Según la ortodoxia filosófica, no hay nada más alejado que un filósofo analítico-positivista procedente de la tradición anglosajona y un escolar alemán de la tradición continental. Según esta creencia, por tanto, poco o nada uniría a David Hume, paladín del empirismo, con Friedrich Nietzsche, atizador del idealismo y precursor del “irracional” existencialismo.
También en esta ocasión, los estereotipos yerran dramáticamente. Ambos autores son citados desde que sus obras sobre la naturaleza y la conciencia humanas se publicaran en pleno ascenso del racionalismo ilustrado (en el caso de David Hume y su Tratado) y cuando se certifica su decadencia (a partir de mediados del XIX, gracias a Nietzsche, Kierkegaard y Dostoyevski, entre otros).
Hijos rebeldes de la tradición dualista
Cada uno desde su tradición, David Hume y Friedrich Nietzsche denunciaron, por simplista y artificial, el concepto de dualismo entre cuerpo y espíritu, tanto el platónico como el cartesiano, presentes tanto en el cristianismo como en los idealismos que parten de la interpretación que Friedrich Hegel hace de estas ideas.
Según David Hume -a mediados del siglo XVIII-, y Friedrich Nietzsche -a mediados del XIX-, el dualismo cartesiano era un artificioso edificio filosófico para justificar grandes idealismos, desde el misticismo a la vida ultraterrenal, pasando por las “misiones de espíritu” de grupos religiosos, clases sociales (materialismo dialéctico) y pueblos (nacionalismo).
(Imagen: fotograma de The Matrix)
Hume y Nietzsche, partiendo de tradiciones tan distantes que derivarían en lo que llamamos filosofía analítica (anglosajona, con epicentro en Cambridge) y filosofía continental (centroeuropea, con epicentro en Alemania), coincidieron en criticar el dualismo cartesiano como el error más costoso de la tradición occidental.
Pero, ¿cuál era según ellos la naturaleza y el estado de la conciencia humana?
La sustancia del “Yo”: conciencia en constante cambio vs. espíritu
Ambos filósofos coincidían a grandes rasgos en su visión de la conciencia humana: el “Yo” o conciencia no es un ente constante e ideal, tal y como plantean el dualismo y el idealismo desde Platón, sino que se trata de una entidad fluida y en constante cambio.
La neurociencia parece darles ahora la razón, pues los últimos estudios demostrarían que la separación entre cuerpo y espíritu es una construcción abstracta que no se corresponde con la realidad.
A diferencia de lo que sostendría la todavía imperante versión dualista cuerpo-mente (nuestro ser es el mismo cuando somos un bebé y de adultos, y lo que cambia es la experiencia), los últimos estudios constatan que cuerpo y mente están intrínsecamente ligados y tanto el cerebro como el resto del cuerpo “están en flujo constante.
Abandonar la losa platónica: reconectando cuerpo y mente
Las similitudes entre la filosofía del empirista David Hume y las posiciones sobre cuerpo y mente del pre-existencialista Friedrich Nietzsche no paran aquí: el naturalismo de ambos les llevó a argumentar que sólo una profunda transformación en nuestra manera de vernos a nosotros mismos podría cambiar nuestra existencia, pues la división artificial entre cuerpo y mente en la que se basaban las instituciones clave de la sociedad (primero, la Iglesia; después, las grandes ideologías) creaban una falta de sincronía próxima a la represión.
Un último común denominador que suscita especulaciones en el mundo académico y ensayístico: el rechazo al dualismo cartesiano de David Hume y Friedrich Nietzsche aporta como alternativa una visión fluida y en constante cambio de la mente humana, conectada asimismo con el cuerpo que la posee, una visión muy próxima al budismo.
El supuesto orientalismo de Nietzsche está fuera de toda duda, pues el autor alemán había estudiado en profundidad la intersección entre filosofía y religiones orientales y la tradición occidental.
