Thomas Malthus creyó que el crecimiento de la población conduciría a una catástrofe sin redención, y el neomaltusianismo volvió a abogar por un control estricto de la natalidad, si bien el desarrollo económico y el uso de fertilizantes y pesticidas químicos aumentaron la producción alimentaria lo suficiente para evitar la catástrofe.
Fue uno de los grandes debates en los inicios de la industrialización observados por el economista Malthus, así como durante el siglo XX: ¿dado el incremento de la población mundial, hay que establecer estrategias para respetar los límites de la tierra, o bien resolver los retos sobre la marcha tal y como se logró tras la II Guerra Mundial con la agricultura intensiva de latifundios, monocultivos y fertilizantes químicos?
This is the biggest intractable problem for the rest of this century: https://t.co/XIzrf81lmN
— Kevin Kelly (@kevin2kelly) May 22, 2021
El ensayista Charles C. Mann personificó este dilema entre control de población o adaptación sobre la marcha gracias a innovaciones en el ensayo The Wizard and the Prophet, donde el «mago» se refiere al agronomista Norman Borlaug, propulsor de la agricultura moderna (mal llamada «revolución verde»), y el «profeta» es William Vogt, postulador del control de natalidad en su influyente ensayo de 1948 Road to Survival.
Cuando Bertrand Russell pensaba en el futuro
El catastrofismo de Malthus eludió en su modelo matemático algo esencial: la capacidad de la humanidad para mejorar o inventar nuevas técnicas que transforman cualquier modelo que trate de predecir un futuro a gran escala, fenómeno que explica por qué incluso pensadores tan sensatos como el filósofo analítico británico Bertrand Russell han errado cómicamente sobre sus predicciones a largo plazo.
En 1951, Russell escribía un artículo en The Atlantic en el que predecía que, antes de que acabara el siglo XX, se habría materializado al menos una de tres posibilidades: el fin de la vida humana; la regresión al barbarismo tras la reducción catastrófica de la población del planeta; o la unificación del mundo bajo un único gobierno.
La Shoah y la detonación de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki estaban todavía presentes en la memoria de la época y Russell tenía la convicción de que la estupidez a gran escala podría expandir su impacto a la escala de destrucción permitida por las armas nucleares.
Russell no menciona como posibilidades el cambio climático, el colapso del modelo comunista soviético o el retorno de China como potencia mundial tras siglos de estancamiento, los acontecimientos más decisivos de nuestra era, que deberá gestionar el «éxito» de soluciones aplicadas en el pasado: el coste medioambiental derivado de la agricultura y ganadería intensivas, el desarrollo industrial y de consumo en el mundo emergente, y la invasión de ecosistemas (con consecuencias en clima, extinciones, y mayor riesgo de enfermedades y pandemias de origen animal —zoonótico—).
No es la crisis demográfica que pensó Malthus
Hoy, la lectura de las predicciones de Russell nos hace prácticamente sonreír, como también lo hacen el neomaltusianismo de William Vogt (y su elogio de la eugenesia a gran escala), o los errores del propio Malthus, uno de los economistas más brillantes del siglo XIX.
Pero evitar escenarios apocalípticos no es suficiente y el mundo afronta retos conocidos y otros todavía difíciles de dilucidar: el futuro ha ya está aquí, decía el autor de ciencia ficción William Gibson, lo único es que está distribuido de manera desigual. Tanto las consecuencias más crudas de acontecimientos que se producirán a mayor escala como muchas de las posibles soluciones ya están presentes en el mundo contemporáneo.
Desde los intentos de Auguste Comte por integrar observación, experimentación y comparación de datos en la sociología, la demografía ha establecido con cierto éxito la correlación entre bienestar material, nivel educativo y natalidad: más y mejores expectativas laborales y educativas para hombres y mujeres implica un retraso del primer hijo: la descendencia pasa de percibirse como una ayuda en labores agrícolas a un individuo por cuyo florecimiento hay que velar en una apuesta multigeneracional por la ascensión social.
Correct take, I’m afraid.
The number of people I know who are not having kids because they lack reasons *to* have kids >>> people not having kids because they need more money. https://t.co/UAxKbW7fDE
— Alex Kaschuta (@kaschuta) May 25, 2021
Autores como Erich Fromm han tratado de exponer hasta qué punto la transición desde el modelo social medieval (comunitarismo, rígida certidumbre en posición social y creencias metafísicas) a la sociedad liberal implicó no sólo una emancipación del individuo, sino un profundo cambio de perspectiva con respecto a la naturaleza, a la Iglesia y al Estado.
Pero esta nueva «libertad», argumenta Erich Fromm, aportó también la incertidumbre y ansiedad de saberse maestro de su propio destino o, dicho por Jean-Paul Sartre a propósito del existencialismo, «el hombre está condenado a ser libre». La libertad lograda a partir del siglo XIX aportaba, por tanto, la angustia de saber que uno mismo debe reglar las grandes cuestiones, que puede manifestarse de distintos modos.
