Viajamos por el árido altiplano de la Gran Cuenca, un territorio de clima continental e interminables colinas de polvorientos arbustos encajonado entre Sierra Nevada, al oeste, y las Montañas Rocosas, al este; la aspereza de la región condiciona la idiosincrasia y personalidad de los habitantes del interior del Noroeste del Pacífico estadounidense.
Las promesas agrarias de esta meseta árida, realizadas por sus pioneros y promotores a principios del XIX, no se cumplieron en la mayoría del territorio pese al consistente esfuerzo de quienes avanzaron hacia el Oeste en la sucesivas olas migratorias.
Con la prosperidad (pieles, madera, oro, agricultura) de las regiones de la costa del Pacífico y la llegada del ferrocarril, las caravanas tiradas por bueyes, mulas o caballos de la ruta de Oregón dieron paso a una lánguida economía agraria de subsistencia en torno a una cuenca de clima extremo y tierra pobre, apta sólo para quienes no temían el reto quimérico de prosperar en el desierto.
(Imagen: monumento a la senda de Oregón en el interior del Estado con el mismo nombre)
De Vasconia a los “bois” de Idaho
Entre quienes lo intentaron, se halla una de las colonias vascas más numerosas y documentadas más allá de los territorios históricos entre España y Francia. Su centro neurálgico es Boise, la pequeña, arbolada (en su fundación, un guía francés destacó la concentración arboledas o “bois” en el emplazamiento, originando su nombre) y apacible capital del poco poblado y rural Estado de Idaho.
El imaginario colectivo estadounidense tiene poco espacio para Idaho más allá de la fama de sus patatas (“famous potatoes”, dice la matrícula automovilística del Estado) y de ser la sede de Simplot, compañía fundada por el mismo John Richard Simplot (“J.R.”) que hizo fortuna vendiendo patatas y cebollas deshidratadas al ejército de EEUU durante la II Guerra Mundial.
Una vez acabada la guerra, Simplot se adaptó a los nuevos tiempos inventando las patatas fritas congeladas y vendiéndolas a McDonald’s, una estrategia de negocio con profundos efectos culturales y dietéticos en Estados Unidos. Eric Schlosser lo explica en Fast Food Nation.
(Imagen: paisaje característico del alto desierto de la Gran Cuenca, en este caso en American Falls, Idaho)
Boise recuerda a Simplot en cada uno de sus rincones, ya que la compañía se convirtió en mecenas filantrópico y de las artes con poca repercusión más allá de Idaho.
Great Basin: en la elevada, continental y desértica Gran Cuenca
Recorriendo la Gran Cuenca, desde el interior de Oregón hasta el interior de meridional de Washington, el extremo oriental de Montana, Idaho, Utah y Nevada, hay un común denominador que ha dejado un rastro cultural más consistente que otros inmigrantes europeos o que la acción filantrópica de empresas como Simplot: se trata de los vasco-americanos, o ciudadanos de origen vasco, tanto español como francés.
Los vascos se encuentran entre los primeros pobladores de la zona, presentes en la consolidación de las primeras rutas hacia el Oeste desde el Misuri, pero su presencia aumentó sobre todo cuando la aridez de la Gran Cuenca proporcionó una oportunidad a la única alternativa viable a explotaciones agrarias que necesitaban más agua y tierra más rica que la de la zona: el pastoreo extensivo de ganado capaz de adaptarse al secarral del altiplano, sobre todo ovino y, en menor medida, caprino y vobino.
Una antigua relación con los pueblos nativos americanos
Los vascos se encontraban entre los primeros exploradores y ganaderos que permitieron el pastoreo extensivo más al sur, en territorio navajo.
Los grupos de esta etnia amerindia adoptaron la ganadería ovina y las técnicas textiles importadas desde Europa por la entonces pujante industria ovina castellana, hasta el punto de convertirse, siglos después, en una tradición navajo considerada como parte integrante de su acervo.
Mucho más tarde, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, miles de vascos emigrarían de sus territorios ancestrales (sobre todo desde Vizcaya) para ejercer el duro oficio del pastoreo entre las colinas más elevadas y de mejor pasto en el alto desierto de la Gran Cuenca, aislados del mundo exterior durante semanas o incluso meses mientras guiaban grandes rebaños de ovejas y cabras por zonas despobladas.
