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Difamados por la historia: la vigencia de las ideas sofistas

Una vieja batalla intelectual en las polis griegas a inicios de la Época Clásica hundió el prestigio de la retórica y los sofistas y consolidó el papel de la filosofía en Occidente.

Pero, ¿Qué sabemos de los sofistas? ¿Existe la posibilidad de que fueran ellos los auténticos maestros de la enseñanza moderna, al concebir una educación multidisciplinar y adaptada al potencial (o “capacidad de ser”) de cada alumno?

Filósofos como Robert M. Pirsig, autor del (influyente en círculos como Silicon Valley) ensayo sobre la “metafísica de la calidad” (Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta), creen que los sofistas enseñaban “Calidad”, pues este complejo concepto (olvidado por la educación y los productos modernos, dice Pirsig) equivaldría, en la filosofía occidental, a “areté”, o excelencia combinada de cuerpo, mente y espíritu.

Qué sabemos de los sofistas (aparte de la opinión de sus críticos)

Según esta hipótesis de Robert Pirsig, la caída y descrédito de los sofistas a favor de los filósofos originó la supresión de los intangibles espirituales (y artísticos, intuitivos, ajenos a la lógica inductiva y deductiva) en la visión occidental de la realidad, una separación que nunca se produjo en la tradición filosófica oriental y que explicaría por qué las religiones dhármicas no separan individuo y objetos circundantes, sino que la persona forma parte del “sistema” y “mantenimiento” de lo que le rodea.

Sin exponer la misma tesis de Robert Pirsig sobre la “metafísica de la Calidad”, filósofos anteriores a la tradición fenomenológica moderna, tales como David Hume y Friedrich Nietzsche, denunciaron en sus escritos la separación “artificial” o asincronía entre cuerpo y espíritu en la tradición occidental, presente como dualismo aceptado de facto desde Platón, pasando por la tradición cristiana, René Descartes y el idealismo del siglo XIX.

Pero, ¿es posible indagar con los pocos fragmentos que se conservan en la supuesta auténtica naturaleza y en las enseñanzas de los sofistas griegos? ¿O debemos resignarnos a creer que, en efecto, eran unos charlatanes peseteros?

Orígenes de los arquetipos filosóficos clásicos

La Grecia Clásica se edificó sobre la literatura oral que cantaba con nostalgia los mitos y aventuras de la cultura minoica, destruida por siglos de invasiones y guerras intestinas.

La filosofía, o “amor por la sabiduría”, floreció en las polis griegas de Jonia (Asia Menor) en el siglo IV aC, en la misma época en que las polis prosperaban y, inspirándose en las leyendas minoicas, trataban de recuperar, a través de la arquitectura, las artes y el estilo de vida (o “filosofía de vida”) la “excelencia”.

Esta idea de excelencia, o “areté”, debía enseñarse activamente en el entrenamiento del joven en su tránsito desde la infancia a la madurez: la “paideia” aspiraba a convertirse en una educación total en un momento en que no se había consolidado la distinción posterior en la filosofía y metafísica de Occidente entre “cuerpo” y “mente”, por lo que no se concebía una mente capaz en un físico incapaz o atrofiado, del mismo modo que la falta de agilidad o coraje no eran compatibles con la sagacidad intelectual.

Paideia: ejercicio físico + entrenamiento mental + entrenamiento espiritual

Cuerpo y mente estaban coordinados, y los cinco sentidos, o única puerta del ser humano para conocer el mundo, debían cultivarse en consecuencia, ya que era tan importante convencer con oratoria en la plaza del pueblo como avistar una nave mercante o una flota enemiga en la línea del horizonte.

La “paidea”, por tanto, no consistía únicamente en una educación intelectual, sino también física y sensorial, que tenía en cuenta tanto la destreza de la mente como la rapidez, la agudeza visual y auditiva, o la fuerza y destreza táctil para el trabajo manual y artístico.

Antes incluso de que los “filósofos”, o expertos en sabiduría, establecieran escuelas para enseñar sobre la vida (la asignatura crucial consistía en la propia “filosofía” o “arte” de la vida, o cómo vivir de una manera plena y tranquila), la “paideia” era un proceso que preparaba a los adolescentes en el dominio de las distintas disciplinas prácticas, artísticas y metafísicas de la existencia:

  • ejercicio físico, que consistía en entrenamiento de las artes de la lucha (herramientas y armas, técnicas ecuestres y navales, resistencia atlética, etc.); su importancia era tal que las polis griegas desarrollaron el “gimnasion”, edificio público con un pabellón cuadrilátero con galerías de columnas orientadas a un amplio patio interior donde se realizaba la instrucción física y los entrenamientos para competir en juegos públicos;
  • entrenamiento mental, que no se aislaba del ejercicio físico (al no existir una marcada dualidad entre las necesidades de la mente y las del cuerpo) e incluía: oratoria, retórica y ciencias básicas;
  • y entrenamiento espiritual, alimentado con el dominio las nociones de ejercicio físico y las de entrenamiento mental, e incluía tanto música como el concepto de “virtud”, o excelencia moral.

