Las historias de autodescubrimiento toman un tono iniciático y arcadiano en la tradición estadounidense, algo así como una versión emersoniana del Siddhartha de Herman Hesse, pero con carreteras estatales vacías y un paisaje aplastado por un inmenso cielo.
Un canto, refrendado por la cultura pop desde los beatniks, a abrir los brazos y sentir las incomodidades de la intemperie, la inmensidad de una naturaleza todavía conectada con las poblaciones locales, los primeros buhoneros, cazadores de pieles, exploradores, colonos.
Europa, con una naturaleza amaestrada durante milenios y sentimientos de pertenencia atávicos, se contenta con primeras y segundas partes de historias iniciáticas más erráticas, urbanas y hedonistas, quizá más próximas a la juventud que representan.
Lo salvaje vs. lo ya trillado
Aquí, el crudo tránsito por la vida de trampero de The Revenant (2015) se transforma en periplos con un peligro percibido relacionado con el riesgo a caer en el nihilismo, tales como la novela Cuatro amigos de David Trueba; o la segunda entrega de Trainspotting, con sus personajes entrados en años pero igual de fatalistas e inconscientes.
Menos trascendentalismo, menos moraleja y alguna risa de más. Y el hedonismo nihilista de Irvine Welsh, autor de la novela que inicia la ahora saga en el cine de Trainspotting (Danny Boyle).
Quizá el regusto de moralina, segundas oportunidades y autoayuda entre protestante y estoica de los libros iniciáticos estadounidenses tengan tirada en momentos de incertidumbre, cuando la inspiración es necesaria para salvar algo más que el tedio de los días.
La autenticidad en la que quieren asomarse muchos estadounidenses al ver a Trump hacer el cafre en sus primeros días como presidente evoca un alejamiento de la ciudad, de la charlatanería urbana y tecnológica.
La insipidez de la comida de astronauta
Es una actitud que valora la alimentación local y orgánica, alejada de los sueños de automatización de Ray Kroc (McDonald’s): The Founder (2017), película de John Lee Hancock sobre el personaje con Michael Keaton como Kroc, aportará los paralelismos necesarios con Trump, cuya personalidad recuerda a muchos la dieta hipercalórica de los precocinados (“TV dinner“) y el final de la jornada ante el televisor.
Si Kroc representa el fordismo de la alimentación, las nuevas sustancias insípidas creadas en Silicon Valley con intención de sustituir algo tan unido a salud, cultura y sentidos como la comida (un plato de alimentos complejos da paso a papillas o compuestos como Soylent) o la ingestión de estimulantes (el café o el té ceden terreno a los llamados “nootrópicos”), son el equivalente culinario de la desmaterialización de la información desde átomos a bits.
Esta aceleración tecnológica en los últimos ámbitos que nos mantienen cerca de nuestros instintos biológicos pone en alerta a un cierto tipo de individuo con aspiraciones autosuficientes, que quiere comer lo que planta y no una papilla Soylent, educar a sus hijos en el bosque y no encerrarlos en las instituciones burocráticas de socialización pasiva en que, para ellos, se han convertido las escuelas tradicionales, optar por productos y técnicas analógicas en detrimento de sus versiones automatizadas.
Historia de Martin Eden
La intención no confesada es proyectarse en el entorno con la autosuficiencia de Buck al final La llamada de la selva, novela en la que Jack London ofrece el protagonismo a un perro urbano maltratado que aprende las leyes de la naturaleza, la supervivencia y la lealtad junto a su último amo, cuya muerte lo obliga a decidir: vuelta a la sociedad, o vida salvaje.
Buck elige la vida en el bosque junto a una manada de lobos. Si jamás algún perro fue nietzscheano, su alter ego literario es Buck. Eso sí, el Buck literario está inspirado (en el porte, en el comportamiento, en la naturaleza) en el perro que los caseros del autor tuvieron en su casa del valle de Santa Clara, un cruce entre San Bernardo y Collie noble y dominante.
Otras historias ocultan el individualismo panteísta de Jack London, cuyo radicalismo y lecturas de Herbert Spencer o Nietzsche tuvieron que luchar con una contradicción que el autor, ya adulto y célebre por sus primeras novelas, abordó en Martin Eden, en la que un escritor de orígenes humildes trata de abrirse paso con la única fuerza de su talento y trabajo.
