Nos guste o no, nuestra manera de ver el mundo está relacionada con nuestra experiencia y circunstancias. Somos nosotros «y nuestras circunstancias».
Nacido en el seno de una tradicional familia burguesa de provincias de la Francia de entreguerras, Michel Foucault dedicó sus estudios filosóficos en París a determinar sus propias circunstancias: un alumno aplicado y reprimido en instituciones educativas exigentes, Foucault accedió a École Normale Supérieure, institución educativa de élite, un año después del fin de la II Guerra Mundial.
One of many #Coronavirus Italian panic spoofs. Da Vinci’s Last Supper in Milan. ‘Here in Millan, we’re getting carried away…’ pic.twitter.com/xea8RGBuXg
— Megan Williams (@MKWilliamsRome) February 24, 2020
Fueron años difíciles: el conflicto interno de saberse homosexual en un entorno familiar y social represivos, al menos una tentativa de suicidio, y el descubrimiento de la vida nocturna en el París de posguerra.
Su sólida formación cultura clásica le permitiría apreciar con perspectiva el estudio concienzudo del cóctel filosófico de la época: fenomenología y existencialismo, por un lado, marxismo (la ideología preeminente entre los intelectuales), y el omnipresente Freud.
Conocer para transgredir
Su tesis de final de carrera era una declaración de principios: una crítica a la fenomenología del espíritu de Hegel, la piedra filosofal del idealismo del siglo XIX (y origen de materialismo dialéctico y nacionalismo).
Las «circunstancias» habían llevado a Foucault a estudiar los cánones en profundidad para poder transgredirlos con conocimiento de causa, tal y como había hecho el pensador que se convertiría en «una revelación»: Nietzsche.
Aunque el filósofo francés reconocería la deuda con Martin Heidegger y su crítica del dualismo cartesiano (influencia crucial del pensamiento de Kant y del idealismo de Hegel), la «cárcel» conceptual que, según Nietzsche, había llevado a Europa a un momento fatídico, dominado por el falso historicismo y la moral de rebaño (el cientificismo, el marxismo y el nacionalismo sustituían al cristianismo, pero no salían del paradigma platónico).
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— France Culture (@franceculture) February 25, 2020
Influido por el análisis de la literatura según las tesis de Freud y la semiótica, Foucault comprendió pronto que su papel no podía limitarse a continuar el trabajo de los últimos filósofos del individuo (los existencialistas, auténticas figuras públicas de la época con la pareja Sartre-Beauvoir en cabeza), sino en el análisis contextual que condiciona la actuación y vida de las personas en las sociedades burocráticas contemporáneas.
Estructuralismo y postmodernismo
Para Foucault, el postmodernismo debía ser el inicio de un estudio concienzudo de todas las relaciones de dependencia entre individuos e instituciones, y el intento de las personas más lúcidas de realizar actos (siempre quijotescos y a la desesperada, como los que había admirado Nietzsche) de reafirmar la existencia:
«El principal problema no es si estamos satisfechos con nosotros mismos, sino si estamos satisfechos con algo. Si afirmamos un solo momento, no sólo nos afirmamos a nosotros mismos, sino también a toda la existencia. Porque nada es autosuficiente, ni nosotros mismos ni las cosas; y si nuestra alma ha temblado de felicidad y ha sonado como las cuerdas de un arpa una sola vez, toda la eternidad fue necesaria para producir ese único momento y en este único momento de afirmación toda la eternidad se dio por buena, fue rescatada, justificada, afirmada» (Nietzsche, aforismo sobre La voluntad de dominio).
La aceptación de su sexualidad y la lectura de Sade, Dostoyevski, Kafka y Genet coincidiría con un romance turbio con el compositor Jean Barraqué.
Dos obras de la época reafirmarán sus intenciones de explorar las relaciones de poder y supeditación en la sociedad de masas que la filosofía había ignorado: Samuel Beckett consigue estrenar la obra Esperando a Godot (1953); en paralelo, llega a sus manos La muerte de Virgilio (1945), novela en que el escritor Hermann Broch narra las últimas dieciocho horas del poeta Virgilio.
