Muchos acontecimientos de actualidad parecen confirmar hipótesis, cuando en realidad perpetúan estereotipos sin base empírica.
Las recurrentes noticias sobre matanzas en escuelas, las historias de inseguridad ciudadana o de pobreza extrema (a poder ser con un potente testimonio gráfico que suscite conmoción, emoción, empatía), parecen corroborar que aumentan los asesinatos en escuelas de Estados Unidos, que los niños no pueden ir solos a la escuela y que cada vez hay más miseria en el mundo.
El interés de la actualidad informativa por estas historias es inversamente proporcional al desinterés por las tendencias reales en las últimas décadas sobre homicidios por arma de fuego, inseguridad ciudadana o pobreza en el mundo.
Realidad vs. percepción “en caliente”
La realidad es más compleja que el esbozo instantáneo y congelado de un acontecimiento analizado en caliente. Así, basta una rápida pesquisa para averiguar que:
- pese a la concatenación de matanzas por arma de fuego en escuelas de Estados Unidos ha vuelto a consternar, reabriendo la vieja conversación sobre homologar la regulación de armas de fuego en Estados Unidos a la del resto de países avanzados, hay un dato estadístico que no puede esconderse: el porcentaje de homicidios en Estados Unidos ha descendido el 49% (Pew Research) desde su punto álgido en 1993; el público percibe lo contrario;
- también existe la idea de que vivimos en una sociedad más insegura y que es poco menos que abandono infantil el conceder a nuestros hijos la autonomía y responsabilidad de, por ejemplo, acudir a la escuela por su propio pie, para así contribuir a su desarrollo cognitivo, reducir el riesgo de sobrepeso y fomentar su autosuficiencia; pese a estos beneficios potenciales, los niños han dejado de acudir solos a la escuela, con la notable excepción (por los retos en cuanto a escala y densidad de la población) de Japón;
- en cuanto a la pobreza que, a tenor de la actualidad informativa, hunde al mundo y “oprime” a la mayoría de la población, el empeoramiento de la situación económica de muchas familias en los países ricos no equivale al derrumbe o descrédito del capitalismo, o al menos así lo cree la mayoría de la población mundial que, por primera vez, aspira a una vida mejor: la pobreza extrema está a punto de caer por debajo del 10% de la población mundial por primera vez en la historia de la humanidad, tal y como recogían (sin demasiada repercusión) The Guardian o The New York Times, entre otros medios.
Pastoral americana
Aunque no lo percibamos así, hace unas décadas había más pobreza en el mundo y la inseguridad ciudadana era más grande, con ciudades como Nueva York (ahora tan segura, limpia y “gentrificada” que recibe críticas por ello, no siempre coherentes), cuyos barrios implosionaban por la violencia gratuita y las protestas callejeras.
Entonces, ciudades como Newark, Nueva Jersey, padecían revueltas que se traducían en batallas campales, muertes diarias y centenares de edificios y vehículos incendiados.
Philip Roth narra la dureza de los años 60 y 70 en ciudades como Newark en American Pastoral, a través de la memorable personificación de esta historia en el personaje de “The Swede” Levov.
El mundo local que conocía se derrumba a su alrededor, pero el “Sueco” no se da por aludido hasta que es demasiado tarde, cuando la violencia social y la permisividad convierten a su propia hija en una ampliación de todas las contradicciones de la contracultura.
En la sociedad actual, vivimos en las antípodas de lo que hace del “Sueco”, ese personaje atractivo, popular, íntegro, buen marido y padre y ciudadano ejemplar que prefiere vivir según su propia filosofía pese a que la violencia explote a su alrededor.
Usos sociales afectados por la alarma ciudadana
Ahora, con más seguridad y prosperidad que nunca en el mundo, hemos decidido que el mundo es más cruel que nunca antes y, por eso (y por el hecho de ver matanzas periódicas en colegios de Estados Unidos), los niños no deberían ir solos a la escuela… Percibimos más violencia pese a haber olvidado el significado y los estragos de las guerras del siglo XX.
El poder seductor de los acontecimientos más chocantes de la actualidad informativa se retroalimenta de leyendas urbanas y estereotipos que deforman la realidad al acceder a ella a través de un prisma sesgado, a menudo con intereses partidistas.
La alarma ciudadana no equivale a realidad, sino a su interpretación sesgada.
Lo que va bien no es noticia
Es en momentos de alarma ciudadana y aumento del populismo en los países desarrollados, a menudo nutrido de años de dificultades económicas para la mayoría de la población, cuando los mensajes sosegados y con trasfondo optimista más resuenan, hasta casi constituir un acto de rebeldía.
Es el caso del mensaje que el último galardonado con el Nobel de Economía, Angus Deaton, irreverente por optimista. David Leonhardt escribe en The New York Times cómo Deaton cree que,
“Teniendo en cuenta las medidas más significativas -cuánto vivimos, cuán sanos y felices estamos, cuánto sabemos-, la vida nunca ha sido mejor. Pero tan importante como esto, es el hecho de que continúa mejorando”.
