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Sube el precio de los alimentos: cómo sustentar al mundo

El índice mundial de precios alimentarios alcanzó en febrero de 2011 su máximo histórico por tercer mes consecutivo, cuando la revuelta popular de Libia provocaba el aumento del precio del petróleo, materia prima de los fertilizantes usados por las grandes empresas agrarias.

Se teme que el aumento del precio de los alimentos, que antes de la última escalada ya había sido uno de los detonantes del descontento popular en el norte de África y Oriente Medio, incida sobre la crudeza y extensión de las revueltas.

Precio de los alimentos: ¿coyuntura o tendencia sostenida al alza?

La FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación), una organización específica de la ONU con sede en Roma, instauró su índice global sobre precios alimentarios en 1990. El valor máximo alcanzado en febrero de 2011 es 36 puntos más elevado que la media registrada en cualquier mes de 2008, cuando una escalada de precios similar provocó revueltas en varios países emergentes.

La lista, que se nutre de información sobre el precio del azúcar, los cereales, los aceites, la carne y los productos lácteos, ha aumentado de manera consistente durante los últimos ocho meses. La tendencia parte de julio de 2010, coincidiendo con las riadas que asolaron Pakistán; la sequía que destruyó las cosechas de Australia y Canadá; y los incendios en Rusia, que redujeron las reservas de alimentos. Como consecuencia, la especulación en torno al valor de los productos básicos retornó con fuerza.

Propuestas para alimentar a más gente, con menos recursos, emitiendo menos CO2

El precio del petróleo y de los alimentos podría bajar coyunturalmente en el futuro, sobre todo si las revueltas populares del mundo árabe generan transiciones relativamente pacíficas hacia sistemas democráticos y los contratos estratégicos sobre materias primas con los gobiernos y empresas energéticas son respetados; y, sobre todo, si las revueltas en el Magreb y Oriente Medio no se extienden al resto de África y Asia.

No obstante, hay tendencias que no pueden esconderse más: habrá que alimentar a más gente que nunca, con menos recursos, aumentando el bienestar general y reduciendo la huella ecológica global. 

La población mundial crecerá desde los actuales 7.000 millones de personas a más de 9.000 millones en 2050, y las predicciones varían acerca de si habrá suficientes recursos o no. John Parker se pregunta en The Economist si habrá suficiente comida.

La ONU, sin embargo, cree que la agricultura ecológica es la respuesta para aumentar y hasta duplicar las cosechas, según un estudio de campo elaborado con información obtenida a lo largo de los años, procedente de varias localizaciones.

Defensores de las especies genéticamente modificadas

¿Cómo alimentar cada vez a más gente con menos recursos, contaminando menos? Pensadores como Stewart Brand, autor del polémico libro Whole Earth Discipline, cree que ello es sólo posible reduciendo los prejuicios sobre algunas especies genéticamente modificadas a partir de la selección artificial de los mejores rasgos de la propia planta. Están de acuerdo con él analistas como Vaclav Smil, de la Universidad de Manitoba.

Los defensores de las especies transgénicas argumentan que las plantas modificadas a partir de una selección de rasgos propios acelerada (es decir, imitando el proceso ya usado por el ser humano durante milenios, aunque haciéndolo al instante, en lugar de durante generaciones), presentan sobre todo beneficios.

Detractores de monocultivos, fertilizantes químicos y transgénicos

Los detractores del salto tecnológico y ético de reducir o eliminar las regulaciones sobre especies genéticamente modificadas tienen igualmente argumentos de peso para oponerse a su uso generalizado (un estudio de la revista Nature, por ejemplo, alerta a la industria agraria europea sobre el peligro que corre de pérdida de competitividad y capacidad innovadora si persisten las barreras en torno al uso de especies genéticamente modificadas en varios países de la UE).

