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Desescolarizar: ventajas de una educación llena de aventuras

¿Cómo mejorar la educación? Expertos de todo el mundo destacan la importancia de ser consistentes, perseverar en lo que funciona, cambiar lo que no, y fomentar el aprendizaje racional y creativo.

La alternativa es más de lo mismo: otorgar disciplina, clases magistrales y enseñanza memorística, dé resultados o no. Porque, en ocasiones, no sirve ni para lograr buenos resultados en pruebas memorísticas.

Ventajas de que el aprendizaje parta de la curiosidad genuina

Los últimos estudios sobre el comportamiento humano refutan hipótesis repetidas por las ciencias sociales desde la Ilustración, como la que cuestiona el papel de los incentivos externos (mejores perspectivas económicas, fama, reconocimiento) en los propósitos personales a largo plazo, tales como nuestro rendimiento, propósito vital o determinación para lograr lo que nos propongamos.

Una investigación de varios años sobre miles de cadetes en West Point sugiere de manera consistente que la motivación es más efectiva cuando procede de la introspección sosegada y los valores, más que de los premios a corto plazo (mejor comida, fama, mejores perspectivas). Cuando hemos interiorizado lo que nos proponemos, en definitiva.

Ocurre algo similar con la educación: sabemos que no funciona o que podría funcionar mejor, pero es fácil perderse en los discursos más politizados y susceptibles de convertirse en réditos o desventajas electorales: políticas de becas, estado de las instalaciones, calendario escolar, etc.

Enseñar para un mundo en constante transformación

Uno de los principales retos de la educación del futuro consistirá en enseñar para un mundo cambiante en el que no hay instrucciones predeterminadas ni carreras para toda una vida, sino potencial e incertidumbre. Enseñar a aprender será más importante que enseñar conocimientos concisos, a menudo obsoletos antes de graduarse.

En este contexto, ni la escuela reglada y disciplinaria, ni la escuela alternativa, ni la “desescolarización” propugnada por algunos pedagogos desde las corrientes contraculturales de los 70 tienen todas las respuestas.

Quizá el secreto de la educación del futuro consista en gestionar con audacia qué cantidad de estructura, autonomía y libertad creativa son necesarias para que los alumnos que se lo propongan compartan con la sociedad un potencial polímata a la altura de los mejores alumnos de los grandes filósofos y figuras escolásticas, renacentistas o ilustradas.

(Vídeo sobre la importancia de la autonomía en el desarrollo y las “cajas de tesoros”: créditos de inicio de la película Matar a un ruiseñor -1962-, basada en la novela con el mismo título)

Caja de tesoros: educar para despertar nuestro afán polímata

La educación holística parece acertar en la lectura de la situación y en varias propuestas de solución, aunque se pierde en lo sesudo y olvida el propio afán de aprendizaje del ser humano.

Se intuye que ha sido más fácil lograr la escolarización obligatoria y la alfabetización de buena parte del mundo que convertir a un porcentaje significativo de los alumnos en los artistas e inventores que necesitan los retos de ahora y del futuro.

Desde Sócrates, auténtico creador de lo que llamamos “escuela alternativa” (iteración, autonomía docente y del alumnado, mejora a través de la experimentación, fomento de la inteligencia flexible, meritocracia) hasta los postulados de Maria Montessori en 1907 hay 24 siglos de diferencia.

Maria Montessori en 1907, la escuela Waldorf de Rudolf Steiner (1919), la escuela Summerhill de A.S. Neill (1921), el autoaprendizaje en Reggio Emilia de Loris Malaguzzi (1945), la escuela Logo de Seymour Papert (1967), los experimentos de autoaprendizaje informático de Sugata Mitra (1999) y las reflexiones de Ken Robinson en TED acerca de cómo las escuelas anulan la creatividad, profundizan en ideas sobre educación ya presentes en la enseñanza filosófica clásica.

Desescolarizar: potenciando el Huckleberry Finn en nuestro interior

Dos artículos recientes recuperan el concepto de “desescolarización”, que no hay que confundir con “deseducación”, sino educar sin usar la estructura disciplinaria surgida con las demandas de estandarización de la escuela obligatoria universal, a partir del siglo XIX.

