(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Probabilismo y filosofía analítica: la dificultad de predecir

Predecir futuros posibles no depende únicamente de mayor capacidad de computación y mejores simulaciones. Modelos predictivos en campos como las partículas elementales o la evolución de fenómenos complejos (tales como modelos de pandemias o del clima), no garantizan nada que se aproxime a la predicción infalible.

En filosofía de la ciencia, existen fenómenos cuyo resultado global es, por ejemplo, «emergente», lo que implica que el cómputo global es mucho más complejo que la mera suma aritmética de sus partes integrantes. El cálculo no puede ser exacto o, según como se mire, siempre lo es, pues se trataría de avanzar tendencias y no exactitudes.

El barítono ruso Mijaíl Karakash (1887-1937), en el papel de barbero (Fígaro) en la ópera bufa de Rossini «El barbero de Sevilla»

El comportamiento de una red de micelios (hongos) en simbiosis con un bosque, un hormiguero o un termitero, son más complejos en su globalidad que si nos dedicáramos a sumar sus elementos integrantes; del mismo modo, no podremos medir la temperatura y la humedad de una habitación si nos dedicamos a analizar sus moléculas de manera aislada.

Existen realidades que, en su conjunto, se comportan de manera probabilística y no puede explicarse incluso conociendo todos los pormenores de sus componentes aislados. Los estudios sobre la conciencia humana o la distribución de probabilidad de la mecánica cuántica tratan de solventar muchas de nuestras lagunas acerca de lo que denominamos realidad.

Proyecciones erróneas de un pensador brillante

Ni siquiera solventando estas lagunas podríamos garantizar la infalibilidad de predicciones de modelos complejos a décadas vista; sabemos qué ocurriría a grandes rasgos si se dieran distintos escenarios en una pandemia virológica o si no logramos frenar el aumento global de las temperaturas, pero nos es imposible conocer con detalle las implicaciones de estos cálculos con base científica.

Gracias a mejores simulaciones y a mayor capacidad de computación, hoy podemos predecir fenómenos complejos con mayor certidumbre que en el pasado; olvidamos que el economista inglés Thomas Malthus fue uno de los mayores expertos de las matemáticas aplicadas a las ciencias sociales durante todo el siglo XIX, pese a fallecer en 1834.

Pero ni su experiencia ni su brillantez en nuevos campos como el de la progresión geométrica y la progresión aritmética permitieron a Thomas Malthus extrapolar con acierto cuáles serían las consecuencias para el mundo de un aumento de la natalidad y la esperanza de vida en el mundo gracias al progreso médico y científico de su tiempo.

Malthus contaba con las matemáticas y su conocimiento de las ciencias sociales (en su tiempo, todavía asociadas al cajón de sastre de la «filosofía»), pero carecía de la capacidad para predecir la incertidumbre en torno a incógnitas como el ingenio humano para, por ejemplo, inventar modos de producir más alimentos con menos recursos.

El ensayo sobre el principio de la población de Malthus era brillante para su tiempo; hoy, constituye el paradigma de nuestra incapacidad para calcular la incertidumbre, pues nuestra capacidad prometeica tiene límites hasta ahora inasumibles.

Límites del cientificismo según Pascal (y Nietzsche)

Para pensadores como Friedrich Nietzsche, el cientificismo (o sustituir la infalibilidad atribuida a Dios en el pasado por la creencia de una infalibilidad del conocimiento científico), parte de un error de base: su reduccionismo, al creer que se puede calcular el mundo como si se tratara de un mecanismo en el que se pueden contar los engranajes y se pueden estudiar todas sus posibilidades.

Nietzsche moriría en 1900, a las puertas del siglo en el que aprenderíamos con mayor profundidad el comportamiento del universo a gran escala y de sus componentes más diminutos, y chocaríamos con la imposibilidad de rizar el rizo con la quimera de encontrar el santo grial de la física: una teoría unificada que combinara sin contradicciones relatividad y física cuántica (donde, a su vez, existen contradicciones internas que conducen a hipótesis y especulaciones de todo tipo).