David Hume: el joven que decidió estudiarse a sí mismo
No obstante, se creía hasta hace poco que David Hume no había podido conocer el budismo de primera mano, pues en la Europa de 1730, cuando Hume teorizó sobre la mente fluida y sincronizada con el cuerpo humano (un naturalismo que rechazaba la visión dualista platónica y cartesiana de que, dado que “sabemos” que existimos, nuestra mente -espíritu- trasciende la materia), no había escolares ni obras sobre budismo…
O así se creía, hasta que la profesora de filosofía en la Universidad de California en Berkeley y ensayista Alison Gopnik indagó sobre la visión de Hume de la mente y existencia humanas y su chocante parecido con la cosmogonía budista.
Gopnik explica sus hallazgos en un reportaje para The Atlantic donde también traza paralelismos entre una crisis existencial personal y las dificultades de Hume a inicios de su carrera filosófica.
Un “Yo” fluido y cambiante
Tímido y propenso a los cambios de humor, el joven presbiteriano escocés de apenas 23 años no podía aceptar algunos de los grandes axiomas de la religión y la filosofía occidental de su época.
Adelantándose a los existencialistas, que llegarían un siglo después, Hume estudiaba su propia experiencia y, a partir de sus propios análisis, llegó a la conclusión (sacrílega para el dualismo imperante) de que nuestro “Yo” es algo cambiante que construimos, y no algo que descubrimos: nuestro yo del presente, pensaba Hume, no conecta con el “Yo” del pasado y el “Yo” del futuro, sino que aprendemos a ser como somos. Del mismo modo, nuestro Yo en un instante varía del Yo en otro momento.
(Imagen: retrato de David Hume por Allan Ramsay -1754-)
Podemos imaginar el vértigo existencial padecido por el joven Hume, así como su imposibilidad para compartir puntos de vista con la ortodoxia filosófica de su época, ni tampoco con la tradición occidental.
Cuando miraba al edificio del Saber construido en Occidente, sus cimientos no eran tan sólidos como había soñado, rechazando incluso la premisa cartesiana de que existimos porque “pensamos”.
El presente que se escurre
¿Qué pierde uno -se cuestionaba el joven David Hume- cuando uno descarta la idea de Dios, de “realidad” o incluso de “Yo”? Incluso rechazando estas premisas, la luna continúa igual de brillante y se puede predecir que un vaso de cristal se romperá al llegar al suelo, o sentir compasión y empatía por el sufrimiento de los otros. Ciencia, trabajo o moralidad permanecen inmutables…
Sólo podemos confirmar que lo ya pasado es exactamente como lo anterior, pero no que lo futuro se mantendrá según esperamos ad aeternum.
Hume lo llamó problema de la inducción. Del mismo modo, pensó, también hay un problema de la causalidad, e incluso otro problema con nuestra idea de que lo percibido es realmente el “mundo exterior” tal y como es, son apenas interpretaciones manidas de nuestra conciencia cambiante. No son lo real, sino apenas una narrativa deshilachada de ésta.
Hume concluyó que una vida examinada sin el marco dualista tradicional (Dios, vida eterna, sentido cristiano de la existencia, razón, moralidad), ni la pretensión de vivir según reglas preestablecidas, mejoraría la existencia, ya que permitiría al individuo centrarse en la cambiante realidad presente, siempre diezmada por las preocupaciones del pasado y de la Cultura, así como por la incertidumbre del futuro.
Existencialismo “avant la lettre”
El vértigo existencial de Hume se confirmó al contrastar -se especula- sus intuiciones con las ideas orientales que, en esa época, un escolar ultimaba en un oscuro tratado que sus superiores eclesiásticos intentarían destruir por blasfemo.
El “monstruo” existencialista llevó a Hume a los doctores, que le recetaron los remedios de la época contra la melancolía, pero seguramente le pusieron también camino de la campiña francesa para descansar. En vez de divagar y, con el descanso, retornar poco a poco a la ortodoxia filosófica de la época, aquel viaje le ayudaría a escribir su Tratado sobre la naturaleza humana.
¿Podía Hume haber conocido en Francia a algún erudito orientalista? Gopnik recurrió a bibliografía más sólida sobre Hume (sobre todo, la obra ensayística de Ernest Campbell Mossner, profesor de la Universidad de Texas en Austin) para conocer hasta las más nimias particularidades biográficas de Hume.
