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Repara y nos orienta: rol tonificador e iniciático del sueño

Pese a los esfuerzos de románticos y filósofos vitalistas por reunir de nuevo cuerpo y conciencia en un todo relacionado con el entorno donde desenvolvemos nuestra vida, somos herederos de una tradición dualista que se ha ocupado de separar cuerpo y alma.

Por si fuera poco, esta ruptura cultural entre lo psíquico y lo somático no sólo acaba en nuestro organismo, sino que se proyecta en lo que nos rodea (el concepto filosófico de presencia).

“Morfeo” (Jean-Bernard Restout, 1771)

La misma tradición separa a individuo del contexto donde se encuentra, pese a que filósofos orientales, empiristas como David Hume y existencialistas (primero, Nietzsche, y ya en el siglo XX los fenomenólogos) hayan reiterado que nuestra existencia no puede entenderse sin el contexto en que se desenvuelve.

Cronobiología: el intento actual de situarnos en el mundo

Nuestras funciones biológicas y actitudes (nuestras “circunstancias”, diría Ortega y Gasset), dicen los expertos en cronobiología, están sometidas a un ritmo que las regula.

El estudio de estos mecanismos abre nuevas posibilidades de mejora de la calidad de vida, que pasan por comprender que nuestro organismo (cuerpo y alma) y el entorno donde se desarrolla nuestra vida interactúan a cada instante: como en todo fenómeno de sistemas donde el resultado es superior a la suma de las partes, hay que comprender el todo emergente para lograr resultados.

Nuestro reloj interno no sólo condiciona funciones biológicas y comportamientos, sino que la perturbación del estado de ánimo, la dieta, las circunstancias ambientales o el sueño son la antesala de perturbaciones biológicas que originan o acrecientan problemas de salud.

La cronobiología promete evaluar nuestros ritmos y medir las consecuencias de su perturbación, lo que explicaría que el Nobel de Medicina recayera en 2017 sobre Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young, expertos en la disciplina. Pero este análisis de nuestros ritmos no es la panacea, ni tampoco explica el “todo”, ni desentraña muchos de los misterios de fenómenos que compartimos con el resto de mamíferos, como las distintas fases del sueño.

Sueño y realidad

No hay una rutina humana que haya suscitado más reflexiones metafísicas que el sueño. Como ocurre con la conciencia, parte de su misterio permanece pese al esfuerzo científico por desentrañar sus secretos.

Ni su carácter etéreo, ni su reivindicación por religiones tratando de desentrañar el sentido de su repetición, así como por rapsodas y románticos, hacen del sueño algo menos terrenal, una tarea reparadora compartida con otras especies.

La tríada del psicoanálisis. De izquierda a derecha: Sigmund Freud, Jacques Lacan y Carl Jung

Como ocurre con el estudio de la conciencia, el interés por definir y cuantificar el sueño en términos científicos no ha logrado desentrañar el carácter poético de sus símbolos.

A partir de las observaciones sobre conciencia profunda y superficial de Schopenhauer y Nietzsche, varios pensadores tratarán de desentrañar el misterio de los sueños y la conciencia: si Schopenhauer cree que el individuo oculta y reprime conscientemente memorias y pensamientos, Sigmund Freud invertirá esta jerarquía y proclamará la esclavitud de la conciencia con respecto del inconsciente.

Los peritos que intentaron medir los sueños

La psicología analítica de Carl Jung, primero, y el psicoanálisis lingüístico de Jacques Lacan, después, caerán en la trampa contra la que había advertido Friedrich Nietzsche: el reduccionismo de analizar fenómenos emergentes con el rigor encorsetado del empirismo. Los psicoanalistas asociarán el sueño y sus símbolos con causas unívocas, equiparando —inconscientemente, nunca mejor dicho— a individuos con máquinas analíticas.

Los desvaríos de Lacan acabarán por desquiciar a muchos de sus lectores y pacientes, que adaptarán el psicoanálisis freudiano a las modas y usos del momento: psicodelia, contracultura, Vietnam, liberación sexual…

Sea como fuere, en Occidente el sueño sigue estando a merced de la traviesa arbitrariedad de Morfeo, dios del sueño, uno más de los mil Oniros, hijos engendrados por Hipnos (el Sueño). Rápido y escurridizo, Morfeo volaba de un rincón a otro para inducir sueños a los mortales y permitirles una evasión inconsciente de las dificultades de la vida.

Medio siglo después del auge de las ideas de Lacan entre los jóvenes contestatarios, ya nadie se atreve a reivindicar que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje puntilloso e interpretable con exactitud casi informática.

