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Optimismo sobre el mundo según Steven Pinker… y sus límites

Éste podría ser nuestro mejor siglo, dice el ensayista y profesor de psicología Steven Pinker, que analiza el mundo desde un prisma optimista en su último libro Enlightenment Now. Más provocativa aún que esta aseveración: 2017 quizá haya sido el mejor año de la historia de la humanidad.

No está de moda aseverar que el optimismo fundado en la convicción de que el progreso científico, la razón y el humanismo pueden hacer avanzar al mundo, y Steven Pinker afirma por qué no está de moda destacar las muchas cosas que van bien y las tendencias que ofrecen esperanzas sobre un futuro esperanzador para una porción de la humanidad cada vez mayor.

Hay varios motivos que explicarían la visión negativa o chocante que se impone en medios y redes sociales; según Pinker, la intelectualidad es reacia al progreso, una generalización difícil de argumentar con convicción que adultera otras reflexiones bien desarrolladas en su argumento.

Interpretación de datos y realidad

El autor del mencionado ensayo olvida sopesar el impacto de muchos riesgos, desde la pérdida de prestigio y apoyo de la democracia entre los desencantados de las democracias liberales más prósperas —empezando por la debilidad ante embates demagógicos en Estados Unidos y Reino Unido—, a riesgos geopolíticos o el impacto de la actividad humana sobre recursos limitados (tragedia de los comunes).

Inspirado en el trabajo de precursores de la estadística aplicada a indicadores del bienestar y el desarrollo humano, como el médico sueco Hans Rosling (fundador de Gapminder y la aplicación Trendalyzer), el profesor alemán afincado en Oxford Max Roser ha creado el sitio “Our World in Data”, del que Steven Pinker se sirve ampliamente para argumentar puntos de vista en su ensayo “Enlightenment Now” (Imagen: Richard Saker para The Observer; pulsar sobre la imagen para acceder al original)

Steven Pinker revive la discordia entre la filosofía contemporánea que reivindica el realismo del “A es A” aristotélico (análisis del lenguaje y de la lógica proposicional como bloques esenciales de construcción del conocimiento), y la filosofía emergentista, la que se nutre de la hipótesis vitalista de que hay fenómenos que no se pueden reducir a la lógica formal, pues muestran una “voluntad” (Schopenhauer, Nietzsche) o un “élan vital” (Henri Bergson) —artículo relacionado—:

  • la primera se asocia con la filosofía analítica;
  • mientras la segunda se conoce coloquialmente como filosofía continental.

Steven Pinker se enmarca en la primera corriente: la tradición del pensamiento analítico desarrollada por los positivistas lógicos del Círculo de Viena y los países anglosajones, con epicentro en la Universidad de Cambridge.

Hijos de una interpretación

La filosofía analítica sigue viva y demuestra su vigor en el mundo anglosajón, aunque ha perdido el lustro que Bertrand Russell y su principal discípulo, el contradictorio Ludwig Wittgenstein, lograron en calidad de principales representantes del que por entonces era considerado el departamento filosófico más prestigioso del mundo, el del Trinity College de Cambridge.

Ni Reino Unido y Estados Unidos conservan el mismo peso y prestigio de antaño, ni el positivismo lógico ha salido tan bien parado en las últimas décadas (como ha ocurrido con sus postuladores y la filosofía analítica que defienden):

  • el racionalismo no ha logrado convertir el análisis del lenguaje y el estudio lógico de los conceptos (lógica formal) en una puerta certera hacia el conocimiento empírico;
  • y sus aspiraciones matemáticas no han demostrado que la conciencia humana sea reducible al ensamblaje matemático de sus componentes, al tratarse de un fenómeno emergente: en los sistemas emergentes, las propiedades del conjunto exceden a la mera suma de sus partes y no son reducibles a este cálculo, dificultando sueños de la filosofía analítica contemporánea como la reproducción artificial de la mente humana.

Varios pensadores y ensayistas, la mayoría educados en Reino Unido y Norteamérica, sostienen que la filosofía analítica —heredera del positivismo de la Ilustración— es la única rama rigurosa que merece llevar este nombre.

Filosofía analítica vs. filosofía continental

En la opinión de estos pensadores anglosajones, la distinción entre filosofía analítica y filosofía continental (en referencia a la vertiente filosófica más especulativa, humanista y perspectivista que evolucionó en la Europa Continental, tanto en la tradición alemana como en la francesa), carece de valor y otorga más interés del necesario a la filosofía europea continental, para ellos demasiado dada a las diatribas y ajena al cuestionamiento lógico-aristotélico en el que se enmarca la disciplina en el mundo anglosajón.