(Imagen: localidad de Missoula, al oeste de Montana)
Antes de los trascendentalistas: la autosuficiencia de los primeros pastores
El pastoreo en el interior de California, Idaho, Oregón o Nevada no era una tarea para amantes de la apacible vida urbana, sino un oficio solitario y aventurero a la altura de lo que los trascendentalistas Emerson, Thoreau y Whitman, entre otros, reconocieron a mediados del siglo XIX como potencial espiritual genuino de Estados Unidos: la introspección y sabiduría procedentes del contacto sin intermediación del individuo con la naturaleza primigenia de un continente joven y la autosuficiencia que requería esta tarea.
Nada que no pudieran hacer los descendientes de marineros y aventureros que habían acompañado a la Corona Española en la exploración de las Américas desde el primer viaje de Colón, por no hablar de su uso como vanguardia en las ya olvidadas y polvorientas hazañas bélicas españolas durante los Austrias (época en que se temía a los tercios vascongados), recuperadas para el imaginario popular por Arturo Pérez-Reverte.
(Imagen: vista panorámica de Boise, Idaho, desde Boise Heights, colinas al norte de la ciudad arbolada)
O así lo creen los descendientes de los primeros y últimos aventureros que dejaron Vizcaya y, en menor medida, los otros territorios de Vasconia para pastorear en la Gran Cuenca de Norteamérica u ofrecer asistencia a los pastores, desde alojamiento a afinidades identitarias todavía presentes en Boise, donde existe una “manzana vasca” con museo, centro cultural, bares, restaurantes, antiguo albergue y frontón de pelota incluidos, y la bandera vasca ondea en el Ayuntamiento de la capital de Idaho junto a la de la ciudad y la del Estado.
Euskera en la alcaldía de Boise
En el mismo bloque, la primera casa que gestionó la llegada de vascos a la zona (la casa Uberuaga, en el número 607 de la calle Grove) se mantiene intacta como museo y en su pequeño jardín hay un frondoso roble que desciende del árbol “hijo” de Guernica. Bajo el “árbol padre” (desde el siglo XIV hasta 1742), Fernando el Católico juró los Fueros de Vizcaya. Hay otros retoños que descienden del actual árbol de Guernica, como el que preside la principal agrupación vasca de Buenos Aires entre las avenidas de Belgrano y Lima.
En esta “manzana” de Boise (“basque block”), hay un bar Gernika, se oyen expresiones en euskera con un fuerte acento estadounidense y el equipo de “soccer” más respetado no son el Madrid el Barça o cualquier otro club de alcance mundial, sino el Athletic de Bilbao (que, durante nuestra estancia en casa de unos parientes que residen en la ciudad, estaba a punto de visitar la ciudad para enfrentarse en un partido amistoso a un club de la primera división mexicana).
(Imagen: “Main Street” en Lava Hot Springs, en el árido sur de Idaho, en un lugar estratégico de la senda de Oregón)
En Boise, nos explicaron que el alcalde de la localidad, David H. Bieter, pasó una temporada estudiando en el País Vasco y es el único alcalde estadounidense que habla euskera.
Entre Boise y Oñate
Como Bieter, muchos oriundos de Idaho viajaron a localidades como Oñate para completar sus estudios y mantener vínculos con el País Vasco. Es el caso de uno de nuestros parientes políticos, Kevin Loveless, que dirige una conocida agencia turística de la ciudad fundada por su madre, y recuerda “un Bilbao gris y descuidado, como deprimido” durante sus primeras visitas en los 80.
(Imagen: panorámica del “Basque Block” en Boise, Idaho)
“Luego volví veinte años después, cuando ya estaba el Guggenheim y todo parecía cuidado”. Eso sí, incluso en los 80 “San Sebastián tenía un aire distinto, más apacible y abierto a quien venía de visita”.
Los descendientes de pastores y emigrantes vascos de segunda, tercera y cuarta generación apenas recuerdan el trabajo que llevó a sus antepasados a la región.
Antes de llegar a Boise, habíamos entrevistado a Henry Etcheverry, uno de los pocos ganaderos que siguen el oficio de sus progenitores.
Los últimos “old timers”
“La mayoría de negocios ganaderos se gestionan con empleados que ahora proceden en su mayoría del Perú”, explica Etcheverry. “Hay que estar acostumbrado a la dureza de la soledad en el alto desierto para hacer bien el trabajo”.