Cuando la enseñanza era multidisciplinar y personalizada

Para aspirar (a través de la “paideia”) a la excelencia o “areté”, debía combinar lo aprendido física y mentalmente para alcanzar un entrenamiento espiritual óptimo.

La “virtud” implicaba el cultivo y dominio del potencial (según la idea aristotélica de “potencia”, o posibilidad de ser) de cada individuo, que variaba en función de la naturaleza de cada uno, y sólo una indagación racional continua en este potencial nos conduciría hacia el ideal socrático de “felicidad”: el conocimiento, la conciencia de “ser”.

La enseñanza de “areté”, o educación multidisciplinar de los jóvenes de la polis, tenía por tanto la intención de indagar en la virtud y excelencia de cada individuo en función de su potencial. La “paideia” requería perseverancia y regularidad; cada polis ponía el acento en los atributos más útiles en función de la posición estratégica del lugar.

En Atenas, la polis más importante de la Ática y enclave artesanal y cosmopolita a medio camino entre las polis agrarias de la península itálica y las ricas polis de las islas del mar Egeo, florecieron la filosofía y el teatro; mientras que Esparta, más proclive a recibir invasiones exteriores, se decantó por el arte de la guerra.

De sofistas y filósofos

Una “paideia” efectiva implicaba conocer al joven y observar en la práctica cuáles eran sus habilidades en el “gimnasion”, pero también en el púlpito retórico y oratorio, donde debía responder a preguntas y exponer ideas sobre el mundo circundante y el ser humano, así como a cuestiones prácticas y espirituales.

La prosperidad griega instigó el florecimiento de esta enseñanza de “areté”, que recayó en manos de dos tipos de “experto”:

  • los “sofistas” (del griego “sofía”, sabiduría), o maestros que usaban sobre todo la retórica para enseñar “areté” a los jóvenes aristócratas de las polis, a menudo -según los textos conservados de filósofos e historiadores posteriores- a cambio de una compensación económica, lo que les valió la condena de otros tipos de “sabio”;
  • los “filósofos” (próximos, como indica la etimología del término, a los sofistas), también enseñaban sabiduría y, en última instancia, “areté”, pero no ponían el acento en la retórica como herramienta, sino indagar en la “verdad” a través de preguntas (Sócrates) y demostraciones teóricas y prácticas.

Lo que sabemos de Sócrates lo escribieron sus discípulos

La diferencia entre sofistas y filósofos, o retoricistas y proto-empiristas, no se circunscribía sólo a las herramientas elegidas para enseñar “areté” ni a la visión denigrante que los filósofos extendieron de los sofistas desde Sócrates (o desde lo que Platón y Jenofonte, entre otros discípulos, dicen que dijo Sócrates, pues éste no legó ningún escrito): según los filósofos, los sofistas eran charlatanes más interesados en la retribución económica que en la propia verdad que “manipulaban” con argucias del lenguaje.

Hay sospechas de que este interés por difamar a los sofistas fuera más allá de sus prácticas y tuviera que ver con el temor a su influencia entre la aristocracia: filósofos posteriores a esta lucha, como el propio Aristóteles (discípulo de Platón), enseñaron filosofía a cambio de una retribución, como demuestra su tutelaje retribuido de Alejandro Magno.

Esta batalla sepultada por la historia entre sofistas y filósofos durante el advenimiento de la Grecia Clásica, habría tenido el resultado oportuno, según la tesis más extendida en la historia de Occidente: los filósofos se impusieron a los sofistas, apenas unos charlatanes, y ello explicaría el florecimiento de las ideas sobre las que se sustentan buena parte del edificio científico y metafísico occidentales.

Extirpadores de elocuencia

Hay, sin embargo, teóricos que a lo largo de la historia han mostrado su disconformidad con las tesis que Platón y Jenofonte (autores de sendas apologías de Sócrates para exponer el discurso de su maestro en el juicio donde eligió permanecer coherente a sus ideas y morir a retractarse de éstas y huir de Atenas), y creen que con el descrédito de los sofistas se abandona la idea de enseñar “areté” personalizada en función del potencial de cada alumno y se consolidan en la educación y el pensamiento tanto la dualidad cuerpo-espíritu como el concepto de clase magistral, o enseñanza generalista pese a los atributos distintos de cada alumno.