Eden acaba suicidándose, y muchos tratan de encontrar un paralelismo con el autor y el misterio en torno a su muerte prematura. El protagonista es incapaz de conjugar su confianza ciega en el talento y el individualismo con sus profundas convicciones materialistas: actitud individual nietzscheana y, a la vez, progresismo político basado en la solidaridad y la defensa de los más débiles.
El monstruo primigenio de las historias de London, Melville…
London trató de explicar en la historia que lo que muchos llamaban socialismo era, en su caso, una posición profundamente cristiana, como la de Thoreau, Emerson o Tolstói. No por ello menos contradictoria. Individualismo a ultranza e igualitarismo, aristocracia del talento y promoción de los más débiles.
Como sus personajes, y acaso como otros autores estadounidenses (Melville, por ejemplo), Jack London vivió con la energía de una supernova, emulando los protagonistas de las novelas de aventuras que había leído durante su infancia, y compartiendo la convicción radical de Spencer de que unos hombres son superiores a otros.
Una de las facetas del carácter de Frontera estadounidense pervivirá para siempre cada vez que alguien abre una de las novelas del período temprano de London, incluso a sabiendas de que las tranquilas y adormiladas localidades del valle de Santa Clara que observaron a London, convirtiéndose en aventurero, periodista y escritor célebre, sean ahora el corazón de Silicon Valley.
El vitalismo panteísta de London, en su búsqueda por el pálpito que lo reconectara con su propia naturaleza, ha sido sepultado por una interpretación radical del utilitarismo más desarraigado que hasta ahora ha traído la técnica.
Un fantástico capitán o un capitán fantástico
Los artífices de las mayores empresas tecnológicas exploran los resortes de la sociedad y, por si acaso, se preparan para un mundo distópico e inseguro à la Mad Max, y experimentan con nuevos métodos de supervivencia a catástrofes: la otra cara del individualismo estadounidense, también con ecos bíblicos, se adentra en el descrédito de las instituciones tradicionales y la preparación -con ecos bíblicos- para el fin del mundo.
Son los “prepper” o survivalistas de Silicon Valley (consultar artículo del New Yorker), antagonistas del espíritu proto-ecologista de los trascendentalistas estadounidenses (del que Jack London era deudor), y más cercanos al miedo atávico del fundamentalismo cristiano (ahora representado nada menos que con la vicepresidencia de Estados Unidos, en la figura de Mike Pence).
A inicios de la era Trump, la proyección individualista en la naturaleza para cantar a Whitman y comprobar si lo que Thoreau y Emerson tenían que decir se corresponde con la propia interpretación de el lugar de uno mismo en la inmensidad, se convierte en un acto contestatario.
Volviendo a la proyección artística de estos ideales, existen interpretaciones contemporáneas del aprendizaje de London:
- basados o inspirados en la realidad (como los viajes de autodescubrimiento, con ensayo y secuela cinematográfica, sobre el joven y malogrado Christopher McCandless –Into the Wild-, y de Cheryl Strayed –Wild-);
- o ficticios, como el papá interesado en la vida alternativa en plena naturaleza que Viggo Mortensen interpreta en la película Captain Fantastic (2016).
Actitudes del Noroeste del Pacífico estadounidense
La banda sonora de Into the Wild, interpretada por un inspirado Eddie Vedder, dejaba una canción como Society, que condensa quizá los motivos y esperanzas que llevan a muchos estadounidenses a retirarse a la naturaleza, a solas o con la familia, rememorando a olvidados colonos de Frontera, o a las andanzas de Laura Ingalls Wilder y su “casa de la pradera”.
Captain Fantastic captura el acento, la actitud y la apreciación panteísta por la naturaleza (“crunchy”, “granola”, etc.) que muchos habitantes del Noroeste del Pacífico estadounidense conservan, acudiendo en familia a excursiones en los numerosos parajes naturales del estrecho de Puget o la península Olímpica.
