El interés del público por la ciencia y la experimentación es primordial. Sin él, financiar esfuerzos de investigación que son esenciales para descubrir nuevos métodos y técnicas, pero que resultan costosos y no ofrecen réditos a corto plazo sino a la larga, sería imposible.
Una argumentación en concreto se ha ganado la popularidad en medios y redes sociales, según la cual cualquier avance procedente de la experimentación en campos habituales como el militar o el espacial es una pérdida de dinero y una desviación de los que deberían ser los objetivos fundamentales, tales como —por ejemplo— la mejora de las condiciones de vida de la población en la actualidad.
Thanos’s Malthusianism is beaten by time travel. The more conventional anti-Malthus argument invokes science and technology. “Malthus was wrong because he didn’t consider the innovative human mind!” is the gist. But there’s something more important. 7/10
— Charles C. Mann (@CharlesCMann) July 21, 2020
Esta argumentación, unida a la percibida frivolidad de empresas y multimillonarios que financian empresas de vuelos comerciales supersónicos o desarrollo espacial, entronca con la popularidad de las tesis del decrecimiento: dados los retos climáticos y de precariedad de buena parte de la población mundial, quizá se debiera —exponen los defensores de esta tesis— priorizar el estancamiento económico, unido a políticas de redistribución más agresivas.
El poder de la ingenuidad bien orientada
Abandonar la aspiración a mejorar conjeturas científicas actuales (siempre temporales y sujetas a ser refutadas y superadas, tal y como explica el racionalismo crítico de Karl Popper, David Deutsch, etc.) conduciría al estancamiento más peligroso, al ser una «estasis» que acaba por apartarnos de la aspiración a mejorar, a refutar viejas ideas con hipótesis mejores, a inventar mejores opciones.
En su ensayo especulativo El comienzo del infinito: Explicaciones que transforman el mundo, el físico teórico David Deutsch reconoce en Atenas y Esparta los arquetipos de civilización que representan en la Grecia Clásica, respectivamente, los ideales de progreso (evolución, cultivo de conjeturas según el socratismo) y de estancamiento en un supuesto ideal de equilibrio intemporal que no permite más que mantener las condiciones ya logradas.
Para Popper y Deutsch, la dialéctica entre progreso y estancamiento va mucho más allá de la aplicación técnica de nuevos conceptos y avances, y representa el abismo que Nietzsche trató de expresar existente entre: por un lado, nuestro potencial («superhombre»); y, por otro, la degradación y pérdida de lustre de las conquistas de la Ilustración, cada vez más puestas en entredicho al haber dejado de ser un sueño aspiracional, lo que acaba condenando a las auto-percibidas élites a la decadencia de una vida costeada con rentas pasadas («último hombre»).
Atenas y Esparta, progreso y estasis, potencial humano irrealizado y decadencia. ¿En qué momento nos encontramos en la actualidad? ¿Por qué incluso el núcleo epistemológico de la Ilustración —como los conceptos universalistas que Kant creía que existían «a priori» o conceptualmente, antes de su materialización imperfecta según el momento y el lugar— parece hoy más débil que nunca?
Cuando el tejido conceptual de la realidad deja de interesarnos
Conceptos como «verdad», «progreso», «opinión pública», o «libertades» asociadas al derecho positivo, se comprenden poco y emocionan todavía menos, como si nadie se conformara con un traje que mantuviera las costuras de la Ilustración con el lustro del primer día.
Es como si nos hubiéramos cansado de los logros del racionalismo crítico (avanzar con mejores conjeturas científicas, que refutan las anteriores, para ser a su vez superadas en el futuro por otras más adecuadas a los nuevos conocimientos adquiridos), y la aspiración consistiera en tumbarse a la bartola en una casa ideal acorazada, cortada de toda relación con la sociedad exterior y ajena a aspiraciones de corresponsabilidad para erigir un mundo común mejor.
A estas alturas de la bitácora, resulta casi molesto acudir a los aforismos de Pascal sobre el concepto de verdad en sus Pensamientos, o a los aforismos de Nietzsche sobre la degradación de la confianza en la ciencia por la sociedad en Humano, demasiado humano, y comprobar cómo las reflexiones de uno y otro evidencian los riesgos y retos de nuestro momento histórico que la montaña de artículos, bitácoras y vlogs donde muchos pretenden renovarse, sin saber que más que la heroica cima de Iwo Jima, esa montaña de contenido no es más que la versión contemporánea y desmaterializada del monte Testaccio romano, ese vertedero de ánforas de aceite procedentes de la Bética, metáfora de la hibris.
