No hay fronteras claras entre frugalidad y pobreza, ni entre gasto concienzudo y compra superflua, o entre la experiencia que aporta bienestar y la que es prescindible en tiempos difíciles. Más que los indicadores de algún organismo estadístico, el límite lo marca el propio individuo.
Una vez alcanzado un bienestar razonable, todo depende de la actitud del individuo, su estilo de vida y concepción del mundo y su propia existencia: para Mohandas Gandhi u otros inspiradores de la vida sencilla, poseer apenas un puñado objetos para copar las necesidades cotidianas no suponían una limitación, sino un acicate para agudizar la inventiva.
La riqueza a crédito es cara y no aumenta la felicidad
Una vez alcanzado un determinado nivel de bienestar, la felicidad (ese intangible sin definición clara, aunque relacionado con indicadores objetivos) no aumenta en igual proporción al nivel de renta.
Más renta no implica necesariamente mayor bienestar duradero. No está de más leer el discurso (The Economics of Happiness) de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal estadounidense, en la ceremonia de graduación de la Universidad de Carolina del Sur en 2010.
La escasez como brasa de la innovación
Corrientes filosóficas, biografías de personalidades influyentes y estudios modernos corroboran que la escasez no sólo no limita la innovación, sino que ha sido su impulsora.
La propia escasez y los cambios en un entorno incierto convirtieron al ser humano en cazador persistente (correr detrás del animal hasta agotarlo) antes de concebir la inventiva necesaria para desarrollar utensilios de caza suficientemente sofisticados. Las cosas no han cambiado tanto.
Psicología humanista: necesidades básicas y autorrealización
Según la teoría de la motivación humana propuesta por el psicólogo humanista Abraham Maslow, el ser humano sólo puede autorrealizarse -copar sus aspiraciones más elevadas- después de satisfacer sus necesidades básicas.
Las dos guerras mundiales marcaron su visión del ser humano, al comprobar cómo sus propios valores se veían influidos por factores como la incertidumbre, el peligro, la escasez o los prejuicios contra él (o de su familia contra otros).
Maslow tenía 33 años y dos hijos cuando, en 1941, Estados Unidos entró en guerra, haciéndolo eligible para servir en la contienda. Este riesgo y el horror de la guerra le marcaron tanto como el viaje de sus padres, judíos emigrantes de Rusia zarista, hacia Estados Unidos a principios del siglo XX; o el antisemitismo de las bandas de su barrio.
Excelencia surgida de las situaciones difíciles
Vivir momentos duros no empeora nuestras oportunidades a largo plazo, sino que puede impulsar, más bien, nuestra excelencia.
El proceder de una familia que huía de injusticias, o los prejuicios sufridos en casa (chocó a menudo con su madre, poco formada e intolerante con otras minorías, siendo ella misma judía emigrante), el barrio y la universidad, influyeron de un modo inesperado en un joven que, pese a estos obstáculos y a la incertidumbre de la Gran Depresión, fue uno de los fundadores de una teoría de la psicología como un proceso de autorrealización.
Según la psicología humanista, promovida por Maslow hay una tendencia básica humana de búsqueda de la salud mental y el equilibrio, que el individuo trata de conseguir en una dialéctica hacia su ideal de autorrealización.
Como buen psicólogo formado a inicios del siglo XX, Maslow, influido por el estudio en primates y el psicoanálisis de Freud y sus colaboradores, estudió la relación entre las necesidades básicas y el potencial humano: si las necesidades básicas no son satisfechas, difícilmente se pueden completar con éxito otras metas más “elevadas” y relacionadas con intangibles como el intelecto, la confianza, la perseverancia, etc.
La pirámide de las necesidades
El propio Maslow fue víctima de los prejuicios de sus propios padres y de una sociedad todavía poco tolerante con las distintas minorías, lo que convirtió su propia existencia en objeto de estudio. Comprobó en sus propias carnes el sentido de conceptos como jerarquía de necesidades, “metanecesidades”, “metamotivación”, autoactualización, o experiencias sublimes (“peak experiences”), entre otros palabros de la psicología.