Nadie de la antigua comunidad ganadera quiere seguir el oficio de sus antepasados si tiene la oportunidad de no hacerlo. “Nosotros los viejos vascos estamos en retirada. La generación más joven no quiere hacerlo. Lo entiendo. Es mucho trabajo. Los chicos quieren estudiar”.
(Imagen: museo vasco de Boise, la pequeña capital del poco poblado Estado de Idaho)
El padre de Etcheverry había emigrado del País Vasco francés en 1929, para conocer a su madre, que había nacido al otro lado de los Pirineos, en la comunidad vasca de Idaho. “A mí me gusta lo que hago y me siento con fuerzas para seguir haciéndolo”. Eso sí, sus hijas viven en Boise y se han desvinculado del negocio familiar.
Al despedirse de nosotros, Henry nos previene de lo que encontraremos en Boise: “Está muy bien celebrar nuestro origen y mantener nuestros rasgos, pero es como si muchos vascos de Boise no quisieran recordar que la mayoría de sus mayores vinieron a este país como pastores o similar; es como si les diera vergüenza”.
Cuando la franqueza parte de la autosuficiencia
Su aspecto, su acento y confianza en lo que hace convierten a Henry Etcheverry en algo más norteamericano que el modelo que se hizo famoso en el anuncio de Marlboro. No obstante, como tantos otros de los “old timers” de origen vasco en la región, aprovecha cualquier oportunidad para hablar euskera o conversar sobre cómo van las cosas entre los vasco-americanos o en el rincón transpirenaico del que proceden sus antepasados.
(Imagen: cartel anunciando la visita a Boise del Athletic de Bilbao)
Si Michael Pollan hubiera acudido a Idaho para trabajar en su ensayo sobre la industria alimentaria estadounidense El dilema del omnívoro, alguien como Henry Etcheverry habría representado el papel de ganadero honesto y celoso de su individualidad, cuyo conservadurismo tradicional se convierte en lo que muchos entienden por auténtico progresismo: independencia con respecto a injerencias externas y sensatez.
En cambio, Michael Pollan habló de Joel Salatin, un libertario sureño que ha convertido la autogestión de su granja en un ejemplo de gestión agropecuaria sostenible.
Cuando dejamos Lava Hot Springs, la pequeña localidad con atracciones fluviales (trampolines, rafting, aguas termales) en el alto desierto destinadas al público local en donde Henry Etcheverry sigue con su rebaño, nos dio la sensación de que cada alto en el camino tiene alguna reminiscencia al origen vasco de numerosos habitantes.
Entender Norteamérica desde sus ríos y cuencas
Hay distintas maneras de entender Norteamérica: por substrato nativo americano, por antigua/s potencia/s colonizadora/s, por zona climática… y por orografía y cuenca hidrográfica.
La División Continental de Norteamérica es la línea que, desde Alaska hasta el istmo de Panamá, establece qué ríos y afluentes decantan su curso:
- hacia el este (de norte a sur: Océano Ártico, Océano Atlántico, Golfo de México y Mar del Caribe);
- o hacia el oeste (Océano Pacífico).
Las Montañas Rocosas cumplen en Norteamérica el papel de los Andes en América del Sur: en su vertiente oriental, las cuencas fluviales se decantan hacia el Atlántico, mientras que la vertiente occidental discurre hacia el Océano Pacífico, con sus poderosos y refrescantes frentes fríos procedentes de Alaska y bancos de niebla que han inspirado a los habitantes del poniente de las Rocosas desde antes de la llegada de los Europeos.
Una historia de la divisoria continental
La divisoria continental influyó sobre la población de Norteamérica desde el extremo oriental de Eurasia durante la última gran glaciación, como también tuvo un papel relevante en su exploración.
- España optó por explorar desde el sur por la costa (cabotando, debido a las fuertes corrientes que impedían el ascenso de grandes flotas desde la Baja California o “California Vieja”, imposibilidad que inspiró las misiones franciscanas que vertebraron el Estado más próspero y poblado de la Unión) y el interior desértico y hostil;
- Rusia descendió desde Alaska, priorizando el comercio de pieles sobre la geopolítica;
- Francia y Gran Bretaña litigaron al norte de la California Nueva española y posteriormente mexicana, hasta que las rutas migratorias al territorio de Oregón consolidaron la presencia de una potencia local que se consolidó emigrando hacia el Oeste: Estados Unidos.