Al parecer, el crimen intelectual de los sofistas consistió en no separar elocuencia (o capacidad oratoria: convencer usando todas las herramientas intelectuales al alcance) de sabiduría.

Siglos más tarde, Cicerón culparía a Platón de separar ambos conceptos, pues la elocuencia era un atributo sin el cual no habrían sobrevivido las viejas historias minoicas que habían inspirado y nutrido a la Grecia Clásica: La Ilíada y La Odisea no eran sino un ejercicio de sabiduría y elocuencia combinadas.

Maestros olvidados

Cicerón era también consciente de que el sofismo no podía recuperar el camino perdido. En la Época Romana, el florecimiento filosófico inspirado en la filosofía impartida por una mayoría de maestros de origen o educación griega, contrastaba con el olvido de los principales sofistas de la época presocrática: Protágoras, Gorgias de Leontinos o Pródico de Ceos, eran recordados como charlatanes en busca de fortuna a cambio de su enseñanza, mientras los filósofos de la Antigüedad eran el espejo donde los maestros romanos se inspiraban.

Los críticos a la visión que ha prevalecido en la historia, en la cual se venera a los filósofos y se denigra a los sofistas, recuerdan que lo que sabemos de los sofistas procede de los escritos de sus oponentes durante la época en que todavía conservaban su influencia; entre las denigraciones de estos oponentes, destacan las de Platón y Aristóteles, los dos filósofos más influyentes de la filosofía clásica.

Por ejemplo, conocemos lo que los filósofos clásicos pensaban de Gorgias, pero no ha sobrevivido ninguno de los -se intuye, importantes y coherentes- trabajos retóricos del propio Gorgias, para que así pudiéramos juzgar su auténtica estatura a partir de sus propios argumentos, y no sólo a partir de lo que pensaban de él sus oponentes.

Arqueólogos de la “areté” sofista

Robert M. Pirsig: “Los huesos de los sofistas [fueron] convertidos en polvo hace mucho tiempo y lo que dijeron convertido en polvo con ellos, y el polvo fue sepultado bajo los escombros la Atenas decadente hasta su caída, y de los de Macedonia hasta su declive y caída. A través del declive y muerte de la Antigua Roma y Bizancio y el Imperio Otomano y los Estados modernos… enterrados tan profunda y ceremoniosamente y con tanta unción y ensañamiento que sólo un loco siglos después podría descubrir las pistas necesarias para destaparlos, y ver con horror lo que había ocurrido”.

La referencia a los sofistas desde el ámbito de la comedia ofrece pistas sobre la versión que no ha sobrevivido de estos maestros de “areté”, así como los motivos por los que habrían caído en desgracia para la sociedad de la época y para la historia, como recordaría más tarde Cicerón: sus enseñanzas tenían un carácter estratégico tal para las familias más influyentes y acaudaladas de ciudades como Atenas, que los sofistas más solicitados habrían solicitado elevadas sumas por sus servicios.

Existen referencias relacionadas con los elevados sueldos de los mejores sofistas, y el fenómeno podría haber originado un interés desde los propios patricios para desprestigiar a los sofistas y contener así los precios en la educación más exigente, justo cuando la sociedad ateniense aspiraba a controlar el Mediterráneo Oriental. Desconocemos si los filósofos que criticaron con mayor fuerza a los sofistas habrían sido retribuidos por criticar a los sofistas en sus obras.

Lo que falta al empirismo

Asimismo, existen pistas sobre la propia opinión de Sócrates, el respetado maestro de Platón e iniciador de la tradición empírica occidental, con respecto a los sofistas: ¿Y si el mismísimo Sócrates hubiera sido sofista, o se hubiera considerado a sí mismo como tal?

Sócrates no habría cobrado (a diferencia de Aristóteles, crítico con los sofistas pero retribuido durante su tutelaje de Alejandro Magno) por sus enseñanzas, pero la naturaleza de éstas era sofista, tanto en la forma como en el fondo: para Sócrates, el ser humano debía avanzar razonando hacia un mayor conocimiento, pues saber más sobre uno mismo y el universo circundante implicaba acercarse a la plenitud existencial (para él, como para los sofistas, era la “areté” o ideal griego de excelencia), mientras que la ignorancia equivalía a mezquindad, atraso, maldad y semilla de decisiones pobres.

