Algunos guiones de cine clásico condensan la intensidad dramática y capacidad de catarsis atribuida por los puristas sólo al teatro, como si abrazar nuevos formatos atentara contra la poética de Aristóteles.
Algunas películas llegan incluso a mostrarnos el corto recorrido entre la mezquindad y la grandeza humanas, asociando ambos estados, presentes en todos nosotros según momento y estado de ánimo, a los valores de maldad y virtud reconocidos por Sócrates, respectivamente:
- en la ignorancia (a la larga, camino sin retorno a la superstición), de naturaleza dogmática e idealismo fanático;
- y el conocimiento razonado (pensamiento crítico, virtud, autorrealización), que se ejerce con el diálogo, abierto a nuevas evidencias.
La receta dramática clásica, escrutada por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, implica una tensión entre la razón y la pasión, la realidad examinada y la celebración de una fuerza y autenticidad que partirían de cada uno de nosotros: sin la tensión entre los valores encarnados por la sosegada racionalidad de Apolo y la fuerza intuitiva de Dioniso, la catarsis no es posible.
El nacimiento de la elocuencia
Nietzsche llegará a argumentar que, a medida que la tragedia griega diluye los instintos dionisíacos y opta por la razón apolínea, se aleja de los impulsos que, desde Platón, asociaremos con lo corpóreo, la calidad de las obras irá alejándose de la concentrada autenticidad presente en arquetipos y escenas de Esquilo (primer gran representante de la tragedia).
Después de Esquilo, Sófocles y, sobre todo, Eurípides, humanizarán la tragedia hasta el punto de alejar a la razón de sus orígenes mitológicos e instintos dionisíacos.
Esta tensión entre lo razonado y la corazonada, entre Apolo y Dioniso, se encuentra en el núcleo de pensamiento que Sócrates salvará del sofismo -desprestigiado por centrarse más en la estética y formalismo socialmente práctico de la retórica que en la verdad de las cosas-: el uso de la conversación para explorar respuestas cada vez más afinadas.
Reading @AdamMGrant, real value of movie "12 Angry Men" (Sidney Lumet, 1957, featuring Henry Fonda) came to me 👩⚖️ https://t.co/t307h2qiWV pic.twitter.com/NxhqjyEOAu
— Nicolás Boullosa (@faircompanies) November 7, 2017
Discutiendo con elocuencia, aparecían versiones temporales (siempre sujetas a revisión) de verdades parciales sobre el mundo circundante, para Sócrates el único avance posible hacia una virtud hacia la que se avanzaba razonando. A diferencia de los sofistas, insistió en que no podía enseñar nada a nadie, sino simplemente despertar en la gente la urgencia de razonar por sí mismos.
Demonios apolíneos y dionisíacos
La discusión es mucho más que la vieja tensión entre los valores apolíneos y dionisíacos, pero sin la danza de los “daimon” (“demonios” ha adquirido una semántica demasiado latinizada, asociada para siempre a las doctrinas abrahámicas) no es posible despertar la chispa del pensamiento brillante, la originalidad, la ocurrencia que todo lo cambia, la celebración de la perseverancia razonada.
Según Jacques Maritain, Sócrates combinaba contemplación filosófica (Apolo) con algo de “demoníaco”: la inspiración de Dioniso, el vigor libre de la buena naturaleza mesurada (el “meden agan”, μηδὲν ἄγαν, griego), el instinto del pensamiento inspirado…
Abandonada la frescura de la discusión socrática, siempre necesitada de la elocuencia de interlocutores dispuestos a avanzar en puntos de vista contrastándolos con las ideas y dardos razonados de quien responde al enunciado propio, se impusieron las tergiversaciones de la virtud socrática, para así convertirla en herramienta para todos los públicos: el platonismo se acercará a los ideales del espíritu y rechazará la asociación con los “daimons” dionisíacos, y el dualismo cuerpo-mente llegará hasta el pensamiento (y problemas metafísicos) de nuestros días.
La larga estela del baile de conjeturas
Sin embargo, Sócrates está siempre presente en los momentos culminantes del razonamiento, y los demonios de su encendida conversación celebran con una danza las pequeñas victorias de los espadachines que se baten a vida o muerte para que una pequeña verdad provisional brille con la potencia de una supernova, aunque sea sólo durante un instante.
Uno de esos guiones cinematográficos que harían las delicias de Sócrates y se acomodan a lo que la poética de Aristóteles identifica como catarsis (o purificación cognitiva a partir del esclarecimiento de una nueva verdad, antes brumosa a ojos del espectador), es 12 Angry Men (Sidney Lumet, 1957).
El guión, escrito por Reginald Rose, había sido concebido para la televisión y es capaz de mantener la tensión del espectador desde el primer hasta el último instante, además de elevar la estatura moral e intelectual de éste como sólo lo hacen las buenas obras.
La docena de hombres enojados del título original hace referencia a la deliberación a puerta cerrada de un jurado popular en una corte cualquiera estadounidense, en lo que parece que será un mero trámite formal para culpar a un muchacho del asesinato de su padre. Todo apunta a su culpabilidad, con pruebas aparentemente sólidas y la vehemente agresividad de uno de los miembros de la deliberación.
Lecciones para esclarecer un embrollo
Once de los doce miembros del jurado aceptan la culpabilidad del muchacho, seguros de que obran bien y notablemente satisfechos del poco esfuerzo o problema de conciencia que producen semejante caso y sentencia.
Pero uno de los miembros (encarnado por Henry Fonda), hasta entonces observador de pruebas, comportamiento y alegatos de los otros miembros que han hablado, decide separarse del remolino de agresiva certidumbre de la culpabilidad del muchacho y analizar críticamente tanto la historia como las pruebas que se presentan ante ellos.