Al fin y al cabo, el filósofo escocés había superado sus problemas de salud mental y evitado el bloqueo de escritor que lo había atormentado ejercitando sin remordimientos experiencias de flujo cognitivo que hoy asociaríamos sin problemas con la divagación despreocupada; algo así como sesiones de meditación oriental.
¿Conoció David Hume a Ippolito Desideri?
En la época de Hume, lo más próximo a trascender el dualismo cuerpo-mente eran las experiencias místicas de algunos escritores-filósofos cristianos, pero Hume basaba sus intuiciones en su propia experiencia cognitiva, y no en la idea de Dios o en la vida de los santos.
La biografía de Ernest Campbell Mossner sobre el filósofo escocés llevó a Alison Gopnik, que se encontraba en una crisis existencial similar a la de Hume, a especular en su reportaje de The Atlantic sobre el hipotético encuentro alrededor de 1728 entre un joven David Hume e Ippolito Desideri, un misionero jesuita que residía en una pequeña ciudad académica francesa tras volver de una larga misión en el Tíbet.
Gopnik descubrió que, justo antes de que Hume, Desideri empezaba su Tratado sobre la naturaleza humana ultimaba el que se convertiría en el ensayo europeo sobre filosofía budista más completo hasta inicios del siglo XX.
Cuando David Hume se fue al campo a descansar… y se encontró a sí mismo
Alison Gopnik no se conformó con conocer que al menos un académico europeo conocía en profundidad en la década de 1730 la visión budista de la conciencia humana, sino que se lanzó a buscar la hipotética conexión perdida entre el joven Hume y Desideri.
El misionero jesuita residía en la época en La Flèche, una apacible localidad francesa 250 kilómetros al suroeste de París, conocida por albergar el Real Colegio de los jesuitas (expulsados en 1762), un centro de referencia en formación aristotélica y escolástica donde -bromas de la historia- se había formado René Descartes.
(Imagen: escultura de David Hume en la Royal Mile de Edimburgo, por Alexander Stoddart)
…Y, en efecto, Mossner, principal biógrafo de David Hume, menciona en su obra que el filósofo escocés había acudido por entonces a La Flèche al ser un lugar barato y erudito, perfecto para “rusticar”.
Pero Hume hizo algo más que salir al campo para recobrar la salud física y mental… En La Flèche encontró otra salud, “sincronizó” su cuerpo y su “mente”, que desde ese momento, en la cuna del dualismo cartesiano, abandonaba el dualismo y abrazaba la visión oriental de la conciencia como ente fluido y en constante cambio.
El murmullo de la mente
En su Tratado, Hume rechazó la visión tradicional sobre la naturaleza humana a partir de una nueva ciencia de la mente basada en la observación y el experimento; este escrutinio personal, de espíritu socrático (“gnóthi seautón”: conociéndonos a nosotros mismos, sabemos más del resto de los hombres, decía Sócrates), le llevó a nuevas conclusiones radicales para la época.
Influido quizá por su encuentro en La Flèche con el desconocido jesuita Desideri, Hume argumentó, en contra de 2.000 años de tradición platónica (renovada con el cartesianismo), que no había alma ni “Yo” coherente, ese espíritu ideal y completo imaginado por Platón, el cristianismo y el propio Descartes.
“Cuando me sumerjo con la mayor intimidad entro lo que llamo ‘Yo’, siempre caigo en alguna u otra percepción particular, sobre calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo sin alguna percepción, y nunca puedo observar nada sino percepción”, constataba Hume en su Tratado.
El “Yo” coherente, exponía con sinceridad Hume, es una hermosa construcción intelectual con una larga tradición en Occidente. Los fundamentos metafísicos de la tradición judeocristiana eran una construcción, origen de malentendidos, reprimendas y tutelaje intelectual.
La mentalidad dualista
Un siglo después, Friedrich Nietzsche iría todavía más allá y asociaría la “mentalidad de rebaño” del cristianismo con una pérdida de sincronía entre la mente y el cuerpo humanos.