Finalmente, Maslow aplicó sus hallazgos, tanto empíricos como extraídos de su propia existencia, en la famosa pirámide de las necesidades: sólo satisfaciendo necesidades básicas o subordinadas (la base de la pirámide de la autorrealización), se pueden alcanzar necesidades más altas.
En momentos de incertidumbre como el actual, los más débiles de una sociedad tienden a concentrarse en los estamentos más cercanos a la base de la pirámide: cuestiones más fisiológicas y relacionadas con la seguridad. Pero una actitud adecuada puede empujar a cualquiera, independientemente de su situación económica, hacia estamentos más cercanos a la punta de la pirámide (reconocimiento, autorrealización).
“Qué bello es vivir” y Lao-Tsé
Formado antes de que Edward Bernays aplicara sus conocimientos psicoanalíticos (era sobrino de Freud) para crear las relaciones públicas y el marketing moderno (es decir, la propaganda aplicada a propulsar el consumo de bienes materiales más allá de las necesidades básicas), Abraham Maslow entendió que el bienestar humano no está íntimamente ligado a la adquisición de productos.
El paso desde la cultura de la necesidad a la cultura del deseo, propulsada por el consumo de bienes y ajustes en su producción gracias al petróleo barato, las economías de escala y la obsolescencia programada, dio lugar a la dialéctica expresada magistralmente en el clásico cinematográfico Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life).
Es decir: frugalidad y sólidos valores contra consumo hedonista por encima de todo, entereza ética contra egoísmo freudiano. Cultura de la necesidad, al fin y al cabo, contra cultura del deseo.
Lao-Tsé y su “camino medio” taoísta influyó tanto como los estudios empíricos en la visión de Maslow sobre la autorrealización humana: El autor del Tao Te Ching demostraba que las personas no obtienen la plenitud ni el bienestar duradero al acumular posesiones materiales.
Yin y yang de la psicología moderna: los complementarios Freud y Maslow
Maslow no sólo se sirvió de los estudios más avanzados de su época, así como teorías que complementaban la más influyente de su época: el psicoanálisis de Freud.
Pese a que muchos tildaron a Maslow de acientífico por servirse de filósofos antiguos a la vez que de estudios de campo, Maslow siempre argumentó que sus teorías sobre la autorrealización humana eran el complemento de la obra de Freud.
Siguiendo con la predilección de Maslow por Lao-Tsé, la dialéctica entre él y Freud revisaron el estudio psicológico del ser humano: la mitad crítica de la psicología humana (psicoanálisis de Freud) y su contrapeso más optimista (Pirámide de Maslow) actúan desde entonces como el yin y el yang. Lo que ha llegado después, debe su base, o se ha creado yendo en contra, de estos dos pensadores.
El arte de sobreponerse a la penuria
En el ser humano, expone la psicología humanista, hay personas capaces de sobreponerse a situaciones difíciles con mayor facilidad que otros individuos con similar potencial.
Este coeficiente de optimismo tiene un término técnico en los estudios psicológicos, “metamotivación”: personas capaces de generar en sí mismos “experiencias cumbre”, o momentos de profundo amor, entendimiento, clarividencia, más consciente de sentimientos elevados y, por tanto, más abierto a sacar partido de cualquier reto y convertirlo en oportunidad, aunque sólo sea de aprendizaje.
La metamotivación es la salsa secreta, por tanto, de las personas autorrealizadas, dicen los psicólogos humanistas. Estos individuos se mueven por fuerzas elevadas que no son imprescindibles para sobrevivir, pero sí para lo que Umair Haque, director de Havas Media Lab, llama abandonar la -tóxica e insostenible- burbuja de la opulencia, el amodorramiento comodón y conformista que impide a muchos individuos explorar su potencial.
