Los efectos de la acción humana sobre el entorno ocurren tanto localmente como a escala planetaria. Cuando los efectos son diferidos en el tiempo, están diluidos y son responsabilidad de toda la actividad humana, ocurre algo comprensible: nadie se siente del todo culpable, mientras la opinión pública puede difícilmente concebir modelos de amplitud semejante.
El recrudecimiento de los fenómenos de clima extremo asociados al calentamiento global, devuelve al fin una temática percibida por muchos como demasiado grande (o soporífera) a las conversaciones de sobremesa entre la opinión pública.
La inacción de la última década y el riesgo de que las teorías conspirativas acaben dominando cualquier conversación sobre el clima ha generado dos tipos de enfoque de la problemática:
- los artículos con tono apocalíptico dominados por la desesperación y el paisaje del fin del mundo que prevaleció durante los años de amenaza nuclear de la Guerra Fría;
- o aquellos con tono cínico que tratan de centrarse en los acuerdos de mínimos que no han logrado convencer ni a los más decididos a actuar (para quienes la acción es demasiado tímida y llega demasiado tarde), ni a quienes optan por mirar hacia otro lado (como la Administración de Estados Unidos).
El popular negocio de negar la mayor
En cualquier caso, ambas aproximaciones al reto actual de mayor escala crean desconcierto entre las opiniones públicas, sometidas a la presión de medios de comunicación y mensajes en redes sociales que minimizan el riesgo o, simplemente, niegan la mayor.
Andrew Bolt, por ejemplo, un columnista político australiano que niega los riesgos del cambio climático que publica en las cabeceras de Rupert Murdoch en su país de origen, coincide con Vladímir Putin al asegurar que «el calentamiento es bueno para todos». Una reflexión que, a buen seguro, interesará a la opinión pública australiana mientras asiste a la devastación de su país a causa de efectos locales durante los meses calurosos que el clima recrudecerá.
This is not @TheOnion. I repeat. This is not @TheOnion.
It's @rupertmurdoch — the great planet-destroying supervillain of our time: https://t.co/cSaGB6cLIX— Michael E. Mann (@MichaelEMann) January 27, 2020
Mientras el escepticismo climático se cuela en los medios conservadores del mundo anglosajón y los países emergentes reivindican lo que consideran como poco menos que un derecho para aumentar sus emisiones (algo que el mundo desarrollado hizo durante décadas, causando la situación actual), la Unión Europea se encuentra con una oportunidad que deberá saber explotar: liderar de manera decidida las acciones coordinadas para reducir las emisiones y mitigar los efectos que nadie que se haya informado puede negar.
Una década de indecisiones, un compromiso europeo a última hora
El principal adversario que la UE podría tener contra sus ambiciones climáticas llega tanto del pragmatismo a corto plazo de los socios comunitarios actuando por libre (por ejemplo, si Alemania y los países del Este deciden no sustituir la generación eléctrica con carbón con la suficiente rapidez), como desde el público comunitario, que todavía no conforma una opinión pública supranacional con fuerza suficiente, la cual depende para informarse de medios publicados en el mundo anglosajón.
El recelo entre los socios comunitarios y la desinformación, pues, atacarán cualquier sentimiento paneuropeo de justicia climática. Para adelantarse a los acontecimientos, no obstante, la UE presentó su plan de acción medioambiental en diciembre de 2019. El último mes de una década dominada por el ombliguismo macroeconómico tras el contagio de la crisis de 2008 y sus tensiones (austeridad vs. expansionismo monetario).
¿Nos podemos interesar por una política común europea para lograr la neutralidad de carbono en tres décadas? A diferencia del estadounidense, el Green Deal europeo nace como política vinculante para todos los miembros de la UE y no como declaración de buenas intenciones.
Hemos enterrado el concepto de «neutralidad de carbono» en los últimos años, empecinados en salir de urgencias coyunturales, pero la neutralidad de carbono no ha mutado su significado.
