Anhelamos desde hace años los carteles de “se ofrece puesto de trabajo”, “se busca personal”, “consulta nuestras últimas ofertas de trabajo”, etc.
Economistas, sociólogos y otros investigadores creen que, primero, las sociedades avanzadas deberían alumbrar una nueva hornada de auténticos innovadores, ya que nos estamos quedando sin ellos.
Falta de innovaciones, empleos y oficios que dejan de tener sentido
La teoría del “gran estancamiento“, según la cual el mundo desarrollado ha entrado en una Gran Depresión de las ideas capaces de transformar la sociedad, no es una mera invención. La innovación está íntimamente ligada al empleo, pero los resultados llegan a largo plazo.
Ello implica que, para ahora recoger los frutos de un plan sobre empleo de calidad, se deberían haber tomado medidas impopulares -de las que restan votos, para entendernos- hace varios años.
El supuesto “gran estancamiento” explicaría la pérdida del poder adquisitivo de las clases medias o las dificultades de las economías más prósperas para crear empleos de calidad:
- las grandes empresas despiden pese a tener beneficios, debido a mejoras tecnológicas y de competitividad, así como la competencia laboral de países con menor regulación;
- y, a diferencia de lo que ocurría en décadas anteriores, los impulsores del empleo en muchos países, pequeñas empresas y autónomos, no crean trabajo como antes, por mucho que haya expertos que relativicen su importancia en las economías desarrollada. En la era de Internet, si uno quiere puede encontrar expertos para todo y sobre todo.
Los riesgos de que nadie asuma el riesgo de los inventores
Si las grandes empresas siguen destruyendo empleo por mejoras productivas y tecnológicas, así como políticas de deslocalización, y los pequeños empresarios y autónomos no se arriesgan como hace unas décadas -la falta de crédito es uno de los motivos, pero no el único-, algo tendrá que ver, dicen economistas como Tyler Cowen, la falta de ideas auténticamente disruptoras.
Un programa de BBC se pregunta, en la misma línea, si todavía quedan los grandes inventores o, por el contrario, hace tiempo que no hay grandes invenciones.
“Se presenta a los consumidores una ‘ilusión de las invenciones’, en realidad poco más que una herramienta de marketing para generar la impresión de que salen productos revolucionarios. Es un ciclo difícil de romper, particularmente por el apetito de los medios por historias sensacionales, y obstaculiza oportunidades de empresas dignas de crédito que carecen de historias atractivas”.
“Ello también significa -argumenta el programa de BBC– que muchos emprendedores buscan la innovación en lugares equivocados y persiguen sin eficacia nuevos diseños de producto”.
Se busca auténtico inventor (razón: emplear a una generación)
Los Benjamin Franklin, Thomas Edison, Henry Ford o Steve Jobs de hoy no son suficientes para que, como ocurrió con el telégrafo, la cadena de montaje, los medios de comunicación de masas o la informática personal, sus ideas trasciendan a su propia marca o empresa y creen más valor del que retienen, tal y como reclama el editor y tecnólogo de Silicon Valley Tim O’Reilly.
Pero la salsa de la Innovación con mayúsculas no depende sólo de los intangibles que, como expone la teoría de juegos, inciden más de lo que un análisis empírico convencional detectaría.
La voluntad de una persona con grandes ideas o el espíritu optimista de una generación pueden encender la llama de grandes transformaciones.
Sobre el arte de prender la lumbre
Ello llevó a Amazon a bautizar su libro electrónico “Kindle” (traducible como “encender”, “prender”, “propagarse”, etc.), mostrando el deseo de que el libro electrónico garantizara el futuro de una empresa de distribución por Internet que se esfuerza tanto en vender átomos (libros y todo tipo de productos de consumo) y bits (libros, entretenimiento, servicios en la nube).
Jimmy Wales creó Wikipedia como salida honrosa a un proyecto fallido con antelación, y el éxito del proyecto aporta pistas acerca de otro ingrediente de la salsa de la Innovación con mayúsculas: la fuerza de voluntad para apostar en lo que uno cree con convicción surgida del trabajo racional, meticuloso y perseverante.
El fundador de Wikipedia ha declarado que el arquitecto irredento de la novela El Manantial, de Ayn Rand, le inspiró para perseverar en su idea:
“Una de las cosas esenciales aplicables a mi vida hoy en día es la virtud de la independencia: es la visión, sabes, si conoces la idea sobre Howard Roark, el arquitecto de El manantial, quien tiene una visión de lo que quiere conseguir y, sabes, hay un momento en el libro en el que está frustrado en su carrera, porque la gente no quiere construir el tipo de edificios que él quiere construir. Y se le plantea una elección, una elección difícil: comprometer su integridad o abandonar la arquitectura. Y se tiene que ir a buscar trabajo a una cantera”.
El dilema del innovador
Los mencionados Jeff Bezos y Jimmy Wales coincidían con Steve Jobs en poseer otro de los ingredientes de la fórmula secreta -y esquiva, si hacemos caso a las conclusiones de ensayos como El fin del trabajo de Jeremy Rifkin o El gran estancamiento de Tyler Cowen-.