Después de la expedición de Lewis y Clark, buena parte del imaginario colectivo de Estados Unidos se forjó durante las migraciones masivas a través de una ruta comercial septentrional que llevó a descendientes Europeos desde la cuenca del Misisipí (actual Medio Oeste estadounidense) hacia el Noroeste del Pacífico a través de los duros pasos de las Rocosas, pasos fluviales y rutas por el alto desierto de la Gran Cuenca, dominado por pueblos a menudo renuentes a las poblaciones, granjas y asentamientos en su territorio ancestral.
(Imagen: cartel alegórico conmemorativo de la cultura vasca en el “Basque Block” de Boise, Idaho)
Orígenes de una ruta de caravanas legendaria: la senda de Oregón
La ruta que a principios del siglo XIX recibiría el nombre legendario de “Oregon trail” fue explorada primero por los españoles, cuando a finales del siglo XVIII Francia cedió el territorio occidental de la Luisiana a España después del Tratado de París, mientras que el Oriental pasó a manos del Reino Unido (a principios del XIX, otra vez en manos de Francia, Napoleón vendió la Luisiana a Estados Unidos).
Las partidas de funcionarios y comerciantes españoles querían establecer una ruta desde la cuenca del Misuri (zona oriental de la divisoria continental) y el Océano Pacífico, cruzando por la Gran Cuenca, región de altiplanos áridos dominados por un lecho interminable de arbustos resistentes a las altas temperaturas diurnas y al descenso térmico nocturno: la polvorienta y adusta artemisia tridentata o “sagebrush” que nos acompaña en el paisaje de tantos clásicos western.
Si los primeros carros y caravanas de la senda de Oregón fueron promovidos por potencias coloniales, este camino no se consolidó hasta que Reino Unido, España y Francia cedieron su escaso y disperso interés colonial en la zona, planeado desde la cúpula, al interés real promovido desde los despojados procedentes de Europa: inmigrantes, desde minorías religiosas a campesinos sin tierras y proscritos en busca de una oportunidad en la Gran Cuenca y más allá.
Vestigios del Salvaje Oeste
El discurrir intermitente de partidas de pioneros, sobre todo comerciantes de pieles, dio paso a viajeros en busca de fortuna a partir de la escasa información que recopilaban de historias difíciles de contrastar procedentes de almanaques, el boca a oreja y la prensa de la época.
Después de los barateros y mercachifles de distinto pelaje, buhoneros y comerciantes de pieles, llegó el aluvión de colonos, ya prevenidos ante la hostilidad de los nativos americanos de la zona, la dureza del alto desierto y el intratable curso de ríos irregulares y caudalosos (el Snake descubrió su capacidad para esculpir horcajos y cañones que competían en profundidad con los del Colorado).
Primero, los colonos reclamaron tierras sin más derecho que su propia demarcación; la Ley de Asentamientos Rurales (Homestead Act) llegaría en 1862, concretamente 14 años después de que el descubrimiento de oro en California convirtieran la senda en un vibrante trasiego de viajeros con infinidad de acentos y el inglés justo para sobrevivir.
La ruta que conformó una personalidad
Quienes se aventuraban desde los dominios del Misuri, empezando en San Luis o en cualquiera de los asentamientos y localidades que avanzaban hacia poniente en la ruta hacia la divisoria continental de las Rocosas, apenas compartían la determinación de avanzar hacia el poniente para convertir una idea en oportunidad material (primero, buhoneros, comerciantes y campesinos del norte europeo; después, buscadores de oro en dirección al norte de California) o espiritual (mormones y grupos religiosos escindidos de doctrinas protestantes, que optaron por Utah).
Pronto, la promesa agraria de las tierras del altiplano de más allá de las Montañas Rocosas se adaptó a la dura realidad de la región y apenas se consolidaron las poblaciones que servían de posta a la propia ruta de Oregón, a menudo próximas a confluencias fluviales y lugares con pasto suficiente para mantener ganado y animales de tiro todo el año.
(Imagen: la legendaria “sheep wagon”, o caravana empleada por los pastores vascos en sus estancias de alta montaña)
Usando sus propios canales de inmigración, los vascos en la zona atrajeron primero a parientes y relaciones en Europa, y más tarde viajar al interior árido del noroeste de Estados Unidos se convirtió en una oportunidad y escape aventurero para muchos vizcaínos y, en menor medida, guipuzcoanos, alaveses, navarros y vascos franceses.
