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El hórreo ibérico: ¿simple granero o microcasa platónica?

Pese a parecer la versión reducida (y mejorada) de una esbelta casa de sillería de la Cornisa Cantábrica, el hórreo es el vestigio ancestral de los graneros elevados, cuya esencia arquitectónica evoca la interpretación celtíbera de ideales romanos.

Falta que alguien se atreva a reivindicarlos como el precedente clásico -e inutilizado- de la cabaña de Henry David Thoreau en Walden.

Los hórreos son una fuente de inspiración para construir cobertizos domésticos, espacios para vivir y crear o incluso casas diminutas, o cabañas de escritor, etc.; tendencias recuperadas por la legión de seguidores del minimalismo, el movimiento de las casas pequeñas, la simplificación voluntaria o la vida sencilla.

El lugar donde los viejos graneros responden a un ideal

Para el forastero, un hórreo no puede ser “simplemente” un granero. “Qué desperdicio”, recuerdo haber oído en la aldea pontevedresa donde veraneé durante dos décadas. Los niños no mostrábamos el más mínimo interés por las pulcras y proporcionadas casas liliputienses sobre pilares de piedra de cantería que acomañaban nuestro juego en las “eiras” junto al río Oitavén.

En efecto, para el visitante ajeno a la idiosincrasia del noroeste ibérico, un hórreo de piedra de sillería, madera de castaño y tejado tan simétrico como la esbelta estructura rectangular del pequeño edificio, es poco menos que la miniatura de la casa ideal: forma proporcionada, construcción reconocible e impecable, reminiscencias clásicas, sólidos pilares que lo elevan del suelo coronados por lanchas de piedra o pizarra redondeadas. ¿Creado sólo para almacenar grano?

Como ya apuntaran los cronistas romanos enviados desde el centro administrativo del Imperio, los graneros de la Hispania Citerior superaban, en estilo y diseño, a la casa de la familia rústica que lo usaba para almacenar la cosecha. El campesino habría sido, quizá, más feliz invirtiendo el uso de los edificios y durmiendo en su esbelto “horreum”, en lugar del chozo de piedra, precursor de las pallozas lucenses. 

Y almacenar grano ha sido una de las tareas más importantes de las sociedades agrarias, su particular aspiración de lograr una sección áurea rústica.

El hórreo convertido en retiro meditativo de una estudiante

Recuerdo haber conocido hace unos años a una estudiante extranjera que había pedido permiso al propietario de un hórreo de la aldea cuyo interior no superaba los 4 metros cuadrados.

Era, no obstante, un edificio rectangular con piedra de sillería, laterales de madera y tejado de teja a dos aguas, con un pequeño pero imponente frontispicio coronado por una cruz de piedra.

El pequeño hórreo era la microcasa ideal de la estudiante. El interior estaba dominado por los libros, con una alfombra en el suelo, algo de ropa de cama para la noche fresca del verano atlántico y un alargo eléctrico para no recuerdo qué pequeño electrodoméstico. De repente, el pequeño hórreo se había convertido en una esbelta cabaña de escritor erigida sobre la verde era de una pintoresca aldea pontevedresa.

Ha pasado más de una década y, gracias a Internet, se extiende la afición, con cierto aire literario, panteísta y contracultural, de la vida sencilla y el movimiento de las casas pequeñas.

Hórreos: casas comprimidas de los pueblos atlánticos

Más que un granero erigido a imagen y semejanza de las casas de piedra de sillería, los hórreos gallegos parecen casa comprimida que combina reminiscencias de los pueblos atlánticos (el trabajo de la piedra, el uso mismo de pilares debido a la sempiterna humedad ambiental) con formas y proporciones clásicas reducidas a su mínima expresión.

Algo así como si el druida celtíbero hubiera pasado una tarde departiendo con Marco Vitruvio Polión sobre cómo combinar la “cabaña primitiva” (para Vitruvio la expresión genuina y esencial del abrigo humano, sólo superada por el edificio griego clásico) con el abrigo ancestral de la Iberia húmeda y fría.

Vestigio del sistema administrativo y urbanístico del Imperio Romano, los hórreos sólo se han conservado en el noroeste de la Península Ibérica, donde se siguen construyendo según los preceptos de los modelos más antiguos.