Sueños, subconsciente y comportamiento

El mundo positivista del siglo XIX aspiraba a embotellar el conocimiento y etiquetarlo con exactitud matemática, pero pronto quedó claro que rigidez y la predictibilidad de las ciencias exactas no podían aplicarse al estudio de la conciencia, la realidad, los sueños.

En vida de Nietzsche, pseudociencias como el eugenismo o el espiritismo trataron de dar respetabilidad a hipótesis de charlatanes. Con sus falsas equivalencias, el psicoanálisis se apartó de la filosofía del conocimiento y se acercó a estas disciplinas erráticas, mientras la filosofía optaba por una interpretación más generalista y sosegada para explicar la diferencia entre instintos y comportamiento, entre el fondo de la conciencia y la fachada del individuo consciente: la fenomenología existencial, por ejemplo, distinguió entre autenticidad e inautenticidad (reflexiones de Heidegger sobre cómo ser fiel a tendencias, impulsos y pasiones de uno mismo), entre autenticidad y “mala fe” (Sartre), etc.

“El sueño de la razón produce monstruos”, grabado 43 de los Caprichos (1797-1799), por Francisco de Goya

La lectura de los sueños como metáforas de deseos reprimidos conduce al intento posterior de análisis y clasificaciones que eluden otras consideraciones quizá más valiosas, pero descartadas por la incapacidad de encuadrarlas de manera inequívoca, tal y como nos demanda la ciencia.

Para Nietzsche, que decidió optar por la poética y la parábola para dar a sus reflexiones algo ajeno al cientificismo, abierto a interpretaciones y a significados tan oníricos como algunos de nuestros pensamientos,

“Durante el sueño, el hombre, en las épocas de civilización y rudimentaria, aprende a conocer un segundo mundo real; tal es el origen de toda metafísica.”

El error de bulto de Freud: medir los sueños

Para Nietzsche, el sueño es un fenómeno próximo al arte o a la trascendencia, y lo que más nos acerca a un viaje al pasado o el futuro remotos, pues en el sueño hay momentos de obsesión y alucinación similares a la narcosis de un “viaje” chamánico:

“La perfecta claridad de todas las representaciones en el sueño, que descansa en la creencia absoluta en su realidad, nos recuerda los estados de la humanidad anterior, en los que la alucinación era frecuente y se enseñoreaba de tiempo en tiempo de comunidades enteras a la vez y aún de pueblos enteros. Así, en el sueño rehacemos una vez más la tarea de la humanidad anterior.”

Las teorías sobre el psicoanálisis fallan al examen científico riguroso, si bien la influencia de Freud ha sido mayor en morales y cultura popular que la de los filósofos que definieron el inconsciente sin caer en la trampa de las clasificaciones reduccionistas (Eduard von Hartmann, Schopenhauer, el propio Nietzsche).

En el debate recurrente sobre la función del sueño, hay estudios que asocian los relatos oníricos a los que nos enfrentamos cuando dormimos con la función de elaborar, interpretar y reorganizar nuestra conciencia: inmersos en plena era de la cibernética y la filosofía analítica, que se sirve de la lingüística para crear una versión artificial de nuestra conciencia, los expertos actuales en el sueño priorizan la biología (los resultados de estudios biológicos y neurofisiológicos, etc.) sobre la filosofía o la antropología.

Fases del sueño

La actividad diurna y la experiencia influyen no sólo sobre el contenido de los sueños, sino también sobre la calidad y duración del descanso real. La alimentación, el uso de estimulantes, el estrés, la alimentación o incluso el uso de pantallas digitales antes de dormir condicionan también el descanso, si bien no está claro hasta qué punto influyen sobre los sueños.

Los libros iniciáticos de Carlos Castaneda sobre viajes chamánicos y los puentes entre realidad y sueños se popularizaron durante los años experimentales de la contracultura

A grandes rasgos, empleamos un tercio de la jornada, y de nuestra vida, a dormir. Está menos claro el porcentaje que nuestra conciencia dedica a soñar, si bien se repiten patrones similares con independencia de consideraciones personales y relativas al contexto: el sueño se divide en dos grandes fases, una menos activa (NREM, o NMOR en las siglas en castellano), y otra que sigue al sueño profundo y con patrones de actividad cerebral más asíncronos que se asemejan a los registrados cuando estamos despiertos, en la que nuestros ojos se mueven con errática rapidez dentro de nuestros párpados (de ahí el nombre de esta fase, REM —MOR—, o movimiento ocular rápido en las siglas en inglés).

Aunque no lo recordemos al despertar, soñamos al menos cuatro o cinco veces por noche, y lo hacemos usualmente durante la fase REM, la más profunda de nuestro sueño.

