1974. Un ensayo sobre filosofía en clave autobiográfica cogía desprevenido al mundo editorial estadounidense con un éxito fulgurante.
Primero, eso sí, lo habían rechazado 121 editores, más que cualquier otro superventas.
En el libro, un desconocido filósofo que había abandonado la docencia universitaria por problemas mentales, describe el esfuerzo de su vida: descifrar la conexión entre el esfuerzo vocacional genuino de cada persona y un concepto a medio camino entre las ciencias aplicadas y las humanidades que todos sabemos reconocer, pero cuyo significado se diluye cuando lo intentamos definir: la “calidad”.
Zen, arte, mantenimiento de “sistemas”
El ensayo, una investigación sobre la metafísica de la calidad de los productos y la creatividad, así como de los valores que posibilitan esta “calidad”, más fácil de reconocer que de racionalizar de acuerdo con la tradición epistemológica, es uno de los libros más recomendados por gente solvente en las últimas décadas: Zen and the Art of Motorcycle Maintenance, título abreviado por su autor como ZMM.
La crisis mental de su autor, Robert M. Pirsig, “cristalizó” (como él mismo explica en el ensayo, comparando la pérdida de la cordura con el proceso químico mediante el cual las moléculas un gas, un líquido o una disolución establecen enlaces hasta formar una red cristalina).
(Robert M. Pirsig y su hijo Chris antes de emprender el viaje en motocicleta de 17 días que constituye el argumento de ZMM)
Este proceso, explica Pirsig sobre Phaedrus -su otro “Yo”, el de antes de la crisis al que se refiere en tercera persona-, se mantiene a menudo en una posibilidad (o potencial aristotélico), pues las moléculas de la solución requieren un “cristal semilla”, algo que “despierta” la posibilidad de cristalización, como un grano de polvo.
Su búsqueda lo había extenuado hasta tal punto que el comentario de un compañero de docencia sirvió de “cristal semilla”. A Pirsig le diagnosticaron esquizofrenia, le prohibieron enseñar y sometieron, contra su voluntad, a un agresivo control terapéutico.
Su afán de individualismo salió reforzado con la experiencia traumática, al ser sometido a tratamientos contra su voluntad. Tras recuperarse, probó distintos trabajos esporádicos, entre ellos el periodismo y la redacción de manuales técnicos de producto. Hasta que surgió la idea de escribir ZMM, a partir de pequeñas disertaciones.
Lo que detectamos pero no podemos explicar
Las ansias de Robert M. Pirsig por encontrar las leyes subyacentes de fenómenos más fáciles de detectar a través de la mera intuición pero que escapan a la lógica aproximan al autor con el filósofo analítico Ludwig Wittgenstein y su búsqueda igualmente quimérica de los secretos subyacentes a la intersección entre realidad y lenguaje. A menudo sabemos el significado y uso de una palabra, pero no podemos describir su significado ni delimitar claramente los supuestos usos.
Es la aparente desconexión entre intuición con aspiración racional (existe, pero no podemos inferir empíricamente) y racionalidad en sentido estricto (mediante razonamiento inductivo o deductivo), ya detectada en plena Ilustración por el escepticismo empirista de David Hume, así como por Immanuel Kant en su Crítica de la razón pura.
La intuición de David Hume acerca de la propia experiencia humana, que aproxima muchas de sus ideas a los postulados de la filosofía oriental, es el inicio de una grieta en el edificio occidental del Saber que, en plenos años sesenta y setenta, en la época del Robert M. Pirsig filósofo, eran socavones que amenazaban la propia integridad del edificio.
Salir de la zona de confort y subir a la montaña
El origen y funcionamiento de nuestra conciencia, especuló Hume, no sería dualista -separación entre cuerpo y espíritu- según la tradición occidental, sino fruto de una experiencia fluida a través de nuestra vida.
No podemos separar artilugios humanos como el lenguaje, la tecnología o la propia realidad interpretada de esta experiencia “fluida” de nuestro “Yo”, que para Hume, como para Nietzsche, es un todo (cuerpo y mente) que debe sincronizarse de nuevo en Occidente, ya que sufre del impuesto aprendizaje dualista gracias a Platón, al cristianismo y al idealismo.