Los pedagogos que abanderan la “desescolarización” creen que, con la escuela actual, suprimimos el propósito interno de todo ser humano por indagar con curiosidad en lo que le rodea, así como en su interior.

El primero de los artículos, firmado por Ben Hewitt en agosto de 2014 para Outside Magazine, expone el caso de deshacerse de estresante, pasiva y pautada educación magistral y memorística, “del tipo mira-el-reloj-hasta-que-suene-el-timbre”.

Pedagogía P2P: mejorando la educación holística compartiendo experiencias

Un número cada vez mayor de “desescolarizadores”, dice Hewitt, quiere deshacerse de la dieta actual de exámenes estandarizados e inactividad a causa del enclaustramiento, lo que coartaría la creatividad de los más pequeños en lugar de impulsarla.

Cada vez más niños reciben una educación que podría explicarse como “aprendizaje vital dirigido por uno mismo y facilitado por adultos en el contexto de los intereses intrínsecos a cada cual”.

El artículo menciona a pedagogos y ensayos que han influido sobre el movimiento de la “desescolarización”, de nuevo en boga gracias al intercambio de ideas y experiencias a través de Internet, la herramienta que promete acceso personalizado y agrandar el debate. 

Y quizá lograr algo así como una educación P2P, o pedagogía entre usuarios a partir de experiencias y datos en tiempo real.

Aprender sin miedo vs. estrés de la escuela compulsiva

John Holt, autor de How Children Fail (1964), explica que, en 1977, cuando hablaban sobre “desescolarización” en su revista Growing Without Schooling, distinguían entre “sacar a un niño de la escuela” y “cambiar las leyes para crear escuelas no compulsivas” y así evitar prácticas de evaluación y etiquetaje que realizan mediciones obsoletas sobre aprendizajes obsoletos.

En 1985, el maestro John Taylor Gatto profundizó en la problemática de la educación moderna con un ensayo cuyo título era una declaración de principios: Atontándonos: el currículo oculto de la escolarización compulsiva.

El artículo de Ben Hewitt se lanza a buscar a padres con niños conscientemente “desescolarizados”, observando la experiencia. Y los resultados con casos particulares (entornos educados, con la mentalidad adecuada y adultos con capacidad para tutelar el aprendizaje “libre” del niño) son esperanzadores.

A más autonomía, mayor responsabilidad: opinión del niño sobre su propio aprendizaje

Hay padres que, por ejemplo, reconocen que sus hijos “no pasan más de dos horas al mes sentados estudiando las temáticas universales en la educación convencional. No dos horas al día o a la semana. Dos horas al mes”.

Los partidarios de la “desescolarización” parecen haber leído los tratados pedagógicos del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos: “La ciudad es nuestro currículo”, dice Kerry MacDonald, que enseña a sus hijos. “Creemos que los niños aprenden viviendo en el mundo que les rodea, así que los involucramos en ese mundo”.

En este caso, la “escuela” es muy distinta al concepto tradicional de aula, aunque el objetivo que se persigue es -o debería ser- el mismo: otorgar al alumno las herramientas y autoconfianza necesarias para que aprender sea tan fácil y natural como respirar.

Educar fuera de la escuela no reduce las perspectivas universitarias

Los padres que -legítimamente- se preguntan si la “desescolarización” es o no demasiado radical, pueden indagar en los últimos estudios publicados sobre la materia.

Al parecer, los niños “desescolarizados” no tienen problemas en la universidad, según expone el segundo artículo ublicado recientemente sobre el tema, que firma Colin Schultz en Smithsonian Magazine.

Lo que demostraría que los niños orientados en una educación dirigida por ellos mismos, con libertad intelectual, pueden asimismo gestionar las exigencias y rigideces de la educación superior.

También en la universidad, los consejos socráticos siguen brillando, como demostrarían los consejos de un artículo de Vox basados en los hallazgos de Peter Brown, autor de Make It Stick: The Science of Successful Learning.