La tradición judeocristiana, enriquecida por el idealismo de Hegel, sustituía el naturalismo del ser humano con un marco rígido de lo que es mente y lo que es cuerpo, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es bello y lo que es horrendo, lo que está bien y lo que está mal, según ideales o aspiraciones.
Como Hume, Nietzsche notó el devastador peso del dualismo cuerpo-mente. También como Hume, padeció ansiedad y depresión. En el caso de Nietzsche, sus conflictos existenciales le condujeron a la locura.
La gran aportación de Hume, un empirista que no se conformó con el “edificio” filosófico cartesiano y exploró el ser humano por su cuenta a lo Sócrates, es su alegato de la experiencia y nuestra interacción con la realidad siempre cambiante.
Interpretando la realidad desde el prisma de la mente
Creamos modelos del futuro a partir de lo que observamos en situaciones del pasado. Cuando pensamos con convicción que el sol saldrá mañana porque lo hizo ayer y los días anteriores, esta inferencia depende sólo de la costumbre y el sentido común, pero los mecanismos más complejos de la mente usarían métodos similares en cualquier otra situación, aunque la mayoría son interiorizados y asumidos sin ser siquiera conscientes de ello.
Pero Hume, un escéptico que lo cuestionó todo y trató de explicar el ser humano y el universo sin hacer referencia a un Dios, casi nada de la existencia era demostrable.
Pero abandonar la idea de Dios, del “Yo” o de la metafísica para centrarse en el mundo, en los demás y en la física, respectivamente, tuvieron un precio para David Hume: el existencialismo.
El lado brillante de éste es que, cuando la conciencia es algo fluido y cambiante que no depende de un dualismo de origen divino, uno puede experimentar más con el presente que siempre se escurre; asimismo, sin la presencia asfixiante del “Yo” prefabricado, es posible la empatía con el resto de los individuos.
¿Y si la realidad fuera una ilusión?
Esta reconexión del ser humano con la realidad cósmica acerca a Hume y a Nietzsche con la tradición oriental, pero también con algunas conclusiones de los últimos estudios neurocientíficos; por ejemplo el artículo publicado en julio de 2015 en la revista académica Trends in Cognitive Sciences, informa Quartz.
Tal y como el jesuita que volvía del Tíbet Ippolito Desideri podría haber explicado a Hume durante las estancias del escocés en Real Colegio de La Flèche, un sabio nacido en el siglo VI aC en las estribaciones del Himalaya, Buda Gautama, dudó sobre la existencia de un Dios omnipotente y benevolente, creando una doctrina de “lo que no existe”, o shuniata, en la que exponía que carecemos de evidencia real sobre la existencia del mundo exterior.
Asimismo, aquel viejo sabio desconocido en Occidente y originador de una doctrina filosófica y religiosa que se había extendido desde el subcontinente indio hasta Japón, explicó que ni siquiera nuestro sentido del “Yo” es una ilusión, una idea que desarrolló su discípulo Nagasena.
El orientalismo (consciente o no) de David Hume
Para Buda Gautama, desconocido para la intelectualidad occidental de inicios de la Ilustración, el “Yo” es como un carruaje; un carruaje carece de esencia trascendental, ya que se trata de una colección de ruedas, armazón y un asidero. De manera similar, el “Yo” carece de esencia trascendental y consiste en una colección de percepciones y emociones.
Nuestro objetivo, pensaron Buda Gautama y sus discípulos, pero también David Hume -quizá sin contar con la clara referencia filosófica oriental que le atribuimos en este artículo gracias a su viaje a Francia- era darse cuenta de que nuestra conciencia fluye en cada momento y, pese a que la realidad cotidiana no cambia de manera radical, podemos esforzarnos para que cada momento rutinario se encuentre con la mejor versión posible de esa entidad en constante transformación que compone nuestra persona.
Al joven David Hume le atormentó sincerarse consigo mismo y, tras un estudio empírico de su propia conciencia, llegó a una conclusión quizá al alcance de cualquiera, pero demasiado radical como para abrirse paso, ya que su afirmación implicaba la inexistencia de una de las tradiciones filosóficas más ricas de Occidente, el dualismo cuerpo-espíritu de Platón, los teólogos cristianos y Descartes: nunca podía sorprenderse a sí mismo con la mente completamente en blanco, sin ninguna percepción.