Convencer a los europeos de que el Pacto Verde va en serio
El plan anunciado por la UE para crear una economía circular y sin impacto negativo en las próximas tres décadas corre el riesgo de diluirse entre las urgencias coyunturales de una opinión pública todavía fragmentada entre cada Estado miembro, antes de lograr un impacto suficientemente visible y comprensible de la población.
El Green Deal europeo tiene una ventaja con respecto a propuestas políticas equiparables: el objetivo es realizable y puede desplegarse con mecanismos que ha UE ya puesto a prueba durante décadas y, si bien 30 años puede sonar a eternidad, la diferencia de esta propuesta con respecto del Green New Deal de los jóvenes demócratas estadounidenses es que el plan de estos últimos —que se aplicaría en una década— carece de un apoyo político o social transversal.
Hasta hace poco, la «decarbonización» de la economía era un concepto quimérico, apoyado sobre todo por los activistas medioambientales. El mero hecho de que este objetivo se convierta en plan maestro de la UE subraya la escala del cambio y hace creíble —quizá por primera vez— la aspiración a compensar las emisiones con una retirada equivalente de gases en la atmósfera.
Pero estos objetivos conservan su carácter inabarcable y a una escala demasiado dispar a nuestra vida y aspiraciones cotidianas. Su carácter etéreo y esquivo los han convertido en poco menos que en una lucha anacrónica, a medio camino entre las declaraciones de buenas intenciones de principios de siglo y una presentación para burócratas.
Sin embargo, de no actuar de manera coordinada y a gran escala contra los peores escenarios del cambio climático, corremos el riesgo de que, pronto, cualquier otra consideración sea secundaria.
Un proyecto vertebrador para aplacar los nacionalismos
¿Cómo crear interés por un objetivo a escala continental y planetaria? La relativa inacción y la amalgama de concienciación individual deberían dar paso a una realidad cotidiana mucho más alineada con unos objetivos que, por definición, desafían cualquier mezquindad o especulación aislacionista.
Será difícil oponerse con coherencia a la aspiración a lograr transportes más limpios, viviendas más eficientes, alimentos más sanos y con mejor impacto, sistemas productivos y de servicios que reducen el uso de materias primas y los desechos mediante la economía circular, son temáticas que los medios y opciones políticas deberían aprender a hacer atractivas.
La política común de la UE sobre el medio ambiente comprende acciones concretas, detalladas y realizables, pero será —una vez más— compleja y poco atractiva para el ciudadano europeo medio, una realidad en plena gestación tras achaques que han puesto a prueba este gran experimento, desde la crisis de la deuda soberana al Brexit, que el 31 de enero se ratificará en Westminster (luego quedará la ratificación por el Parlamento Europeo, que se producirá sin dificultades).
No todo es positivo ni fácilmente contextualizable en el Green New Deal, y los partidos populistas aprovecharán para ensañarse con las medidas potencialmente más impopulares. Quizá, la prueba preliminar se viera con el poder de movilización logrado contra la propuesta de alza del precio del diésel del Gobierno de Emmanuel Macron, que sirvió de combustible al movimiento de los chalecos amarillos.
Letra pequeña y geopolítica tras el Pacto Verde
Pero el Green Deal europeo es también una muestra de determinación en un proyecto que muchos han querido diluir, enterrar o ver en punto muerto.
Su realismo implica que el plan incluye cierta permisividad con realidades anacrónicas sorprendentemente arraigadas. Sin ir más lejos, el abandono del carbón como materia prima para generar energía choca con el interés de Alemania y los socios del Este, una tarea compleja y con un coste político inmediato en las regiones productoras de carbón.
El rechazo histórico de Alemania a la energía nuclear revela la dependencia de este país con respecto al gas ruso y el carbón local, y el país no estará listo para prescindir del todo de la quema masiva de este combustible hasta 2038.
