“Nini” e “hikikomori” son términos peyorativos que, en España y Japón, respectivamente, designan a la creciente legión de jóvenes inactivos: al menos oficialmente, ni estudian ni trabajan. Pero, ¿persiguen un propósito vital? ¿Qué hacen con su tiempo libre?
A menudo incapaces de cumplir con las expectativas de padres y sociedad, cada vez más jóvenes sustituyen estudios o empleo por el aislamiento social.
Y los últimos datos de inactividad juvenil (jóvenes que ni estudian ni trabajan, NEET en sus siglas en inglés) en la OCDE confirman que la recuperación económica no ha traído consigo más empleo para sectores como los jóvenes peor educados.
No hay plan de choque contra la inactividad
No existe el equivalente a un Plan Marshall para quienes han llegado al mercado laboral en un momento de crisis, con un profundo cambio tecnológico y de modelo productivo.
Ni siquiera hay consenso (ni académico, ni mucho menos político), sobre cómo atajar el fenómeno de la inactividad, sobre todo cuando se hace de larga duración, más allá de los preceptos tradicionales (formación, asesoramiento y clichés del mundo de los recursos humanos).
Tampoco hay estudios creíbles sobre inactividad “voluntaria” (relacionada con estilo de vida, expectativas o su ausencia, etc.).
Así que, “baby, you’re on your own.”
El “nini” que superó a todos los periodistas de su país
Así que encasillar a jóvenes sin empleo y viviendo con sus padres en el estereotipo de gandules nini/hikikomori es lo más fácil, pero no se ajusta a la realidad… a no ser que creamos que millones de jóvenes son inadaptados porque se lo han buscado.
Por ejemplo, el periodista más atento a los discursos de la convención republicana de Cleveland del 18 de julio, Jarrett Hill, se quedó recientemente sin trabajo y escuchaba el discurso de la tercera mujer de Donald Trump desde una cafetería de Los Ángeles… cuando descubrió que Melania Trump había plagiado un párrafo entero de un discurso de Michelle Obama. ¿Nini? Más de uno se acordará de la capacidad de atención de este joven periodista en paro.
¿”Nini” o el periodista con mejor olfato del día? Por no hablar del joven sueco Felix Kjellberg, más conocido por su nombre de usuario en YouTube, PewDiePie, que ha convertido su afición de “nini” en toda regla (grabarse jugando a videojuegos, compartiendo impresiones y trucos en su canal de YouTube), en un negocio millonario con seguidores en todo el mundo.
En ocasiones, todo depende de la perspectiva.
El riesgo del nihilismo
Cada vez más expertos relacionan adicciones, sociopatía y mentalidad extremista de “chicos perdidos” (como quienes cometen atrocidades en nombre de alguna aberración), con la incapacidad de muchos jóvenes de abandonar una reclusión autoimpuesta y evitar actividades o mensajes que profundizan su aislamiento.
El profesor y ensayista Tom Nichols, conservador estadounidense crítico con las lagunas intelectuales y la galopante demagogia de Donald Trump, habla sobre el auge de la mentalidad de “chico perdido” en un detallado artículo.
Si bien la introspección, o capacidad para cultivarse en solitario, es un rasgo presente en personalidades reconocidas por su mérito, desde científicos a artistas o empresarios, el aislamiento de muchos jóvenes no parece jugar en favor de su autorrealización.
Hay expertos que se preguntan si Internet y los videojuegos se convierten en sustituto placebo de proyectos a medio plazo que requieren mayor esfuerzo y no garantizan resultados a corto plazo.
Faltan trabajadores en sectores demandados, sobran en el resto
Los grandes cambios tecnológicos, con sectores que se transforman y tareas que pierden relevancia, aumentan el nivel de ansiedad entre los jóvenes menos preparados para una economía que demanda empleos técnicos y marginaliza trabajos fácilmente automatizables y con más demanda que oferta.
Por el contrario, muchas empresas son incapaces de cubrir determinados puestos en países como España, pese a contar con un 20% de paro (que alcanza casi el 50% entre los jóvenes).
Un reciente titular de Bloomberg lo explicaba así: España se queda sin trabajadores pese con varios millones de desempleados.
El artículo explica cómo determinados empleos de alta cualificación no encuentran suficientes candidatos en el país, con lo que hay reclutadores que los buscan en países como Argentina. El fenómeno se generaliza en los países desarrollados: hay trabajos que aumentan su demanda y remuneración, mientras los empleos que se pueden automatizar, deslocalizar o simplemente desaparecen pierden asalariados.