Las mejores vitaminas para nuestro cerebro: salir de la zona de confort
Para salir de la zona de confort y crear el futuro hace falta una determinación propia de quien consistentemente, y sin padecer alucinaciones, ve el baso medio lleno y no a la inversa. Las prebendas acomodaticias no tienen por qué impulsarnos, por tanto, hacia los niveles más altos de la autorrealización; más bien al contrario.
Los principios expuestos por Maslow en su teoría de las necesidades humanas y la autorrealización, una visión más optimista del ser humano que el animal impulsivo movido casi exclusivamente por pulsiones de origen animal descrito por Sigmund Freud, siguen vigentes de un modo u otro en campos tan distintos como el deporte de élite, la formación empresarial, o la industria del espectáculo, además de en la medicina y psicología.
Florecimiento personal y bienestar económico no son correlativos
Pero, ¿es necesario alcanzar un holgado bienestar material para florecer como individuo y, una vez suplidas las necesidades básicas, centrarse en necesidades más elevadas como la moralidad, creatividad, espontaneidad, aceptación empírica de hechos, resolución de problemas en base a mecanismos racionales, etc.?
La propia experiencia personal de grandes ascetas del pasado, así como varias corrientes de filosofías de vida, surgidas del eudemonismo aristotélico (virtud, moderación, esfuerzo, vida de acuerdo con la naturaleza), relacionan más la autorrealización con la frugalidad y el “camino medio” de Lao-Tsé que con la abundancia, las ambrosías y el hedonismo.
“Privaciones” que conducen hacia la plenitud
El estoicismo, la vida sencilla, el minimalismo no nos privan de la autorrealización, sino que son el modo de avanzar hacia ella, como ya había sostenido Abraham Maslow al principio de su carrera académica.
Al estudiar a Albert Einstein y a otros académicos y personas que cumplían con el arquetipo de individuos realizados. Encontró que todos los sujetos estudiados tenían rasgos de personalidad equiparables: centrados en la realidad, centrados en los problemas, capaces de convertir las dificultades y penurias en problemas que había que solventar y no losas bíblicas.
Asimismo, este grupo de individuos autorrealizados estaban cómodos a solas (ahora se cree que la soledad es fundamental para activar los mecanismos de innovación y productividad), y tenían relaciones personales saludables. Finalmente, se decantaban por pocos familiares y amigos de confianza, en lugar de muchas relaciones superficiales.
La autorrealización evita el victimismo
Muchos de estos individuos autorrealizados estudiados por Abraham Maslow fueron víctima de ataques racistas, persecución en sus lugares de origen o graves presiones en la economía familiar; padecieron en primera persona las penurias de la Gran Depresión. En cambio, prevaleció en ellos el cultivo de los estadios más elevados de la autorrealización, según el esquema de la Pirámide de Maslow.
¿Cómo lo lograron? Simplemente, no se instalaron en la queja y la búsqueda de un chivo expiatorio al que dar toda la culpa de los ataques recibidos, o las guerras y problemas económicos que condicionaron su vida y carrera, las de sus familiares y amigos.
La línea entre aquello que consideramos un ejercicio de frugalidad voluntaria y pobreza pura y dura puede ser determinada por el propio individuo, y no por el indicador económico o los servicios sociales de una ciudad, región o país.
De igual modo, la entereza y la ética personal están tan relacionados con el coeficiente de optimismo del individuo como con su cuenta corriente.
El obsceno ejercicio de comparar privación relativa con miseria
Por ejemplo, en determinados lugares, es considerado un ejercicio de pérdida de calidad de vida tender la ropa en un tendedero, en lugar de usar la secadora; lavar los platos a mano, en lugar de permitirse un lavavajillas; comer alimentos en casa y evitar precocinados, condimentos y carnes a diario, optando por alimentos más sanos, baratos y de temporada; etc.
En función de nuestra actitud, podemos interpretar la misma acción como un ejercicio de simplificación y eliminación de gastos superfluos, para reducir nuestra deuda y aumentar nuestro bienestar; o, en cambio, como una renuncia que nos deprava, socava, humilla y tantos otros discursos tan en boga en la actualidad.
