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Lo que los tutores actuales aprenderían de Franz Brentano

La tecnología facilita y abarata la distribución del conocimiento; pero, ¿pueden las nuevas herramientas sustituir el papel de la tutoría y la mentoría?

El éxito de modelos educativos con métodos de mentoría electrónica deberá demostrar que Internet también permite métodos de conocimiento activos como el diálogo socrático y los debates multidisciplinares entre distintos interlocutores que intervienen en tiempo real y aportan un punto de vista lleno de matices cuando son interpelados. Herramientas como Slack aventuran la evolución de herramientas colaborativas.

La improvisación académica es tan valiosa como el fluir del trabajo creativo o la interpretación de una pieza de jazz improvisada en directo, la cual toma uno u otro derrotero en conjunción con lo que va surgiendo a cada momento.

Cuando las notas fluyen

Acaso la frescura improvisadora en el momento y la capacidad evocadora del jazz expliquen por qué Jean-Paul Sartre definió a esta música como ejemplo de “autenticidad”, o modo de proyectar en el mundo exterior ideas fieles con las capacidades intrínsecas de uno mismo.

En otras palabras, Jimmy Hendrix no habría conservado su autenticidad dedicando su virtuosidad con la guitarra a interpretar con rigidez complejas piezas para cuerda, acción que habría omitido su personalidad y mostrado únicamente la fiel devoción del intérprete. La copia virtuosa no equivale a autenticidad.

El alumno debe buscar su propia voz y mantenerse fiel a ella, habrían comentado los filósofos fenomenólogos que escribieron sobre autenticidad en el siglo XX, sobre todo Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre. Pero, ¿qué papel juegan el aprendizaje académico y la figura del profesor/tutor en el estímulo y desarrollo del potencial de los alumnos?

El fructífero diálogo maestro-discípulo

¿Pueden las clases de grandes, prestigiosos -e impersonales- centros de enseñanza secundaria y universitaria ofrecer en clases de decenas o, en ocasiones, centenares de alumnos una experiencia que emule el fructífero diálogo intergeneracional e interdisciplinar maestro/discípulo?

Tomemos, por ejemplo, el caso de la filosofía. Sócrates, el filósofo total (aunque no escribiera nada y se considerara a sí mismo sofista), fue maestro de Platón, y éste lo fue a su vez de Aristóteles.

¿Habría sido posible Platón sin Sócrates? ¿Y Aristóteles sin la necesidad de reivindicar el racionalismo de Sócrates y revelarse ante el idealismo de Platón?

La relación maestro-discípulo ya no se menciona excepto en específicas relaciones académicas, caracterizadas por su marco burocrático e inabarcable conjunto de reglas: la tutoría de una tesis ilustra mejor el avance de la técnica deshumanizada en las relaciones burocráticas de sociedades complejas (la “jaula de hierro” de Max Weber) que la equivalencia actual a la relación maestro-discípulo que parte de la Antigüedad.

El maestro en la era del acceso al conocimiento

La sociedad tecnificada y la masificación de la educación superior, a la que -por fortuna- tienen acceso amplias capas de la población (en contraste con otras épocas, cuando el conocimiento estaba en manos de escolares especializados al servicio de una minoría patricia y sacerdotal), han diluido el papel de la mentoría y la influencia de la figura del profesor.

Las relaciones maestro-discípulo más fructíferas no han aparecido únicamente en la Antigüedad, ni tampoco se circunscriben únicamente a la influencia decisiva y exitosa del maestro sobre un único discípulo (como sí ocurriría con el fenomenólogo existencial y profesor universitario Martin Heidegger y su mejor alumna y amante Hanna Arendt).

(Retrato de Franz Brentano)

Lo que convierte en extraordinaria la concatenación de talento Sócrates-Platón-Aristóteles es la estatura de maestro y discípulo, que empequeñece cualquier otro fenómeno similar durante la historia posterior.