Quienes se oponen no sólo creen que usar menos especies en explotaciones cada vez mayores, muy mecanizadas y dependientes del uso de fertilizantes derivados del petróleo empobrece la riqueza genética de las cosechas mejoradas por el ser humano en todo el mundo durante generaciones. 

El salto en la producción de, por ejemplo, maíz en Estados Unidos ha causado perversiones en el mercado alimentario que han afectado a todo el sistema alimentario mundial y a la salud de millones de personas, debido a la expansión del sirope de maíz como edulcorante y otros aditivos, presentes en la mayoría de los alimentos precocinados.

El periodista y profesor estadounidense Michael Pollan forma parte del grupo de expertos que ha enumerado con mayor acierto los inconvenientes de promover las grandes explotaciones mecanizadas -a menudo apoyadas con subsidios- que dependen del petróleo de los fertilizantes y las especies genéticamente modificadas para producir cuanto más, mejor, independientemente de la calidad final del producto. 

El dilema del omnívoro, un libro del mencionado Michael Pollan, profundiza en este argumento. Secundan a Pollan personalidades como el veterano ecologista Lester Brown, fundador del Worldwatch Institute y presidente del Earth Policy Institute (Andew Revkin explica en Dot Earth los argumentos encontrados entre el profesor Vaclav Smil y Lester Brown).

Con el actual precio de los carburantes y los alimentos, los expertos debaten sobre si existe una alternativa a las grandes explotaciones que usan intensivamente fertilizantes derivados del petróleo para producir más, más barato y más ecológico, a poder ser local.

Peak oil, peak food, peak “everything”

El agotamiento del petróleo (“peak oil“) tiene su futuro ligado al precio de los alimentos (“peak food“).

Con poblaciones y apetitos en aumento, explica Andrew Revkin en Dot Earth, se polariza pues la opinión de los expertos en dos grandes grupos:

  • Quienes creen que el agotamiento de los recursos en general (“peak everything”, en palabras de Richard Heinberg) agotará la capacidad de los agricultores para mantener el ritmo de producción, a la vez que aumentarán las tensiones cíclicas derivadas de la sequía, las olas de calor y las riadas, la especulación sobre el precio de los alimentos o las políticas que presionen la producción (por ejemplo, la inversión en biocombustibles). Michael Pollan y Lester Brown son más de este parecer. Lester Brown respondía a Andrew Revkin acerca de la actual escalada del precio de los alimentos: “no creo que el aumento acual del precio sea temporal. Siempre habrá fluctuaciones en el precio del grano, pero permanecerá la tendencia al alza. El precio del grano y la soja, y el precio de los alimentos en general, se mueven al alza. No hay nada a la vista que pueda revertir esta tendencia”.
  • Expertos que argumentan que la humanidad siempre ha sido capaz de superar las dificultades y ha encontrado modos de producir más alimentos que nunca. No niegan los retos que aumentar la producción implicará, sobre todo si se lleva a cabo con un menor impacto ecológico, pero creen que las advertencias sobre quienes creen que el colapso de la civilización moderna es posible son ampliamente exageradas. La respuesta de Vaclav Smil a Andrew Revkin no es tan pesimista como la de Brown: “siempre ha habido corrientes especulativas en torno al precio de los alimentos, pero no responden al fin de los días como muchos de nuestros conciudadanos, siendo las personas más científicamente analfabetas que jamás hayan vivido, creen. Basta con mirar a, primero, China: importa menos del 5% de sus alimentos y consume más alimentos per cápita que Japón”. El argumento de Smil: si el país más poblado del mundo, con una economía en meteórica expansión, se las ingenia para producir la mayoría de los alimentos que consume, es posible optimizar los recursos y servirse de la tecnología existente para producir más en menor espacio, mucho antes de que suene cualquier alarma apocalíptica.

Alimentar al mundo: mitos, medias verdades e informes

Explico en una entrada reciente las conclusiones opuestas arrojadas por dos informes consecutivos de un think tank británico acerca de las mejores estrategias para alimentar al mundo en el futuro. En el primer informe, se instaba a devolver a la agricultura su papel orgánico y local para alimentar la calidad de los alimentos y reducir su huella ecológica.