The benefits for kids, and creativity, of arguments and constructive conflict, from @AdamMGrant https://t.co/q7QnJWF9a4 pic.twitter.com/prlj8PQsbF
— Jonathan Haidt (@JonHaidt) November 5, 2017
Asistido por los “daimon” socráticos de la voluntad de esclarecer la verdad oculta tras apariencias engañosas, el miembro crítico del jurado expondrá disyuntivas a los once componentes restantes, desenmascarando uno a uno los hechos y, de paso, dejando en evidencia las apariencias interesadas que apuntan al niño. Sólo la demostración lógica y la capacidad para sostener una discusión encendida sin dejarse llevar por el falso consenso, el derrotismo, la desesperación o la apatía conseguirán salvar a un inocente de una muerte cantada.
La importancia estratégica de la discusión ponderada en todo proceso intelectual, desde la deliberación de un jurado a la negociación de posibles soluciones para un conflicto, invitan a cualquier sociedad a defender y promover el diálogo crítico y elocuente como herramienta estratégica para un futuro mejor.
Hay que animar la llama de la discusión elocuente, no apagarla
No obstante, expone el ensayista Adam M. Grant en una columna para The New York Times, familias, centros educativos, medios y sociedad en su conjunto invierten esfuerzos en evitar precisamente la posibilidad de discutir, confrontar ideas, explorar y refutar argumentos e hipótesis con la asistencia de Apolo y Dioniso.
Toda polémica, hemos llegado a creer, daña a niños y jóvenes, cuando es la misma llama del conocimiento, si todavía creemos, como el Sócrates de los diálogos de Platón, que:
“La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente.”
El propio avance humano, asistido por el escrutinio racional de las conjeturas y el ensayo y error para consolidarlas, mejorarlas o refutarlas, se basa en el mismo principio de escrutinio socrático.
Grant recuerda en su artículo que, cuando en una reunión se silencian las voces disidentes y se evita la discusión (por miedo a represalias, falta de capacidad y formación, ausencia de garra y elocuencia, etc.), las decisiones empeoran y se producen grandes daños.
La semántica de “conflicto” puede mutar en “debate” con la gente adecuada
Jonathan Haidt, otro ensayista atento a la preocupante evolución del auge de la sobreprotección de niños y jóvenes, que mina el desarrollo social y cognitivo de los futuros adultos, comparte un artículo de Heterodox Academy que amplía la columna de Adam Grant.
Grant sintetiza cómo convertir cualquier conversación en un rico intercambio de ideas que mejoren gracias a la polinización cruzada del diálogo lúcido. Al afrontar cualquier discusión, debemos asegurarnos de que permanece en un contexto sano y con reglas básicas de cortesía y autocontrol (los enlaces de la cita son del propio Grant):
- “Enmárcalo como un debate, y no como un conflicto.
- Discute como si tuvieras razón pero escucha como si estuvieras equivocado.
- Realiza la interpretación más respetuosa posible de la perspectiva de la otra persona.
- Reconoce en dónde estás de acuerdo con tus críticos y lo que has aprendido de ellos.”
“Pero enseñar a los niños a discutir es más importante que nunca. Vivimos en una época en la que las voces que pueden ofender son silenciadas en las universidades, cuando la política se ha convertido en un tema intocable en muchos círculos, incluso más tema que [temas como] la religión o la raza. Deberíamos ser más sensatos: nuestro sistema legal se basa en la premisa de que la discusión es necesaria para la justicia. Para que nuestra sociedad permanezca libre y abierta, los niños deben aprender la valía del desacuerdo abierto.”
El respeto por nuestro oponente es respetarnos a nosotros
La discusión racional pierde enteros, y se imponen falsas premisas disfrazadas de dogma científico y religioso, impidiendo la discusión constructiva y el disentimiento razonado. Para elevar la calidad de cualquier discusión, es necesario aprender valores supletorios pero imprescindibles, como el reconocimiento y respeto entre los interlocutores, así como su comprensión y compromiso con los propios principios y valores de la discusión racional.
Al fin y al cabo, explica Adam Grant:
“Resulta que adultos altamente creativos crecen a menudo en familias llenas de tensión. No peleas a puñetazos o insultos personales, sino desacuerdos reales.”
Como ocurre con el miembro del jurado encarnado por Henry Fonda en 12 Angry Men, hay momentos en que basta con la estatura intelectual y capacidad para discutir de una sola persona para mejorar una solución, dar con una respuesta aceptable a un conflicto o… salvar a alguien de una condena injusta.
Basta 1 hombre lúcido entre 12 para celebrar el fruto de la lucidez
“La habilidad para encenderse sin enfadarse -para mantener una buena discusión sin que llegue a lo personal- es fundamental en la vida. Pero es algo que pocos padres enseñan a sus hijos. Queremos dar a los niños una casa estable, así que paramos cualquier pelea entre hermanos e incluso mantenemos nuestras discusiones [de adultos] a puerta cerrada. Pero si los niños nunca se exponen al desacuerdo, acabaremos limitando su creatividad”.
Cuando los niños aprenden a discutir de manera constructiva, aceptando el reto de refutar una falacia o aceptando un buen argumento contrario a sus intereses, esta exposición temprana al conflicto de manera constructiva los asistirá durante el resto de la vida.
Las buenas discusiones son inestables y generan tropiezos, concluye Grant en su artículo. Si nuestros hijos nunca se tropiezan, no aprenderán a caminar.
Permanecerán quietos, incapaces de salir ahí fuera y convertir las situaciones de conflicto en oportunidades.
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