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Más allá de *Her* (filme): realidad aumentada de los libros

Los términos “asistente digital”, “realidad aumentada”, “wearable computer”, “internet de las cosas” o “mundo programable” designaron en 2013 a productos y tecnologías ya existentes.

Pero 2013 también fue el año del escándalo de espionaje electrónico masivo a través del programa PRISM de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, recordándonos que, como a inicios de la Ilustración, las libertades individuales no son un bien garantizado, sino una conquista.

Libertad individual, realidad aumentada y control coercitivo de “la mayoría”

El concepto “libertad individual” (según las tradiciones liberal y libertaria, coincidentes) pierde sentido sin una conciencia libre, hambrienta, dispuesta a perseguir un propósito vital coherente y racional, tal y como lo vieron John Locke, Thomas Hobbes, John Stuart Mill o Thomas Jefferson, entre otros.

Y, más que las promesas de la realidad aumentada o el consumo desenfrenado de píldoras de información atomizada y sin contrastar, la lectura reflexiva prevalece como el arma de defensa más efectiva de las aspiraciones de cualquier individuo, por muy kafkiana que sienta la realidad en que se haya inmerso.

Sobre nuestra relación con asistentes digitales

Un columnista tecnológico de la revista Wired convivió durante todo 2013 con Google Glass, exponiendo con ironía las ventajas, riesgos y percepción social de una experiencia digital cada vez más inmersiva e integrada.

(Enlace al tráiler de la película de Spike Jonze Her, que explora los límites de la interacción entre conciencia humana y la -no tan distante- inteligencia artificial aplicada a lo cotidiano)

La realidad aumentada más efectiva: leer buenos libros

Una información publicada por el diario británico The Independent, de la que se hace eco Slashdot, secunda esta reflexión: la actividad cerebral se dispara durante días tras leer una novela.

Al menos, la sensación de pérdida y cierta nostalgia sentida al avanzar sobre los últimos pasajes de una gran novela tiene en el aumento temporal de la capacidad cognitiva un consuelo racional.

The Independent se refiere en su artículo a un estudio de la Universidad de Emory, que concluye que leer un buen libro puede aumentar la conectividad cerebral y promover cambios neurológicos que persisten de un modo similar a la memoria muscular o procedimental.

Leer un buen libro, en cierto modo, “aumenta” (enriquece, como hacen las experiencias vividas) nuestra percepción de la realidad, así como nuestra toma de decisiones.

La frialdad cognitiva de una máquina

Siri y Google Voice son los primeros intentos comerciales de realidad aumentada, aunque sea sólo como asistentes digitales personales que reaccionan a nuestras respuestas y “aprenden” (en realidad, afinan su algoritmo) con ellas.

Descartado el lirismo cognitivo de las drogas alucinógenas, que un grupo de científicos trata de recuperar para la ciencia después del daño causado por Timothy Leary y quienes optaron por su uso recreativo cuando florecía su investigación, la tecnología es la gran esperanza de la llamada “realidad aumentada“.

2013 fue el año en que los dispositivos de realidad aumentada traspasaron las interfaces tradicionales (ordenador, teléfono inteligente, videoconsolas) y se integraron en la mirada cotidiana de los primeros usuarios de Google Glass.

Todavía sin apenas aplicaciones, Google Glass pretende eliminar la barrera entre la tecnología y los momentos cotidianos, cada vez más difuminados a medida que el teléfono sirve como nuestro repositorio digital.

(Video: una muestra del potencial de Google Glass y dispositivos análogos de realidad aumentada)

https://www.youtube.com/watch?v=v1uyQZNg2vE

Comandos neuronales

A diferencia de los teléfonos, las gafas Glass (en realidad, un visor HMD -“head mounted display”-) evitan que apartemos lo que hacíamos para registrarlo, lo que evita la impostura: se puede hacer fotos, grabar vídeos, consultar información de contexto, etc. usando gestos y comandos de voz, sin pausar la actividad previa al registro.

Dispositivos para llevar (“wearable computers“) similares prometen asistirnos con meros gestos o incluso impulsos cerebrales, como ya logran algunos dispositivos comerciales (Emotiv EPOC), aunque sea de manera básica.

Mientras exploramos la convergencia entre dispositivos, realidad aumentada y el contexto que queremos “enriquecer” (para ampliar nuestra mirada o conocimiento, mejorar nuestras decisiones cotidianas, experimentar…), la interacción cerebro-máquina, cada vez más estrecha, suscita algunas dudas éticas.