Ilustración de una de las escenas célebres de «El barbero de Sevilla» de Gioachino Rossini

La matemática y la lógica avanzaron al amparo de la Iglesia y con la intención quimérica de demostrar un cierto orden cósmico que explica no sólo nuestra existencia, sino la capacidad para reconocer identidades y objetos abstractos que parecían contar con modelos ideales con una existencia previa o transcendente.

Un matemático y filósofo francés del siglo XVII, Blaise Pascal, trató de escrutar los orígenes y fronteras esquivas de la lógica y las formas puras matemáticas, y tuvo que conformarse con la constatación de que la Naturaleza (el universo) es como una esfera en la que el centro se encuentra en cualquier lugar y los límites de circunferencia en ningún lugar.

Cuando todo debía conducir a Dios

Católico ferviente de su corriente más cercana al protestantismo en Francia, el jansenismo, Pascal trató de explicar también la paradoja según la cual quienes profundizan más en sus escasos conocimientos tienen la sensación de aumentar sus dudas y no solventar su idea preconcebida del mundo.

Lo explicó con una analogía de una constatación lúcida de nuestra ignorancia: podemos representar lo que conocemos con lo que se encuentra en el interior de una esfera, mientras que lo desconocido es todo aquello más allá de los límites de este cuerpo; cuanto más profundizamos en nuestro conocimiento, la esfera se hace mayor, como también lo hace su superficie en contacto con lo desconocido:

Como buen teólogo católico interesado en las matemáticas, su voluntad de aunar ambas disciplinas a través de una idea propia de los teólogos probabilistas, según los cuales la opción correcta en la vida coincidía con la voluntad de la providencia religiosa: si matemáticas y religión decían lo mismo, reflexionó Pascal, el «idioma» con el que se entendían era el amor.

Esta deducción, influida por la escuela probabilista de pensadores como el teólogo español del siglo XVI Bartolomé de Medina, catedrático en la Universidad de Salamanca, se funda sobre la idea de que las matemáticas (el cálculo de probabilidades para ideas, conceptos, acciones) están asociadas a la moral.

El escolasticismo de Pascal influyó sobre un coetáneo veinte años más joven que él, con una influencia tanto o más crucial en las matemáticas y la filosofía, el polímata alemán Gottfried Wilhelm Leibniz.

Leibniz especuló sobre la posibilidad de servirse de modelos probabilísticos (algunos de los cuales partían de influencias como la del filósofo escolástico mallorquín Ramon Llull —llullismo, pensamiento a su vez influido por tradiciones como la cábala—) que combinaran lo que decimos (lingüística), lo que sentimos (psicología) y consideraciones morales asociadas a ideas universales (lo que Kant llamaría luego conceptos «a priori», o que parecen existir de manera universal, como la justicia, la bondad, la compasión, etc.).

Inicios de la transición del aristotelismo a la lógica de Frege

Tanto Pascal como Leibniz conocían la obra de René Descartes y su intención de conciliar el racionalismo con lo transcendental, si bien el racionalismo de Descartes desconfiaba de la experiencia, pues procede de una interacción del mundo en la que nuestros sentidos son un filtro engañoso.

Por el contrario, el empirismo inglés de Locke y Hume, entre otros, retomará la idea aristotélica de que lo único que podemos dar por certero es lo observable y demostrable (el «A es A» y no cualquier otra cosa). Todo el conocimiento, según Locke, parte de la experiencia y no de nuestra «intuición» de Dios a partir de nuestro conocimiento de cuestiones universales.

De estos matices surgirá a partir del siglo XIX el gran cisma filosófico europeo, que tomará los nombres reduccionistas y engañosos de filosofía analítica, casi siempre anglosajona y asociada al análisis de la lógica y la lingüística como base del conocimiento humano; y la filosofía continental, más atenta a la síntesis (o contestación) de una herencia filosófica de origen clásico.

Alicia y Humpty Dumpty («A través del espejo», Lewis Carroll)

Uno de los pesos pesados de la filosofía analítica, el también polímata Bertrand Russell (como Descartes, Pascal y Leibniz, tan interesado en las matemáticas como en la metafísica), trató de no caer en el cientificismo, si bien no renunció a servirse de la lógica para realizar predicciones probabilísticas sobre el futuro a varias décadas vista.