El ensayo de Robert M. Pirsig recuerda los límites y fracasos del conocimiento de nosotros mismos y del universo, así como la hipocresía de un sistema educativo, tecnológico y productivo más preocupados en perpetuar una visión del mundo que no sale de la zona de confort que en ascender a las tierras altas del saber, donde ciencia se confunde con metafísica… un lugar inhóspito, solitario y carente de verdades irrefutables.
La “calidad”: cuidando lo que nos rodea como un jardín zen
En síntesis, la razón pura carente de la emoción o intuición personal, o el trabajo sin la vocación, son tan culpables como la ignorancia o la aversión premeditada a aprender de la arquitectura mediocre, las existencias malgastadas, las carreras profesionales carentes de vocación o los productos y servicios mediocres, prescindibles.
Nadie sabe definir la calidad, expone Robert M. Pirsig, pero podríamos reconocerla, del mismo modo que nadie podría trazar una ley científica que distinguiera los buenos productos y servicios (aquellos bien “mantenidos” por personas conocedoras de sus intrincadas interacciones, que deben mantenerse en buena forma a medida que actúan en un tiempo y un espacio) de los productos y servicios mal desarrollados y mantenidos.
(Imagen: Robert M. Pirsig fotografía a sus compañeros de viaje en motocicleta desde Minnesota a la Costa Oeste: su hijo Chris y sus amigos John y Sylvia Sutherland)
Esta intersección entre experiencia vital y conocimiento, entre humanidades y ciencia, explicaría la profunda huella que el ensayo de Pirsig dejó en el mundo tecnológico estadounidense, desde Steve Jobs (el capítulo de la biografía de Walter Isaacson sobre Steve Jobs dedicado a la influencia estética y espiritual del budismo zen en los productos de Apple lleva el título Zen and the Art of Game Design) a Mark Zuckerberg.
Metafísica de la “calidad”: ciencia y algo más
Ello explicaría por qué en medios como Forbes, Business Insider o Fast Company, entre otros, se recurre a artículos periódicos del tipo “por qué todo emprendedor que se precie debería leer Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta”.
Por no hablar de los abundantes títulos de otros ensayos y titulares periodísticos que aluden el sugerente y provocador título del libro de Pirsig.
Innumerables docentes, escritores, artistas, emprendedores, inversores, etc., han reconocido la influencia del ensayo de Pirsig en su visión del mundo y su comprensión en profundidad de lo que intuían: existe una “metafísica de la calidad”, o al menos podemos distinguir lo que tiene calidad de lo que no, aunque nos sea imposible sistematizarlo.
Definir lo memorable
Si pudiéramos sistematizar lo que tiene calidad, o el “éxito”, o la “receta para el Google del futuro”, etc., habría un modo empírico y reproducible de crear grandes ideas, productos y servicios.
Ocurre que nadie ha logrado sistematizar lo que, según el inversor de capital riesgo y autor del ensayo Zero to One Peter Thiel, no es estructurable o definible usando los métodos que conocemos para distinguir lo científico de lo no científico: el razonamiento por inducción y deducción.
Se conoce a Peter Thiel en Silicon Valley no sólo como cofundador de Paypal con buen olfato para invertir pronto en pequeñas empresas que, como Facebook, demostrarían poco después su potencial, sino por su sólida formación filosófica, científica y literaria.
También por recomendar a alumnos aventajados e inconformistas que abandonaran la Universidad para destinar su potencial a una vocación, ofreciendo anualmente 100.000 dólares a cada uno de los 20 alumnos elegidos en un programa que creó para tal efecto.
Cuando el aprendizaje se convierte en rutina burocrática
Según Thiel, la Universidad se ha convertido en un lugar más preocupado por su funcionamiento como sistema (en el que los alumnos aspiran a buenas notas, y no a perseguir “verdades” de manera dolorosa y pionera). Su ensayo Zero to One es de hecho la compilación de apuntes realizada por uno de sus alumnos durante un semestre en que Thiel ejerció de profesor en Stanford (clase CS183).