El olvido de Jenofonte

Incluso descontando la tendencia a idealizar los logros de los cánones de Occidente (que parten de los tres filósofos mencionados, como demostraría nuestra manera de ver hoy la ciencia -que depende de Sócrates- de percibir cuerpo y mente -platonismo, tanto secular como religioso- y de interpretar la realidad –metafísica de la presencia, que se basa en Aristóteles-), es difícil interpretar con frescura lo que se ha expuesto de un modo determinado durante generaciones y ha sentado cátedra.

Así, nuestro relato de la Antigüedad destaca a Platón, alumno de Sócrates, hasta tal punto que ninguneamos al autor de otra apología sobre la muerte de su maestro tan importante como la que escribiría Platón: se trata de Jenofonte, olvidado por la historia. Por no hablar de quienes, siguiendo el ejemplo del “sofista” Sócrates, emplearon su esfuerzo intelectual en enseñar a través de diálogos improvisados y sobre los cuales apenas ha llegado alguna referencia.

Los propios sofistas, como Gorgias, han pasado a la posteridad como charlatanes avaros, más preocupados por cobrar altas sumas a los padres de los jóvenes patricios que recibían sus clases de retórica y “areté” (excelencia polímata, o cultivo del potencial de cada persona según los griegos), que en “filosofar”.

Entre la educación elitista y la educación burocratizada

Nunca sabremos si la derrota de los sofistas en la historia sumergió a Occidente en siglos de enseñanza intelectual y dualismo cuerpo-mente, ninguneando y reprimiendo el papel del físico y los apetitos, tal y como sugieren Schopenhauer y, sobre todo, Nietzsche (también, de manera menor pero más contemporánea, autores como Robert M. Pirsig).

Volviendo a la crucial relación histórica entre maestro y discípulo, una cosa es que la posteridad haya olvidado a los numerosos alumnos brillantes de los Sócrates los Platón y los Aristóteles de la historia, y otra cosa es que todos los grandes maestros tuvieran un único gran discípulo (o ninguno, como ocurrió con Aristóteles, después del cual la filosofía se dedicó al cultivo de un estilo de vida, o cómo vivir: estoicismo, cinismo, epicureísmo, peripatéticos, etc., todos ellos sujetos a la idea de bienestar aristotélica: eudemonismo).

El siglo XIX es la época en que el fin de un modelo educativo y el retrasado ascenso del germen de otro modelo produjo relaciones excepcionales entre maestro y discípulo: la nomenclatura “filosofía” dominaba todavía las principales materias en la enseñanza superior y las tutorías seguían el intenso modelo académico medieval; por otro lado, la educación se universalizaba y la relación maestro-alumno se diluía por proporcionalidad.

Utilitarismo y desarrollo del potencial individual

En paralelo, la burocratización de todos los ámbitos de las sociedades avanzadas (urbanización, nuevas comunicaciones, orquestación de la vida social, creación de servicios e infraestructuras, instauración del sistema educativo universal, nacimiento de la medicina moderna) condujo a la reacción romántica contra lo que Max Weber llamó “desencantamiento”, o racionalización de la vida moderna en detrimento del misticismo y una conexión cotidiana con la naturaleza.

En la relación profesor-discípulo, el desencantamiento se materializó, en el mundo anglosajón, en una visión positivista y materialista de la educación, que debía convertirse en una instrucción cuantificable para crear alumnos útiles para la sociedad.

En la Europa continental, la corriente utilitarista y racional de la educación anglosajona tuvo su contrapunto en propuestas que pretendían desarrollar el potencial del alumno a través de la pedagogía (instituida como disciplina en Alemania), tales como el krausismo (implantado con éxito en España gracias al trabajo de Francisco Giner de los Ríos).

La incorrección política de Nietzsche

El “desencantamiento” en educación logró su máximo exponente en el sistema igualitarista y meritocrático de las grandes escuelas francesas, mientras Alemania experimentaba con versiones contemporáneas de conectar con el potencial de cada alumno (tal y como habían hecho los sofistas y presocráticos, aspirando a impartir “areté”, o excelencia multidisciplinar atenta a las aptitudes del discípulo).