Probabilismo en Salamanca

El probabilismo, con su importancia y cultivo en tradiciones teológicas como la de la escuela de Salamanca, es por tanto una vieja aspiración del pensamiento occidental, incapaz de aunar el estudio de la realidad (para distinguir lo verdadero de lo falso) con teorías que con una supuesta infalibilidad transcendental (asociada tanto a Dios como a conceptos «a priori», a teoremas matemáticos, etc.).

Para Russell, la filosofía, el lenguaje y las matemáticas comparten un atributo que, cuando llega la inspiración, ofrecen la sensación de que nos acercamos a una gran respuesta, quizá próxima al idealismo transcendental definido por la idea de los conceptos universales que existen con independencia de nuestra conciencia («a priori») de Kant.

Desde la infancia, Russell se había sentido atraído tanto por la belleza de la geometría euclidiana y su aspiración a las formas puras matemáticas, como por las aparentes limitaciones del conocimiento humano, que habían alimentado tanto el idealismo transcendental como la metafísica.

Sin embargo, esta concepción de la realidad, basada en el trabajo de síntesis previo, despreciaba el análisis instantáneo de la realidad. Desde entonces, se serviría de las matemáticas en filosofía para construir su propia hipótesis sobre el conocimiento y la moral, si bien su intento avanzó de un modo inverso al que había previsto, al sembrar más dudas de las que resolvía.

Bertrand Russell: lógica y militancia

En el corazón del sistema lógico analítico (que se sirve de la relación entre objetos abstractos para construir y resolver cualquier teoría matemática) yacía una paradoja irresoluble.

Por un lado, hay conjuntos de conceptos o cosas que son a la vez grupos y elementos en el interior de estos mismos grupos (una bolsa con bolsas en su interior); por otro, hay conjuntos cuyos componentes no forman parte de sí mismos (un conjunto que contiene libros no es un libro).

Si este conjunto (compuesto por componentes que no forman parte de sí mismos) no forma parte de sí mismo, pertenece entonces al tipo que no forma parte de sí mismo y, por tanto, es idéntico a sus componentes. Y, si es idéntico a sus partes integrantes, entonces forma parte de sí mismo.

Las dudas en el núcleo de la filosofía analítica no paralizaron a Russell ni le hicieron renunciar a una militancia de intelectual público, pues constatar las limitaciones de una concepción del conocimiento confirmaban su capacidad para analizar situaciones y valorarlas con cierto conocimiento de causa.

Ya maduro, Russell formularía su propia versión de la paradoja de la esfera infinita descrita por Pascal en sus Pensamientos. Si una esfera es infinita, su centro se encuentra en todas partes, una idea más grande que nuestra propia concepción de una conciencia y realidad delimitadas por aspectos cuantificables.

Cuando al conocimiento certero le salen incógnitas

Estos conceptos no eran para Russell el juguete de un filósofo recluido en su torre de marfil, sino que influían sobre su propia visión del mundo y acción:

“El problema con el mundo es que los estúpidos muestran una presuntuosa seguridad, mientras los más sabios están repletos de dudas.”

Esta reflexión del británico es una versión actualizada de la paradoja sobre el conocimiento observaba por Pascal, plasmada en la imagen de la circunferencia que, al aumentar su área, incrementa las dimensiones de su linde con lo desconocido.

Bertrand Russell juega al ajedrez con su hijo John

Pascal describe así las limitaciones de cualquiera entregado a cualquier ejercicio de conocimiento certero y profundo:

«Navegamos en un vasto medio, siempre inciertos y flotantes, empujados de un extremo a otro. Si damos con un término al que pensamos vincularnos y en el que pensamos afianzarnos, éste titubea y nos abandona; y si lo seguimos, se nos escapa de las manos, se desliza y nos huye con una fuga eterna.