Internet, paraíso del sesgo confirmatorio
Combinados con el acceso a Internet, la combinación de precariedad laboral, fracaso escolar y aislamiento social atraen a muchos usuarios sitios y foros electrónicos donde se confirman sus filias y fobias (sesgo de confirmación).
En estos sitios, los usuarios comparten mensajes y teorías conspirativas que han propulsado fenómenos populistas en Europa y Estados Unidos, desde partidos anarquistas a la “derecha alternativa” (Alt-right) en Estados Unidos, pasando por partidos xenófobos.
Ello explicaría por qué jóvenes de la “derecha alternativa” activos en Reddit y otros sitios apoyan a Trump y, a la vez, coinciden con los neo-marxistas estadounidenses y europeos en describir la situación actual como desastrosa, cuando la realidad es que el mundo nunca ha sido tan próspero para tanta gente en ningún otro momento de la historia.
Más allá de la percepción de la realidad de los jóvenes actuales más críticos con su situación social y laboral, hay sociólogos y economistas que se interesan por otros fenómenos que, silenciosamente, se implantan en sectores vulnerables de la opinión pública, gracias a foros y redes sociales.
Qué hacen los jóvenes que no estudian ni trabajan
El economista y bloguero de Marginal Revolution Tyler Cowen menciona el trabajo de Erik Hurst (Universidad de Chicago), que analiza en una investigación para la London School of Economics qué hacen los jóvenes que no trabajan (además de, muchos de ellos, vivir todavía con sus padres).
La respuesta para muchos de ellos: jugando a videojuegos. Algo que, en la era de Minecraft y en pleno auge del primer videojuego de masas que explota la realidad aumentada, Pokémon Go, quizá no debiera sorprendernos tanto.
Erik Hurst recuerda que, desde inicios de siglo, el porcentaje de jóvenes trabajando se ha reducido dramáticamente, más que en cualquier otro grupo. Entre este segmento de población, explica Hurst,
“Las horas en que no trabajan han sido reemplazadas casi una a una con tiempo de ocio. El 75% de este nuevo tiempo de ocio se reduce a una categoría: videojuegos.”
¿Puede Pokémon Go acabar con la tradicional reclusión “gamer”?
El fenómeno es especialmente relevante entre los jóvenes que practican menos deporte y cuentan con menor educación (y, a menudo, una red de relaciones sociales más limitada y homogénea):
“El hombre medio sin trabajo y con escasa formación en este grupo [entre los jóvenes] dedica a los videojuegos una media de 12 horas a la semana, superando en ocasiones las 30 horas semanales.”
El ascenso de este tipo de ocio entre los adultos peor adaptados a un mercado laboral con mayor incertidumbre supone, Erik Hurst, una transformación social que repercutirá sobre el mercado de trabajo.
Riesgos de la gratificación instantánea
Para saber hasta qué punto se notará el fenómeno, Hurst investigó el porcentaje de usuarios de videojuegos sin estudiar ni trabajar que, en 2000, había permanecido en la misma situación el año anterior: un 22% -casi una cuarta parte- de los hombres jóvenes desempleados tampoco había trabajado el año anterior, y el porcentaje parece aumentar.
Del mismo estudio:
“Esos individuos viven con padres o parientes, y encuestas de bienestar indican que están bastante contentos con su situación en comparación con la de sus iguales, haciendo más difícil argumentar que algún tipo de limitación -como la de que están abatidos porque no pueden encontrar trabajo-, los está conduciendo a los videojuegos.”
La tesis de Hurst sugiere que Internet y el abaratamiento de un ocio cada vez más sofisticado e interactivo reduce el atractivo de perseguir alternativas que rinden frutos a medio y largo plazo, en contraposición con el mecanismo de gratificación instantánea ofrecido por los servicios electrónicos.
La economía del acceso
No sólo la falta de retorno inmediato reduce el atractivo de la formación o el reciclaje profesional: en países como Estados Unidos, también existen consideraciones económicas de peso, tras el aumento del coste de la educación universitaria en los últimos años, en paralelo con la crisis de la deuda relacionada con préstamos universitarios.
El paro juvenil de larga duración se complica en los países ricos, sobre todo entre quienes prefieren eludir la trayectoria de generaciones pasadas: acceso a deuda para acceder a bienes esenciales y repago de ésta con empleo estable.