Como durante el Imperio Romano, el hórreo (del latín horreum, a partir del griego “oreion”, granero) sigue siendo un pequeño edificio de planta rectangular o cuadrada erigido sobre pilares, para conservar el grano y otros alimentos en estado óptimo, a salvo de humedad, gorgojos y roedores.

Del granero celtíbero al “horreum” romano

En la Antigua Roma, cualquier edificio destinado a conservar mercancías y provisiones, tanto graneros privados como parte de la red de abastos y administración fiscal, eran denominados “horreum”.

No obstante, en varias zonas del Imperio se consolidaron los graneros sobre columnas sólidas, aunque sólo se han conservado vestigios en los Alpes y la zona con mayor influencia del sustrato cultural celta y castreño: el noroeste peninsular.

Etnógrafos como Elixio Rivas Quintas creen que el hórreo gallego y del resto de la Cornisa Cantábrica deriva de un granero sobre pilares prerromano, mencionado en la toponimia e hidronimia. Los hórreos prerromanos ya habrían sido usados como silo para el grano antes de la asimilación romana.

Las construcciones rurales, según Antoni Gaudí

Siguiendo los preceptos de la construcción mediterránea ancestral, el arquitecto modernista catalán Antoni Gaudí decía sobre las construcciones rurales: “se deben hacer con materiales del mismo terreno de manera que el propio campesino los pueda colocar en la tregua de las labores del campo”.

Sobre las cabañas y edificios rústicos, Gaudí recomendaba hacerlas como siempre: “a base de tierras (tapia) y piedras en seco, es decir, sin mortero (ya que el mortero exige la intevención del albañil, que es cara)”.

El uso de piedras en seco, concluía Gaudí, requería adoptar formas equilibradas y racionales, que habían permitido que las construcciones de piedra rústica como los “talaiots” de Mallorca fueran en ocasiones antiquísimos.

El templo clásico de la familia rústica

En el noroeste peninsular, con clima y sustrato cultural influidos por el Atlántico en lugar del Mediterráneo, la argumentación de Gaudí sirve, no obstante, para los distintos tipos de hórreo.

De forma racional, erigidos con materiales locales -madera (interior de Galicia, Asturias) o piedra sin mortero (Galicia)-, los hórreos ibéricos han sido erigidos a imagen y semejanza de una construcción ideal.

El “hórreo ideal” de cada zona (de piedra y madera, planta rectangular en Galicia; de madera y planta cuadrada en Asturias y Cantabria) ha sido emulado por el constructor rústico desde hace siglos. El diseño predominante de Galicia y el norte de Portugal, por ejemplo, ya aparece en una ilustración de las Cántigas de Santa María de Alfonso X El Sabio (1280).

El granero reivindicado por los románticos

De origen prerromano o romano, el granero ancestral ibérico erigido sobre pilares se conoce como hórreo en castellano; hórreo, paneira, canastro, piorno o cabazo en gallego; espigueiro, canastro o caniço en portugués; garea, garaia o garaixea en vasco; y orri, en catalán.

Coincidiendo con el auge de los movimientos románticos europeos influidos por el idealismo alemán, aumentó el interés por los vestigios literarios y arquitectónicos de otras épocas. Representaciones arquitectónicas como el hórreo alcanzaron de repente un nuevo valor.

El primer reconocimiento oficial del valor patrimonial de los característicos graneros sobre pilares del noroeste ibérico llegó en 1863, cuando fue oficialmente considerado bien mueble.

La Galicia del Rexurdimento (con Rosalía de Castro y su marido Manuel Murguía en cabeza; así como Manuel Curros Enríquez y Eduardo Pondal, entre otros) fue artífice de un respeto renacido por los elementos identitarios de la tierra; también los arquitectónicos.

Graneros del “bonsái atlántico”

Finalmente, los hórreos cambiaron de estatus jurídico en 1926, cuando un Real Decreto Ley los incluyó en el catálogo de patrimonio arquitectónico por proteger; desde entonces, son considerados bienes inmuebles y Monumento Histórico-Artístico.