Entre estos críticos de Nietzsche y Bergson y los continuadores de ambos gigantes del vitalismo, destacan algunos divulgadores con obras populares y relativamente asequibles para el gran público: Richard Dawkins (educado en Balliol, Oxford, y autor del influyente texto sobre evolucionismo El gen egoísta); Matt Ridley, el título de cuyo ensayo más célebre no engaña, Rational Optimist (Ridley también estudió en Oxford); Max Roser, alemán afincado en Reino Unido, investigador en Oxford y autor del sitio de análisis de datos Our World In Data; o el ensayista y profesor canadiense-estadounidense Steven Pinker, experto en psicología evolutiva y la teoría computacional de la mente, recientemente admitido en la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos.

El espíritu crítico de Ernst Mach

Es precisamente Steven Pinker quien toma el testigo de los otros autores mencionados y presenta estas semanas el provocador trabajo que nos ocupa, Enlightenment Now, donde argumenta empíricamente el avance imparable del progreso y el bienestar en el mundo. Para aportar peso a su tesis, Pinker se apoya en datos y gráficos proporcionados por el servicio coordinado por Max Roser, Our World in Data, que traza la evolución temporal y geográfica de multitud de baremos.

Enlightenment Now abre con lo que es poco menos que una oda al marco de pensamiento del positivismo lógico, que reivindica las ideas sobre la razón, la ciencia y el progreso esgrimidas ya por el liberalismo clásico: el mundo es tal y como lo vemos (el “A es A” aristotélico), el mundo avanza sirviéndose de conjeturas y la vieja fórmula del ensayo y error, base del falsacionismo de Karl Popper, y sólo puede darse por bueno lo que es demostrable científicamente.

El último ensayo de Steven Pinker

Esta intransigencia para aceptar cualquier especulación alejada de mecanismos de demostración empíricos entronca a pensadores como Pinker, Dawkins y Roser con el empirismo crítico de los filósofos de Europa Central precursores del Círculo de Viena, como el físico y filósofo austríaco Ernst Mach. Mach es célebre por su obcecación a la hora de poner a prueba cualquier conocimiento dado por bueno pero no demostrado con validez científica.

Esta mentalidad condujo a Mach a desconfiar de la hipótesis de Isaac Newton que otorgaba a espacio y tiempo valores absolutos e inmutables, auténtico principio del trabajo de uno de los pensadores sobre los que más influyó: el desconocido funcionario de patentes Albert Einstein.

Los mundos paralelos de Hans Rosling y Michel Houellebecq

Otros admiradores del espíritu inquisitivo de Ernst Mach más próximos a Pinker y a algunos de sus coetáneos, como Max Roser, forman parte de la escuela analítica escandinava (la otra gran rama de la filosofía analítica, junto a la centroeuropea y la anglosajona), como el recientemente desaparecido Hans Rosling, médico experto en desarrollo y profesor en el Instituto Karolinska, creador de la Fundación Gapminder (sobre la mejora y difusión de datos estadísticos relevantes para el progreso humano) y figura capital de la estadística contemporánea.

De las tres partes en que Pinker divide su ensayo, la primera nos sitúa en un marco, el de la Ilustración, que lleva tiempo sin el lustre con que el autor se esfuerza en describirlo; quizá por ello, su tercer capítulo se dedique a explicar en qué consisten las “contra-ilustraciones”. Pinker olvida que el papel de “contrarreforma” parta de ideólogos situados en el mismo núcleo del sistema, desde el entorno de Donald Trump y la “derecha alternativa” de Estados Unidos al aislacionismo en las regiones del Reino Unido alejadas del dinamismo londinense.

La segunda parte del ensayo, dedicada al progreso, abre con una descripción de la “progresofobia”, un capítulo especulativo donde el autor confunde con habilidad cualquier crítica legítima a los aspectos más negativos del progreso: desde la deshumanización descrita por Max Weber, Franz Kafka o Michel Foucault a la desigualdad entre ricos y pobres; al hedonismo inconsciente y adictivo que parece profesar buena parte de la población —como describen las novelas de Michel Houellebecq—; o a las epidemias de la civilización, desde la obesidad al consumo de opiáceos.

Los puntales del edificio de la Ilustración

Para Pinker, lo que en realidad ocurre es que, en el fondo, los intelectuales odian la idea de progreso y dedican sus carreras a desacreditarlo. Este argumento es más propio de los argumentos de un héroe randiano que que un defensor contemporáneo de Aristóteles.