En algunos casos, como ocurrirá en Grecia y en otros lugares del mundo desarrollado debido a la delicada situación económica que viven, la frugalidad impuesta puede cambiar los valores de muchos ciudadanos y no siempre a peor.
Auto-actualización: el coeficiente de optimismo de un individuo
Como demuestran los estudios de Abraham Maslow y su respeto hacia la figura de Lao-Tsé, el ser humano está capacitado para analizar una misma situación como oportunidad o, en cambio, como afrenta inasumible. Los primeros tienen una ventaja competitiva con respecto a los segundos, incluso cuando tienen formaciones y nivel de renta similares. El coeficiente de optimismo existe.
Un caso extremo de cómo los cambios económicos traumáticos fueron asumidos por distintos individuos en función de sus valores y capacidad de “auto-actualización” es la Crisis del 29.
“En los años 20 la mayoría de la sociedad vivía de un modo muy materialista, incluso vidas lujosas. En los años 30 muchos se encontraron de repente luchando por encontrar suficiente comida y calefacción, no ya tener un trabajo o disfrutar de lujos. No buscaron voluntariamente la privación, pero muchos se hicieron extraordinariamente frugales y lograron superar el trauma”.
Aprender de la experiencia
Del mismo modo que, en la memoria de las familias españolas, aparecen en las conversaciones navideñas las penurias durante y tras la Guerra Civil, las familias estadounidenses conservan historias familiares de antes y después de la Gran Depresión, ya que muchos de sus antepasados padecieron transformaciones radicales en sus vidas.
Los valores de muchas de esas personas cambiaron radicalmente de la noche a la mañana. Incluso tras la II Guerra Mundial, con la vuelta de la prosperidad, muchos individuos y familias conservaron la esencia de los valores frugales que les habían mantenido unidos y a salvo durante los momentos de más privación.
La frugalidad no siempre es privación y, incluso cuando llega a serlo, el individuo tiene la última palabra para interpretar la situación como oportunidad o riesgo inasumible.
Escalar hacia la cúspide sintiendo el peso de la gravedad
Cuando las circunstancias impelen al individuo a abandonar las necesidades elevadas de la parte alta de la Pirámide de Maslow (autorrealización, creatividad, inventiva, resolución de problemas, atributos tan necesarios en momentos de incertidumbre), y le obligan a recular hasta posiciones más cercanas a la base (está en juego nuestro pellejo, no hay seguridad jurídica, recibimos ataques, no tenemos comida en la mesa, etc.), es la propia voluntad del individuo quien determina si acabará en la cúspide de la pirámide o, por el contrario, se dejará arrastrar por la gravedad hasta la base.
Puestos a desempolvar a psicólogos humanistas, filósofos clásicos y grandes ascetas de la historia, el inventor, editor, escritor y político estadounidense Benjamin Franklin es otro arquetipo de individuo presionado por las circunstancias para mantenerse cerca de la base de la jerarquía de necesidades que, sin embargo, se las ingenió para autorrealizarse, trascender e influir en la idiosincrasia de un país.
Un chiquillo enfermizo de una familia numerosa: Benjamin Franklin
Hijo menor de una humilde familia numerosa de la puritana Nueva Inglaterra de inicios del siglo XIX, padeció una enfermedad respiratoria durante toda su vida por las limitaciones de la chimenea usada entonces para calentar la casa paterna, lo que le motivó para, años más tarde, inventar el horno-chimenea que lleva su nombre hasta nuestros días.
¿Cómo se las ingenió Franklin, sin padrinos ni un entorno favorable, para pasar de chico de los recados y aprendiz de varios oficios a exitoso editor a exitoso editor, autor, inventor, diplomático y hombre de Estado? De nuevo, nos topamos con el coeficiente de optimismo y la capacidad de autorrealización de las personas que ven el vaso medio lleno de manera consistente, sin por ello caer en previsiones ilusorias.