We don’t need no education

Ahora, una trayectoria por lo que llamamos “educación“.

En la era del acceso, pedagogos, psicólogos y familias con hijos en edad escolar reflexionan sobre el valor real de la educación reglada, más centrada en el rigor de horarios y materias que en otorgar a los alumnos la herramienta vigente desde Sócrates: “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”.

Enseñar a pensar e instigar la curiosidad sobre lo que nos rodea y sobre nosotros mismos fueron el inicio de la filosofía, pero también la base de la educación clásica y moderna.

Se base en modelos escolásticos o métodos que parten de la Ilustración, la educación sigue hablando del universo (lo que nos rodea, objeto de los presocráticos), el propio ser humano (el socratismo de la corriente clásica), y su bienestar (evolución del socratismo hacia las corrientes helenísticas como el estoicismo, que exploraba “el arte de vivir”).

Conocer lo que nos rodea, conocernos a nosotros mismos, vivir mejor

Conocer el universo, saber más del ser humano y aprender a afrontar las contradicciones de la conciencia humana formaban parte de la educación de un adolescente griego o romano. 

A medida que avanzó el cristianismo, se fue apropiando de conceptos educativos de la filosofía grecorromana:

  • primero del misticismo de Platón (filosofía de ideas, en la que hay cosas e ideales de cosas);
  • más tarde, a través de escolares árabes y hebreos de la Península Ibérica, los escolásticos se apropiaron del aprendizaje a través del avance en un tema a base preguntas racionales (método socrático) a la lógica de Aristóteles, base del humanismo de las mejores escuelas durante la Era Moderna;
  • finalmente, después del Renacimiento y la Reforma, los primeros ilustrados, a menudo escépticos (Michel de Montaigne, Francisco Sánchez el Escéptico, Baruch Spinoza, Gotfried Leibniz, Descartes), reivindican el método empírico para el avance del conocimiento humano, pese a las limitaciones ya aventuradas por el mismo Sócrates.

Desde entonces, la educación se ha centrado más en lo que Sócrates llamaba con displicencia el “llenado de un recipiente”, más que en el que debería ser objetivo fundamental de toda educación, según el mismo Sócrates y los educadores más solventes desde entonces: el “encendido de la llama” de la curiosidad.

El disciplinarismo educativo de la escolarización universal

Los sistemas educativos contemporáneos surgen a partir del “disciplinarismo” (no hace falta explicar el contexto del palabro) pedagógico de los nuevos sistemas organizativos racionales, ahondados con los modelos centralizados, como el prusiano o el francés, ambos del siglo XIX.

La Europa continental se decantó por este modelo, más disciplinario, teórico y memorístico (humanismo algo anémico y tontorrón, en función de la latitud y el empuje de directores y docentes, capaces de -puntualmente y nunca de manera estructural- hacer buenos malos modelos… y a la inversa).

Desde el mismo siglo XIX, ha habido intentos serios por cambiar la prioridad pedagógica ilustrada desde la disciplina y la enseñanza memorística (“llenado del recipiente”) hacia el uso de herramientas cognitivas (observación, método socrático, lógica, ética) para interpretar lo que nos rodea.

El experimento que funcionó: la Institución Libre de Enseñanza

En España, la Institución Libre de Enseñanza (ILE) nació en 1876 a partir de la expulsión de sus fundadores de la Universidad Central de Madrid, al defender la libertad de cátedra y una educación ajena a dogmas religiosos, políticos o morales.

Su éxito como instituto privado laico se basaba en el krausismo, ideal educativo romántico a partir de las ideas del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, más inspirado en Platón que en Sócrates, lo que explicaría la influencia de esta línea pedagógica reformista en España y los países de habla hispana.