La quimera de una buena gobernanza de los grandes problemas
El postmodernismo a aportado fragmentación, vértigo y una percepción de la realidad «líquida» y ambivalente (argumenta Zygmunt Bauman) que aumenta la necesidad del individuo por expresarse a partir de marcadores distintivos, en una carrera por lograr definirse en medio del ruido prevalente en las redes sociales, como si se esforzara por no desaparecer del todo en una sociedad fatigada cuyos integrantes se autopromocionan (Byung-Chul Han).
El mundo no se ha acercado a un gobierno mundial funcional capaz de afrontar problemas colectivos de manera efectiva, tal y como Bertrand Russell había sugerido como mejor escenario posible para finales del siglo XX.
A inicios de la tercera década del siglo XXI, esta necesidad a gran escala contrasta con el recelo tanto de gobiernos como de la propia población, que trata de navegar épocas de incertidumbre económica con un repliegue atávico en busca de idealizaciones y realidades prefabricadas.
Bertrand Russell era consciente de que el se adentraba en una era técnica en la que, para superar algunos retos con el potencial de afectar grandes áreas del planeta, el mundo debía superar la disonancia entre la realidad jurídica —circunscrita a Estados o, en el caso de la UE, a lo sumo regiones— y las realidades económica y medioambiental.
La pérdida de importancia relativa de Norteamérica y Europa con respecto a la actividad concentrada en el mar de la China Meridional no resta atractivo a Estados Unidos, Canadá o los países de la UE como destino de inmigrantes procedentes de las inestables zonas circundantes.
Demografía y migraciones
Pese a contar con sólo el 7,2% de la población mundial (o alrededor de 550 millones de habitantes en 2014), la región de América del Norte, América Central y el Caribe concentra el 25% de todos los flujos migratorios del planeta; al otro lado del Atlántico, el Mediterráneo trata de reforzar sus lazos a ambas orillas para evitar el uso de flujos migratorios incontrolados como arma arrojadiza de la geopolítica de la región.
Este fenómeno vuelve a quedar claro en la crisis multifacética entre España y Marruecos; pese al intento marroquí de circunscribir la crisis a una cuestión meramente bilateral, la Comisión Europea demanda a España que solicite refuerzos de Frontex, la agencia fronteriza paneuropea establecida con la entrada en vigor de la libre circulación de pasajeros por el área Schengen.
Tal y como expone el economista británico Adam Tooze, Marruecos emplea tácticas ya probadas por Recep Tayyip Erdogan en el contexto de Oriente Próximo (guerra siria, presión migratoria de Asica Central), al permitir un aluvión de migrantes sobre la frontera de Ceuta.
With only 7.2 per cent of the total global population (over 550 million inhabitants in 2014), the region of North America, Central America and the Caribbean hosts about 25 per cent of all migrants in the world. https://t.co/KFY238NQmq
— Adam Tooze (@adam_tooze) May 23, 2021
La inestabilidad en la zona no hará más que acrecentar el interés europeo por fomentar el desarrollo de toda la región, dada la efectividad de las políticas proactivas con respecto a cualquier estrategia de contención o reacción. O expresado por el reformador social afroamericano Frederick Douglass, «es más fácil construir niños fuertes que arreglar hombres rotos».
El impacto de la actividad humana no debe atajarse únicamente a escala multinacional, sino que debe identificar las externalidades de las industrias con mayores emisiones y afrontar una realidad: el 1% de la población mundial con mayores ingresos produce el 15% de las emisiones, mientras el 10% de la población mundial concentra la mitad de las nuevas emisiones por cápita en el planeta.
La realidad de los pañales para adultos, el sueño de las guarderías
Sin embargo, el mundo se afrontará a un reto que contradice la narrativa malthusiana: la reducción drástica de la población mundial, que empezará a hacerse patente a mediados de siglo, cuando el desequilibrio demográfico entre muertes y nacimientos se generalice.
De nuevo, los síntomas de este futuro ya se han materializado en el mundo, aunque únicamente en un puñado de países desarrollados. Hace años que en Japón se venden más pañales para ancianos que pañales para bebés, mientras las universidades surcoreanas empiezan a padecer el descenso drástico de estudiantes en edad universitaria, lo que ha llevado al cierre de centros (el número de habitantes con 18 años descendió desde los 900.000 a los 500.000 entre 1992 y la actualidad).
Alemania ha retrasado la edad de jubilación en dos ocasiones en los últimos años, mientras varios países europeos han decidido aparcar el desfase creciente entre población activa y jubilados, y asumir el aumento del gasto público con la emisión de más bonos soberanos que contribuyen al espectacular aumento de la deuda pública en Grecia, Italia, Francia o España.