El propio concepto filosófico de «duda» justificada (el tener la lucidez de que, a medida que uno sabe más, mayor es la certidumbre de que la frontera de lo que conoce con lo desconocido es mayor y por tanto, él conoce «menos», eureka de Sócrates y alegoría de la esfera de Pascal), auténtico motor de la metafísica —el arte y lo que nos ocupa, el importante pensamiento científico, el hambre de mejorar conjeturas, inventar y avanzar— sufre un proceso efectivo de acoso y derribo desde dos flancos diametralmente opuestos.
Superstición contra aspiración a conocer
Estos dos flancos que atacan la duda filosófica y científica están bien representados en nuestro tiempo. Por un lado, asistimos una tosca fabricación de la realidad popular, surgida la tentación de negar cualquier realidad científica o materializada que contradiga ciertos valores o una visión confortable de la realidad en momentos de fragmentación e incertidumbre.
Esta tendencia al conspiracionismo y el fanatismo ya inspiraron el concepto socrático de «maldad», consistente en la creación de una realidad supersticiosa a medida que frene cualquier esclarecimiento de conjeturas para avanzar hacia un futuro más racional y esclarecido (ideal de «bondad» para Sócrates).
En segundo lugar, quienes comprenden con mayor profundidad que la fragmentación actual (exacerbada por procesos sociales y por nuevos medios que crean dietas informativas a medida donde se priorizan el escándalo y la confrontación a granel porque captab el interés con mayor eficacia), aprovechan la situación para capitalizar el descontento.
En ocasiones, individuos o colectivos informados optan por maquillar la realidad hasta hacerla irreconocible, a menudo por motivos interesados. Esta mala fe premeditada explicaría fenómenos como el del doctor británico Andrew Wakefield, que en la década de los noventa cocinó un estudio donde pretendía demostrar el nexo entre vacunas y autismo. Luego se supo que tras su estudio (falso e interesado) se hallaba la intención de capitalizar una patente para evitar complicaciones que luego se probaron falsas.
Pese al desmentido, el bulo sigue animando teorías conspirativas que se mencionan en nuestros días en relación con las vacunas contra la Covid-19.
La importancia del perspectivismo informado
Desde las viejas trifulcas entre sofistas y presocráticos (los primeros acusando a los segundos de lunáticos apartados del día a día en la polis; los segundos diciendo que los sofistas eran unos charlatanes peseteros, al cobrar dinero a las familias apoderadas para enseñar retórica a sus hijos), el conocimiento humano ha pendido siempre de un hilo, pues todo lo que sabemos lo adquirimos a partir de los filtros imperfectos de nuestros sentidos, el lenguaje y el pensamiento abstracto.
Filósofos como el propio Karl Popper han constatado esta fragilidad de origen se escapa de cualquier intento de análisis inequívoco: la demarcación poco clara entre lo que uno sabe, lo que uno cree saber, lo que uno cree ignorar, o lo que uno ignora sin ser consciente siquiera de que lo ignora.
Pero la conciencia sensata de estas limitaciones (origen del escepticismo o el perspectivismo, desde los presocráticos a Nietzsche y Ortega) no impide avanzar en el establecimiento del proceso científico que ha mejorado nuestras condiciones desde la Antigüedad (desde el momento, exponía Popper, en que Anaximandro animó a sus discípulos a que le llevaran la contraria con tesis racionales), aunque de manera acelerada a partir de la Ilustración, tal y como argumenta David Deutsch.
La tentación del «último hombre»
En la actualidad, la tentación a estancarse en un mundo hecho a medida y erigido a partir de supersticiones y teorías conspirativas alcanza cotas tan preocupantes que cualquier pretensión de apelar a la ingenuidad de nuevos avances para superar situaciones de dificultad (a pequeña y gran escala) suscita el recelo en el mejor de los casos y, en muchas ocasiones, campañas de hostilidad y ridiculización a menudo amplificadas y/o orquestadas por la memética de las redes sociales.
Conceptos como conjetura, verdad, veracidad o certidumbre pierden su valor en un contexto que en la popularidad de lo que uno dice se impone a otros criterios como la relación de lo dicho con la realidad: el ataque a ideas tecnológicas asociadas con la exploración espacial se combate hoy no ya con tesis como la del derroche económico en empresas alejadas de los intereses de la mayoría en la actualidad, sino soltando teorías conspirativas que combinan logias masónicas, aliens y afirmaciones de que la Tierra es plana.
Nietzsche escribía para la época en que el conformismo y la condescendencia condujeran a una degradación del propio prestigio de la búsqueda de un conocimiento científico atrevido y a la par con una transformación del arte y el potencial humano.