La ILE de Francisco Giner de los Ríos y sus colaboradores fomentaba, en la práctica, una educación sin dogmas y observadora de la realidad, a medio camino entre el socratismo y la aportación humanista de los filósofos estoicos y cristianos (el “paneteísmo” de Krause fusiona con coherencia el panteísmo estoico y el cristianismo de los escolásticos):

  • cada alumno tenía un cuaderno con el que trabajaba, y no un libro académico;
  • no existían los exámenes memorísticos;
  • se fomentaba el conocimiento sobre el terreno, con excursiones a museos y fábricas, a distintos entornos naturales, etc., donde se fomentaban el juego, pero también la responsabilidad del trabajo (individual y en grupo) o la ética de la convivencia.

A medio camino entre el idealismo platónico y la lógica aristotélica

En el otro extremo de Europa y antes de que las sucesivas guerras y revoluciones acabaran con sus débiles estructuras liberales, la Rusia del XIX trató de europeizar sus instituciones y escuelas, con métodos cercanos al krausismo de la ILE.

El escritor Lev Tolstói promovió -con su propio dinero, entre los campesinos que trabajaban sus tierras- una escuela con métodos y objetivos similares al krausismo de Giner de los Ríos. Ello explicaría que el escritor ruso fuera uno de los colaboradores de peso en la ILE, pero no el único.

(Vídeo: fragmento del capítulo 13 de la serie “Verano Azul” -1981- de Antonio Mercero)

También colaboraron Charles Darwin, Santiago Ramón y Cajal, María Montessori, H.G. Wells o Rabindranath Tagore, entre otros gigantes. Entre los alumnos de la ILE: Manuel y Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset o Gregorio Marañón, entre muchos otros.

Queda todo dicho, si bien cabe preguntarse si, de aquí a 100 años, cuando se estudien los éxitos y fracasos de las sucesivas leyes y modelos educativos de países como la España contemporánea, se encontrarán maestros y alumnos con una valía y repercusión equivalentes a los logrados por las primeras promociones de la Institución Libre de Enseñanza, desaparecida en 1936 y nunca recuperada del todo.

Cuando Sócrates salvó a la (buena y privada) educación anglosajona

El modelo anglosajón trató de aportar algo más que disciplina, clase magistral y memorización, el método opuesto a lo que potenciaría la intrínseca curiosidad del alumno por conocer lo que le rodea y entenderse mejor a sí mismo.

Ello explicaría la supervivencia del método socrático en las escuelas de élite británicas y estadounidenses, que han sobrevivido -muy renqueantes y sin el fuelle de los mejores profesores de antaño- hasta nuestros días.

La pedagogía que fomente más la educación continua que se requiere en la actualidad según los expertos debería ser más abierta, completa, atenta al potencial y los apetitos de cada alumno, menos basada en libros magistrales y más en “libros” a medida (libretas, “repositorios” o como queramos llamarlos en la era digital).

Maneras de hacer de la Europa continental

Esta educación es, paradógicamente, más socrática que la escuela ilustrada europea de Juan Amos Comenius y el disciplinarismo prusieano, históricamente atenta a enseñar “con calzador” un humanismo memorístico, casi siempre digerido a medias, nido de teorías anticuadas a medio cocinar y de dogmas disfrazados de gregarismo idealista (sea nacionalismo o lo que se tercie en cada lugar).

En definitiva, el krausismo con demasiado Platón (idealismo místico, romanticismo) y demasiado poco Sócrates y Aristóteles (ausencia del método de avanzar con preguntas, o socrático, y de la lógica de Aristóteles, donde A es A y nos dejamos de rizar el rizo), unido a horarios maratonianos y actitudes castrenses, derivan en la mal llamada escuela “meritocrática” actual.

La auténtica escuela meritocrática, coinciden los pedagogos más coherentes (no confundir con los pedagogos a sueldo del gobierno regional o estatal de turno), consiste más en ofrecer las herramientas para aprender y alcanzar nuestro potencial (según el ideal clásico de areté) que a sacar buenas puntuaciones en asignaturas que medio enseñan algo que ya no sirve.

Ventajas del escepticismo filosófico en pedagogía

La escuela alternativa ha tratado de lograr el equivalente a la fórmula alquímica de la pedagogía: cómo educar a los mejores fomentando la autonomía y la creatividad y no optando por modelos centralizados, disciplinarios y memorísticos, que prepararían para un mundo que ya no existe: el de los empleos industriales y profesionales para toda una vida, que requerían un conocimiento estático.