Nordstream to nowhere: biggest loser frm Europe’s Green Deal = Russia. In short-run it may succeed in gaining greater % of EU gas market with new pipelines. But within 2 decades these could become redundant as Europe embraces its green future. @nickb2211https://t.co/dLE9bwf4L3 pic.twitter.com/fOIHWBJ6vJ
— Adam Tooze (@adam_tooze) January 27, 2020
Con la medida, Alemania insinúa su confianza en que la principal economía e industria del continente podría funcionar íntegramente con energías renovables (y sin reactores nucleares) en las próximas décadas.
Por si acaso, y sin suscitar demasiado ruido, el acuerdo tácito entre Alemania y Rusia para garantizar el suministro de gas a través de un nuevo gasoducto en el mar Báltico (Nord Stream), apunta hacia el tipo de combustible que sustituirá a corto plazo al carbón en las plantas de generación de energía que todavía dependen del carbón (Alemania es el principal consumidor mundial de lignito —carbón mineral—).
Cuando Estados Unidos y China no pueden liderar
Pese a las sombras, propias del compromiso entre países con necesidades, realidades locales e intereses geopolíticos dispares, el Pacto Verde europeo se diferencia de la iniciativa estadounidense (también denominada Green New Deal) en que, en la UE, la política recibe un apoyo transversal y se ejecutará, mientras en Estados Unidos constituye apenas una propuesta del ala progresista del Partido Demócrata.
La denominación del pacto europeo no es una coincidencia, y se hace eco del New Deal estímulo estatal de Franklin D. Roosevelt para reactivar la economía de Estados Unidos y superar la Gran Depresión de los años 30.
De paso, el Viejo Continente pretende subrayar que, dado el agotamiento patente de los consensos que sostuvieron el liderazgo de Estados Unidos desde el fin de la II Guerra Mundial, los retos actuales tienen la intención de tomar el testigo como región democrática mundial capaz de inspirar los cambios legislativos, energéticos, industriales y de estilo de vida imprescindibles en las próximas décadas: energía limpia, economía circular, construcción de menor impacto, movilidad «verde» (habrá que ver qué ocurre con el reinado de facto del motor diésel en las ciudades europeas), protección de la biodiversidad, alimentación biológica y con denominación local, y medidas para reducir los focos de polución industrial y urbana.
Estados como California son conscientes del carácter estratégico de la posición regulatoria de la UE y aplica una legislación más exigente para, entre otros motivos, no perder competitividad a medio plazo.
Estados Unidos: realidad y retórica en una Administración confrontacional
Si desde Silicon Valley se suele loar la capacidad del modelo estatista chino para aplicar cambios a gran escala, a la vez que se denigra la exuberancia regulatoria de la UE, los socios europeos podrían demostrar en el tema más importante de las próximas décadas, que el experimento europeo, con todas sus disfunciones, polifonismos y asincronías, puede establecer el tono de la economía y los estilos de vida del futuro.
Mientras uno de los dos partidos de gobierno de Estados Unidos, el que ocupa la Casa Blanca, flirtea con el escepticismo climático y con una inacción interesada —y apoyada, desde medios como los controlados por Rupert Murdoch— para frenar las emisiones, las emisiones de CO2 se redujeron en 2019.
¿El motivo? La combustión de carbón continúa su descenso, pese a la retórica y a los subsidios de la Administración de Trump al sector. El presidente estadounidense juega hábilmente con la emoción de sus electores al realizar grandes anuncios que, en la práctica, se reducen en mero simbolismo:
- el muro con la frontera mexicana (que pagarían los mexicanos);
- la restricción de visas (cuando, en realidad, aumentan tanto los permisos temporales para jornaleros en agricultura —visa H-2A—, y para trabajadores no agrícolas —visa H-2B—);
- o el apoyo incondicional a la industria del carbón, que pierde peso específico en la economía (si bien mantiene su fuerza simbólica).