Las lecciones, provocativas y abiertas, sin aspirar tanto a explicar verdades “muertas” como a detectar maneras de crear y mantener algo parecido a lo que Robert M. Pirsig llamaría “calidad”, empezó con una frase que prevenía a los alumnos allí apuntados: “Si hago bien mi trabajo, esta será la última clase que jamás tendrás que tomar”.
Al final del trimestre, muchos le hicieron caso, llevándose consigo intuiciones, más que una fórmula infalible o un manual inequívoco.
Una clase sin evaluaciones periódicas
Medio siglo antes, un joven profesor de Inglés en la Universidad Estatal de Montana en Bozeman, Robert M. Pirsig, se encontraba inmerso en una búsqueda infructuosa de la lógica subyacente en lo que detectamos como “calidad” pero somos incapaces de describir en términos científicos.
Eran tiempos convulsos en la docencia, marcada por protestas estudiantiles y un gobierno retrógrado en Montana, pero Pirsig decidió experimentar y suprimir la evaluación de sus alumnos, para suprimir así la dependencia con respecto a las evaluaciones y crear “individuos libres”, capaces de aprender y mejorar por pura vocación y genuina curiosidad.
El experimento funcionó a medias, pero no evitó la crisis que condujo a Pirsig a recibir una lobotomía, que dañó sus memorias de la época en que buscó con fruición la metafísica de la excelencia.
Lo que muestra el mantenimiento de una motocicleta
Pero la incapacidad para sistematizar la “calidad” (en términos empresariales, traducible como éxito, buen producto, buena empresa o empresa capaz de transformar o crear una nueva industria recurriendo a la “calidad”) no implica que quienes tienen experiencia en invertir y crear empresas que funcionan, como el mencionado Peter Thiel, desconozcan qué es lo que funciona y qué es lo que no.
No hay receta inequívoca para crear y mantener la excelencia, pero sí se conoce la “actitud” de que se han servido quienes han logrado inferir “calidad” a lo que hacen, ya sea arreglar una puerta o fundar la empresa más influyente del siglo.
Sin citar expresamente Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, Peter Thiel explica en una entrevista para The Washington Post las características deseables y las “taras” que, según él, pueden reproducirse -o evitarse- en cualquier actividad profesional, desde el trabajo de un autónomo a los procesos de una compleja empresa global.
Vivir de espaldas a la ciencia
Peter Thiel se muestra escéptico sobre quienes aseguran haber descifrado el secreto de la innovación en X pasos: “Cada momento en la historia empresarial, en la historia de la tecnología, ocurre sólo una vez. Y no hay fórmula”.
Carecer de una fórmula pormenorizada no tiene por qué ser malo, según Thiel: “Si careces de fórmulas, te mantendrás abierto a nuevas posibilidades, a nuevas ideas”.
Los postulados de Thiel son similares a la idea -que parte de la filosofía oriental y del naturalismo de Hume o Nietzsche, para llegar a Pirsig y el ensayo mencionado- de que la conciencia humana está sujeta a la interpretación y devenir de la propia experiencia, y los más atentos y flexibles tendrán más posibilidades de integrar lo que ocurre a su propia vida y vocación, enriqueciendo el proceso que realicen.
Asimismo, como recolectara las intuiciones de Pirsig sin citar al autor de Zen and the Art of Motorcycle Maintenance, Peter Thiel contradice a quienes creen que vivimos en un mundo cada vez más tecnológico: “No creo que vivamos en una era científica y tecnológica, como sociedad. Creo que a la mayoría de la gente no le gustan la ciencia y la tecnología. Les tienen miedo. Lo único que tienes que hacer es ver películas de ciencia ficción [para confirmarlo]: todas muestran tecnología que no funciona, o son distópicas”.