Sin caer en la especulación simbólica del psicoanálisis, la antropología nos muestra detalles comparativos entre sociedades y momentos históricos que enriquecen nuestra perspectiva sobre el sueño: patrones y horarios de sueño, contexto en que éste se produce, tabúes, interpretaciones metafísicas, etc.

Historia del sueño

Los patrones del sueño varían en función de las culturas, si bien las diferencias más acusadas se encuentran entre las sociedades más urbanizadas y con abundantes fuentes de luz artificial (que tienden a homogeneizar sus patrones entre sí —incluyendo la naturaleza de los trastornos del sueño), y las culturas ancestrales sin acceso a electrificación que sobreviven en el mundo, ajenas a los cambios de comportamiento que se suceden con la industrialización y su última etapa evolutiva, la sociedad del conocimiento.

Las culturas ancestrales ajenas a la electrificación mantienen patrones similares a los observados en sociedades urbanas como la europea hasta los cambios horarios y de comportamiento durante la Revolución Industrial, cuando la gestión del tiempo se trasladó desde los ciclos solares y lunares a relojes mecánicos de campanarios y, después, relojes de bolsillo. Las sociedades urbanas alargaron su jornada más allá de la puesta de sol, durmiendo el resto de la noche de un solo tirón.

“El sueño del caballero” (1655, Antonio de Pereda)

Apenas unas generaciones atrás, la población se retiraba a dormir con la puesta de sol y dividía el sueño en más de una cabezada, con intervalos de desvelo en mitad de la noche. Las sociedades ancestrales que sobreviven mantienen este patrón de sueño concentrado durante la noche, aunque también presente durante las horas de sol y dividido entre momentos de actividad en función del clima, el momento del año y otras circunstancias de socialización, alimentación, producción artesanal, etc.

Algunos estudios juegan con la hipótesis del sueño segmentado por funciones en sociedades ancestrales, con cabezadas intermitentes de sueño ligero (pases I y II del sueño NMOR), cabezadas más extensas con sueño profundo destinado al descanso físico (fase III y última del sueño NMOR), y momentos de actividad onírica que actuaría como reparadora de memoria y procesos neuronales: la cabezada con sueño REM o MOR (movimiento ocular, patrones de sueño asíncronos, experimentando varios sueños).

El sueño segmentado de cazadores-recolectores

Según historiadores como Roger Ekirch (Virginia Tech, Estados Unidos), los patrones de sueño segmentado cayeron en desuso primero entre las clases pudientes de la Europa de finales del siglo XVII: la urbanización, la segmentación precisa del tiempo, los horarios laborales y la luz eléctrica generalizaron el sueño nocturno y de un tirón.

Sea como fuere, los estudios también corroboran que, segmentado o no, el sueño acumulado durante una jornada tiene una duración estimada equivalente en sociedades ancestrales y contemporáneas.

Un estudio de Jerome Siegel y Gandhi Yetish publicado en Current Biology analiza los patrones de sueño en tres sociedades preagrarias: los Hazda del norte de Tanzania, los san Ju/’hoansi del desierto del Kalahari y los Tsinamé de Bolivia.

Tras analizar las tres sociedades de cazadores-recolectores durante 1.165 días, los investigadores constataron que el sueño fragmentado de estas sociedades alcanzaba una media de entre 5,7 y 7,1 horas por jornada, por debajo incluso de la media de 7,5 horas en las sociedades industriales.

Entre las diferencias observadas en el sueño de estas sociedades, más allá de la interpretación metafísica de los propios sueños, destaca la relación más estrecha de los pueblos ancestrales con el entorno que nutre su ritmo circadiano: los cazadores-recolectores registran una mayor variación estacional y climática de sus patrones de sueño.

La institucionalización del sueño moderno

Electrificación, horarios ajustados, alimentación rica en grasas y uso extensivo de estimulantes han eliminado estas variaciones estacionales en las sociedades modernas, además de influir sobre otros fenómenos apenas registrados en sociedades preagrarias, como el insomnio, que afecta al 20% de la población en sociedades contemporáneas.

El estudio de Jerome Siegel y Gandhi Yetish cuestiona la hipótesis del origen remoto de la siesta, pues el descanso regular a mitad de la jornada diurna se produce raramente en las sociedades analizadas.

Pero nuestra relación contradictoria con el sueño y sus misterios evoca una evidencia cuyo análisis escapa a la ciencia: más que un requerimiento fisiológico, se trata de una necesidad neurológica con finalidad regeneradora y, quizá, de aprendizaje y socialización. El sueño es también —reflexiona Matthew Walker, director del laboratorio de sueño y neuroimagen de la Universidad de California en Berkeley—, una “virtud” fisiológica, pues su calidad y regularidad afectan a estado de ánimo, rendimiento físico e intelectual e incluso esperanza de vida.