El individuo en la era del “mundo programable”

En una realidad “programable”, en que todos nuestros objetos interaccionarán entre sí, ¿cómo se definen los límites de lo accesible por terceros y lo privado?

El mundo programable y la realidad aumentada deberán acomodarse a la demanda de privacidad de los usuarios:

  • las redes sociales han demostrado que los usuarios están dispuestos a compartir ámbitos de su privacidad, siempre y cuando ellos retengan el control;
  • el espionaje de las comunicaciones electrónicas por la NSA demuestra el riesgo de perder el control sobre lo que compartamos en la Internet ubicua.

Riesgos del kafkianismo

Hay potencial para avances tecnológicos utópicos (capaces de “aumentar” las posibilidades del ser humano, como se cumpliera la alegoría griega de Prometeo devolviendo el fuego del conocimiento racional a la humanidad en la tragedia perdida de Esquilo).

Y, a la vez, las consecuencias distópicas de un mundo en que los ciudadanos comparten actividades, esperanzas (…y pensamientos) en una red de comunicaciones interceptable por gobiernos (PRISM) o, peor aún, personajes y/o delincuentes siniestros.

¿Estamos más próximos a un mundo kafkiano, en que el mandato colectivo se imponga a las libertades individuales con herramientas tecnológicas cada vez más intrusivas?; ¿o son estas tecnologías para “aumentar la realidad” el mayor potencial para reforzar el individualismo racional e ilustrado? 

Ciudadanos vigilantes

Dependerá, avanzan los expertos, del uso que demos a esta tecnología, así como de la capacidad de los miembros vigilantes de las sociedades libres (individuos no sujetos a intereses de terceros con el conocimiento y determinación para denunciarlo).

El nuevo debate no debería ocultar que, desde antes de que se consolidaran las sociedades con tradición literaria, los cazadores y recolectores accedían, a través de chamanes, a su particular versión de “realidad aumentada” (Carlos Castaneda lo explicaba en la época de Timothy Leary con su ensayo-ficción Las enseñanzas de don Juan).

Ni la tecnología ni los alucinógenos del desierto de Sonora (Castaneda se refiere al peyote, variedad de cactus alucinógena) son necesarios para alargar el “Ahora” y amplificar la percepción de lo cotidiano.

La fuente de la literatura

Los filósofos grecorromanos recomendaban la lectura como principal fuente de ampliación de nuestro horizonte, pero no el único:

  • reforzar la independencia del individuo de necesidades externas e ideas -deseos que desestabilizan y no pueden controlarse-;
  • el deporte y el propósito vital (trabajo, amigos, etc.);
  • apreciar lo que uno tiene;
  • usar la razón en todas las situaciones posibles;
  • disfrutar de la naturaleza;

Sócrates, Aristóteles, Séneca o Marco Aurelio habrían considerado el cultivo de su propia conciencia como la “realidad aumentada” más potente y ampliable, con niveles de sofisticación inalcanzables para los avances actuales en inteligencia artificial.

Leyendo se aprende lo que otros han tardado en alumbrar

Las filosofías de vida clásicas son más transgresoras que las promesas actuales sobre realidad aumentada, al prometer una realidad más rica con la atención y el conocimiento como únicas herramientas para sacar el máximo partido a la existencia.

Sócrates no rechazaba la tecnología, pero sí relativizaba su alcance: era consciente de que su herramienta más potente era la dialéctica que lleva su nombre, que sirve para profundizar en cualquier temática (una navaja suiza del pensamiento).

El propio Sócrates recomendaba la lectura reflexiva para aprender con poco esfuerzo lo que otros habían tardado mucho tiempo en plasmar por escrito.

Lectura reflexiva y creatividad

La lectura reflexiva estimula nuestra creatividad, tal y como muestra el resultado del mencionado estudio de la Universidad de Emory.

Otros estudios neurológicos recientes también constatan que:

Qué mayor realidad inventada que el arte de inmiscuirse en una -siempre costosa, como ocurre con las experiencias en primera persona- lectura.

Libertad de pensamiento en tiempos de gregarismo

Mientras se estrena en las próximas semanas en todo el mundo Her, prometedor filme de Spike Jonze que explora la profunda y platónica relación entre un profesional de mediana edad -Joaquin Phoenix- y el asistente de su teléfono, qué menos que procurarse una buena lectura y planear los próximos libros que nos conduzcan a una realidad cognitiva más rica.

Un consejo de Ralph Waldo Emerson (aparece en The American Scholar, 1837): “El pensamiento de un hombre no debe ser subyugado por sus instrumentos”.