Más preocupados en la apariencia que en el significado
El inicio del ensayo de Robert M. Pirsig se centra en distinguir a la mentalidad tecnológica del autor (Pirsig la llama “clásica”), que viaja con su hijo en una vieja motocicleta que conoce a la perfección y mantiene sobre la marcha, del miedo atávico, desconocimiento y aversión que sus compañeros de viaje, una pareja que viaja en una motocicleta BMW, muestran ante cualquier máquina o proceso que denoten tecnología.
John y Sylvia, los acompañantes, no sólo no escuchan el motor de su motocicleta o saben interpretar los síntomas del rodaje de la máquina, sino que no escatiman en mostrar su rechazo y falta absoluta de interés a cualquier cosa que implique conocer la motocicleta (una máquina compleja, un “sistema”) que les lleva de un sitio a otro.
Ambos tienen la mentalidad ante la tecnología preponderante en la sociedad, de ámbito “romántico”, un atavismo que roza lo supersticioso y se centra en que el “sistema” o proceso complejo en cuestión (una motocicleta o cualquier otra cosa) “funcionen”. Y si no funcionan, un “especialista” lo arreglará.
El problema, explica Pirsig en su ensayo, es que esta dejadez y falta de curiosidad y pasión por lo que uno realiza en cada momento, es también algo generalizado en los nuevos mecánicos, de modo que los “profesionales” coinciden con el resto de la población en su falta de estima a cualquier “sistema” que deberían ayudar a mantener en las mejores condiciones posibles, en función de cada momento o situación en el espacio-tiempo.
Malgastar potencial o perseguirlo
Según Peter Thiel, esta mentalidad atávica ante la creatividad y los sistemas complejos demostraría que “hay algo sobre nuestra sociedad increíblemente conservador, en el sentido de no querer que las cosas cambien”.
Peter Thiel no sólo es crítico con la educación universitaria, sino también con la mentalidad extrovertida y programática cultivada en las escuelas de negocio, que atraen a personalidades extrovertidas con un compromiso bajo con lo vocacional que acaban, según los estudios –dice Thiel-, eligiendo de promedio el sector equivocado, desde el sector financiero a la construcción, pasando por la banca privada.
Peter Thiel se muestra muy crítico con la idea preconcebida de que la competición en cualquier “sistema”, tanto en un mercado o sector como entre el personal de una institución o empresa, es deseable al monopolio. Cada persona o cada empresa deberían ser diferentes y explorar con pasión aquello que las hace particulares, para así acercarse a su potencial.
Thiel: “La gente debería tratar de hacer cosas únicas. Como negocio, uno debería aspirar a un monopolio, no estar en una empresa inmersa en un sector hipercompetitivo”. Inventar algo nuevo es, en definitiva, algo más “zen” o más acorde con lo que podemos dar de sí que realizar una iteración más de algo ya existente.
Vivir con una vocación en la que profundizar
El cofundador de Paypal es también muy crítico con las empresas que fomentan la competición entre sus trabajadores. “Mirémoslo así: si uno fuera un jefe sociópata que quisiera crear problemas entre sus empleados, la fórmula consistiría en decir a la gente que hicieran lo mismo”.
Una fórmula, según el emprendedor e inversor, para crear conflicto y malgastar el talento vocacional de gente válida en rencillas y pequeñeces cotidianas. Es la diferencia entre un ambiente empresarial tóxico e hipercompetitivo (por ejemplo, el que tenía Jonathan Ive antes de que Steve Jobs volviera a Apple) de otro que diferencia el rol de sus trabajadores y cultiva su potencial (Jonathan Ive después del retorno de Steve Jobs).
Thiel explica que uno de los secretos del éxito inicial de Paypal fue dejar claro a la -entonces pequeña- plantilla que sus roles eran diferenciados para evitar así conflictos endémicos. Funcionó.
La sustancia de lo que hacemos
No se puede definir “calidad”, en palabras de Pirsig, pero sí se pueden detectar y acotar prácticas y mentalidades que conducen de manera más directa a que cualquiera lo tenga más fácil para detectar y explorar su auténtica vocación.