En su ensayo Why We Sleep (octubre de 2017), Matthew Walker presenta los hallazgos de dos décadas de estudio, que le llevan a afirmar:

“Dormir es lo más eficaz que podemos hacer a diario para restablecer nuestra salud cerebral y corporal, el mejor esfuerzo conocido de la madre naturaleza para contrarrestar los efectos de la muerte.”

Paradojas

Y si el poeta inglés Philip Larkin, recopilando en un verso toda la metafísica de la existencia, afirma que la vida es una muerte lenta (Nothing to be said, The Whitsun Weddings, 1964), el sueño es el proceso reparador de cerebro, sistema nervioso y su incuantificable resultado emergente: la conciencia.

El carácter paradójico y regenerador del sueño lo convierten en un pozo metafísico al que se han asomado poetas, filósofos y místicos al reflexionar sobre realidad, percepción y transitoriedad de la existencia.

Una parábola atribuida al maestro Zhuang (el filósofo taoísta chino del siglo IV a.C. Zhuangzi) sintetiza todos los equívocos del sueño con la paradoja de la mariposa:

“Érase una vez, yo, maestro Zhuang, soñé que era una mariposa, volando de aquí para allá, una auténtica mariposa, disfrutando del poder de sus aleteos, y desconocedora de saberse Zhuangzi. De repente me desperté, y volví a mí mismo, el verdadero Zhuangzi. Ahora no sé si era entonces cuando me creía una mariposa que soñaba, o si en cambio no soy más que una mariposa soñando ser un hombre.”

Nuestro organismo se regenera sirviéndose de dos sistemas de análisis, regulación y reparación de los tejidos y actividades del cuerpo y la mente: mientras el sistema linfático se ocupa del cuerpo y el sistema inmunitario, el sistema glinfático limpia y regenera nuestro sistema nervioso central (y el del resto de los mamíferos, con los que compartimos aspiraciones oníricas).

Sistemas linfático y glinfático

Así, mientras el sistema linfático elimina proteínas sobrantes y otros excesos del metabolismo, el cerebro y la médula espinal se sirven de su propia estructura reparadora, lo que garantiza el funcionamiento del sistema nervioso incluso cuando existen interrupciones en la circulación del fluido linfático (la adaptación evolutiva que pretende salvaguardarnos de ataques y dolencias).

Cuando dormimos, el sistema glinfático se multiplica por 10 su actividad con respecto a la vigilia: durante el sueño, las células cerebrales se contraen, lo que habilita mayor espacio en el tejido cerebral para que los residuos de las células se eliminen con mayor eficacia. Mientras se produce esta limpieza, el organismo entra en estado de reparación de músculos y tejidos.

Estatua de bronce con Eros durmiendo (siglo III a.C.)

Sin entrar en especulaciones poéticas o metafísicas, los dos estados principales del sueño, MOR y NMOR sirven para multitud de propósitos más mundanos, pero igual de imprescindibles:

  • el sueño NMOR —explica Matthew Walker en Why We Sleep— es crucial para retener la memoria, así como para adquirir y retener nuestra habilidad motora;
  • y el sueño MOR (REM), la fase onírica donde aparecen las ensoñaciones, está relacionado con la gestión y regulación de emociones.

El arte de dormir

Soñando, nuestra conciencia se entrena, tomando medida de nuestra empatía con el mundo: un paso previo para superar sentimientos negativos, calcular el alcance de problemas y riesgos, y resolver problemas.

La fase MOR del sueño se repite entre 4 y 6 veces por noche, y en ella se concentrarían los aspectos menos cuantificables del sueño, aquellos que se escapan a toda racionalidad y que tanta relación guardan con nuestros miedos, anhelos, esperanzas, aspiraciones, potencial.

Friedrich Nietzsche prefirió reflexionar sobre el sueño en su obra más onírica y alejada de la interpretación unívoca y reduccionista del texto de aspiraciones exactas. En Así habló Zaratustra, un sabio habla así de nuestra capacidad onírica:

“Dormir no es arte pequeño: se necesita, para ello, estar desvelado el día entero.

Diez veces tienes que superarte a ti mismo durante el día: esto produce una fatiga buena y es adormidera del alma.

Diez veces tienes que volver a reconciliarte a ti contigo mismo; pues la superación es amargura, y mal duerme el que no se ha reconciliado.

Diez verdades tienes que encontrar durante el día: de otro modo, sigues buscando la verdad durante la noche, y tu alma ha quedado hambrienta.”