Este modelo evoluciona hacia una economía donde importan más el acceso y las experiencias que la posesión de bienes.
Paro juvenil: evitando generaciones perdidas
Varios fenómenos confluyen para que el paro juvenil, que alcanzó máximos tras la Gran Recesión, se mantenga elevado en muchos países europeos, incapaces de aplicar políticas de flexibilización laboral sin que éstas sean percibidas como un paso más hacia empleos más precarios.
El paro juvenil no se mantiene en límites insoportables en todos los países desarrollados, ni afecta a todos los jóvenes por igual: los mejor educados (y que pueden demostrarlo), sobre todo quienes se han especializado en empleos al alza, padecen menos la precariedad y, entre el grupo de los que trabajan, tienen sueldos más elevados.
Más allá de la retórica académica (por ejemplo, Thomas Piketty y su ensayo El capital en el siglo XXI, que argumenta que el rendimiento del capital ha aumentado más que los sueldos, estancados en las últimas décadas) y política (con partidos y líderes políticos advirtiendo más sobre la precarización que aportando ideas plausibles para reducir el paro en general, y juvenil en particular), la regulación laboral sí influye sobre el empleo.
Riesgos de la rigidez en legislación laboral
Para averiguar cómo mayor flexibilidad laboral influye sobre el paro juvenil, no hay más que comparar a las dos principales economías de la zona euro:
- Francia trata de aplicar en los últimos meses una tímida reforma que facilita adaptación de las empresas a las circunstancias del mercado, así como la contratación y el despido; pese a la poca ambición de esta reforma, impulsada por el gobierno de Manuel Valls, sindicatos y protestas juveniles (entre ellas, Nuit debout, protesta callejera en la plaza de la República de París, inspirada en el 15M español) se oponen frontalmente a los cambios;
- Alemania, por el contrario, recoge los frutos de políticas más agresivas para promover el crecimiento de la economía productiva y reducir el paro, a partir del consenso entre todos los grupos políticos de ese país desde que, en marzo de 2003, el gobierno del momento (socialdemócratas y verdes), reformara la seguridad social y la legislación laboral; la reforma, conocida como agenda 2010, introdujo medidas polémicas como los trabajos a tiempo parcial poco remunerados (Minijobs, Midijobs), con acento en la formación y el reciclaje profesionales.
El paro juvenil se sitúa en el 24,5% en Francia, según el último informe de la OCDE, mientras Alemania es el país de la Unión Europea con menor paro entre los jóvenes, con el 7,2%.
En países como Francia, con un 24,5% de paro juvenil, o España, con un 49,9% de paro en el mismo segmento de edad, los “minijobs” cuentan con el rechazo frontal de sindicatos y mayorías parlamentarias.
Viejas consignas para nuevos retos
Los países europeos con mayor desempleo y precariedad juvenil olvidan que la economía alemana reformó a fondo sus disfunciones con las propuestas de Peter Hartz y el liderazgo político de un canciller de izquierdas, Gerhard Schröder, cuyo mayor legado a largo plazo será quizá el haber profesionalizado el servicio de empleo alemán, con dos logros:
- transformar dinámicas que perpetuaban el paro de larga duración (paro remunerado hasta 15 meses) en cursos de reciclaje profesional basados en demandas reales de las empresas del país (límite de 12 meses, con seguimiento de ofertas laborales recibidas y rechazadas);
- ayudas de alquiler y de acceso a servicios básicos, en contraposición a prolongar una remuneración de desempleo sin seguimiento.
Los “minijobs” alemanes no agradan en el resto de grandes economías de la zona euro, como demuestra la respuesta de sindicatos y protestas en toda Francia a raíz de la “loi travail”, la propuesta de reforma laboral presentada en 2016 por la ministra de Empleo, Myriam El Khomri.
Flexibilizar el modelo laboral a la alemana tiene coste en popularidad
El modelo laboral alemán cuenta con una ventaja que atrae especialmente al gobierno francés, a quien le gustaría -a tenor de la ley presentada, tímida y difícil de aprobar en un país donde los sindicatos mantienen su fuerza movilizadora- disfrutar de sus beneficios sin implantar sus posibles inconvenientes: las empresas pueden flexibilizar su fuerza laboral en función de las circunstancias económicas, priorizando el reparto de trabajo entre los trabajadores por encima del despido.