El poeta latino, enfermo y atormentado, decide si debiera quemar su Eneida, obra recién concluida que, quizá, apenas sea un delirio carente de calidad. Una pregunta que a buen seguro se hacía el propio Broch al escribir esta narración experimental.
El descubrimiento de uno mismo
Las contradicciones del ser humano, con sus pulsiones más inconfesables y tendencias estigmatizadas por siglos de represión y evolución burocrática de las reglas morales (religiosas e informales, institucionalizadas a partir de la Ilustración), se convertían en objeto de curiosidad de Foucault.
Y, dadas las lagunas académicas en esta frontera incómoda de la conducta humana, Foucault decidía dedicar su obra filosófica a aminorar estas escandalosas carencias.
Foucault se enfrentaba a unas circunstancias siempre mutables —con actividades académicas en Escandinavia y el Este europeo, así como los primeros viajes a Estados Unidos, donde entrará en contacto con la contracultura californiana—, y su biografía se convertirá en algo indisoluble de su trabajo filosófico.
Sus estudios críticos sobre instituciones sociales (sistema penitenciario, psiquiatría, evolución de la medicina y las ciencias humanas como prácticas «científicas» y burocratizadas), coincidirán con un intento de obra total: la serie de ensayos sobre la historia de la sexualidad.
The mistakes we make in our coronavirus coverage are old, like really old, and they mean that we miss more important stories about the outbreak. Me for @CJR https://t.co/a5hSp1bRJi
— The Lassie Darrach (@TheDarrach) February 25, 2020
El enfrentamiento a la cuerda floja —a cara descubierta y sin red— a sus propios fantasmas, que coinciden con los fantasmas y tabúes sociales, lo llevan a la cúspide del pensamiento de su época.
Un control sutil
En 1974, durante un curso sobre medicina social en Río de Janeiro, Michel Foucault haría referencia por primera vez al término «biopolítica», o la manera en que las sociedades contemporáneas regulan la población —y condicionan su comportamiento— a partir del control institucional del cuerpo:
«El control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista es lo bio-político lo que importa ante todo, lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia biopolítica».
Las reflexiones de Foucault sobre biopolítica y biopoder alcanzarían un carácter trágico una década después: un Foucault gravemente enfermo, afectado por una enfermedad que se había cebado con la comunidad homosexual y había alcanzado el mayor grado posible de estigma a inicios de los ochenta, el sida, se despedía de la escena pública desde sus cursos en el Collège de France, quince años después del inicio de su cátedra en esta institución parisina. El estudioso de la biopolítica se convertía en víctima de la pandemia más temida de su época.
my nonno is taking no more questions at this time https://t.co/9UfG3IehRy
— Mark Di Stefano (@MarkDiStef) February 27, 2020
En 1979, había iniciado su curso quizá más célebre, El nacimiento de la biopolítica, donde se explayaría sobre conceptos que mantienen su vigencia contemporánea, como el de «gubernamentalidad», o capacidad de los gobiernos e instituciones para ejercer una tutela indirecta sobre la población mediante medidas que fomentan el autocontrol: mentalidades, razonamientos y técnicas se combinan para crear un contexto que empuja a la población a considerar qué es tolerable (o deseable) y qué no lo es.
Epidemias y biopolítica
El uso del biopoder como herramienta de control sutil de la población toma en la actualidad una dimensión que devuelve a Foucault a la actualidad. Sus tesis, menos alarmistas y dadas a las teorías conspirativas, aumentan de valor, mientas otras voces de denuncia de los sistemas de control de las instituciones sociales (Naomi Klein, Susan George, Noam Chomsky y todos los imitadores habidos y por haber), venden un pensamiento oportunista con fecha de caducidad.
