Un nuevo ensayo sugiere la fórmula del éxito a largo plazo: una combinación de autoestima, “inseguridad” (que alimenta la necesidad de mejorar) y control de los impulsos. Eso sí, la receta ofrecería réditos a largo plazo.
El éxito individual no es siempre correlativo a la prosperidad de la sociedad que lo acoge, pero varios estudios sostienen que las sociedades más prósperas separan con mayor claridad la acumulación material del concepto de éxito.
Y lo que funciona para el grupo lo hace para la familia o la persona: las inversiones intangibles y que dan rédito a largo plazo, como la educación, influyen más sobre la prosperidad que las ayudas económicas a corto plazo.
El necesario ejercicio del largo plazo: invertir en educación
Ello explicaría por qué las familias de países prósperos durante generaciones, con instituciones solventes y creíbles, seguridad jurídica y los otros atributos de las sociedades avanzadas, prefieren invertir en educación y no en bienes de estatus.
Ocurre algo similar con las empresas que logran mantener su capacidad innovadora priorizando objetivos bien definidos a largo plazo por encima del mandato a corto plazo de mejores resultados trimestrales.
Lo argumenta El dilema del innovador, ensayo de Clayton Christensen cuya influencia han confesado el desaparecido Steve Jobs y Jeff Bezos, fundador de Amazon, entre otros.
Relacionar cualidades internas del individuo como éxito
Del mismo modo que las sociedades más prósperas invierten más en educación e investigación, también reconocen los intangibles del individuo y el colectivo y los relacionan con el concepto de éxito.
Si por éxito entendemos lo que la psicología humanista y positiva llama autorrealización, la relación entre riqueza material -a partir de un determinado nivel de bienestar- y éxito está en entredicho.
Tomando como referencia la hipótesis de la jerarquía de las necesidades de Abraham Maslow, el individuo necesita primero cubrir necesidades básicas (fisiología, seguridad, afiliación, autoconfianza) para centrarse luego en la necesidad más costosa y elevada de profundizar en moralidad, creatividad, espontaneidad, capacidad crítica, capacidad para resolver o relativizar problemas, etc.
Contra el determinismo de los victimistas
Autorrealizarse o “autoactualizarse” depende, según esta hipótesis, no sólo del azar o la capacidad intrínseca de un individuo, sino también de su voluntad y libre albedrío para profundizar en su introspección, conocimientos y habilidades.
La psicología humanista se inspira en la idea clásica de que es necesario cultivar una filosofía de vida para, mejorando todo lo que está en nuestras manos (introspección, entrenamiento físico e intelectual), autorrealizarnos (autoactualización).
Pero el concepto de virtud a través del cultivo interior y el control de los impulsos, resaltado por Sócrates, Aristóteles y los estoicos desde Zenón a Marco Aurelio, se topa con la filosofía imperante que, de manera inconsciente, ha predominado en los países desarrollados: la que premia los impulsos y da visibilidad al golpe de suerte o el logro sin trabajo, en contraposición a la cultura del esfuerzo.
Vender (esforzadamente) un éxito logrado -supuestamente- sin esfuerzo
Personalidades como el autor de best-sellers Tim Ferris basan el éxito de sus libros, a medio camino entre el ensayo autobiográfico y la autoayuda, en lograr el éxito trabajando lo mismo, en un intento de refutar la receta clásica de autorrealización a través del trabajo, el uso de la razón y el cultivo de los impulsos.
Los títulos de los ensayos de Ferriss profundizan en el imperante atractivo del éxito sin esfuerzo: a su gran éxito, The 4-Hour Work Week, le siguieron The 4-Hour Body y The 4-Hour Chef. Pero Timothy Ferriss no es un charlatán y tanto sus charlas como su prosa y aspecto físico son inmejorables.
Ocurre que Tim Ferriss no aplica su receta. Para hablar, escribir y tener tan buen aspecto, Tim Ferriss ha trabajado tan duro como cualquier otra persona que reconozca seguir los preceptos del esfuerzo y el control de los impulsos (le llamemos filosofía de vida como socratismo, eudemonismo aristotélico, estoicismo, etc.; o autoactualización, según la psicología humanista; etc.).
Diferencias de semántica más que de fondo
La diferencia entre la hipótesis puesta en práctica por Tim Ferriss en su vida privada y profesional y los consejos de las filosofías de vida clásicas o el concepto de autoactualización de la psicología moderna no distan tanto como parece. La principal divergencia es la nomenclatura y la explicación de la historia.
En otras palabras: Tim Ferriss no llama trabajo a muchas de las actividades que culminan en su imagen pública.
La capacidad de análisis, organización, concentración y consistencia, entre otros atributos necesarios para escribir libros, entradas de bitácora y otras colaboraciones, así como promocionar su trabajo y mantenerse en forma con la solvencia de Tim Ferriss, requiere mucho trabajo. Muchas más horas que 4 semanales.