Asimismo, Sócrates no escribió sus enseñanzas, sino que dedicó todo su esfuerzo a explicar sugestivamente a sus alumnos que se avanzaba en el conocimiento de uno mismo y del mismo circundante usando el lenguaje para indagar en ideas o conceptos subyacentes en la información ante nosotros: conversando (diálogo socrático) y preguntando se podía avanzar en tesis hasta agotarlas y, a partir de ahí, abrir nuevas cuestiones.

¿Sócrates sofista?

Sócrates, maestro reivindicado por Platón y Jenofonte, sus discípulos directos, pero también por discípulos indirectos como el mismo Aristóteles (cuyo maestro había sido Platón), aparece ante la historia, no obstante, como arquetipo del filósofo clásico total, con todas sus virtudes y ninguna de sus faltas.

Esta visión ha llegado hasta nosotros, en efecto, a partir del trabajo de sus discípulos directos e indirectos, además de por las referencias a él en tragedias y comedias, y por el trabajo de historiadores de la Antigüedad como Diógenes Laercio.

Sobreviven, no obstante, algunas referencias antiguas a la naturaleza sofista de Sócrates.

La primera referencia de peso se encuentra en una comedia de Aristófanes, en la que se critican las supuestas argucias intelectuales de los sofistas al catalogarlos de letrados del arte de “dividir el cabello”, y estos artífices de la palabra enfrascados en una tarea tan poco útil (por mental y lingüística, tareas ajenas a las ocupaciones del público de este tipo de obras, las más populares en la Grecia Clásica) tienen según Aristófanes un líder: Sócrates.

Si Sócrates es, según Aristófanes, el arquetipo de sofista (una idea que combatieron con todas sus fuerzas Platón y Aristóteles), el mencionado historiador Diógenes Laercio, que escribió sobre los filósofos clásicos mucho después, en el siglo III dC, y conocía el punto de vista de simpatizantes de los sofistas como Marco Tulio Cicerón), nos ofrece otra pista de peso: Sócrates logró sus mejores ideas de sofistas anteriores y no sólo de los presocráticos y de conceptos ex novo.

La sombra de viejas difamaciones

Diógenes Laercio escribió que el método dialéctico que dio lugar a la lógica deductiva e inductiva, proceso que ya había pasado a la historia como “método socrático”, no había sido concebido en su totalidad por Sócrates, sino que lo habría alumbrado un sofista: Protágoras.

En contra de las opiniones de muchos de los filósofos a los que menciona en su importante obra, Diógenes Laercio escribe con una luz positiva sobre dos de los sofistas más eminentes, el mencionado Protágoras y el menos conocido Pródico de Ceos, coetáneo de Sócrates.

Con estas y otras evidencias más oscuras y sujetas a interpretación velada, W.K.C. Guthrie, reconocido filólogo clásico y autor de “Historia de la filosofía griega”, clasificó a Sócrates como sofista. 

Los filósofos clásicos habrían combatido esta idea, argumentando su oposición a ésta con opiniones que quizá no soportarían el propio escrutinio filosófico que defendieron, opuesto al dogma y a las injerencias de opiniones políticas o de otra índole en el análisis de un autor u obra. Los sofistas fueron, en efecto, impopulares por su éxito económico.

Protágoras

Sabemos que Protágoras, Pródico y otros sofistas fueron, gracias a su uso de la retórica y la parábola, los creadores de los principales arquetipos filosóficos (deberían llamarse en realidad “arquetipos sofistas”) de la filosofía occidental, recogidos por las tragedias y comedias de la época y que han llegado hasta nuestros días.

Pródico, pese a ser unos años más joven que Sócrates, desarrolló conceptos sobre el lenguaje tan útiles que el padre del empirismo occidental acudió a varias clases impartidas por éste, para averiguar cuestiones prácticas sobre semántica y sinónimos que influirían en las ideas que luego cristalizarían en Platón y Aristóteles.

La estatura intelectual de los sofistas y la deuda de los grandes filósofos clásicos con ellos es muy superior a la imagen que la posteridad ha esculpido de ellos. Los sofistas se han convertido en una antigua mueca cómica, un engendro de comedia clásica olvidada. Y Sócrates es considerado no sólo “filósofo” (y no sofista), sino quizá el más grande, pese a no haber escrito una sola línea (como hicieron tantos sofistas olvidados por la posteridad).

El valor del escepticismo

Bajo la crítica clásica a la avaricia de los sofistas subyace, quizá, el prejuicio dogmático desarrollado a partir del método socrático, según el cual nada que no pueda ser demostrado empíricamente (usando la lógica inductiva o la deductiva, a partir del ejemplo de Aristóteles donde se constata que “A es A”, o lo que uno ve es lo que en realidad hay): los sofistas eran partidarios de combinar lo intuido racionalmente pero no demostrable (elocuencia, metafísica) con lo percibido racionalmente (y, por tanto, demostrable). De ahí la acusación recibida de charlatanería.