Algunos de los olvidados inspiradores del género western
El trabajo requería autosuficiencia y capacidad de orientación en territorios indómitos. Los descendientes de estos primeros pastores de origen vasco recuerdan a estos pioneros con fotografías, historias familiares y evocaciones que incorporan nostalgia y algo leyenda, alimentada por el género literario y cinematográfico del western.
Los pastores vascos desplazaban sus rebaños a la alta montaña para pasar los meses calurosos; avanzaban con mulas que tiraban de una carreta cubierta de lona característica del oficio y reconocida en toda la región norteamericana de la gran cuenca.
Las caravanas de pastoreo son tan legendarias como sus propios moradores, que tras una larga jornada de trabajo a la intemperie volvían a ellas a comer y a calentarse junto a su estufa de hierro.
(Imagen: detalle de la “sheep wagon”)
Las carretas eran una derivación de pequeño tamaño de las caravanas que habían realizado la travesía hacia el Oeste por la senda de Oregón: estructura de madera con remates metálicos y ejes resistentes para el trasiego por terreno especialmente irregular, cubierta semicircular de lona blanca transpirable y apacible interior recubierto de madera con camastro, estufa, mesita, bancos y todo tipo de utensilios para subsistir durante meses.
Vida sencilla en una caravana de pastor
Decidimos visitar a un matrimonio que se ha especializado en restaurar y reproducir caravanas de pastor (“sheep wagons”) que a principios del siglo XX albergaban a pastores oriundos de Vasconia en torno al alto desierto entre las Rocosas, y las sierras del Oeste (al norte, las Cascadas, que se convierten en Sierra Nevada a su paso por California).
Kim y Kathy Vader descienden de pastores y ganaderos de Idaho y hace unos años decidieron invertir su experiencia en labores artesanales en reparar y recrear antiguos vagones de pastores.
A menudo, se trata de encargos realizados por descendientes de los pastores y ganaderos de la zona, pero también abunda el interés de quienes prefieren la sencillez, robustez y materiales tradicionales de una caravana de madera con cubierta de lona a las alternativas modernas.
(Imagen: Jordan Valley, en el árido, pobre y despoblado interior de Oregón)
Los abuelos de Kathy Vader se encuentran entre los centenares de historias anónimas sobre hombres de origen vasco que conocieron a su pareja, con el mismo origen, en sociedades de amigos de Estados Unidos.
Hilos de memoria en la Gran Cuenca
El padre de una tía de Kim, Gloria Vader, Ben Cenarrusa, llegó a Idaho en 1917 como pastor de ovejas; tenía sólo 17 años. Tiempo después conoció a su futura mujer, Mary Aspiasu, en el albergue vasco Soloaga, en Soshone. Se casaron en 1934.
Los hermanos Cenarrusa ejemplifican la historia de tantas otras familias vizcaínas y guipuzcoanas a principios del siglo XX. Ben Cenarrusa tenía otros tres hermanos.
De los cuatro hermanos, sólo uno, Manuel Cenarrusa, permaneció en España. Pete Cenarrusa se estableció en Richfield, Idaho, mientras Joe Cenarrusa lo hizo en Hailey, otra pequeña localidad de Idaho. Uno de los descendientes de los Cenarrusa, Pete, primo de Gloria Vader, fue Secretario de Estado de Idaho.
Esta y otras historias conforman la memoria familiar de miles de habitantes de la región que continúan vinculados de un modo u otro con localidades de la Gran Cuenca que, décadas después de que el pastoreo solitario instigara historias y leyendas del Oeste, atraerían a visitantes más ilustres en busca de soledad introspectiva y esquí alpino.
Inspirados por el alto desierto (y sus habitantes)
Es el caso de Ketchum, Idaho, donde surgiría la estación y alojamiento (“lodge”) de esquí alpino de Sun Valley, frecuentado por Ernest Hemingway (que mantuvo allí la casa familiar), Gary Cooper, Clark Gable o, más recientemente, por Clint Eastwood (con casa familiar en una de las colinas de Ketchum).
Antes de que la estación ferroviaria cercana y la nieve atrajera desde los años 40 a personalidades y dignatarios, el pastoreo había sido el primer negocio importado en suceder a los nativos americanos de la zona, las expediciones de reconocimiento con financiación pública y privada, así como el merodeo de buhoneros y buscadores de oro.