Los tres habían comprendido lo más parecido en el mundo de los negocios a la fórmula alquímica; esto es, habían resuelto el “dilema del innovador” (el ensayo con este mismo nombre, firmado por Clay Christensen, era uno de los libros de cabecera de Steve Jobs).
A saber: para lograr proyectos sostenibles en el tiempo, capaces de trascender, imperecederos, influyentes o transformadores, los -pequeños o grandes- proyectos o empresas debían sacrificar las prisas y el resultadismo del corto plazo -el dictado de las nóminas, los resultados trimestrales, el ahorro en los márgenes sacrificando la calidad- por la gratificación aplazada. La visión a largo plazo.
O innovar mejor, según el profesor de Yale School of Management Dick Foster, en lugar de hacerlo sólo más rápido, eficiente, barato.
Cuando las escuelas de negocio enseñan estrategias del corto plazo
El profesor Christensen argumenta en su libro por qué la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo lleva a los mejores gestores, haciendo todo lo que dice el manual y siguiendo los mejores -y a menudo más caros- consejos, a rendir al máximo cuanto antes, para después entrar en decadencia.
Jobs detectó una misión a largo plazo (crear lo que él pensaba podían ser grandes productos, siguiendo la estela de diseñadores como Dieter Rams y sus principios del diseño memorable y minimalista) y supo transmitirla, superando la presión, el nerviosismo y las dudas generadas en lo que entidades complejas como el FC Barcelona conocen como “el entorno” cuando no llegan los resultados.
La visión y el método no parten de la nada. Derivan de concepciones no sólo de la sociedad o los negocios, sino de valores que competen al individuo y la colectividad.
Recuperar el hambre por el saber multidisciplinar
Consiste en comprender las ventajas de la carrera de fondo sobre la potencia sin control, o la gratificación aplazada -aprender a esperar para disfrutar de mejores resultados, que llegan con el esfuerzo y la planificación- sobre la gratificación instantánea, tal y como exponen la filosofía clásica o la psicología y neurociencia contemporáneas.
Otro ingrediente de la Innovación con mayúsculas: el dominio multidisciplinar, la polimatía, la curiosidad intensa e innata, unida a una cierta dosis de ingenuidad infantil imperturbada con el poso de la experiencia y la monótona cotidianeidad.
Steve Jobs lo explicaba recordando que él se había situado en el vértice que une a ciencia y humanidades (Steward Brand o Tim O’Reilly, de su misma generación, siguieron la misma receta), como han hecho otros innovadores a lo largo de la historia.
Sobre el músculo más atrofiado de la sociedad: la fuerza de voluntad
La fuerza de voluntad es otro de los ingredientes de esta hipotética fórmula de la Innovación con mayúsculas, que las economías desarrolladas buscan con fruición, mientras aguardan los resultados de órdagos potenciales como el de la III Revolución Industrial: las manufacturas ganan servicio y reducen material (desmaterialización), se personalizan y adquieren un carácter más local y próximo al consumidor, que colabora y en ocasiones se (con)funde con el creador.
La fuerza de voluntad es tan difícil de cuantificar como los otros supuestos ingredientes mencionados con anterioridad, pero sí puede afirmarse que actúa como un músculo, vigorizándose con el uso y atrofiándose con la parálisis tóxica del conformismo o la resignación. Así lo argumentan el periodista de The New York Times John Tierney y el psicólogo social Roy F. Baumeister en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength.
La importancia del método
Y el método y la perseverancia, tan relacionados con la fuerza de voluntad, explicarían el éxito de las personas que despuntan en sus disciplinas, los “fueras de serie”. En el ensayo con el mismo nombre (Outliers es su título original), el escritor Malcolm Gladwell relaciona el rendimiento de los fuera de serie no tanto con las capacidades heredadas, sino con factores como el momento del año en que hemos nacido, la mentalidad del entorno familiar, la autoconfianza y, sobre todo, la práctica.
Gladwell sitúa la práctica necesaria para lograr la excelencia en 10.000 horas.
Ello no sólo contradice afirmaciones como la del poeta trascendentalista Ralph Waldo Emerson, amigo de Thoreau, que aseguraba que las personas “hervimos a distintas temperaturas”, sino que se ha topado con tantos admiradores como detractores.
La genialidad se cultiva
Robert Greene, autor del ensayo Mastery sobre los intrincados caminos de la excelencia en cualquier campo, no se conforma con la explicación de Outliers, pero sí coincide con Gladwell en que la genialidad en cualquier campo se hace, y carece del componente misterioso y místico que se le ha otorgado.
Para Greene, cualquiera puede ser realmente bueno en algo si detecta un talento en el que pueda destacar, lo sepa desarrollar y, finalmente, dedique sus capacidades a una “causa”.