Esta supuesta charlatanería se aproximaría más a la “verdad” científica y filosófica que deducimos en la actualidad, cuando sabemos que a veces lo “intuido” designa fenómenos u objetos que existen pero no son fácilmente demostrables, mientras en ocasiones lo racional y demostrado empíricamente como “verdadero” (por ejemplo, las leyes de Newton) es refutado posteriormente.

Ernst Mach y Albert Einstein, por ejemplo, refutaron conceptos filosóficos y científicos basados en la concepción del tiempo y el espacio como valores absolutos en el universo. Cuando la física estuvo preparada, llegaron las teorías que demuestran que tiempo y espacio son relativos, en contra de la percepción de nuestros sentidos, incapaces de concebir “visualmente” el espacio-tiempo. No lo vemos ni lo concebimos, pero existe.

Orígenes de “Dasein”

El hallazgo de Robert M. Pirsig le llevó a escribir -después de una crisis mental que le llevó a un sanatorio contra su voluntad- en Zen y el arte del mantenimiento de la bicicleta

“Antes de la Iglesia de la Razón [apelativo despectivo que Pirsig destina a los puristas de la razón, cuando todo lo que conocemos parte de la interpretación de nuestros sentidos y, por tanto, no es apreciación ‘directa’ y está sujeta, por tanto, al escrutinio del futuro]. Antes de la substancia. Antes de la forma. Antes de la mente y la materia. Antes de la propia dialéctica. La Calidad había sido absoluta. Esos primeros maestros de Occidente [alusión a los sofistas] estaban enseñando Calidad, y el medio que habían elegido era la retórica”.

El concepto de “areté” de los sofistas, así como su intuición de que cuerpo y mente actuaban de manera indivisible y coordinada, es más próximo a las ideas actuales de conciencia comprobadas con estudios neurocientíficos (o con el concepto de conciencia fluida y cambiante del budismo o de la fenomenología filosófica de, por ejemplo, Martin Heidegger y su “Dasein”), que con el “sagrado” dualismo cuerpo-mente de Platón o Descartes.

Nosotros y lo que nos rodea

Los sofistas han sido olvidados por la posteridad. Existen evidencias de que ello ocurrió de manera (total o parcialmente) injusta, con calumnias de menor peso y calidad que las ideas que hemos perdido para siempre, puesto que la obra de estos maestros de retórica y tutores de “areté”, (o enseñanza multidisciplinar personalizada: lo que la educación moderna intenta ahora hacer), ha desaparecido en su práctica totalidad.

Robert M. Pirsig está convencido de que la ausencia de los sofistas de la educación occidental nos ha empobrecido como ser humanos y ha empobrecido tanto nuestra percepción de la realidad como la ciencia y los objetos mismos que construimos, que carecen de la idea sofista de “areté”: calidad, elocuencia, fusión entre ser humano y su entorno circundante, mantenimiento y curación de lo que nuestra conciencia percibe.

Nos quedan, eso sí, pequeños homenajes a lo que pudo ser, con creadores y usuarios capaces de entender el concepto sofista (o dhármico, pues la división cuerpo-espíritu no se produjo en filosofía Oriental) de excelencia multidisciplinar o “areté”.

Calidad, virtud, dharma

Fuera o no un sofista, Sócrates comprendió la importancia de indagar cuanto más mejor sobre nosotros y lo que nos rodea, pero sus alumnos interpretaron que su “método” (que él había tomado -y desarrollado- de otros sofistas) descartaba como charlatanería todo lo que no se pudiera demostrar.

Sabemos que la “calidad” existe, aunque no podamos definirla de manera científica e inequívoca. Y, para aspirar a la “areté”, quizá debamos partir de una idea de otros grandes olvidados, los escépticos antiguos, que recordaban que el principio de cualquier relación sana con nosotros mismos y con lo circundante parte de cuestionarnos lo que nuestros sentidos dan por sentado.

Robert M. Pirsig sentencia en Zen and the Art of Motorcycle Maintenance:

“¡Calidad!¡Virtud!¡Dharma!¡Eso es lo que los sofistas estaban enseñando! No relativismo ético. No virtud sin aristas. Sino ‘areté’. Excelencia. ¡Dharma!”

¿Difamados por la historia? Paradójicamente para los filósofos puristas que los enterraron por “charlatanes”, el halo de sus ideas prevalece gracias precisamente al escepticismo de sus tesis.

Cada avance de la física y cada estudio neurocientífico parecen desenterrar un poco más las ideas olvidadas de los viejos sofistas.