En el segundo informe, se llegaba a la conclusión opuesta: eliminar las barreras comerciales en todo el mundo y potenciar la producción centralizada y mecanizada, con especies genéticamente modificadas. Llego a la conclusión de que los autores de ambos informes no se han sentado a charlar antes de publicar la segunda edición, ya que las mejores recomendaciones partirían de un estudio pormenorizado de las ventajas de ambos sistemas.

Un menú (¿sostenible?) para alimentar a 9.000 millones de personas

Si, en la actualidad, con 7.000 millones de personas, varias catástrofes naturales acaecidas al inicio del verano de 2010 pueden afectar dramáticamente al precio de los alimentos, ¿cómo alimentar a más personas en el futuro sin padecer revueltas, evitando la especulación y reduciendo la huella ecológica?

No existe una respuesta inequívoca al reto de alimentar a la población mundial en las próximas décadas aumentando la prosperidad y reduciendo el impacto ecológico de las actividades agropecuarias.

Andrew Revkin recuerda en Dot Earth que numerosos estudios, como el de la revista Science sobre seguridad alimentaria y cómo alimentar a 9.000 millones de personas, coinciden en la dificultad del reto. También muestran optimismo, como expone el informe de Sciencie, si se avanza en eficiencia, tecnología y políticas que favorezcan el interés del conjunto por encima de los grupos de presión agropecuarios de los países más influyentes.

Todas las proyecciones sobre cómo alimentar a la población en el futuro parten de la premisa que una población creciente implica, por norma, mayor consumo de alimentos y una presión más acuciante sobre el precio de los alimentos.

Eluden tendencias que muestran claramente que, mientras una parte de la población mundial pasa hambre, también crece con rapidez el número de personas que come más de lo necesario, sobre todo alimentos que, como la carne de vacuno, requieren enormes cantidades de agua, cereales y antibióticos, sin olvidar su incidencia sobre la salud y el cambio climático.

La obesidad sigue imparable, también en los países emergentes

La obesidad aumenta imparable, pese a la reciente escalada de los alimentos. Amplias capas del mundo rico (preocupan los números sobre obesidad, sobrepeso y enfermedades cardiovasculares) y, paradójicamente, en el mundo en desarrollo, empecinado en copiar los peores rasgos de las sociedades ricas. 

Varios estudios que citamos en el artículo Charlando sobre gastronomía, alimentación y obesidad exponen el preocupante crecimiento de la obesidad y el sobrepeso en México, Turquía e Irán, entre otros países.

Incluso suponiendo que las empresas alimentarias y los gobiernos se alíen para fomentar la alimentación frugal y saludable, las proyecciones sobre la alimentación mundial en las próximas décadas coinciden en que aumentará la competición global por la tierra, el agua y la energía. La presión sobre los precios se agravará con los efectos de la sobrepesca, el cambio climático y la lucha contra sus peores consecuencias, que afectarán a la producción de alimentos.

Pero el informe de Science concluye que el mundo puede producir más alimentos y, de paso, asegurarse de que son usados de un modo más eficiente y equitativo.

Perversiones del sistema agrario actual

Abundan las incongruencias en el sector agroalimentario mundial. La obesidad se ha convertido, con méritos propios, en la pandemia más peligrosa del siglo XXI, con incidencia entre los más necesitados de los países ricos, pero también entre las clases medias aspirantes de los países en desarrollo.

Mientras, por ejemplo, los excedentes de maíz en Estados Unidos son empleados para alimentar al ganado (pese a no haber evolucionado para ello, lo que obliga a la industria a usar antibióticos para evitar la propagación de epidemias) y se emplean grandes extensiones de monocultivos para producir biocombustibles, la escasez de reservas de grano en el mercado global de productos básicos distorsiona su precio, lo que repercute sobre los más necesitados de los países más vulnerables.