Desde la óptica francesa, semejante modelo resta fuerza a los convenios sectoriales (vistos como una victoria de los trabajadores) y perjudica a las plantillas que, al adaptarse a situaciones excepcionales (menor producción, etc.), pierden horas trabajadas y sueldo.
Economistas, políticos de izquierda, líderes sindicales e intelectuales reiteran en Europa que hay alternativas a las recetas de la Comisión Europea y organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (acaso su directora, la política francesa Christine Lagarde, complica todavía más la imagen de cualquier reforma liberalizadora del mercado laboral francés).
El espectáculo anglosajón: descontento y demagogia
España, obligada a aplicar reformas que simplificaron y restaron algo de rigidez a su mercado laboral, no ha podido reducir dramáticamente su insoportable número de desempleados, pero la tendencia muestra una lenta recuperación, si bien una parte considerable de los nuevos contratos son temporales, mientras la protección para los contratos fijos sigue siendo muy superior, perpetuando la dualidad entre contratos rígidos y precarios que cualquier reforma debería intentar corregir.
En el mundo anglosajón, el nivel de paro juvenil no es la principal preocupación, sino la precariedad y niveles salariales de los empleos que requieren menor formación, que han propulsado un descontento decisivo en el auge del nacionalismo y la intolerancia a todo lo susceptible de ser fácilmente asociado con las élites (de los partidos tradicionales, de la Unión Europea). Donald Trump y el “Brexit” son dos fenómenos con similitudes.
El paro más elevado, sobre todo entre los jóvenes, que padecen los países del sur europeo contrasta con tasas mucho menos elevadas en países que experimentan mayor precarización, como el Reino Unido o Estados Unidos.
Un tercer modelo, representado por Alemania, combina leyes laborales garantistas con mayor flexibilidad y un seguimiento más estricto de ciudadanos en desempleos, a quienes se incentiva para que opten por trabajar -aunque no sea el empleo deseado- para aumentar su cotización, en vez de limitarse a las prestaciones.
Comerciando con miedo
Ni los consejos de FMI, OCDE, Comisión Europea o laboratorios de ideas (think tanks, Foro Económico Mundial en Davos, et.), por un lado; ni la solidificada y legendaria intransigencia de jóvenes, intelectuales progresistas enquistados en posiciones históricas; ni partidos de nuevo cuño (que aseguran batallar tanto contra las élites de derechas como contra la socialdemocracia y los sindicatos tradicionales, pues forman parte del “sistema”), por otro lado, se ponen de acuerdo con el diagnóstico y las soluciones para atajar el paro juvenil.
Ambas facciones, no obstante, son conscientes del principal escollo, como también lo era Gerhard Schröeder al asumir el coste político de impulsar una reforma que sería interpretada como un movimiento liberal aplicado por un gobierno de izquierdas: cualquier medida que reduzca el paro con efectividad rinde frutos a largo plazo, pero su coste político (en popularidad y de fácil capitalización para la oposición, sin importar el color político) tiene efectos inmediatos.
Mientras el nacionalismo y el miedo a grandes cambios demográficos que aumenten la diversidad popularizan la retórica proteccionista y anti-inmigración, la población europea envejece (y necesita, en términos objetivos, más inmigración).
La ansiedad del hombre medio
Estados Unidos carece del problema del envejecimiento de su población activa, al menos por ahora: es el país desarrollado más joven, en radical contraste con Japón, Italia y, en menor medida, Alemania, que envejecen con rapidez.
Sea como fuere, la retórica del miedo está funcionando entre el grupo demográfico que menos ha prosperado en el mundo en las últimas décadas, según los estudios: la clase media-baja y trabajadora en los países desarrollados, con sueldos estancados y ansiedad ante el futuro (gráfico).
El caldo de cultivo ideal para el auge de la demagogia y el culto a personajes como Nigel Farage, Donald Trump (o sus aparentes antagonistas, con los que comparten parte del diagnóstico de lo que ocurre, ofreciendo una respuesta similar: soluciones poco realistas para problemas complejos).
En Estados Unidos, la ansiedad económica de los que perciben mayor riesgo económico entre la clase media suburbana alimenta el voto de enfado del que se ha beneficiado hasta ahora Trump. No sorprende su radiografía social: sobre todo hombres, blancos, a menudo sin estudios superiores, nostálgicos de un pasado de cartón piedra que sólo existe en el imaginario y que nunca vivieron, así como por una sociedad menos diversa y por la lectura tergiversada de tanto la situación económica como las tensiones sociales y raciales, fenómenos amplificados por las redes sociales.