Lo que Hume “recicló” de la filosofía del obispo Berkeley
Nuestro sentido de tener una única conciencia o espíritu desde la edad más tierna a la senectud es, según la tradición budista y Hume, una ilusión. Un filósofo anglo-irlandés anterior a David Hume, el obispo George Berkeley, creyó que todo lo percibido era una ilusión proyectada por nuestro cerebro: la realidad son apenas ideas en la mente de quienes las perciben.
El obispo Berkeley no sólo habría disfrutado con la película The Matrix, sino que habría dado el visto bueno a su trasfondo filosófico, sustituyendo el papel de las máquinas y la inteligencia artificial por el de Dios.
Berkeley, un idealista que tomó la filosofía platónica para intentar demostrar la existencia de Dios, inspiró a Hume para realizar todo lo contrario: si descartamos ideales y conceptualizaciones, la realidad se sigue presentando según lo que percibimos, gracias a la costumbre, como algo similar al sentido común.
(Imagen: retrato del obispo Berkeley a cargo de John Smibert -1727-)
El idealismo subjetivo de Berkeley se transformó en escepticismo a manos de Hume, lo que causó al filósofo escocés una dura batalla para mantener su salud mental el resto de su vida, ya que su filosofía pretendía destilar de Berkeley la propia idea de Dios.
Hume tomó de Locke la hipótesis de que la percepción es la base de nuestras ideas (y no la existencia de un ideal intrínseco, como pensó Platón), y de Berkeley salvó la constatación de que no podemos dividir a las percepciones entre aquellas independientes del observador y aquellas que producen sensaciones en el observador: todas las percepciones, según Berkeley y Hume, pues las cosas lograrían el significado que les otorgamos.
Sobre meditar (aunque no lo llamemos “meditar”)
Impresiones e ideas en la mente, siempre divagando. Flujo constante de pensamiento. Una conciencia que cambia en cada momento, sumando nuevas impresiones e ideas y combinándolas con viejas percepciones.
El “sentido común”, según Hume, se basaba en creencias tradicionales que no podían probarse empíricamente, pero que nos ayudaban a mantener y difundir nuestro entendimiento del mundo.
¿Y si nuestra experiencia fuera apenas una secuencia de impresiones de la realidad? Conocemos meras copias o interpretaciones del mundo y nos es imposible percibir “fuera de nosotros mismos”. Veintidós siglos atrás, Buda Gautama se había planteado las mismas cuestiones.
¿Cuál fue la salida para Hume? También similar a la presentada por Buda Gautama. En su Tratado, Hume constató:
“Puesto que la razón es incapaz de despejar esos nubarrones, la propia naturaleza se encarga de ello, y me cura de esta melancolía y delirio filosófico, ya sea relajando esta inclinación de la menta, o a través de alguna distracción e impresión animada ante mis sentidos, lo que borra todas estas quimeras”.
El ensayo perdido de Desideri
Entonces, Hume explicaba su equivalente a la meditación: se retiraba a cenar, a jugar al backgammon y conversar con sus amigos. Unas horas después, las especulaciones filosóficas anteriores “se muestran con tal frialdad, tensión y ridiculez, que no tengo coraje para profundizar más allá”.
Desde la perspectiva de la neurociencia, expone Evan Thompson, profesor de filosofía de la Universidad de la Columbia Británica, “el cerebro y el cuerpo se encuentran en flujo constante. No hay nada que se corresponda con la noción de que existe un ‘Yo’ inmutable”.
En 1728, el joven misionero Ippolito Desideri finalizó completo manuscrito sobre filosofía budista. Nunca fue publicado. Ningún misionero católico podía publicar ningún trabajo sin la aprobación del Vaticano o sus emisarios. El libro desapareció en los archivos eclesiásticos.
Quizá reaparezca en el futuro con alguna nota al pie que arroje más pistas sobre el conocimiento del manuscrito por parte de Hume.