(Imagen: frontón de Jordan Valley, construido en 1915 y restaurado en 1997)
Quizá la personalidad de Ernest Hemingway o Clint Eastwood, a menudo expuestos como arquetipos de masculinidad, autosuficiencia y aventura sin renunciar a su intelectualidad, incorpore rasgos propios de la vida dura y solitaria en el áspero e inabarcable interior de la Gran Cuenca, entre Sierra Nevada y las Rocosas.
El cielo abierto de la solitaria Route 95
Falta un personaje literario o cinematográfico que rinda tributo a los pastores vizcaínos que curtieron su identidad estadounidense entre el sol, los matorrales espinosos y el cielo abierto del alto desierto de Idaho, Nevada, Washington, Montana, Utah o California.
O quizá ya exista, aunque su apellido se haya adaptado a las exigencias del gran público de Estados Unidos, que durante generaciones primó los apellidos anglosajones (aunque inventados o “adaptados”) por encima de los originales.
Mientras nos alejamos de Idaho, atravesando el interior de Oregón y Nevada en dirección al norte de California, nos detenemos en localidades que todavía nos depararán alguna sorpresa.
Mientras circulábamos hacia el sur por la ruta transversal interestatal Route 95, decidimos hacer parada en Jordan Valley, localidad del este de Oregón en el árido y despoblado condado de Malheur, colindante con Idaho.
Frontón en Jordan Valley
Pronto nos dimos cuenta de la presencia de escudos representativos de las 7 provincias históricas de Euskal Herria (“seven in one”, recuerdan algunos abuelos en la región, hijos de inmigrados, sin que ya nadie les haga mucho caso, pues la idea de España genera más simpatías y afinidades que en el pasado y, sobre todo, es reconocida por quienes son ajenos al círculo de descendientes de inmigrados vascones).
Asimismo, Jordan Valley, una localidad pequeña y polvorienta que ha decrecido en tamaño y prosperidad con respecto a las fotografías de la zona a principios del siglo XX, tiene una gasolinera y motel con un nombre que no sorprende a nadie en la zona, “Basque Station”.
Apenas a doscientos metros de distancia, se erige la sólida pared de piedra que describe el característico perímetro de un frontón que conserva sus marcas y signos originales: “pasa”, “falta”.
El “Jordan Valley Frontoia” fue inaugurado en 1915 y restaurado en 1997. Su “abierto a todos” no está escrito en inglés, sino en euskera: “Danok Etorri”.
Lo que encontró John Adams en su visita a Europa
Los primeros vascos se asentaron en la zona en la década de 1890. En 1920, había 355 habitantes en la localidad, que había aumentado desde los 110 habitantes de 1900. A partir de 1930, y debido a las duras condiciones del lugar, la población empezó a descender, hasta llegar a las 196 en 1970.
El condado de Malheur languidece en el interior del duro Oeste estadounidense, y muchos descendientes de inmigrantes vascos se preguntan cómo andarán las cosas en la tierra de sus antepasados, ahora prósperas y sin violencia a ambos lados de la frontera pirenaica.
Mucho tiempo atrás, justo cuando los españoles -con ayuda de funcionarios y aventureros vascos- abrían la que se convertiría décadas después en la senda de Oregón, John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, realizaba una visita a Europa.
Durante su visita, Adams viajó a Vizcaya y citó a los vascos como ejemplo en A defense of the Constitution of the United States (1786).
Cómo inspirarse en los fueros de Vizcaya sin que se note
Pete T. Cenarrusa, el mencionado antiguo Secretario de Estado de Idaho, ha estudiado la influencia de los fueros vascos y pirenaicos en algunas partes de la Constitución de Estados Unidos.
En su viaje de 1779 por Europa para estudiar y comparar distintas formas de gobierno federal y regional, a John Adams le llamó la atención que la autonomía que los vizcaínos habían logrado para sí a lo largo de la historia, hasta el punto de “preservar su antiguo idioma, genio, leyes, gobierno y maneras, sin ruptura, durante más tiempo que cualquier otra nación europea”.
La Constitución estadounidense fue aprobada por los primeros 13 Estados, antiguas 13 Colonias, el 17 de septiembre de 1787. A nadie se le ocurriría compararla con los fueros del Señorío de Vizcaya.
Alguien tendrá que escribir algo decente al respecto ya que, como suele ocurrir, la realidad es más poderosa que la ficción, siempre manida con fórmulas y tramas para todos los públicos.