Asimismo, Alemania ha emprendido una política de destrucción de viviendas en mal estado construidas durante la reconstrucción de posguerra y con el boom económico y de natalidad derivados; en Italia y España, escuelas de primaria, institutos de secundaria o guarderías se reconvierten o ajustan sus plazas, mientras las maternidades de los hospitales constituyen una porción testimonial de su momento álgido apenas una generación atrás.
En el Este europeo, la baja natalidad y la emigración de una parte importante de su población activa en busca de oportunidades en otros países de la UE, contribuyen igualmente a una natalidad muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional (en torno al 2,1%, donde el número de hijos por mujer en edad fértil debería ser ligeramente superior a dos para que una población sin inmigrantes no descienda).
Los más ancianos
En el sur europeo, el estancamiento económico, el retraso de la emancipación y el aumento de los años de estudio han contribuido a índices de natalidad muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional, lo que desplaza la pirámide demográfica hacia edades cada vez más avanzadas y evidencia el desequilibrio entre población activa y población jubilada.
En 2050, los ciudadanos de la UE constituirán el 5% de la población mundial frente al 7% actual, y la edad media de la población en el grupo, situada ya en los 44 años en 2020, podría alcanzar índices incompatibles con la armonización de pilares del Estado de Bienestar como la sanidad universal y las pensiones.
Ya hay 70 países en el mundo por debajo del reemplazo generacional, los cuales concentran aproximadamente la mitad de la población mundial y, si bien los países con la menor natalidad se encontraban en su mayoría entre los más desarrollados, el fenómeno se generaliza también en los países en desarrollo que han aplicado con mayor efectividad sistemas educativos y de contracepción que favorecen la emancipación de la mujer, así como su acceso a educación y empleo asalariado en países donde hasta ahora su rol permanecía todavía circunscrito a la economía informal y el trabajo doméstico.
Map shows the global population by continent / region in the year 1000. Asia was by far the most populated region back then. Source: https://t.co/e9D1ihuOU7 pic.twitter.com/MotM5XqBtc
— Simon Kuestenmacher (@simongerman600) May 17, 2021
Japón, Hong Kong, las dos Coreas, Taiwán, Italia, Rusia y España (recordemos, con la tercera mayor esperanza de vida tras Japón y Suiza) cuentan con la natalidad más baja del mundo y la nueva realidad se transmite tanto en las calles como en el propio dinamismo de una sociedad, que invierte en servicios de asistencia para una población cada vez más longeva y con mayor esperanza de vida.
Sin embargo, la deprimida natalidad de Europa y algunos países asiáticos afecta también a China y a Estados Unidos, así como a varios países de América Latina, mientras la mejora de la educación y las expectativas de la mujer en varias sociedades africanas contribuyen al freno drástico de algunas de las tasas de natalidad más elevadas del mundo.
El neomaltusianismo se equivoca que riesgo
El discurso neomaltusiano tiene en estos momentos tan poco sentido como el discurso del hambre en el mundo: hace unas décadas éstos constituían la tesis recurrente de ONG y organismos de ayuda y solidad internacional.
La tendencia para las próximas décadas nos sitúa ante problemas muy distintos, entre ellos el desequilibrio poblacional entre países desarrollados y mundo emergente (donde una parte de la población seguirá aspirando a llegar a países con mayor bienestar) y la gestión desigual de excedentes alimentarios: si el derroche alimentario (la comida que se desecha) fuera un país, sería el tercer mayor emisor de CO2, únicamente por detrás de China y Estados Unidos.
Los últimos datos censales de estos dos últimos países confirman el ritmo más bajo de crecimiento de la población en décadas, lo que acercará la dinámica poblacional de ambos a la crisis demográfica ya consolidada en Europa, Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, o Hong Kong (territorio autónomo chino).
La tasa de fertilidad de Corea del Sur descendió en 2019 hasta 0.92, o menos de un hijo por mujer, el índice más bajo del mundo desarrollado. Durante cada uno de los últimos 59 meses, la natalidad de este país ha descendido hasta un nuevo récord.
En China (1.398 millones de habitantes por 1.366 millones en la India), apenas 12 millones de bebés nacieron en 2020, la cifra más baja desde 1961. El país (una dictadura capitalista, aunque nominalmente comunista y con una política claramente estatista) se enfrenta a varios retos a la vez: finalizar la transición desde país exportador de bienes que no controla a potencia tecnológica propulsada por su propio mercado de consumo, garantizar la movilidad social y atajar las consecuencias medioambientales —localmente en forma de polución urbana, a escala global en forma de gigantescas emisiones de CO2 agregadas—.