«Nada se detiene por nosotros. Es el estado que nos es natural, y, sin embargo, el más contrario a nuestra inclinación; ardemos en deseos de encontrar una sede firme y una última base constante para edificar sobre ella una torre que se alce hasta el infinito, pero todos nuestros cimientos se quiebran y la tierra se abre hasta los abismos…»

El «deus ex machina» de una proyección de Russell

El número de marzo de 1951 de la revista The Atlantic incluía un artículo de Bertrand Russell en el que el pensador trataba de predecir los escenarios más plausibles para la raza humana a finales de siglo.

La Guerra Fría se postulaba como una carrera armamentística entre dos superpotencias para repartirse el mundo, el Holocausto y la detonación de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki permanecían en la retina y no había retorno posible a la inocencia, tal y como Camus había escrito en el editorial del diario Combat del 8 de agosto de 1945.

Dado el contexto, no extraña que el artículo de Russell en The Atlantic haya fallado tan estrepitosamente, en una muestra más de los límites de cualquier proyección compleja sobre el futuro. Russell empezaba así su artículo:

«Antes del fin del presente siglo, y a menos que algo bastante impredecible ocurra, una de las siguientes tres posibilidades se habrá materializado [nótese el uso del tiempo futuro, y no del condicional]. Estas tres son:

1. El fin de la vida humana, quizá de toda la vida en nuestro planeta.
2. Una regresión al barbarismo tras una reducción catastrófica de la población del globo.
3. La unificación del mundo bajo un único gobierno, que poseería un monopolio de todas las armas de destrucción masiva.»

Paradoja de Russell

Russell se cubrió matemáticamente las espaldas al mencionar la posibilidad de que «de que algo bastante impredecible» tenga lugar. Sin embargo, este escenario añadido, el comodín de cualquier modelo elaborado sobre algún acontecimiento complejo en el futuro, no puede desarrollarse de manera inequívoca por definición hasta que ocurre, pues ese «algo extraordinario» no puede según la formulación predecirse.

Russell se topó en su artículo con la imposibilidad de integrar la complejidad del mundo y de la conciencia humana en fórmulas matemáticas, y su inclusión de la cláusula del «por si acaso» demuestra su temor de haber caído en el cientificismo. En plena madurez, con más experiencia y más escéptico que nunca, Bertrand Russell quizá escribiera este artículo como testimonio a la paradoja analítica que lleva su nombre.

Hay conjuntos compuestos por conjuntos que no forman parte de sí mismos.

Bertrand Russell y su hijo John

Y claro, si este conjunto es de los que no forman parte de sí mismos, entonces el conjunto es idéntico a sus integrantes. Y, en este caso, sí forma parte de sí mismo.

El propio Russell se sirvió de casos cotidianos para expresar de un modo más corriente las implicaciones de la paradoja que lleva su nombre, como la llamada «paradoja del barbero»:

«En mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, ¡que soy yo!, ya que si lo hago, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto ¡no debería afeitarme! pues desobedecería vuestra orden. Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero como yo soy el único barbero de allí!, no puedo hacerlo y también así desobedecería a vos mi señor, oh emir de los creyentes, ¡que Allah os tenga en su gloria!»

Más que el testimonio de nuestra limitación para realizar previsiones a partir de modelos que aspiren a la infalibilidad, las reflexiones de Bertrand Russell son un ejercicio de generosidad y responsabilidad con el público y con su época. El mejor modo de no ser refutado es mantenerse en una estéril equidistancia intelectual.

Futuro

A diferencia de muchos intelectuales públicos actuales, Russell no temía equivocarse al formular sus tesis, sino el silencio y la condescendencia que habían conducido a tantas atrocidades.

Del mencionado artículo del filósofo analítico británico en The Atlantic, quizá debamos quedarnos con su espíritu, que denota la integridad moral de un autor que, sin embargo, no pudo especular sobre un mundo tras la caída del muro de Berlín, con una Pax Americana agotada, el retorno de China (más que el ascenso) y una Europa que prefiere colaborar a aniquilarse.

¿Quién se atreve a escribir un artículo análogo al de Russell para mediados y finales de este siglo?