Al final, explica el estudio de Science sobre seguridad alimentaria, cualquier solución al reto de alimentar con éxito a más gente, más equitativamente y con menor impacto pasa por aplicar soluciones interdisciplinares, desde la alta tecnología hasta las prácticas ancestrales que tengan mayor sentido en entornos locales.

Con el riesgo de caer en la jerga tecnicista y políticamente correcta de los informes científicos, el estudio recomienda evitar la tentación de “sacrificar la ya de por sí enormemente dañada biodiversidad de la tierra en favor de ganancias fáciles en producción alimentaria”, además de sugerir la ruptura de las barreras entre los distintas disciplinas del conocimiento agropecuario.

Otra frase del informe de Science que se adaptaría a la perfección a cualquier reseña de responsabilidad empresarial de cualquier empresa mundial: “El objetivo ya no consiste simplemente en maximizar la producción, sino en optimizarla a lo largo de un paisaje mucho más complejo con resultados sobre la producción, el medio ambiente y la justicia social”.

Alimento del futuro: orgánico y local, transgénico y global, o mixto

No sólo se debate acerca de cómo alimentar cada vez a más gente con menor impacto. También están en juego los modelos de subsidios que, por ejemplo, protegen determinadas cosechas en mercados como el estadounidense y el europeo. O el papel que debe tener la agricultura orgánica y preferiblemente local, que prefiere aplicar técnicas de cultivo menos intensivas, aunque más sostenibles; y la agricultura mecanizada, centrada en la mejora constante de los monocultivos, mediante el uso de fertilizantes derivados del petróleo y la mejora genética de las especies de planta.

El divulgador científico estadounidense Paul Voosen cree que hay que lograr “una teoría unificada de la agricultura” por lograr un sistema productivo que tome las mejores lecciones de la agricultura orgánica, en la que la producción de alimentos gira en torno al ciclo del sol y los desechos animales no se convierten en purines, sino en valioso abono orgánico; y las conjugue con las ventaja de la agricultura intensiva, capaz de multiplicar la cosecha de determinadas especies, una tecnología que será necesaria para asegurar reservas de alimentos básicos en el futuro, capaces de evitar las hambrunas durante períodos prolongados de sequía.

El mundo, pues, tendría que aplicar, según Paul Voosen, un sistema agrario que tomara las mejores lecciones de la agricultura y ganadería orgánicas y la permacultura, y las conjugara con los sistemas de producción mecanizada de la agricultura intensiva, aceptando especies modificadas que se lograran a partir del cruce genético de una misma especie. En definitiva, consistiría en aunar los avances de la granja orgánica de Virginia Polyface de Joel Salatin, cuyos logros son expuestos por Michael Pollan en El dilema del omnívoro; y la mecanización propia de los monocultivos, adoptando el uso de algunas especies de planta mejoradas.

Mejora genética y gestión de las ineficiencias

La opinión de Paul Voosen es compartida por Jason Clay, especialista en alimentación y medio ambiente y vicepresidente del World Wildlife Fund. Clay cree que que los campos donde hay que avanzar más en los próximos años para alimentar a más gente con menor recursos e impacto son el de la mejora de la genética de las cosechas y el de la gestión de las ineficiencias: reducir el consumo del agua que nunca llega a los campos por la deficiencia o ineficacia de las infraestructuras, adecuar el tipo de cultivo a las condiciones locales, convertir la agricultura de subsistencia en explotaciones excentarias, etcétera.

Jon Foley, director del Instituto del Entorno de la Universidad de Minnesota, ya habla de una agricultura híbrida, con lo mejor de las grandes explotaciones y las granjas locales y orgánicas: “Creo que necesitamos un nuevo tipo de agricultura, una especie de tercera agricultura, entre la gran explotación agropecuaria, el enfoque comercial de la agricultura y las lecciones de los sistemas locales y orgánicos… ¿Podemos tomar lo mejor de ambos e inventar una agricultura más sostenible y escalable?”.