El resto de la segunda parte es poco menos que una enumeración de datos imparablemente positivos cuando son observados en abstracto: avances en esperanza de vida, salud, nutrición, riqueza, paz, seguridad, terrorismo (que desciende, por mucho que pese a los demagogos), democracia (pese al circo de la Casa Blanca y Downing Street), igualdad de derechos, conocimiento, calidad de vida, o bienestar.

Esta segunda parte, que debe leerse como una oda al trabajo estadístico de Max Roser (Our World in Data) y Hans Rosling (Gapminder), acaba con un último capítulo dedicado a riesgos sistémicos que sorprende por su nivel de generalidad y ausencia de un auténtico “test de estrés“: Pinker no ha querido desmontar desde dentro la propia hipótesis del ensayo, faltaría más.

El mundo mejora y no nos lo creemos, repite Pinker con su elocuencia habitual. De hecho, sugiere el ensayista canado-estadounidense, hay aspectos que mejoran con tal rapidez que hoy es posible entrever la erradicación de las principales epidemias en el mundo, y soñar con el fin de la pobreza extrema en todo el mundo, entre otros logros causados por los avances indudables de la modernidad, apoyada sobre los pilares de la ciencia, el humanismo y la interconexión de ideas, personas y mercancías.

Entre “Enlightenment Now” y “Apocalypse Now”

En la tercera y última parte del ensayo aparece el auténtico argumento del autor, sobre el que no se puede estar en desacuerdo: vistiéndose aunque sea por un instante con la americana de cine negro y la solapa subida de Albert Camus, Steven Pinker nos recuerda que los auténticos enemigos del progreso humano en los próximos años son quienes, desde la extrema izquierda y la extrema derecha, aumentan el nivel de desinformación y tratan de derruir el edificio humanista de la Ilustración. La ciencia no es nada sin comprensión ni amor, dice Pinker como el Albert Camus de L’Homme Révolté.

Si Enlightenment Now es un puñetazo sobre la mesa para espantar la superstición milenarista de quienes quieren replegarse y retroceder a un mundo imaginario del pasado (un país de valores europeos y con minorías jugando un papel residual, en el caso de los postuladores del “Make America Great Again”; y la metrópolis de un Imperio que a la vez trata de aislarse en las esencias imaginarias de Mercia, en el caso de los entusiastas del Brexit), ¿por qué son populismo y nacionalismo excluyente los valores que movilizaron a los votantes de Estados Unidos y Reino Unido, haciendo pensar más bien en un título antagónico, como el brumoso e irracional Apocalypse Now?

De izquierda a derecha: Matt Ridley (“Rational Optimist”), Steven Pinker y Max Roser (la imagen, compartida por el primero, fue tomada, en sus palabras, ante la estatua de un “violento y derrochador autoritario”, el rey Ricardo Corazón de León

No nos creemos lo que va bien, dice Pinker sin que le sobren datos para demostrarlo, y esta incredulidad da alas a quienes tratan de desprestigiar las democracias liberales como estrategia geopolítica.

No nos lo creemos hasta el punto de observar fenómenos en el mundo anglosajón como el descrédito de la democracia liberal, el auge del proteccionismo etnocéntrico y la debacle de las —muy racionales, por otra parte— campañas de: Hillary Clinton en las últimas elecciones de Estados Unidos; y la causa por permanecer en la UE en el Reino Unido (“Remain”).

Donald Trump y Brexit no son el producto de este avance imparable de los valores de la Ilustración que arman el subtítulo del ensayo Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress.

Destacar lo que funciona

La diatriba de los racionalistas optimistas, adscritos a la filosofía analítica anglosajona, tiene un límite que empieza, precisamente, en los recovecos de la realidad y la psicología humana que el racionalismo reduccionista no puede contrarrestar con cuatro gráficos, pues los fenómenos “emergentes” (que, recordemos, son aquellos cuyo resultado es más complejo que la suma de sus partes y no reducible a éstas), albergan consecuencias tan impredecibles como el resultado en una votación sobre la que puedan influir multitud de aspectos.

Steven Pinker no es el primer autor de peso en dedicar esfuerzos a quienes, en su opinión, critican el progreso destacando únicamente los aspectos más disfuncionales de un mundo en transformación, donde quienes habían vivido con niveles de prosperidad envidiables durante décadas ven cómo su nivel de vida se estanca en comparación con los más beneficiados de la mundialización: los profesionalmente mejor adaptados y las clases medias de los países emergentes.