Una transformación más profunda en la sociedad rural del noroeste peninsular, sobre todo la gallega, que la influencia del idealismo romántico y la protección del patrimonio estuvo a punto de dañar irreparablemente los hórreos más desconocidos y desprotegidos: su caída en desuso debido a la emigración y el abandono progresivo de la agricultura tradicional minifundista.

Como explica Manuel Rivas en su ensayo Galicia, el bonsái atlántico, la sociedad gallega se ha extendido históricamente por el terreno de manera capilar, en torno a unidades de población muy dispersas y poco pobladas, las parroquias.

Ecos de la Iberia atlántica

Alfonso Rodríguez Castelao, intelectual que murió en el exilio y personalidad con la virtud de poner de acuerdo a cualquier gallego, sea del signo que sea, sobre las cuestiones esenciales de la identidad gallega, explica en su obra-legado, Sempre en Galiza, por qué no se pueden aplicar las mismas políticas de desarrollo y protección rural en la Meseta Central (latifundista, seca) que en la húmeda y minifundista Galicia.

El paisaje del noroeste español, así como su composición geológica, han influido sobre el devenir económico y cultural gallego: los suaves oteros de granito ofrecieron materia en bruto para que los canteros de la zona fueran reconocidos ya en la época romana, cuando la administración del territorio recalaba en tres “conventos”: las actuales Lugo (que coincide con la Galicia actual), Braga (norte de Portugal) y Astorga (Asturias y León).

Los canteros no sólo se dedicaron a la alta arquitectura, con ejemplos como el pórtico de la Gloria del Maestro Mateo en la catedral románica de Santiago, posteriormente encorsetada en su recargado caparazón barroco; o la catedral románica y gótica de Tui, entre otros ejemplos.

El “canastro” platónico

La galicia romana, sueva y posteriormente relacionada con Asturias y Castilla mantuvo desde sus orígenes otra tradición de cantería más pegada al terreno y a los usos rurales: la casa y el hórreo mantuvieron sus principales atributos, con el uso de la piedra de sillería, usando el abundante granito local, incluso en la estructura de los hórreos más humildes.

La “eira” (era) de las casas gallegas más humildes, incluso las abandonadas por la diáspora rural -sólo comparable en profundidad e influencia sobre la economía y cultura gallegas con la irlandesa-, suele albergar un hórreo, a menudo tan sólidamente construido que suele mantener su estructura de sillería intacta, facilitando su restauración.

Se desconoce por qué los vestigios administrativos del Imperio Romano han sobrevivido con vigor hasta prácticamente la actualidad en una provincia secundaria y alejada de Roma como la Gallaecia del extremo noroccidental de Iberia.

Las tesis del etnógrafo Rivas Quintas acerca de la existencia de un posible granero prerromano son coherentes con las referencias a estos edificios realizadas por los conquistadores de la Península Itálica.

Suevia

La aparición de los pilares es, no obstante, posterior y no llegó, según la teoría del naturalista alemán Hans Friedrich Gadow expuesta a finales del siglo XIX, hasta el colapso del Imperio Romano, cuando una invasión germánica convirtió a la Gallaecia sueva en el primer reino medieval europeo.

El asturiano Félix de Aramburu (1899) y el polaco Eugeniusz Frankowski (1918), atribuyeron el diseño sobre pilares de los hórreos ibéricos a los palafitos, cabañas erigidas sobre postes de madera presentes en culturas primitivas de todo el mundo.

Autores posteriores rechazan la validez de esta teoría, pese a que en Europa existen muestras de edificios tradicionales, tales como los graneros sobre pilares de madera de los Alpes y los Balcanes; incluso más allá de las fronteras históricas del Imperio Romano, como los graneros aéreos escandinavos (el “stabur” noruego y el “hebre” sueco) y polacos (“sol’ek”).

Referencias romanas al hórreo de la Hispania Citerior

Marco Terenció Varrón hablaba en el siglo I aC sobre los graneros usados por los galaicos: “en las regiones de la Hispania Citerior y en Apulia, erigen los graneros por encima del suelo”.