Lo mejor de los mundos orgánico e intensivo

Foley explica en una entrevista a Earth Sky que la gran cantidad de alimentos producida por los grandes monocultivos será necesaria para abastecer a una proyección que alcanzaría los 9.000 millones de personas en cuatro décadas pero, a la vez, recuerda que el uso de recursos de este tipo de explotaciones no es sostenible, sobre todo debido a su consumo desmesurado de agua y petróleo, convertido en fertilizante.

Foley: “El 70% del agua que usamos se destina a la agricultura. Un tercio de nuestros gases con efecto invernadero son causados por la agricultura y la tala de bosques”. Pero asegurar que la agricultura orgánica es la solución exclusiva es, según el profesor de la Universidad de Minnesota, irreal en estos momentos.

Mientras la agricultura orgánica -cultivar sin el uso de pesticidas ni fertilizantes sintéticos- puede tener un menor impacto en el entorno, Foley es escéptico acerca de si se podrían cultivar suficientes alimentos. “Los alimentos orgánicos proporcionan alrededor del 1% de nuestras calorías globales, y eso no es suficiente. Lo que podríamos hacer es tomar las lecciones del cuidado de la materia orgánica en los suelos, usando métodos orgánicos, y aplicarlos a gran escala con herramientas comerciales”.

La agricultura orgánica y local tal y como se entiende en la actualidad sería difícilmente aplicable a escala planetaria para alimentar a 9.000 millones de personas en 2050. Jon Foley: “la comida local es buena por muchos motivos, pero no reduce los gases con efecto invernadero como mucha gente cree que lo haría. No consigue parar la deforestación ni el metano o el óxido nitroso emitidos”.

Pese a sus dudas acerca de un futuro sistema agrario íntegramente orgánico, Foley recomienda reducir la militancia y la polarización que ejercen algunos expertos de ambos bandos, el de los partidarios de las grandes explotaciones y el uso de transgénicos, y quienes creen que la solución pasa por la agricultura local y orgánica, a la manera idílica expuesta por Rob Hopkins en el movimiento de las comunidades en transición (“transition towns“).

“Existe un debate demasiado tenso y polarizado entre la gente que cree que las agricultura intensiva y la orgánica son enemigos. Es ridículo, el mundo necesita a ambas y necesitamos lecciones de ambas técnicas. Hay gente realmente capaz y con buenas ideas a lo largo de todo el espectro de pensamiento. Y el objetivo al final es alimentar al mundo y no destruirlo“.

La agricultura ecológica es viable y duplica las cosechas

Un informe recién publicado por la ONU es más optimista con la agricultura ecológica. El estudio, realizado a partir de información obtenida en campos de cultivo, concluye que los agricultores de los países en desarrollo podrían duplicar la producción de alimentos en una década, si aplican técnicas de la agricultura ecológica y abandonan el uso de fertilizantes químicos.

La agroecología convertiría aumentaría la resistencia de las granjas a los fenómenos climáticos extremos. Hasta el momento, dice el estudio, proyectos de agricultura ecológica estudiados en 57 países han mostrado cosechas un 80% más abundantes aplicando técnicas de cultivo naturales que nutren y fortalecen el suelo contra el ataque de plagas.

Asimismo, 20 proyectos monitorizados en países africanos han conseguido duplicar las cosechas en una media de 3 a 10 años, usando sencillas técnicas ecológicas que podrían ser aplicadas en cualquier lugar del mundo, dice el estudio.

Pero, ¿puede la “agroecología” alimentar a 7.000 millones de personas en la actualidad y 9.000 millones en 2050? Los resultados de este estudio aportan esperanza y prometen incrementar las cosechas en cualquier lugar, independientemente del clima, sin depender de la compra de especies genéticamente modificadas (muchas de ellas patentadas) y fertilizantes químicos.

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