Las palabras de este economista tienen una música similar a las de economistas críticos con la marcha del capitalismo, pero convencidos de que el capitalismo es el método conocido de organización económica más justo y efectivo para generar bienestar y proteger las libertades individuales, como el peruano Hernando de Soto, que recuerda que los ciudadanos de antiguos países comunistas y países en desarrollo no se quejan del capital, sino de las dificultades para acceder a éste: quieren participar en sociedades garantistas que reconozcan sus derechos económicos.
Los mensajes acríticos y los excesivamente críticos con el sistema capitalista se nutren, como los estereotipos y las leyendas urbanas, de información estadística amplificada o distorsionada según el interés.
Saber percibir y evaluar el peligro es también educación
Así, mientras Donald Trump apela al supuesto “nativismo” de los estadounidenses de origen europeo y a las dificultades económicas de una sociedad que, pese a su prosperidad, vive al día y tendría dificultades para afrontar imprevistos, otros personifican todos los males de la sociedad en el capitalismo o la corrupción política (a menudo alabando a países donde ni siquiera podrían expresarse con libertad o comprar productos de primera necesidad con normalidad).
Un ensayo de Greg Ip nos recuerda que reaccionar de acuerdo con nuestro supuesto sentido común a acontecimientos que percibimos como peligrosos o con potencial desequilibrante (así percibidos por la insistencia de la prensa, y los mensajes de las eternas campañas políticas y conversaciones de redes sociales sobre ellos), más que ayudar sería contraproducente.
Comprar certidumbre tiene un alto coste
El ensayo se autodefine en el título: Foolproof: Why Safety Can Be Dangerous and How Danger Makes Us Safe; la mayoría de la sociedad reacciona según la convención y el dictado de las modas y estereotipos, a diferencia del estoicismo con efectos devastadores en su vida personal que aplica en su vida el “Sueco” de Pastoral americana.
La hipótesis de Greg Ip es tan provocadora como contraintuitiva: “Cómo las cosas que creamos para protegernos, como fondos de inversión o frenos antibloqueo, acaban siendo los mayores peligros para nuestra seguridad y bienestar”.
El ensayo cita estudios que demostrarían cómo personas con daño cerebral tienen mayor tolerancia al riesgo y, por tanto, lograrían de media mayor recompensa por un comportamiento poco racional; o cómo el abuso de antibióticos por médicos y pacientes produciría más efectos perjudiciales sobre la salud (1 de cada 10 pacientes), que no tomar antibióticos para subsanar una determinada dolencia (riesgos severos para la salud en 1 de cada 1.000 pacientes).
El ensayo cita a profesionales que aconsejan a los doctores una estrategia más escéptica y frugal con la prescripción de antibióticos, ya que hay opciones conocidas más efectivas que protegen (recetando menos) la efectividad de los propios antibióticos para quienes realmente los necesitan.
Estragos de una percepción errónea de los riesgos reales
Entre estas alternativas, se puede identificar con mayor precisión la bacteria o bacterias que causan la dolencia en un paciente y, a partir de ahí, prescribir o no un antibiótico.
La capacidad crítica, integridad profesional y autonomía de muchos doctores queda en entredicho al estudiar fenómenos como el efecto de la introducción de medicamentos con opiáceos (por tanto, mucho más adictivos que sus alternativas), para tratar dolores leves de manera cotidiana.
Esta promoción de opioides para prescripciones cotidianas ha generado, unos años después de que se generalizara la práctica en Estados Unidos, la mayor epidemia de adicción de la historia del país. Y, a diferencia de epidemias como el consumo de crack, la adicción a opioides para el tratamiento del dolor afecta a perfiles demográficos hasta ahora ajenos a este tipo de fenómenos.
NPR y The Washington Post, entre otros medios, indagan por qué la FDA (agencia estadounidense que regula alimentos y medicinas) aprobó medicamentos para uso cotidiano con opioides, tales como OxyContin.
Evaluando la realidad
Una decisión supuestamente racional (reducir con facilidad el dolor en pacientes con problemas crónicos o post-traumáticos), condujo a un problema de adicción que afecta a millones de personas y será difícil de contrarrestar, ya que las autoridades han observado que en las demarcaciones donde se prescriben analgésicos sin opioides, ha aumentado el consumo de heroína.
La seguridad percibida no debe confundirse con la real, del mismo modo que las políticas creadas para afrontar problemas basen su efectividad en sus buenas intenciones.
La tolerancia al riesgo y la autosuficiencia forman parte de la formación de cualquier niño: acostumbrados a discurrir por una realidad editada a medida para ellos, los adultos del mañana corren el riesgo de carecer de rasgos de autosuficiencia tales como resolución de problemas o fuerza de voluntad a prueba de adicciones.
Nicholas Kristof recuerda con cierta melancolía que, si bien los acontecimientos más importantes del mundo actual son el descenso dramático de la pobreza, el analfabetismo y las enfermedades endémicas, el público no lo percibe así.