En otras palabras: Benjamin Franklin compartía con una persona tan distinta y ajena a su historia personal como Steve Jobs lo que personas cercanas a este último llamaron capacidad para adaptar a sus intereses el “campo de distorsión de la realidad“.
Franklin, el hombre que experimentó su vida y lo contó a sus coetáneos
Benjamin Franklin dedicó buena parte de su vida a explicar a sus coetáneos por qué creía que la autorrealización estaba al alcance de cualquiera: él mismo, un niño debilucho y poco atractivo de familia numerosa, había necesitado sólo optimismo, tesón e inventiva para lograr la autorrealización.
Para demostrar su hipótesis, publicó el Poor Richard’s Almanack, un compendio de consejos para los ciudadanos de una próspera colonia que necesitaba por igual consejos de los clásicos, trucos de la sabiduría popular y los últimos avances tecnológicos para prosperar.
El Almanaque del Pobre Richard fue completado con otras dos obras escritas a modo de consejos para lograr la autorrealización personal: el libro Father Abraham’s Sermon, conocido popularmente como The Way to Wealth, se convirtió en un pionero de los libros de autoayuda y el libro más leído de la Norteamérica colonial.
Crear nuestra propia autobiografía
Finalmente, su autobiografía, una de las más celebradas de la historia, cerró esta particular trilogía sobre cómo, incluso bajo las circunstancias más adversas, el individuo ingenioso, determinado y optimista puede no sólo sobrevivir y ganarse la vida (base de la pirámide), sino florecer en sus oficios y alcanzar incluso el reconocimiento y la autorealización (cúspide de la Pirámide de Maslow).
Franklin pulió los consejos de su almanaque y del libro Father Abraham’s Sermon, y los sintetizó en un grupo de atributos, recogidos en su autobiografía.
Otros consejos de Franklin más próximos a la cotidianeidad siguen tan vigentes como los valores que defiende en su autobiografía. Por ejemplo, sus apuntes sobre finanzas personales incorporan un sentido común que, en las últimas décadas de crédito y financiación fáciles, muchos ciudadanos nunca habían aplicado, o ni siquiera se habían planteado.
Lecciones prácticas hacia la autonomía personal
8 consejos sobre cómo administrar de manera efectiva las finanzas personales, convirtiendo la frugalidad en oportunidad:
1. Entender el valor de las cosas: cuando tenía 7 años cuando se encaprichó con el silbato de otro muchacho. Le pagó todo lo que tenía en el bolsillo por él. Cuando llegó a casa, sus hermanos le explicaron que había pagado 4 veces más por el silbato de lo que en realidad valía. La decepción le provocó más pesar que el placer conseguido por el silbato. Existe un equilibrio entre lo que podemos pagar por algo y el confort que nos proporciona. Es importante aprender a medir el auténtico valor, objetivo y subjetivo, de las cosas.
2. Ser autosuficiente: Franklin tuvo la suerte de probar distintos oficios durante su infancia y primera juventud. Su padre y hermanos mayores tuvieron paciencia suficiente para ofrecerle distintas alternativas y el muchacho pudo tomar sus decisiones tras haber probado varios oficios. Aunque no se convirtió en albañil ni carpintero, su experiencia en estas y otras labores inocularon en él el espíritu de la autosuficiencia y la cultura del “hagalo usted mismo” (bricolaje, artesanía, etc.).
3. Invertir en uno mismo: “desde mi infancia fui un apasionado de la lectura, y todo el dinero que llegaba a mis manos era revertido en la compra de libros”, escribió en su autobiografía. “Esta librería me ofreció métodos de mejora a través del estudio constante, al cual dediqué una o dos horas al día, y así compensé hasta cierto punto la ausencia de una educación reglada que mi padre quiso para mí”.
4. Rodearse de amigos que comparten nuestros valores: su propia experiencia demostró a Franklin lo importante que era elegir bien sus amistades más sólidas. Mientras vivía en Londres, apadrinó a un viejo amigo, James Ralph, personaje encantador y buscavidas profesional que nunca le repagó las 27 libras esterlinas que le había prestado, una enorme suma para la época. Tras la experiencia, fue mucho más cuidadoso eligiendo a las personas de su confianza.