Julio César menciona los “hórreos erigidos en ciertos lugares para el transporte de mijo” en De Bello Civili. El poeta Virgilio los menciona en las Geórgicas, obra referencial sobre la vida rústica durante la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración: al lado de los hórreos, dice, las casas parecen madrigueras de ratón.

Siguiendo con las muchas menciones a los hórreos en la Época Romana, Plinio el Viejo menciona en Naturalis historia que los graneros de la Hispania Citerior son construidos sobre columnas, usando madera en la parte inferior.

El diseño aéreo de los hórreos de la Gallaecia es atribuido en el siglo I por Lucius Junius Moderatus, el agrónomo Columela, a la abundante lluvia y humedad, que recomienda elevar las reservas de grano para evitar su pérdida.

El granero del filósofo Séneca y el arquitecto Vitruvio

Dos referencias al hórreo romano y su evolución en los distintos lugares del Imperio, con especial mención a la Hispania Citerior, son las de Séneca, filósofo estoico nacido en Córdoba y, sobre todo, el arquitecto y planificador Marco Vitruvio.

Séneca escribió que su biblioteca era un “horreum”, dejando claro que el término era usado para designar lugares de almacenaje de todo tipo de mercancías, incluso rollos y pergaminos.

Marco Vitruvio, inmortalizado por Leonardo da Vinci en el dibujo de las proporciones humanas según la sección áurea, el Hombre de Vitruvio, recogió en los 10 tomos de su obra De architectura la evolución, cánones y aspiraciones de la arquitectura greco-romana.

Marco Vitruvio creía que la construcción que más se acercaba a la arquitectura griega clásica, para él ideal arquitectónico occidental, era lo que llamó la “cabaña primitiva“.

Si la obra de Virgilio sirvió como ideal pastoralista durante el Renacimiento y, sobre todo, para los románticos del siglo XIX, Marco Vitruvio es considerado el primer gran teórico de la arquitectura occidental.

En el libro VI de De architectura, Vitruvio describe la disposición ideal de la casa campesina; conocedor de los graneros del noroeste peninsular, erigidos sobre pilares, recomienda construir los hórreos sobre un piso elevado, que permita la entrada del viento más frío (el del norte y el nordeste) para que el grano permanezca fresco y evite la cría de gorgojos.

A partir de la Alta Edad Media, aparecen las primeras referencias en romance a los hórreos del noroeste peninsular.

Tipos de hórreo

Manuel Rivas ha comparado la Galicia administrativa moderna y la ancestral con un bonsái atlántico, diseñado capilarmente, donde las poblaciones tradicionales se extendían como un sistema nervioso por el territorio.

La histórica estructura minifundista del campo gallego evitó su modernización y es en parte responsable de la histórica diáspora gallega hacia la costa, el resto de España, América y Europa, según el momento histórico.

Con una estructura de la propiedad atomizada en Galicia, el norte de Portugal y Asturias, el hórreo mantuvo su sentido como granero familiar.

Se estima que existen en Galicia alrededor de 30.000 hórreos, por 10.000 en Asturias, un número indeterminado en Portugal, 400 en león, 30 en Cantabria, 20 en Navarra y un número testimonial en el País Vasco.

Los hórreos elevados, tanto de la Península Ibérica como de los Alpes y los Balcanes, incorporan una cámara ventilada superior recubierta por una techumbre, así como un mecanismo para impedir que los animales accedan: entre las columnas y el dintel de la estructura superior, se interponen unas lanchas planas y circulares de granito o pizarra, las “rateras” (también “tornarratos”, “capas”, “capelas”, “rateiras”, “toldas”, “postas”, “moas”).

1. Hórreo gallego (“hórreo”, “paneira”, “canastro”, “piorno”, “cabazo”)

Es un edificio pequeño y de planta rectangular con pilares de piedra de cantería, tejado a dos aguas y una estructura de piedra y madera (mixta), o únicamente de madera.

De cantería o mampostería, con techumbre de centeno, pizarra o teja, madera de castaño o roble, el hórreo es un edificio simbólico en la casa tradicional gallega, más allá del nivel cultural y económico.

Existe una tipología de hórreo gallego más ligero y humilde, también rectangular y sobre pilares, aunque más pequeño. Su estructura se compone de ramas y mimbres entretejidos, con tejado de retama o colmo de centeno.