Sin el «deseo» de cacharrear (si se prefiere, experimentar) para lograr mejores conjeturas y avanzar en la explicación de lo micro y lo macro, la sociedad entraría en el estancamiento expuesto por el filósofo a través del «último hombre» (esa generación de conformistas que vive sobre las ruinas de lo erigido por previas cohortes hasta que la realidad pretérita deja de tener sentido y ya nadie puede reparar viejos objetos ni replicar técnicas olvidadas).
Nuestro porvenir
En los aforismos 251 y 251 de Humano, demasiado humano, Nietzsche retrata el fenómeno de desprestigio de la ciencia y pérdida del «placer del conocimiento» al que asistimos en la actualidad. En el aforismo 251, El porvenir de la ciencia, el filósofo alemán constata que, si bien la ciencia da satisfacción a quien la trabaja, otorga pocas ventajas instantáneamente cuantificables a quien se beneficia indirectamente de sus avances:
«Si, pues, la ciencia produce cada vez menos placer, dejando todo consuelo para la metafísica, para la religión y para el arte, síguese que se va secando esta fuente de placer, a la cual debemos toda nuestra humanidad. Por eso una cultura superior debe dar al hombre dos comportamientos cerebrales: en el uno estará la fuerza y en el otro su regulador; en el uno las ilusiones, los prejuicios, las pasiones, y en el otro la fría serenidad de la ciencia».
El prestigio de la ciencia debe cultivarse, de lo contrario puede deteriorarse a medida que su legitimidad sea puesta en entredicho, un fenómeno que instituciones como las democracias liberales o ciertas profesiones antes esenciales (como el periodismo) llevan décadas experimentando, con la erosión asociada:
«Si no se satisface a esta exigencia de la cultura superior, puede predecirse con certeza el cursor ulterior de la evolución humana; el interés por la verdad disminuirá con el placer; la ilusión, el error, la fantasía, recobrarán su dominio; decaerán las ciencias, volverá la barbarie; la humanidad recomenzará su tela, destruida durante la noche, como la de Penélope. Pero ¿quién nos garantizará para entonces fuerza?»
Hacer ciencia vs. aprender ciencia
Entre el ejercicio práctico de aprender que dos objetos y dos más hacen cuatro objetos y la mera abstracción matemática interiorizada y separada de la realidad de quien suma 2+2, se encuentra el riesgo de deshumanización al que se enfrenta el pensamiento científico desde sus orígenes. Una convicción viva en el cacharreo y la mejora constante de hipótesis y conjeturas puede devolver el interés y la apreciación por la certidumbre y los resultados que ofrece un pensamiento científico conectado al mundo práctico y no reducido al dogmático cientificismo que tanto criticó el propio Nietzsche.
En el aforismo 252, El placer del conocimiento, Nietzsche nos recuerda que muchas pasiones, como el proceso de comprobar teorías y refutar ideas que se comprueban falsas por otras cada vez más sólidas, surgen de impulsos humanos primigenios, desde el placer al sentido de la responsabilidad con uno mismo y con la tarea que uno realiza:
«Porque si es verdad que «a la formación del sabio concurren muchos instintos demasiado humanos», esto mismo debe decirse del artista, del filósofo, del genio moral. Todo lo que es humano merece, en su origen, esta consideración irónica. Por eso la ironía es en el mundo tan superflua».
La abstracción y la enseñanza memorística pueden promover a menudo el pensamiento dogmático, ya que priorizan el pensamiento consensuado con antelación, pero son incapaces de ponerlo en duda o de detectar tanto sus posibles limitaciones como la oportunidad de crear nuevos y mejores modelos.
La esfera de Pascal
En su «pensamiento» (en Pascal, equivalente a aforismo) número 864, Blaise Pascal nos deja esta reflexión:
«La verdad está tan obnubilada en este tiempo y la mentira tan sentada que, a menos de amar la verdad, ya no es posible conocerla».
Nuestro tiempo no es, aprendemos, tan especial. Ni en sus luces —hay algunas— ni sobre todo en sus sombras.
Acabamos «abriendo el zoom». En su reflexión sobre lo que llama la «desproporción del hombre» (pensamiento número 72), Pascal nos habla de una esfera imaginaria y de la curiosidad que debería llevarnos a conocer más sobre ella:
«Pero si nuestra vista se detiene aquí, que la imaginación vaya más allá; antes se cansará ella de concebir que la naturaleza de suministrar. Todo este mundo visible no es sino un rasgo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. No hay idea ninguna que se aproxime a ella. Podemos dilatar cuanto queramos nuestras concepciones allende los espacios imaginables, no alumbraremos sino átomos, a costa de la realidad de las cosas. Es una esfera cuyo centro se halla por doquier y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna parte».
Sin curiosidad ni ingenuidad, arriesgamos dejar un mundo más oscuro que el heredado.