¿Realmente son los “intelectuales” y/o “progresistas”, como asegura Steven Pinker, los que más odian el “progreso”, poniendo en riesgo su despliegue?

El populismo en los países prósperos va íntimamente ligado a una percepción parcialmente distorsionada: más que un empeoramiento radical, lo que la clase media occidental percibe es la pujanza de modelos de civilización que compiten con una situación de relativo estancamiento.

Más envejecidos, los países desarrollados carecen del dinamismo expansivo de sociedades en plena transformación desde modelos rurales a economías productivas que se urbanizan y diversifican su economía, capaces de consumir más cemento en tres años que Estados Unidos en todo un siglo, invirtiendo de paso en la sociedad del conocimiento y en países que proporcionan materias primas.

El mundo tal y como lo vemos

Quienes creen que el mundo va por mal camino y sociedades como la estadounidense han entrado en la vía muerta están equivocados, dice Pinker, argumentando su caso con la información proporcionada por Max Roser sobre salud global, alimentos, evolución de economías y salarios, niveles de violencia, respeto por derechos humanos, avances en tecnología y educación, etc.

Mientras los medios destacan la miseria moral y pequeñez intelectual de Donald Trump o de alguno de los politiquillos del actual ejecutivo británico, mientras Siria continúa en guerra y Afganistán parece haber eternizado su inestabilidad, mientras el nacionalismo etnocéntrico avanza en Europa y los estadounidenses caen de nuevo en su particular espiral de hiperventilación pública en torno al uso de armas o las tensiones raciales… El mundo va mejor, dice Pinker, arriesgándose a que se le tome por uno de esos repelentes alumnos aventajados, siempre cercano a la primera fila.

El autor canado-estadounidense juega a la contra destacando los logros del progreso técnico acelerado en las sociedades burocratizadas que el filósofo Martin Heidegger (de la escuela continental, influido por Nietzsche y, por tanto, alejado de la cuerda del muy analítico Pinker) llamó “tecnicidad”, con aseveraciones que pasan desapercibidas al carecer de las características sorpresivas y a menudo catastróficas del hecho noticiable: “100.000 aviones no se estrellaron ayer; el número de personas en pobreza extrema cayó en 137.000 desde ayer”.

La imagen actual de las democracias liberales

Una sombra sobrevuela las tesis de Steven Pinker en el libro con la insistencia de los auspicios en la cultura clásica, origen de los valores y marco de conocimiento —la razón, la ciencia, el progreso científico como vanguardia del avance social— que reivindica el autor: el auge del populismo y la sensación de agotamiento y fin de ciclo de la época conocida como Pax Americana.

El mensaje nacionalista que ha transformado la política de Estados Unidos y Reino Unido, además de desestabilizar a otros tantos países, se desmarca de los supuestos valores que han creado la prosperidad e interconexión de que disfruta el mundo actual, y su popularidad depende del rechazo frontal y visceral a las tesis de Pinker y sus colegas.

No son los intelectuales, como sugiere el autor, los enemigos acérrimos del avance científico, técnico y social, sino quienes han comprendido que el rechazo a los síntomas más disfuncionales de las democracias liberales tiene réditos electorales: el mensaje reaccionario/revolucionario de derrumbar el edificio en vez de reformarlo se ha instalado en amplios sectores de la sociedad a la que el ensayista pertenece.

La sociedad abierta y sus enemigos

¿Cómo contrarrestar mensajes maniqueos según los cuales no se puede confiar en los expertos y las propias instituciones actúan en connivencia con los poderosos en la sombra, mensajes ya usados en los años 30 del siglo pasado? ¿Cómo fomentar la educación y el pensamiento crítico entre la ciudadanía cuando triunfa el mensaje de que hay que acabar con el “sistema”?

¿Pueden sistemas de controles y equilibrios institucionales garantizar la supervivencia de las democracias liberales cuando el propio prestigio de éstas decae entre la ciudadanía y las élites? Es sintomático que la prensa estadounidense y personalidades influyentes en Silicon Valley contrasten últimamente con morbosa inquina la capacidad ejecutiva de la sociedad china con la aparente esclerosis del sistema regulatorio e institucional de Estados Unidos, tratando de establecer un paralelismo entre el modelo chino de Partido Único y una efectividad olvidada en Occidente.