La inestabilidad y muerte de la madre conduce al padre de familia a volver con sus hijos (desde la adolescencia a la tierna infancia) a una sociedad desconectada de lo que para ellos conforma lo real. Según el padre, ellos han afrontando “los hechos esenciales de la vida” para no arrepentirse más tarde, en terminología de Thoreau; pero el entorno de la familia tiene un concepto distinto de la realidad.
El espectador simpatiza sin problemas con la inocencia primigenia de la familia, y nace un sentimiento de proteccionismo similar al que suscitan películas sobre poblaciones no contactadas que padecen el choque cultural con la sociedad moderna.
Hijos como reyes filósofos
“Lo que hemos creado aquí puede que sea único. Hemos creado un paraíso”,
dice el padre de esta familia autosuficiente, acaso modelo contemporáneo para el ensayo de Ralph Waldo Emerson sobre la materia.
Sueño de libertad, desescolarización, aprendizaje directo en plena naturaleza, cultivando, recolectando y cazando lo que uno come, y entablando una relación con las cosas tan primigenia que las palabras adquieren más que un significado referencial.
En esta situación, el padre cree que sus hijos se están convirtiendo en lo que él tilda de “reyes filósofos”, en clara alusión a la sociedad utópica soñada por Platón en La República, en la que un grupo de sabios filósofos se encarga de gobernar.
Pero esta bella ciudad, Calípolis, es uno más de los espejismos de Platón, cuya filosofía busca en cada cosa el espejo de lo que él considera el ideal de perfección. Un espejismo que Ben Cash, el protagonista de Captain Fantastic interpretado por Viggo Mortensen, se cuestiona.
Martin Eden, el escritor de origen humilde descrito por Jack London en la novela homónima, tiene también las mismas aspiraciones elevadas de conjugar una sociedad utópica y justa y, a la vez, mantener un celoso individualismo.
Autenticidad (y el arte humano de la contradicción)
Una contradicción presente en todos los movimientos de inspiración comunal, que encontraron un terreno especialmente propicio en la Costa Oeste de Estados Unidos.
Esta venganza de lo analógico y orgánico es más bien simbólica, apenas una postura. Como Martin Eden, el padre de familia de Captain Fantastic es consciente de sus vínculos de la sociedad de donde procede, y en la que deberán integrarse sus hijos.
Consciente de la necesidad social del ser humano (Aristóteles y su “animal político”, o “de la polis”), Thoreau construyó su cabaña en el bosque a una hora a pie de su casa, sin perder la conexión.
Del mismo modo, los sabios que se alejaron del ruido de la gente para pensar con parábolas, desde los fundadores de religiones hasta el Zaratustra de Nietzsche, se alejaban de la sociedad para, más tarde, volver a ella, avergonzados de la contradicción entre celo individual e instinto de grupo.
Quizá Jack London, cuyo epistolario muestra sus limitaciones y contradicciones (su supremacismo a partir de las lecturas de Herbert Spencer, su socialismo apócrifo) dejó volar su subconsciente en Martin Eden, su olvidada obra maestra, donde el autor especula sobre el error de pensar que uno puede concebir él mismo una sociedad utópica, una Calípolis tan perfecta como el ideal platónico.
El tejido de la realidad
Como los espejos cóncavos y los hologramas, las utopías conducen a monstruos y, en raras ocasiones (las menos), al despertar de auténticos reyes filósofos. Del bosque, un intelectual sale convertido en Thoreau o en Unabomber. Un filósofo o un lunático.
También en la ciudad (en terminología de Nietzsche, en el “mercado”), podemos encontrar nuestra propia voz, y decidir cuándo y cómo compartirla con otros.
Más que obsesionarnos, como London, en lo que no aportan el evolucionismo de Spencer o el marxismo (al fin y al cabo, un evangelio apócrifo del idealismo hegeliano), quizá valga la pena empezar de cero y dar de nuevo nombre a las cosas, disfrutando de vez en cuando situaciones donde se imponga el único lujo que nos ha dejado la sociedad de la información: los momentos en la naturaleza sin wifi ni conexión celular.
Cuando todo está conectado y es susceptible de ser reproducido y copiado, sólo las experiencias y las situaciones únicas (sin conexión) recuperan el espejismo de la originalidad.
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