Los motivos varían con el individuo. Robert Greene recuerda que a Einstein le movía “una fascinación por las fuerzas invisibles que gobernaban el universo”; el objetivo del cineasta Ingmar Bergman era “la sensación de animar y crear vida”; y el músico de jazz John Coltrane pretendía “dar voz a emociones poderosas”.
El acicate de la competición entre individuos
Inspirándose, como Jimmy Wales, en el arquitecto Howard Roark de El manantial, uno puede servirse de método y fuerza de voluntad para trabajar en ideas innovadoras. Es más sencillo, no obstante, encontrarse en un lugar y momento donde otras personas persiguen cometidos similares, e Internet acerca las afinidades y cometidos de innovadores separados en ocasiones por miles de kilómetros de distancia.
La competición entre individuos de una misma generación genera el caldo de cultivo que permite a varias personas despuntar en una o varias materias; ello explicaría las sagas deportivas, artísticas o científicas que parecen concentrarse en un lugar y período determinados: la Atenas clásica, la Florencia del Renacimiento, etc.
La innovación también se beneficia de estos clústeres de genialidad. Internet atomiza ese “lugar determinado” y los equivalentes generacionales del futuro a la Atenas clásica o la Florencia del Renacimiento podrían estar dispersos en varios lugares y, sin embargo, motivarse y competir entre sí en tiempo real.
El peso del entorno
Competir entre iguales o embeberse del ánimo de crear o despuntar en una o varias disciplinas es más sencillo cuando otros lo acaban de intentar o lo están probando.
Ahora sabemos, por ejemplo, que la negatividad se propaga como un virus, pero el ánimo positivo se serviría de los mismos mecanismos y las actitudes contagiosas también pueden dar con la tecla de la felicidad colaborativa.
La lista de ingredientes para dar con la fórmula de la Innovación se complica aún más cuando se tienen en cuenta las fuerzas de lo que Lev Tolstói llama en Guerra y paz azar, o fuerzas invisibles de la voluntad humana.
Las grandes invenciones se alimentan también de la casualidad, la ingenuidad de quien sigue intentándolo cuando los resultados no llegan, ni existe el ánimo adecuado en el entorno más inmediato.
Conservar la ingenuidad
La ingenuidad y aceptación del riesgo llevaron al ingeniero aeronáutico Paul MacCready a seguir intentándolo, pese a acumular 100.000 dólares en deudas de una empresa fallida.
MacCready se presentó al premio británico Kremer, con un premio que en 1977 equivalía a 100.000 dólares (50.000 libras esterlinas de la época): había que ensamblar el primer avión propulsado por el hombre. Así fue creado el Gossamer Condor (vídeo), aeronave a pedales y ganadora del premio Kremer.
Lo que para otros habría constituido el inicio de una profunda depresión animó a Paul MacCready a seguir intentándolo, pese a los riesgos. Al hacerse con el premio Kremer en 1977, MacCready contaba ya con 52 años, pero su ánimo, voluntad y altas dosis de ingenuidad se correspondían con las de un jovenzuelo con toda la vida por delante.
Edad vs actitud
La edad de nuestro ánimo, más que la biológica, parece mandar en nuestra cotidianeidad; ello explicaría que jóvenes en la veintena y treintena -dada la situación, los 40 son los nuevos 30 y los 30 son los nuevos 20- pierdan su energía en quejarse de una situación injusta, anteponiendo sus derechos y necesidades legítimas a su propia capacidad individual para seguir el ejemplo de Howard Roark y, sirviéndose de una caja de herramientas construida por ellos mismos, abrirse paso en lo que se propongan.
Benjamin Franklin, Thomas Edison, Henry Ford o Steve Jobs tampoco lo tuvieron fácil. Muchos de los que Malcolm Gladwell llama “outliers”, fueras de serie, exprimieron la energía e ingenuidad únicas de la veintena para despuntar en sus campos de interés:
- A los 21 años, Bill Gates abandonó Harvard y fundó Microsoft, Thomas Edison patentó su primer invento, Steve Jobs cofundó Apple, etc.
- A los 22, Samuel Colt patentó su revólver.
- A los 23, T.S. Eliot escribió La canción de amor de J. Alfred Prufrock, John Keats hizo lo propio con Oda a una urna griega y Truman Capote publicó su primera novela.
- A los 24 años de edad, Johannes Kepler defendió la teoría copernicana y describió la estructura del sistema solar.
- A los 25, Orson Welles escribió el guión, dirigió y protagonizó Ciudadano Kane; Charles Lindbergh se convirtió a la misma edad en la primera persona en sobrevolar el Atlántico.
Manos a la obra
Puede que, en efecto, los 30 sean los nuevos 20, pero ello no nos exime de poder emprender, alumbrar ideas, tratar de descubrir por uno mismo en qué consiste la Innovación con mayúsculas.
La Generación Y, los también llamados “millenials“, reciben una herencia envenenada, pero la resignación o la queja o el conformismo tóxico no parecen respuestas que conduzcan a la autorrealización.
A salir al campo y disfrutar del partido, aunque uno juegue en un patatal, a tratar de mejorar; intentarlo, en definitiva.