El influyente (y olvidado) físico y filósofo austríaco Ernst Mach, cuyas reflexiones posibilitaron la carrera de Albert Einstein

Quienes se recrean en estas falsas equivalencias, creen que la voluntad del actual secretario general del Partido Comunista (?) Chino, Xi Jinping, de perpetuarse en el poder eliminando el límite legal de los dos mandatos, es una muestra de fuerza y determinación del actual líder, cuando esta misma estrategia demuestra la mayor debilidad del gigante asiático: la liviandad y arbitrariedad de sus instituciones, que acomodarán otro pilar de la Ilustración, el Estado de Derecho, al mejor postor.

Sancionadores de verdades científicas

El mundo no se acaba, sino que mejora, dice Pinker, y ello es posible gracias a la prosperidad surgida de los valores de progreso científico y material de la Ilustración. Mientras el autor promociona su caso por el optimismo positivista y empresarios como Elon Musk tratan de ponerse a la altura de inventores del pasado como Thomas Edison, en el epicentro de esa misma sociedad surgen grupos que deforman esos mismos valores (razón, pensamiento crítico, ensayo y error, ingenuidad, irreverencia ante lo establecido) para vendernos que la tierra es plana o que Dios creó la tierra hace apenas unos milenios.

Ian Goldin escribe en Nature que la mejor manera de extraer los argumentos más valiosos de Enlightenment Now consiste en estudiar sus limitaciones: evitar tomar el estudio estadístico como verdad inequívoca, sino como un proceso de revisión continua de conjeturas para explicar la realidad.

No se puede explicar el mundo confundiendo la evolución positiva de indicadores con la prueba de que lo único que necesitamos para alcanzar las estrellas es elevar la lógica aristotélica al pedestal totémico que había ocupado la religión.

Muchos de los avances atribuidos a la Ilustración por Pinker, reflexiona Goldin, son muy anteriores; asimismo, muchos de los logros expuestos en el ensayo se nutren del viejo relato eurocéntrico y olvidan el supuesto objeto de estudio sagrado del positivismo lógico: la realidad.

Los efectos del intercambio colombino no siempre fueron tan positivos y universales, y los inspiradores de algunas de las ideas, alimentos y productos más exitosos nunca lograron reconocimiento. El relato que siempre se olvida.

Emergencia

Asimismo, Steven Pinker debería recordar el uso del progreso científico como herramienta de destrucción burocrática a cargo de los totalitarismos del siglo XX, una forma prorrateada y aséptica de maldad compartida capaz de generar las atrocidades más distópicas, han expuesto pensadores como Hannah Arendt o incluso Karl Popper, pensador venerado por las distintas escuelas del pensamiento analítico.

Comparar datos de diferentes períodos sin incluir el contexto en que adquieren un significado más extenso puede ser útil y acomodarse a conclusiones elaboradas de antemano, pero priva a cualquier trabajo de valores y comportamientos más próximos a la realidad que pretenden destilar: el carácter emergente y desordenado de fenómenos que no actúan conforme a un libro de instrucciones racionalista, sino que se aproximan más a lo observado en la naturaleza y la física contemporáneas.

Esta ausencia de contexto debilita las tesis de Pinker, argumenta Bret Stetka en Scientific American. Stetka no compra la hipótesis de Pinker según la cual a mayor complejidad y tamaño de una sociedad, menor violencia proporcional: hacen falta únicamente uno o dos locos poderosos (¿los mandatarios de Corea del Norte y de Estados Unidos?) para convertir un período de violencia relativamente baja en una carnicería nuclear.

En el universo, nos recuerda Hubert Reeves, la dialéctica entre caos y determinismo alimentan el misterio del ímpetu de crear, avanzar, contestar, salirse de marcos de pensamiento agotados. No todo es una combinación de empirismo, segunda ley de la termodinámica y evolucionismo, como parece creer el autor.

Reivindicadores del término “progreso”

Las proposiciones de inspiración aristotélica de la filosofía analítica son una manera valiosa de comprender el mundo, pero no representan al mundo tal y como es. Los modelos pensados por otros hace milenios no tienen en cuenta que sus propios autores alertaron contra la tentación de tomarse sus reflexiones y fórmulas demasiado al pie de la letra.

Es posible compartir con Steven Pinker el optimismo sobre el futuro, reclamando a la vez una cierta distancia con respecto a la interpretación de los datos proporcionados por Max Roser, que pueden usarse tanto para esbozar un futuro amable de ciudadanos libres y creadores…

O un futuro alternativo donde triunfen modelos dictatoriales sucedáneos del Partido Único chino y visión del porvenir, que ha mutado desde el dirigismo miope y “científico” de los atroces planes quinquenales del “Gran Salto Adelante” a un materialismo orwelliano que, mira por dónde, se convierte ahora en la aspiración de determinados empresarios de Silicon Valley.