Finalmente, Lillian Cunningham acaba su entrevista con Peter Thiel para The Washington Post con una pregunta contundente (aviso: no es “¿podrías definir “calidad”?):
– Pregunta: “¿Cuál sería tu mejor consejo?”
– Respuesta: “Priorizar siempre la sustancia de lo que uno hace. No quedarse atrapado en los juegos de estatus o prestigio. Son interminablemente deslumbrantes, y siempre acaban en una enorme decepción”.
Repartidores de karma
Cuando se trata de experimentar acerca de modos para tratar a trabajadores como individuos con iniciativa propia, a los que hay que asistir para que encuentren y profundicen en su potencial, otro de los empresarios y autores que aparecen junto a los mencionados Robert M. Pirsig y Peter Thiel en las listas de libros que todo emprendedor que se precie debería leer es Tony Hsieh, consejero delegado de Zappos y autor de Delivering Happiness.
Hsieh vive en Airstream Park, un parque de caravanas en la zona financiera de Las Vegas. Allí, en una caravana vintage Airstream modificada, con servicios adicionales instalados en contenedores logísticos anejos, Hsieh medita sobre maneras de mejorar su negocio y evitar que la empresa “envejezca”.
Tony Hsieh anunció hace algún tiempo que la empresa se deshacía del legado corporativo en que se había basado su crecimiento, suprimiendo todos los puestos de jerarquía; a partir de finales de 2015, los “managers” habrán desaparecido de Zappos.
Resistencias al cambio
La idea de Hsieh se asemeja en esencia a la intuición de Pirsig o Thiel cuando recomendaban a sus alumnos (el primero, en Montana; el segundo, en Stanford) abandonar el comportamiento académico convencional, centrado en conseguir evaluaciones, pero no en aprender, cuanto más en cuestionar las ideas recibidas.
Hsieh recomienda a sus trabajadores que lean Reinventing Organizations, un ensayo de Frederic Laloux. El ensayo parece inspirado en las principales ideas de Zen and the Art of Motorcycle Maintenance, aunque aplicadas a la organización empresarial.
Del mismo modo que la decisión de Pirsig de eliminar las evaluaciones entre sus alumnos de Inglés se enfrentó a la oposición inicial de, sobre todo, los alumnos menos esforzados (paradójicamente, los más perjudicados con un sistema de puntuaciones, al acumular más notas bajas), los cambios de gestión empresarial con que experimenta Hsieh afrontan la oposición de quienes prefieren trabajar sin implicarse (y sienten pavor por comportarse con autonomía, responsabilidad y una vocación que surja de ellos de manera genuina).
Robert M. Pirsig descubrió en sus turbulentos años de florecimiento, crisis y redescubrimiento existencial que muchas personas sentían una aversión similar por el funcionamiento y la tecnología que les rodeaba que la experimentada ante una pieza de arte difícil de interpretar: prefieren no sumergirse en ella.
Búsqueda de la excelencia como filosofía de vida
Hacerlo sería reconocer la técnica que subyace en su creación, la historia que hay detrás del proceso que ha culminado en su creación. Estas personas no están tan interesadas en lo que “significan” las cosas, sino en lo que “son”: el significado del conjunto (su aplicación, mantenimiento e interrelación con otros elementos), sucumbe ante el mero interés en la superficie.
Ver la realidad y actuar según la inmediata apariencia de las cosas nos privaría de actuar de acuerdo con su “significado” subyacente; su calidad, en definitiva. En lugar de buscar lo más nuevo o lo más en boga o lo más brillante, encontrar o crear lo que sea mejor.
La “calidad” expuesta por Robert M. Pirsig en su ensayo entronca con la tradición filosófica oriental, y recupera la aspiración de la vida examinada en la Grecia Clásica.
“Areté”, o virtud a partir del dominio vocacional de cuantas más disciplinas mejor; una idea más próxima al Dharma de lo que sugiere la localización geográfica de ambas abstracciones.
“Arte es cualquier cosa que puedas hacer bien. Cualquier cosa que puedas hacer con Calidad”.
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