Hoy, cuando la información es una mercancía con coste marginal 0 (como expone el economista Jeremy Rifkin), el valor de la educación reside en haber asimilado métodos para aprender continuamente y aportar un servicio creativo personal (intransferible y difícilmente sustituible por un robot o un algoritmo) a lo que hagamos.

En definitiva, la educación del futuro debería enseñar a cuestionarse lo que nos rodea y las ideas de uno mismo, usando una caja de herramientas sin más certidumbres que la utilidad del método socrático, la lógica aristotélica, el método empírico y la ética escéptica aportada por las tradiciones oriental y occidental

Enseñar a programar (que es enseñar a escribir) sin usar un lenguaje concreto, sino una orientación para aprender la “lingua franca” de la programación orientada a objetos. Una alfabetización que debe ser, por necesidad, más polímata y acorde con la idea clásica de cultivo del potencial humano (areté) y del individuo renacentista.

Que las escuelas no sean cárceles homogeneizadoras

Para arreglar la educación, no basta con observar la evolución de los mejores modelos desde Sócrates.

Peter Gray, autor de Libertad para aprender: por qué liberando el instinto para jugar hará a nuestros hijos más felices, más autónomos y mejores estudiantes de por vida cree que hay que acabar con las rigideces de un sistema más obsesionado en no dejar a nadie atrás que en atender al potencial de cada alumno.

Gray: “El debate no debería ser sobre si la escuela es una prisión, porque a menos que quieras cambiar la definición de cárcel, eso es lo que es. La escuela elimina de manera deliberada las condiciones medioambientales que potencian el aprendizaje autónomo y la curiosidad natural. Es como encerrar a un niño en un armario”.

Alternativas a la enseñanza convencional

No todas las alternativas pasan por la solución más arriesgada, sobre todo entre padres que residen en entornos más frágiles, menos estables e inspiradores, o cuando los responsables del núcleo familiar trabajan fuera de casa. 

“Desescolarizar” nunca debe equivaler a plantar al niño ante una pantalla para que no dé murga.

Una opción en territorio más neutro son las opciones de escuela alternativa con mayor tradición en cada área. El método Waldorf compite estos días con Montessori entre las clases educadas y urbanas de Estados Unidos.

En España, por ejemplo, si bien hay escuelas concertadas, privadas e incluso públicas que han experimentado con sucedáneos de escuela alternativa, no se ha logrado un modelo consistente y de fácil acceso. Ocurre algo similar en otros países.

En su artículo para Outside Magazine, Ben Hewitt nos recuerda qué podrían hacer nuestros hijos, de contar con una educación más orientada hacia el aprendizaje puro y curado por él mismo, que despierte su curiosidad y potencial, la mejor vacuna contra el aborrecimiento de materias tan cruciales como las ciencias naturales o las matemáticas.

¿Una caja de tesoros?

Como si de un pasaje de la serie Verano azul o de la novela La guerra de los botones se tratara, Hewitt reflexiona.

Al explicar los resultados patentes de la “desescolarización” de sus hijos Fin y Rye, el autor del artículo describe situaciones cotidianas que resultarán atractivas para cualquier padre:

“En su espalda [Fin y Rye] llevan las mochilas de mimbre trenzadas por ellos mismos bajo el tutelaje de un amigo que también enseña en casa a su hija. Cuando vuelven, las mochilas están repletas de pequeños tesoros de su mundo y sus mentes están llenas de las pequeñas historias sobre sus andanzas”.

“Las huellas de alces que merodean la zona, el urogallo que espantaron, el arce en forma de tirachinas bajo el que se sentaron a comerse el bocadillo… ‘La corteza parecía rígida’, me dijo Fin: ‘Va a ser un invierno duro'”.

¿Pica la curiosidad? Ese es el principio de la educación socrática, como debería serlo de todas las corrientes pedagógicas coherentes -y aberraciones, que las hay, a menudo decoradas con banderas y dogmas- que de ella se derivan.

Continuará.