O eso, o la principal divergencia entre las tesis clásicas, de la psicología humanista y de Ferriss es cosmética: el secreto del autor de libros de autoayuda más popular entre los millenials es llamar “ocio” a actividades que requieren trabajo duro y control de los impulsos.
El trabajador incansable que vendía libros sobre autorrealización sin esfuerzo
La emprendedora Penelope Trunk ha escrito sobre la discrepancia “semántica” entre Ferriss y muchos de los lectores que compran sus libros pensando que tendrán una carrera profesional exitosa, una salud de hierro y el conocimiento gastronómico de los mejores cocineros dedicando apenas un rato a la semana a estas actividades.
En efecto, Ferriss da consejos prácticos para aprender mejor y más rápido, ir al grano y evitar pérdidas de tiempo innecesarias, pero -expone Penelope Trunk- es necesario trabajar duro para llegar a esas conclusiones, ponerlas en práctica con consistencia y ganarse la vida explicando cómo:
“La semana en que Tim trabaje cuatro horas será una gélida semana en el infierno. Tim ha llegado adonde está por ser un trabajador increíblemente duro”.
“No conozco a nadie que trabaje tan duro como él en la promoción de un libro -prosigue Penelope Trunk en su entrada-. Pero la cosa es que él no lo llama trabajo. De alguna manera, convencerme a mí para que tome un café con él y así hablar de su libro no es trabajo”, concluye la emprendedora.
Sobre la falta de popularidad del esfuerzo perseverante
Más allá de lo que llamemos trabajo o no, hay una explicación para que libros que prometen éxito sin trabajo tengan un éxito abrumador entre los jóvenes estadounidenses (aunque prodría tratarse de los jóvenes de cualquier sociedad avanzada):
- autorrealizarse con valores, trabajo duro y autocontrol denota esfuerzo y situaciones en las que abandonamos la “zona de confort“, un precio tan alto que justifica el derrotismo y el victimismo de quienes no lo han intentado o lo han hecho sin la consistencia y herramientas adecuadas;
- exigir los frutos materiales del éxito como un supuesto derecho inherente a existir o pertenecer a una sociedad permite soñar con las mieles del éxito sin hacer nada por lograr el bienestar duradero, más desligado del premio instantáneo y de acumular bienes materiales de lo que la cultura popular ha insistido durante décadas.
Ventajas de un entorno que reconozca el esfuerzo talentoso y el autocontrol
Amy Chua y Jed Rubenfeld -profesores de derecho en Yale y matrimonio-, reflexionan en un nuevo ensayo sobre los cambios y valores de la cultura popular que hacen que la prosperidad surgida con una cultura del esfuerzo y el autocontrol derive en generaciones que han pasado de exigir prosperidad sin esfuerzo a demandar incluso el fruto del trabajo duro y consistente, el éxito o la autorrealización, omitiendo los valores y estilo de vida que conducen a él.
Según los autores, sociedades como la estadounidense basaron su éxito en el prestigio de la cultura del esfuerzo y el control de los impulsos, unidos a un cierto sentimiento de inferioridad -falta de tradición y abolengo con respecto a Europa, etc.-.
Generaciones después, la mayoría de la población apenas recuerda los principales rasgos de la narrativa que había sido un estilo de vida, relacionada -como se ha argumentado abastamente desde 1905, año en que Max Weber publicó La ética protestante y el espíritu del capitalismo con la prosperidad del último siglo.
La mejor caja de herramientas para prosperar es intangible
Los profesores Chua y Rubenfeld desarrollan en su ensayo la hipótesis de lo que consideran una nación donde el éxito no depende tanto del aspecto o el origen como de la visión de la existencia, lo que explicaría el ascenso y caída de grupos culturales y valores transversales en la cultura estadounidense.
Por ejemplo, hay subgrupos negros e hispanos en Estados Unidos que de media prosperan más que los subgrupos blanco y asiático, aunque la “ventaja competitiva” de contar con una cultura del trabajo se disipa con las generaciones, a medida que la prosperidad aporta confort y exigencia sin esfuerzo.
Lo explican ellos mismos en un artículo para The New York Times, en el que argumentan por qué distintos grupos étnicos de Estados Unidos tienen distintos porcentajes de éxito -entendido como una mezcla de prosperidad y autorrealización-.
Prosperar con méritos propios en sociedades que lo permitan
La conclusión: los intangibles, como la cultura y los valores predominantes en el entorno, son cruciales para que un individuo se anime a perseguir el éxito a través del esfuerzo, la perseverancia y el control de los impulsos, sacrificando la gratificación instantánea por la más costosa y racional gratificación aplazada.
Las diferencias son incluso patentes entre minorías dentro de los distintos grupos étnicos: por ejemplo, existe una diferencia -exponen los autores de The Triple Package– entre el éxito de la minoría negra de origen nigeriano y los afroamericanos: los primeros emprenden su proyecto vital con más éxito que los segundos.