La narcosis de carecer de un propósito definido
El estancamiento de salarios coincide con otros fenómenos que describen desde distintos ángulos el deterioro de la antigua clase de trabajadores autónomos e industriales: el descenso de la movilidad geográfica o el aumento tanto de adicciones (por ejemplo, a medicamentos con opioides, fenómeno con especial incidencia en los suburbios de clase media, hasta ahora ajenos a epidemias de drogodependencia) como de suicidios entre hombres blancos de clase media, explican parte del fenómeno de la polarización del voto.
Analizando fenómenos como la epidemia de opioides o el auge de suicidios entre jóvenes y adultos de mediana edad en Estados Unidos, sobre todo varones de clase media, la tesis del economista Erik Hurst (que destaca la comodidad e incluso la predilección de muchas de estas personas por permanecer en casa jugando a videojuegos en vez de trazar proyectos más relacionados con la autorrealización), no se sostiene entre quienes muestran síntomas más próximos al nihilismo autodestructivo que al bienestar personal.
Es más fácil que nunca formarse uno mismo
Pero Internet no sólo facilita el acceso a estupefacientes o a ocio de calidad, cada vez más barato e inmersivo, sino que también acerca nuevas oportunidades: un artículo de Pshychology Today expone que nos encontramos en “la edad dorada para aprender cualquier cosa”.
Carlin Flora, que firma el artículo, argumenta que nunca ha sido tan fácil, ni más importante, aumentar nuestro conocimiento, e Internet facilita tanto el acceso a cualquier conocimiento como la profundización en cualquier especialidad, así como el contacto con otras personas en una situación y con unos objetivos similares.
Las nuevas herramientas no sólo abaratan el ocio, sino también la formación y el acceso a una posible vocación.
El debate de la renta básica
Varios economistas y emprendedores, muchos de los cuales se confiesan fiscalmente conservadores (si bien se suelen situar en el espectro progresista en posiciones sociales), han desempolvado una vieja idea de izquierdas y creen que pueden hacerla funcionar: se trata de la renta básica universal.
Entre quienes creen que habría que poner a prueba una idea radical para atajar una situación (personas sin empleo remunerado, tanto por decisión personal como obligadas por las circunstancias) que podría conducir al estallido social.
Los defensores de la renta básica desde posiciones liberales y de libre mercado (Nathan Schneider mencionaba en un artículo de Vice a personalidades de Silicon Valley como Sam Altman -Y Combinator- o Marc Andreessen -Andreessen Horowitz-, entre otros) es garantizar un ingreso mínimo para que cualquiera dedique libremente sus esfuerzos a vocaciones personales y, claro, ocio.
Recientemente, la población de Suiza -que ha empleado la democracia directa con una responsabilidad inexistente en otros lugares donde se han aplicado modelos similares, como California-, rechazó aplicar una idea similar a escala estatal.
Muchos suizos alegaron el riesgo de que reconocer semejante derecho desincentivaría a una parte de la población y acabaría con el principal atractivo de muchas ocupaciones.
Videojuegos, trabajo vocacional, incentivos…
Sea como fuere, Y Combinator, la incubadora de Hacker News, ha lanzado un programa piloto en Oakland la localidad con mayores problemas sociales -con permiso de East Palo Alto- en la bahía de San Francisco, que ofrece una renta básica universal (2.000 dólares mensuales) a varias docenas de residentes.
La idea es simple: ofrecer dinero mensual durante un año y comprobar qué ocurre con el tiempo libre y las vocaciones de quienes dejan de preocuparse por sobrevivir y pueden planificar a medio y largo plazo.
Y Combinator ha contactado con una académica Elizabeth Rhodes, para coordinar el experimento con renta básica, bajo unas premisas similares a las expuestas por el psicólogo Abraham Maslow en su jerarquía de las necesidades humanas: no podemos ocuparnos de las necesidades elevadas (relacionadas con nuestra vocación, moralidad, creatividad) si primero no hemos cubierto las necesidades básicas.
Los cambios a los que asistimos son profundos. Videojuegos, trabajo vocacional e incentivos para acabar con situaciones de necesidad podrían combinarse de un modo más equilibrado para contribuir a nuestra autorrealización y, de paso, evitar el riesgo que afrontan muchos hikikomoris de cualquier rincón del mundo: el aislamiento autodestructivo.