanecerán con él durante el resto de su vida, en buena parte gracias a la mentoría de Jean Grenier, destacado en Alger durante la época de estudiante de Camus.
Concreción de lo bello
Sus posiciones marxistas de juventud, su anarquismo tranquilo, su nihilismo en perpetua mutación hacia un humanismo comprensivo con las contradicciones de la experiencia humana, convierten a Camus en el intelectual sustancioso y coherente que sus coetáneos negaron con vehemencia.
Pasan las décadas y, como ocurre con Friedrich Nietzsche, en cada momento de dificultad hay un puñado de pensadores que se elevaron del ruido muy similar de sus respectivas épocas para ayudarnos a pensar con mayor lucidez en nuestro tiempo. Nadie se acuerda de aquel crítico a sueldo que sugería —a raíz de un encargo de Sartre— que Camus era un gamberro de bajos fondos con una filosofía para estudiantes de secundaria.
La obra literaria, ensayística e incluso dramática de Camus no necesita avales ni salvoconductos de pseudo-intelectuales. Habla tanto al adolescente en dificultades metafísicas como al humanista cultivado en el ocaso de su vida.
Es, a partir de lo que él conoció (la belleza solar a la que él había asistido durante su infancia mísera en los arrabales del norte de África), de una concreción indiscutible. Por tanto, de una autenticidad universal.
«La miseria y la grandeza de este mundo, no son un reflejo de la verdad, sino del amor. El absurdo reina y el amor nos salva de él».