Sobre abandonar el victimismo e invertir en educación
El también ensayista y colaborador del New Yorker Malcolm Gladwell había apreciado un fenómeno similar relacionado con su propia biografía (él mismo es hijo de un profesor de matemáticas inglés y una fisioterapeuta negra nacida en Jamaica).
En un artículo de abril de 1996 para The New Yorker, “Black Like Them”, Gladwell explicaba su teoría sobre por qué los ciudadanos negros estadounidenses de origen antillano prosperaban con mayor facilidad que sus vecinos afroamericanos.
Las conclusiones de Gladwell en 1996 son similares a la hipótesis que sostiene The Triple Package, el mencionado nuevo ensayo de los profesores Amy Chua y Jed Rubenfeld: los valores y percepciones sociales, a menudo muy sutiles, determinan la actitud personal sobre el esfuerzo, la perseverancia, el control de impulsos, etc.
Autoestima, inseguridad, control de los impulsos
Nuestra visión del éxito (la autorrealización o “autoactualización” de la que habla la psicología humanista, similar a la cultura del esfuerzo protestante o a las filosofías de vida clásicas) depende de los valores del entorno familiar, educativo, social.
El éxito personal no está tan relacionado con la prosperidad material en relación con nuestros vecinos -en el contexto de una sociedad ya de por sí próspera, se entiende- ni con el color de piel, como con tres grupos de valores que conforman un auténtico grupo social multirracial, intergeneracional y con distinto poder adquisitivo, donde predomina un denominador común: el éxito.
Según la hipótesis de Chua y Rubenfeld, “los grupos excepcionalmente exitosos en los Estados Unidos actuales comparten tres rasgos que, combinados, propulsan el éxito”:
- autoestima (aunque los autores la denominan “complejo de superioridad”), o la profunda convicción de su carácter excepcional;
- sorprendentemente, el segundo rasgo parece contradecir el primero: “inseguridad”, o la sensación de que lo que uno ha logrado no es suficiente (este rasgo podría denominarse también “aversión a la autocomplacencia”, por ejemplo);
- el tercer rasgo: capacidad para controlar los impulsos.
Orígenes de culturas del éxito
Los autores argumentan en su artículo para el New York Times que Estados Unidos fue fundado a partir de ideas ilustradas que reforzaban la libertad del individuo para autorrealizarse y el derecho para buscar, entre otras cosas, ese intangible tan complejo de definir: la felicidad.
Estados Unidos también surgió con el deseo de ponerse a prueba frente a la Europa aristocrática y anquilosada, ante la que la joven sociedad tenía un sentimiento de inferioridad; una herencia puritana del control de los impulsos; y el uso de ideas ilustradas sobre autorrealización que partían en su mayor parte de la lectura de los clásicos.
Pero la prosperidad y el poder logrados como consecuencia de los valores fundacionales, compartidos por la mayoría de la población -lo demuestran la popularidad del almanaque de Benjamin Franklin, así como sus libros de autoayuda (incluyendo su autobiografía, que recoge sus célebres 13 virtudes), que a diferencia de los de Tim Ferriss sí recetaban trabajo duro-, declinaron con la prosperidad y el poder logrados.
La cultura de la exigencia y la gratificación instantánea
Como consecuencia de la mayor prosperidad, el imaginario estadounidense perdió los valores de inseguridad y autocontrol que habían contribuido a lograrla.
“En 2000 -reflexionan Amy Chua y Jed Rubenfeld-, todo lo que quedaba era nuestro complejo de superioridad, que por sí solo es mera fanfarronería, alimentando una cultura de la exigencia de derechos y la gratificación instantánea”.
A grandes rasgos, las reflexiones de los autores de The Triple Package son extensibles al resto de sociedades avanzadas.
Eso sí -concluyen su artículo-: “las pruebas de los últimos años (las guerras no ganadas, el colapso financiero, el ascenso de China) han tenido, perversamente, un efecto beneficioso: el retorno de la inseguridad”.
La tragedia de la educación: invertir en ella da réditos a largo plazo
El declive de Estados Unidos en particular y Occidente en general, piensan Amy Chua y Jed Rubenfeld, no sería tal si las sociedades avanzadas aceptan el reto de recuperar valores que condujeron a la prosperidad, tales como las mencionadas autoestima, inseguridad y autocontrol.
Las buenas noticias: la perseverancia y la motivación pueden ser enseñadas, especialmente en edades tempranas.
El Nobel de Economía James J. Heckman arguye que la inversión en educación para los menos privilegiados es la mejor inversión de todas las ayudas a la infancia.
Para algunos individuos y grupos, más allá de su sexo, credo o color de piel, la movilidad social sigue estando garantizada. Eso sí, nadie les regala nada: su propia voluntad y perseverancia les impulsa.