5. No comprometer nuestra integridad por dinero: Benjamin Franklin siempre reconoció su propia ambición, que le llevó a destacar en varios campos, pero no quiso comprometer su integridad para lograr sus objetivos (cuánto se echan de menos estos compromisos éticos en la actualidad, no sólo entre las clases dirigentes, sino en la sociedad en su conjunto). Para el inventor y estadista, para mantener el norte es fundamental primar los principios por encima de la codicia, para no acabar esclavizado por el confort material hasta el punto de hacer cualquier cosa para mantener el estilo de vida.
6. La diligencia constante es el camino hacia la riqueza: “aplicarme de manera industriosa a cualquier tarea que emprendo, y no apartar mi mente de lo que me ocupa debido a cualquier proyecto quimérico de hacerme rico de repente; pues son la industriosidad y la paciencia los métodos más seguros hacia la abundancia”. Benjamin Franklin escribió este párrafo en un texto que tituló Plan para una futura conducta, a los 20 años de edad. Se lo tomó en serio.
7. El tiempo es dinero (traducido al castellano como “el tiempo es oro”). No es que Franklin usara esta manida frase: él mismo la acuñó, y pronto se convirtió en uno de los refranes más populares de sus coetáneos en las Trece Colonias, y luego en el nuevo país independiente que contribuyó a fundar: Estados Unidos. La frase es usada cada vez más de un modo peyorativo, pero el concepto original sigue vigente: usar sabiamente el limitado tiempo de que uno dispone es una de las ventajas competitivas para formarnos, lograr mejores resultados en cualquier reto y -también- ganar dinero.
8. La acumulación de dinero es un fin en sí mismo: como buen ilustrado conocedor de la teoría clásica del desarrollo humano de autores como Adam Smith y otros coetáneos, Benjamin Franklin trató de ganar tanto dinero como pudo, sin remilgos, pero manteniendo su entereza y escrúpulos (practicó, en definitiva, el capitalismo ético propuesto por Adam Smith, y enterrado en las últimas décadas). Al fin y al cabo, Franklin siempre dejó claro que, al ganar dinero, compraba “tiempo libre para leer, estudiar, hacer experimentos, y conversar en general con individuos tan ingeniosos y dignos como encantados de honorarme con su amistad y atención, tratando aspectos que pudieran producir algo para el beneficio común de la humanidad, sin ser interrumpido por los pequeños cuidados y fatigas de un negocio”.
Bienestar material bien entendido vs. hedonismo y pelotazo
Para Franklin, el objetivo de lograr bienestar material no se correspondía con la idea de felicidad mostrada por el fundador de Megaupload; no le interesaban tanto los lujos fardones, ni convertirse tampoco en el ciudadano más recto y ejemplar.
Cuando tenía todavía 40 años, escribió a su madre que prefería acabar sus días haciendo justicia a un epitafio del tipo “tuvo una existencia útil” que algo más propio de la moral contemporánea como “murió rico”.
Curioso, en cualquier caso, que el arquetipo de individuo autorrealizado dé la razón a la hipótesis de Abraham Maslow: la riqueza material no compra mayor bienestar.
Optimismo no equivale a ilusión, indolencia o irrealismo
Más bien al contrario: se acumulan las evidencias que relacionan la austeridad con el aumento de la riqueza material.
Una situación tan corriente en la actualidad como contar con un presupuesto más ajustado no equivale, sobre todo si trabajamos nuestro coeficiente de optimismo (que no significa esperanza ilusoria, ni indolencia, ni irrealismo), a vivir al borde del abismo.
Administrar mejor el dinero, romper hábitos de consumo superfluo, identificar y resistirse a la compra por impulso o educarse y educar para lograr la autonomía financiera, son metas realistas y realizables que pueden sentar las bases para una existencia útil, plena.