En Estados Unidos, por tanto, la retórica de Trump y del Partido Republicano van por un lado, y la realidad por otro distinto: patronales, cámaras de comercio, ciudadanos de a pie e incluso sectores como el petrolero se hacen a la idea de que habrá que actuar para evitar los peores escenarios (aumentos de la temperatura media global superiores a 2º C con respecto a los niveles preindustriales).
La escala de las políticas comunitarias
Eso sí, nadie —o, mejor dicho, casi nadie— cree que una Administración estadounidense aplicará una política del alcance del Pacto Verde Europeo. Los consensos son demasiado débiles y la clase política de Estados Unidos parece optar por el cinismo geoestratégico: cuando los países emergentes, liderados por China e India, aumentan su impacto en el medio ambiente, ¿de qué sirve reducir las emisiones?
Dimitris Valatsas apunta en un artículo para Foreign Policy que el Green New Deal implica una política coherente a escala continental que, al exigir nuevos estándares en el principal mercado agregado del mundo, obligará al resto a adaptarse si desean mantener su relevancia.
El Pacto Verde no es tan distinto de la PAC (Política Agraria Común), el mercado único y el propio euro. Francia insistió en las protecciones de la PAC, Alemania marcó el tono en el mercado único y el euro partió del consenso de ambos países para avanzar hacia un federalismo de facto que (temía el Reino Unido, a una semana de marcharse definitivamente) acabaría en unos Estados Unidos de Europa.
El Green New Deal, o nueva política medioambiental de la UE, pretende sumarse a estos pilares, que han demostrado su solidez pese a acumular críticas, sobre todo procedentes del mundo anglosajón. Paul Krugman, por ejemplo, insiste en su tesis de que el euro fue «un error», pese al apoyo popular e institucional a la moneda única.
No es postureo político (aunque sea «Verde»)
En otras palabras: cualquier política de gran calado ratificada por la Comisión y el Parlamento europeos podría impulsar definitivamente los cambios que es necesario aplicar en los próximos años, dado el peso económico del espacio europeo.
De ahí que Nick Butler destaque dos cosas en una columna de opinión para el Financial Times sobre la iniciativa: la medida va en serio; y con ella, la UE no se pone en la cola de la innovación, como ha ocurrido frente a Estados Unidos y China en Internet, sino que pretende liderar un nuevo sector que «crecerá».
«Cualquier compañía o inversor que piense que la noción de una Europa libre de carbono es pura retórica o postureo político —como sospecho que es el Green New Deal propuesto en Estados Unidos— debería pensárselo dos veces.
«Se trata de un cambio serio de la política europea, que establece una nueva agenda para el bloque que marcará su desarrollo, tal y como hizo la PAC en los años 60 y la creación del euro durante los últimos 20 años».
No nos encontramos, por tanto, en la antesala de una UE milenarista o colapsóloga, atrincherada en ideologías supersticiosas a la espera de que el mundo cambie sin su permiso (una retórica que, por otra parte, explotan los únicos partidos políticos que tienen una agenda paneuropea, los partidos euroescépticos y nacional-populistas).
Las partidas del Pacto Verde para empresas y administraciones
La UE ha preparado ayudas directas a proyectos y empresas que opten por negocios asociados a la «transición» ecológica a lo largo de la década entrante.
Las ayudas darían prioridad a las regiones que más dependen de actividades especialmente contaminantes, un plan que debería alinearse con otros intereses igualmente estratégicos: evitar que el resentimiento y el nacionalismo excluyente crezcan en los lugares peor posicionados para adaptarse con rapidez a regulaciones medioambientales más exigentes.
Los fondos a los que podrán aspirar los proyectos de las regiones más afectadas por la transición hacia un nuevo modelo económico sostenible ascienden a 45.000 millones de euros, o apenas el 4,5% de la inversión total del Pacto Verde Europeo entre 2021 y 2027; el plan de inversiones del plan en su conjunto contaría con al menos 1 billón de euros, mientras que las ayudas concretas a las regiones más afectadas se ejecutarán a través de la partida del «mecanismo de transición justa».