Ya en el siglo XX, coincidiendo con la total burocratización propagandística de sistemas educativos en países industrializados durante los totalitarismos de principios del siglo XX, surgieron métodos que trataban de conservar la libertad de pensamiento y cultivar la introspección, para fomentar el florecimiento del alumno: nacen, por ejemplo, las escuelas Waldorf, inspiradas en el trabajo de Rudolf Steiner (seguidor de los postulados de Friedrich Nietzsche).

Los postulados de Nietzsche influyeron decisivamente en artistas e intelectuales, desde la fenomenología existencial a movimientos artísticos de vanguardia, pero su crítica sin tregua al idealismo y su influencia (marxismo, nacionalismo e Iglesia) en todos los ámbitos frenó una pedagogía basada en la excelencia, según ideas nietzscheanas como la de “Übermensch”.

La sombra de los escolásticos

Su ataque a la religión, el populismo y el resultado homogeneizador de la democracia representativa, en la que se impondría el espíritu del “rebaño” por encima de la voluntad de crear de los espíritus individualistas, derivaría en una propagación aplicada con cada vez mayor efectividad burocrática de la medianía, por encima del cultivo de lo excepcional.

También en el siglo XIX, cuando la intelectualidad debatía si los grandes idealismos podían crear un mundo mejor y si el fin justificaba los medios, tal y como sugerían ideas como el nacionalismo y la “dictadura del proletariado” (y las purgas de la versión extrema de ambos sistemas), otro pensador crítico se conformó con enseñar a sus discípulos a ver el mundo de una manera crítica y fresca, ajena a lo que Nietzsche llamaba “moral de rebaño”.

Este profesor, psicólogo y sacerdote católico austríaco-alemán, hoy prácticamente olvidado, se llamaba Franz Brentano (1838-1917). Brentano desempolvó la obra de los escolásticos de la Edad Media, influidos por Aristóteles, y tomó de éste la idea de que la relación entre el el observador y el mundo que lo circunda: existe una intencionalidad del individuo con respecto al mundo y, por tanto, una relación psicológica con la realidad de la que no podemos desprendernos.

Parábolas

Esta psicología descriptiva, pensó Franz Brentano, explicaría por qué la actitud, el estado, la perspectiva sobre el riesgo en cada momento o el estado de ánimo nos hacen ver el mundo desde perspectivas distintas en cada momento, de modo que un objeto será útil, o hermoso, o peligroso, o molesto, también en función de nuestra interpretación de la escena.

Franz Brentano se cuestionaba la realidad como una versión del siglo XIX de Sócrates: sin dar nada por hecho ni por entendido, priorizando la propia experiencia y la observación en primera persona sobre la teoría (las ideas preconcebidas, la cátedra que otros habían sentado sobre una u otra temática, etc.).

Su relación con el catolicismo demuestra este espíritu crítico; sus profundos conocimientos teológicos le instigaron a rechazar dogmas como la infalibilidad papal o metáforas y parábolas que, en su opinión, nunca debían interpretarse al pie de la letra; su teología quizá reconociera el valor de las parábolas en ámbitos del conocimiento más relacionados con la intuición que con el empirismo (Nietzsche, crítico de la “moral de esclavos” que, en su opinión, había instaurado el cristianismo, tuvo que recurrir a la parábola en su obra más ambiciosa, Así habló Zaratustra).

Alumnos de Franz Brentano

Por fortuna para el futuro de la filosofía, Franz Brentano no dedicó todos sus esfuerzos a la teología y una relación contradictoria con el sacerdocio católico cuyos motivos (positivismo vs. espiritualidad, etc.) son explorados por autores como Fiódor Dostoyevski (Los hermanos Karamázov) Thomas Mann (La montaña mágica), etc.

Brentano se preguntó sobre el objeto de la filosofía y sobre por qué no había más filosofía que se centrara en observar la realidad, en vez de estudiar lo que habían dicho los otros a través de la historia.