Pese a permitir el teletrabajo, Internet no sólo ha acelerado el intercambio de información. El movimiento de mercancías y personas en la actualidad, unido al rastreo de datos (trazabilidad para las mercancías, servicios de conveniencia a cambio de vigilancia para las personas), nos sitúa ante un momento histórico delicado, en el que muchos gobiernos tratarán de justificar el espionaje masivo a cambio de la promesa de seguridad.
Chinese authorities encounter a new reality in the face of the #coronavirus: Some of their propaganda is backfiring, people express anger at state media https://t.co/8MRmrGtiOU
— Mathieu von Rohr (@mathieuvonrohr) February 26, 2020
La epidemia de coronavirus, con epicentro en Wuhan, China, es el último ejemplo del riesgo de instrumentalización de episodios extraordinarios por parte de gobiernos que tratan de justificar nuevas herramientas de control masivo de la población. El fenómeno es especialmente preocupante en China, segunda economía mundial, primer exportador de bienes de consumo y país más poblado.
Srećko Horvat argumenta en una columna para el New Statesman que la epidemia es también la cortina de humo en la que la población proyecta sus miedos y prejuicios.
Instrumentalización de la incertidumbre
Desde el anuncio de la epidemia de neumonía por coronavirus, se han producido incidentes xenófobos contra personas de ascendencia asiática en varios países, mientras el nacionalismo iliberal (que, en momentos de pánico, gana apoyos en las redes sociales y votos en numerosos países), aprovecha oportunidades como la incertidumbre en torno al virus Covid-19 y a la posibilidad de que se convierta en pandemia, para reivindicar un aislacionismo etnocentrista.
La OMS alerta a finales de febrero de que hay que prepararse para una potencial pandemia. En Europa, Italia es el país con más casos y un riesgo alto en Lombardía y el Véneto; Matteo Salvini, cuyo partido salió derrotado de las últimas elecciones regionales celebradas en Italia, aprovecha el miedo y el desconcierto para reivindicar medidas efectistas como las que aplicó durante su corta etapa como ministro del Interior entre junio de 2018 y septiembre de 2019.
Srećko Horvat recurre al contexto literario e histórico para explicarnos con elegancia qué es lo que nos jugamos cuando se instrumentalizan epidemias:
«Dados los temores populares en torno al coronavirus, es ilustrativo evocar la novela Muerte en Venecia de Thomas Mann (1912), en la que una misteriosa enfermedad (que resulta ser cólera) se propaga en un paraíso turístico. La novela de Mann estaba inspirada en el miedo orientalista a la contaminación procedente del Este: el “horror a la diversidad” que menciona Ashenbach, el protagonista, cuando descubre que el patógeno se había originado en India y extendido por Asia antes de llegar al Mediterráneo y Venecia».
Orígenes de la biopolítica
A inicios del siglo XV, el Reino de Venecia, potencia comercial indiscutible de la época hasta el bloqueo otomano del Mediterráneo Oriental, se convertía en el primer territorio en establecer un sistema moderno de cuarentena marítima. Con anterioridad, Módena había tratado de aislar a gente infectada en 1374.
En estas y otras ocasiones, explica Horvat, lo que había empezado como el intento de reducir la capacidad infecciosa de una enfermedad derivaría en la persecución de minorías:
«Lo que había empezado como miedo a una enfermedad se convertía en un medio para estigmatizar y segregar a ciertos grupos. En 1836, Nápoles había prohibido la libre circulación de prostitutas y mendigos, inmediatamente considerados como portadores de infecciones».
En los últimos días, subraya la columna de opinión del New Statesman, hemos asistido a un festival de titulares tendenciosos acerca de Covid-19 y su origen: alerta amarilla, el peligro amarillo…
On “The Intelligence” @schipperlena @john_hooper and @glcarlstrom outline the different approaches governments are taking to tackle coronavirus outbreaks https://t.co/AuCdfGNH1B
— The Economist (@TheEconomist) February 26, 2020
Las tesis de Michel Foucault sobre biopolítica sirven a Horvat para recordar que, en nuestra época, un nuevo virus no es únicamente un agente biológico que se replica en las células de un organismo, sino que también forma parte de una ideología que identifica al «Otro» con una enfermedad.