Popularidad y populismo
Lo demuestran estudios como el que explica que dos tercios de los estadounidenses creen que la proporción de población mundial viviendo en extrema pobreza se ha casi duplicado en los últimos 20 años. Otro 29% creería que la proporción de pobreza extrema en el mundo ha permanecido inmutable. Kristof: “Esto es el 95% de los estadounidenses… que están completamente equivocados”.
La percepción de lo que denominamos opinión pública se alimenta de la actualidad mediática y, cada vez más, del efecto ampliador de los “reality show” en formato tertulia y la capacidad de sugestión de las redes sociales.
Muchas de estas opiniones fraguan movimientos y decisiones políticas que a menudo son perjudiciales a largo plazo, ya que basan su fuerza en un estado de opinión pasajero o fundamentado en datos cuanto menos discutibles, cuando no con falacias.
Un ejemplo: instaurar la pena de muerte cuando ocurre un acontecimiento traumático, o prohibir los viajes en avión por la posibilidad de accidentes y atentados… ¿Y por qué nuestros hijos ya no pueden jugar solos en el parque o ir a la escuela con los amigos sin supervisión de sus padres, tal y como habían hecho generaciones anteriores viviendo en entornos a menudo más peligrosos que los actuales?
Caminar solo a la escuela en la mayor ciudad del mundo
Legislar en caliente o según la opinión de la gente es mal consejero, decían los clásicos y fundadores de la Ilustración como Michel de Montaigne.
En ocasiones se requiere una extraordinaria personalidad, tanto individual como con proyección social (ya sabemos a dónde va lo que muchos consideran “la voluntad” o “el deseo” o “las necesidades” de “un pueblo” o “una clase social”), para abstraerse de leyendas urbanas, prejuicios u opiniones populares (y a menudo populistas) que no se basan en información empírica evaluada a lo largo del tiempo.
En ocasiones, basta con disfrutar -en ocasiones padecer- una marcada insularidad. Japón es un archipiélago remoto. La insularidad puede conllevar aislamiento, autarquía o atraso; en otras ocasiones, como ha ocurrido en Japón, sirve de acicate para adaptar ideas exteriores manteniendo un carácter propio con mayor facilidad, dada la falta de permeabilidad con otras culturas distantes.
Entre los países ricos más poblados, Japón destaca por ir contra la corriente en cuanto a la educación psico-social de los niños. Durante nuestra estancia en Japón el pasado verano, Kirsten, nuestros hijos y yo observamos maravillados cómo los niños de Tokio (para muchos, ciudad paradigma de densa megalópolis con rasgos distópicos), van y vuelven de la escuela sin adultos, en ocasiones andando solos y, más a menudo, en grupo con más compañeros.
No hablamos de adolescentes o preadolescentes, sino de niños que acaban de empezar la escuela y se encuentran en los primeros años de educación elemental.
Lost in translation: lo que salva la insularidad
En un artículo para *faircompanies de hace casi 4 meses, explicaba desde Tokio acerca de nuestras impresiones: “Niños que caminan solos a la escuela, ancianos caminando o en bicicleta sin que nadie les imponga un ritmo ajeno a su edad, jóvenes atareados y a menudo más revolucionados que las otras generaciones, padres que vuelven al barrio en metro después de trabajar en otra zona de la ciudad…”
Un reportaje reciente de The Atlantic preguntándose por qué los niños japoneses “pueden caminar solos a la escuela”, achaca el fenómeno de la cultivada -y respetada- autonomía infantil en Japón a la dinámica de grupos.
Selena Hoy, firmante del reportaje, no debería olvidar la importancia de la percepción no distorsionada de la realidad: los padres japoneses se sienten seguros cuando sus hijos vuelven a casa acompañados de otros niños, a menudo caminando tramos enteros a solas.
Maravilla observar cómo tanto el niño como su entorno (conductores respetando las normas viarias, viandantes atentos de que no ocurra nada) se desenvuelven en la calle sin problemas y con una familiaridad que procede de una autosuficiencia combinada con el sentido de la responsabilidad.
La cosa más grande del mundo
¿Por qué los niños japoneses pueden ir a la escuela y volver de ella sin adultos? Porque los padres japoneses así se lo han propuesto, mientras las sociedades occidentales achacan el fin de esta actividad autónoma a un aumento de la inseguridad que no se sostiene empíricamente. Lo que ha cambiado es la percepción de la sociedad sobre la seguridad.
Tanto la sociedad japonesa como las sociedades tradicionales aportan lecciones sobre educación y autonomía.
Quizá el modo más efectivo de combatir estereotipos sea desconfiar no sólo de lo que consideramos “sistema”, sino de las percepciones basadas en comportamientos atávicos, apreciaciones erróneas y leyendas urbanas que nosotros mismos hemos interiorizado.
Nuestra apreciación de la realidad depende tanto de la opinión de terceros que cualquier observación directa enriquecerá nuestro punto de vista.
A propósito de nuestra percepción de la realidad y el riesgo intrínseco a la experiencia humana, Michel de Montaigne comentaba: “El que teme padecer, padece ya lo que teme”.
Y también: “La cosa más grande del mundo es saber ser autosuficiente”.