Sus clases en la Universidad de Viena fueron tan fructíferas que el papel inspirador de Franz Brentano ejemplifica el incalculable valor de un buen académico: entre sus alumnos, se encuentra Edmund Husserl (padre de la fenomenología y, a su vez, maestro de Martin Heidegger, de modo que uno puede trazar la siguiente extraordinaria concatenación maestro-discípulo: Franz Brentano, Edmund Husserl, Martin Heidegger y Hanna Arendt: Heidegger, a diferencia de Aristóteles, si tuvo un discípulo a su altura).

Las clases que interesaron a Kafka

Pero Brentano, el gran filósofo olvidado del siglo XIX (a diferencia de los muy citados pre-existencialistas: Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche), tuvo otros discípulos tanto o más importantes que Husserl:

  • de manera directa, entre otros, Sigmund Freud, Rudolf Steiner (método Waldorf) y Christian von Ehrenfels (psicología Gestalt); o Anton Marty, cuya teoría del lenguaje, desarrollada por su discípulo Karl Bühler, influyó sobre Adolf Reinach, cuyas clases no se perdió un delgado y taciturno alumno de Praga, de nombre Franz Kafka;
  • y por extensión, la influencia de su obra se notó sobre la que se conoció como Escuela de Brentano, entre la que se cuentan numerosos filósofos contemporáneos que exploran la intersección entre filosofía, filosofía de la mente y ciencia cognitiva (holismo, interdisciplinariedad).

La decisión de un brillante filósofo celoso con la introspección, el estudio de la relación entre la conciencia y lo circundante, así como de la intuición humana sobre lo espiritual, de dedicar buena parte de sus esfuerzos a la docencia, polinizó, entre otras ideas y teorías, las del padre de la fenomenología Edmund Husserl, las teorías pedagógicas del nietzscheano Rudolf Steiner o la teoría psicológica de Christian von Ehrenfels.

La referencia de los fenómenos mentales

La predilección de Franz Brentano por Aristóteles se debe a la insistencia del filósofo griego en que lo que vemos es lo que es, pero este “A es A” está sujeto también a nuestra interpretación.

Así que Brentano, en vez de copiar lo que había dicho Aristóteles y ponerle un lazo citando a otros precursores de la fenomenología como Hume o Kant, decidió observar la realidad por su propio pie, y definió conciencia con una concisión preclara: “intencionalidad y temática (o alusividad)”.

Brentano tomó de los escolásticos la idea de que todos los fenómenos mentales tienen “contenido”: se refieren a algún objeto o fenómeno del mundo, de manera que los pensamientos muestran una intención. Cada fenómeno mental o acto psicológico se dirigen a un objeto “intencional”.

El objeto que uno evoca o desea conforma, asimismo, un significado global cuando lo evocamos, deseamos o interaccionamos con él: es la temática del fenómeno de la conciencia. Intencionalidad y temática, ambas referidas a la relación entre individuo y entorno (filosofía cognitiva), son la base de lo que Edmund Husserl llamaría fenomenología.

Árbol brentaniano

A partir de Husserl, numerosos filósofos reivindicaron la importancia de Franz Brentano: Martin Heidegger y Maurice Merleau-Ponty se sirvieron de la idea de “intencionalidad” para sus teorías fenomenológicas, mientras Jean-Paul Sartre lo citó como el padre olvidado del existencialismo.

La obra de Franz Brentano se editó en España gracias a la insistencia, empeño personal e inversión económica de José Ortega y Gasset, que prologó al autor y lo citó una y otra vez en la Revista de Occidente.

Así que, volviendo a la importancia de la relación maestro-discípulo otra derivada del gran árbol brentaniano sería la siguiente: Franz Brentano, Edmund Husserl, José Ortega y Gasset, Generación del 14-Escuela de Madrid.

O sea, que Brentano ayudó de un modo u otro, a despertar las brasas de la escuela escolástica española, a reivindicar el trabajo pedagógico del krausismo y a entroncar con la Institución Libre de Enseñanza, por un lado; y con Julián Marías, por otro.

Por medio quedan desentendidos y piedras en el camino como el fusilamiento de Ramiro de Maeztu.

Pero esa es otra historia.