El plan de inversiones para el Pacto Verde Europeo (European Green Deal), no es —ya que hablamos de gases— humo:
«(…)el Plan movilizará al menos 1 billón de euros [el trillón anglosajón] en inversiones sostenibles durante la década entrante. El Mecanismo para una Transición Justa, que forma parte del Plan, se centrará en facilitar una transición ecológica equitativa y justa. Movilizará al menos 100.000 millones de euros en inversiones durante el período 2021-2027 a fin de apoyar a los trabajadores y los ciudadanos en general de las regiones más afectadas por la transición».
El Pacto Verde europeo bajará al nivel de la ciudadanía
Si bien, la ejecución de las ayudas es todavía vaga, se han delimitado tres prioridades:
- garantizar los fondos para acciones y tecnologías «de transición», por un montante de 1 billón de euros, que se financiarán con el presupuesto de la UE y líneas de crédito (InvestEU);
- estimular la inversión privada en la misma dirección, con estímulos para inversiones sostenibles;
- y trabajar con las distintas administraciones públicas y promotores de proyectos, que deberán demostrar la idoneidad de iniciativas y partidas asociadas.
La Comisión europea ha propuesto dedicar el 25% del presupuesto comunitario entre 2021 y 2027 a la acción climática, a través de programas ya existentes (entre otros, el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural, el Fondo Europeo Agrícola de Garantía, el Fondo Europeo de Desarrollo Regional, el Fondo de Cohesión, Horizonte Europa y Life).
Además de los fondos comunitarios, los fondos de los países miembros y las inversiones privadas, el presupuesto también integrará un montante todavía modesto (25.000 millones de euros de los Fondos de Innovación y Modernización) a través del comercio de derechos de emisiones.
El plan de inversiones anunciado va dirigido a proyectos dispares:
- generar energía limpia;
- iniciativas de economía circular (independientemente de su tamaño o sector);
- servicios de mejora del rendimiento medioambiental de hogares, oficinas e industria;
- movilidad sin emisiones;
- proyectos de regeneración y limpieza medioambiental;
- nuevas tecnologías;
- etc.
De aspiración a realidad
La Comisión europea tiene la oportunidad no sólo de impulsar una industria y un modo de vida alineados con objetivos generales a largo plazo, sino de recibir el apoyo de la ciudadanía.
Para lograrlo, deberá ser primero capaz de explicar por qué es importante realizar la transición ecológica y promover la economía circular, y qué oportunidades comporta para la ciudadanía de a pie y para cualquier iniciativa empresarial que pueda beneficiarse.
El viento en contra será fuerte, como también la intensidad de la desinformación.
Es el precio a pagar por haber delegado en socios históricos que ya no comparten objetivos (sobre todo, Estados Unidos y Reino Unido) elementos tan estratégicos como la política de defensa, el acceso a los mercados financieros y los propios mercados culturales (audiovisual, Internet, prensa influyente) que, sirviéndose de la pujanza del inglés, explican —a la manera de otros— la historia de nuestro tiempo.
Foreign Policy, una publicación no dada a argumentos edulcorados, lanza un aviso para navegantes:
«El Pacto Verde ha dejado de ser la aspiración trasnochada de algunos entusiastas de la acción climática; se trata de un detallado documento de estrategia general que atañe a todos los sectores en una de las economías más ricas y sofisticadas del mundo».
Pingback: Geopolítica de la volatilidad: EEUU, China y UE tras Covid-19 – *faircompanies()
Pingback: Desechos como nutrientes: experimentos con biomasa residual – *faircompanies()
Pingback: El precio de materias primas impulsa al fin su reutilización – *faircompanies()
Pingback: Soberanía energética con paneles solares de fabricación local – *faircompanies()