Emancipación de la mujer y natalidad en la India
Estados Unidos, que se había definido con respecto a Europa como un país de inmigrantes con una población más joven y una natalidad más elevada, ha endurecido su política migratoria desde mucho antes que Donald Trump alcanzara la casa blanca, y la presión social para atajar la inmigración procedente de Asia y América Latina permanecerá como una de las fuerzas políticas en el país en los próximos años.
Mientras China corre el riesgo de envejecer sin conceder a la mayoría de su población el sueño de hacerlo cuando el nivel de bienestar sea equiparable al de los países más desarrollados, Estados Unidos se encuentra en un claro proceso de pérdida de movilidad social y geográfica, empobrecimiento de los peor educados y envejecimiento.
Incluso la India, país que superará en breve a China como el más poblado del mundo y que alcanzará un pico de población de 1.500 millones de habitantes, oculta una tendencia de natalidad hacia el estancamiento y, a medio plazo, hacia el descenso de su población. El motivo: mejoría económica de una nueva clase media, avances en armonización social (como la lucha contra el sistema ancestral de castas), así como el acceso de la mujer a la educación y el trabajo.
El declive demográfico que afectará en las próximas décadas tanto a los países más ricos como a las economías en desarrollo pone una vez más de manifiesto el desfase entre la necesidad real de las sociedades avanzadas y el atractivo político de propuestas nacionalistas y nativistas en regiones relativamente homogéneas de Europa del Este y la Europa rural en general, y dificulta la aspiración cosmopolita de los centros urbanos más dinámicos en Europa Occidental y Estados Unidos.
El problema intratable de nuestro siglo
Las políticas para incrementar la natalidad de la población local son complejas, costosas y surten efecto a largo plazo, lo que dificulta su aplicación por una clase política con todos los incentivos para priorizar proyectos que generen réditos visibles para la población en uno o dos ciclos electorales.
El gobierno de Corea del Sur trata de imitar a los gobiernos europeos con políticas de conciliación familiar mejor establecidas, desde la francesa a la escandinava; sin embargo, y pese a quince años de esfuerzo, la inercia no se ha detenido y la natalidad sigue bajando
Los padres de recién nacidos reciben un importe a modo de regalo, además de financiar tratamientos de fertilidad y fecundación. La discriminación positiva hacia las mujeres embarazadas y padres de neonatos se extiende a la adaptación del transporte público y la instalación de guarderías por todo el territorio.
La tensión entre intereses a corto plazo y necesidades a largo plazo, entre carácter local y metas globales, convierten la caída de la natalidad en «el mayor problema intratable del resto del siglo».
En el Sur de Europa, exponer a los jóvenes el problema de la fecundidad de reemplazo cuando muchos de ellos luchan por emanciparse en la treintena y afrontan una precariedad laboral crónica, implica convencer a una población escéptica sobre el futuro de que éste mantiene su viabilidad.
Inercia demográfica
Sin embargo, y pese a contar con tasas de paro juvenil de entre un tercio y la mitad de los jóvenes, muchos países avanzados continúan atrayendo a inmigrantes dispuestos a desempeñar empleos que la población local ha dejado de considerar (el 40% de los españoles menores de 25 años no encuentra trabajo según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Muchos países deberán aprender a vivir con el declive poblacional y adaptarse a éste para aminorar sus externalidades más problemáticas, tal y como las empresas y administraciones ya empiezan a hacer en Alemania y Japón.
Si en el siglo XX la población mundial pasó de 1.600 a 6.000 millones de habitantes, la esperanza de vida aumentó radicalmente y la mortalidad infantil se redujo con la misma rapidez, en el siglo XXI asistiremos primero a una estabilidad de la población a escala global, si bien se producirá un descenso poblacional en varias regiones.
A finales del siglo XXI, Nigeria podría contar con mayor población que China. Ni siquiera países que han aumentado rápidamente su población desde inicios de siglo como India, Indonesia o México mantendrán un nivel de natalidad que garantice el reemplazo generacional.
Falta reemplazo generacional (¿o es la biosfera autorregulándose?)
En época de pandemia, es útil recordar la lección de que hay fenómenos de crecimiento y declive que ocurren de manera exponencial, por mucho que nos cueste, en tanto que humanos, comprender de manera intuitiva la rapidez con que estos cambios se producen una vez han empezado.
Tal y como remarca un artículo del New York Times, el declive exponencial quizá tarde décadas en producirse; una vez en marcha, asistiremos a los efectos de una inercia demográfica en descenso en apenas una generación.
Mucho deberían cambiar las cosas para que la tendencia revierta; según un estudio de The Lancet, 183 países (de 195) podrían contar con poblaciones en declive (por debajo del umbral del reemplazo generacional en 2100.
El aumento de la esperanza de vida e innovaciones como la automatización y la robótica podrían paliar las consecuencias más negativas del declive de población, que podría ir de la mano de una evolución hacia sociedades que hayan aprendido a reducir su impacto sobre el entorno o incluso a revertirlo por completo.
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