En las zonas limítrofes con Asturias, la planta es más cuadrada y abundan las estructuras de madera y la techumbre cónica o a cuatro aguas de colmo de centeno.

El hórreo extendido por el norte portugués (antiguo convento romano bracarense, con sede en Braga, antigua Bracara Augusta), denominado “espigueiro”, “canastro” o “caniço”, es indistinguible del hórreo gallego tradicional erigido en las tierras de la antigua diócesis de Tui (que conforma actualmente una “eurociudad” con la localidad portuguesa de Valença do Miño).

2. Hórreo asturiano (“hórreu”, “horru”)

El valor simbólico e impronta en el paisaje e idiosincrasia rural del hórreo asturiano es sólo comparable a la lograda por el hórreo gallego, aunque hasta la época renacentista fue adoptado sólo por las clases acomodadas.

Con un valor simbólico reconocido y respetado por los habitantes del Principado, el hórreo asturiano ha evolucionado hasta conformar dos tipos.

El más característico es de planta cuadrada, más espacioso que el gallego y con cámara de madera que incluye corredor exterior, que se sostiene sobre cuatro pilares, o pegollos. El tejado, a cuatro aguas y cubierta vegetal (colmo de centeno, retama, brezo, carquesa), tejas o pizarra, les infería un aspecto similar al de una casa, a menudo incluso con galería exterior.

El hórreo evolucionó hacia el segundo tipo de granero sobre pilares asturiano: la panera, a menudo con estructura rectangular al haber aumentado de tamaño.

Debido a sus mayores dimensiones, los pilares o pegollos pasan en la panera a menudo de cuatro a seis u ocho, mientras el tejado incorpora viga cumbrera y se mantiene a cuatro aguas.

3. Hórreo leonés (“horriu”)

Muy similar al asturiano, el hórreo tradicional leonés suele tener planta cuadrada, elevado varios palmos del suelo mediante cuatro pilares o pegollos.

Elaborados con madera de álamo (cámara) y roble (pilares), carecen de corredor exterior y cuentan con tejado a dos aguas como el hórreo galaico-portugués, recubierto de paja o pizarra.

Existen 330 hórreos en la provincia de León, epicentro del antiguo reino, así como un número indeterminado en la provincia limítrofe castellano-leonesa de Palencia.

4. Hórreo cántabro (“hurriu”)

Apenas quedan unas unidades del hórreo tradicional de los valles rurales cántabros, mencionado en documentos a partir del siglo IX, pero se cree que su extensión fue mucho mayor.

Como el asturiano, el leonés y el vasco-navarro, el hórreo cántabro tiene planta cuadrada, con una cámara de madera sobre cuatro pegollos de roble, normalmente recubierto con teja, a cuatro aguas (como el hórreo asturiano) o dos (como el leonés).

Sobrevive un único ejemplar de hórreo de mayor tamaño y planta rectangular, con seis pegollos y similar a la panera asturiana. Hasta el siglo XVI, como también ocurre en Asturias, los hórreos eran graneros usados por casas grandes y monasterios, a diferencia del más interclasista hórreo gallego, integrado en un paisaje de minifundios.

5. Hórreo vasco-navarro (“garea”, “garaia”, “garaixea”)

Los primeros documentos que atestiguan el uso del hórreo vasco datan del siglo XIV. Son de planta rectangular y cámara de madera, sostenida por cuatro o seis pilares de piedra o madera.

Dividido en tres estancias y sin corredor en la fachada como el hórreo asturiano, sí cuenta en cambio con un pequeño sobrado. Como en el hórreo leonés, su cubierta es a dos aguas (los más grandes) o cuatro (los pequeños).

Los cambios agrarios producidos en los angostos valles vascos, dedicados a la ganadería intensiva en lugar del grano, fomentaron el abandono de este tipo de construcción.

Los hórreos navarros son los más orientales de la Península Ibérica, al haber desaparecido los escasos ejemplares del Pirineo aragonés y catalán. Son edificios de planta rectangular, muros de mampostería sobre arcos y dinteles y cubierta de pizarra o teja a dos aguas.