La derecha iliberal abraza viejas revindicaciones de la ingeniería social de inicios del siglo XX, como el eugenismo anglosajón y alemán, y las combina con tesis y teorías conspirativas (por ejemplo, las tesis acerca de un supuesto «gran reemplazo») que denuncian una supuesta avalancha de inmigrantes hacia los países occidentales.
A quién interesa el auge del nacionalismo
Curiosamente, el aislacionismo de las tesis de la extrema derecha se limita al movimiento de personas, pero es menos específico en cuanto a los postulados económicos —con sus excesos— que caracterizan la mundialización. El historiador canadiense Quinn Slobodian, autor de Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism, argumenta que la extrema derecha trata de crear una «alter-globalización» en la que bienes y dinero seguirán circulando sin problemas, pero no así las personas.
Según Srećko Horvat,
«Este es el peligro político del coronavirus: una crisis sanitaria global que podría intrumentalizarse tanto para fines etno-nacionalistas de control de fronteras y exclusividad racial, como para poner fin a la libre circulación de personas (especialmente aquellas procedentes de países en desarrollo), asegurando a la vez que el flujo de mercancías y capital permanece sin control».
De momento, la epidemia de miedo al coronavirus es más peligrosa que la propia neumonía provocada por el virus SARS-CoV-2:
«Las imágenes apocalípticas de los medios ocultan una relación cada vez más profunda entre la extrema derecha y la economía capitalista».
A medida que el estancamiento salarial de la clase media con respecto a la inflación se ha hecho patente y la desigualdad sube peldaños entre las principales preocupaciones de la ciudadanía en los países más avanzados, el capitalismo trata de adaptarse a la nueva «biopolítica». Lo hace, de momento, aliándose con los postulados populistas e identitarios que proliferan en las redes sociales.
Defender la sociedad
En 1976, Michel Foucault impartía en el Collège de France el curso Hay que defender la sociedad, donde exploraba la estrecha relación entre guerra y política, así como la evolución de los sistemas de control de la población, desde los punitivos a los que se integran en relatos y sutiles políticas de «biopoder»: discursos sobre la guerra de razas, historias de conquista y supuesta superioridad de unos sobre otros, y otras dinámicas más asociadas a la estrategia que a la ley.
En Hay que defender la sociedad (Il faut défendre la société), Foucault constata que, en este contexto de estrategias informales y ocultas a la población menos vigilante, ya no se trata de la oposición permanente entre dos razas, una exterior a la otra, sino del desarrollo de una única raza en una super-raza y una sub-raza (Javier Ugarte y Giorgio Agamben: La administración de la vida: estudios biopolíticos).
El poder se apropia del discurso populista del choque racial, contraponiendo una supuesta «raza verdadera», titular de la «norma», frente al resto.
Pandemias e iliberalismo
Según Foucault, se trata de una batalla velada que se libra no ya entre razas, sino que se sirve más bien de un relato de cruzadas (o, en España, de Reconquista), entre:
«… una raza que se describe como la única verdadera, la que tiene el poder y el derecho a definir la norma, frente a quienes se desvían de esa norma, aquellos que representan una amenaza para el patrimonio biológico».
Dadas las dificultades del poder político y económico para hacer olvidar el discurso sobre desigualdad e injusticia tributaria entre quienes acumulan ganancias del capital y las inversiones (grandes fortunas, empresas transnacionales) y el resto de la población, las reflexiones de Foucault nos ayudan a comprender quién pagará el pato una vez más: la desinformación se volverá a centrar en el discurso del «Otro», que será deshumanizado y se convertirá en supuesto recipiente de todos los males habidos y por haber.
Lo inquietante no es la instrumentalización de los sentimientos más deleznables de una parte considerable de la sociedad, sino que este viejo truco funcione una vez sí y otra también.
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