La metáfora es mucho más que un recurso lírico. Su uso está tan integrado en la experiencia humana que a veces desconocemos recurrir a esta figura retórica cuando experimentamos lo que llamamos conciencia.
En la metáfora, describimos algo como otra cosa diferente, ya que el concepto prestado nos evoca en abstracto mucho más de lo que nos ofrecería una descripción seca y realista.
Comprender una metáfora no es tan sencillo como parece; de lo contrario, no sería un escollo insalvable para las máquinas, incapaces de otorgar comprensión subjetiva al sentido figurado.
Una metáfora, muchas metáforas
Para Jorge Luis Borges, la propia historia universal es la historia de unas cuantas metáforas. A grandes rasgos, y según filósofos y neurocientíficos contemporáneos, Borges no estaba siendo hiperbólico con su metáfora de metáforas, pues la experiencia humana depende en buena medida del uso de esta figura.
La metáfora aislada se convierte, concatenada, en alegoría, mientras que nuestra mente se serviría de nuestros sentidos para adaptar la realidad a una metáfora a la que somos capaces de otorgar sentido y continuidad.
(Imagen: el invierno, según Giuseppe Arcimboldo)
Dicho de otro modo (puestos hablar de metáforas, dicho metafóricamente:), nuestros sentidos procesan metáforas concretas o puntos de realidad que nuestra conciencia convierte en “conjunto de metáforas” narradas (alegoría). Y a través de este proceso, aseguramos conocer la realidad.
El obispo que se adelantó a Matrix
La metáfora se ha convertido en problema y solución para la filosofía en las últimas décadas, tanto para la corriente analítica (o anglosajona) que estudia la relación entre lenguaje y realidad, como para la tradición continental, que ha tratado de superar la metáfora sobre la que se sustenta la tradición occidental (el dualismo entre cuerpo y mente, desde Platón a Descartes y Hegel) estudiando cómo esta figura retórica condiciona nuestra percepción del mundo.
Dentro de la llamada filosofía continental, hay hipótesis que incluso igualan realidad y metáfora; uno de los muchos referentes de Jorge Luis Borges, el obispo Berkeley, creía que nuestra mente conforma la realidad, hasta el punto de asegurar que los objetos son construcciones ideales de nuestra conciencia.
La teoría de Berkeley concedía un estatus tan elevado a la conciencia que negaba la propia materialidad del universo, y al problema de concebir quién había creado esta dependencia entre lo material y el observador, Berkeley respondía que sólo podía ser Dios.
Intercambiemos en Berkeley la idea de Dios por la de la inteligencia artificial y tenemos una concepción de la realidad muy próxima a The Matrix.
Fin del inmaterialismo
El idealismo subjetivo de Berkeley, para el que la realidad es una alegoría individual y colectiva que Dios posibilita, fue rechazado por Immanuel Kant, para quien sin duda existía un mundo ajeno a la mente del individuo y la humanidad, pero al tratarse de un mundo sin mencionar, sin evocaciones ni metáforas humanas sobre las que sostenerse, carecía de sentido por sí mismo.
El idealismo transcendentalista de Kant influyó hasta tal punto sobre la filosofía venidera que el inmaterialismo puro, como el representado por Berkeley o el empirista David Hume, desapareció casi por completo, si bien la metáfora mantuvo su estatus de potencial solución y potencial problema irresoluble para la filosofía.
(Imagen: Tiziano, alegoría de la prudencia)
En la tradición oriental, el budismo Yogachara, una escuela idealista surgida en la India en el siglo IV, sostiene unas tesis sobre la conformación de la conciencia humana y la naturaleza de lo que llamamos realidad muy próximas a las de George Berkeley y David Hume: el mundo de la experiencia se forma, según esta tradición, por una sucesión de percepciones subjetivas (metáforas).
Lo que el budismo intuyó de nuestra conciencia
El mundo tal y como aparece ante nosotros es, según la tesis Yogachara, una mera representación de la conciencia. Los sentidos otorgan un significado a los estímulos que procesan, que crean una alegoría inteligible para nosotros.
En el siglo XIX, inspirándose en George Berkeley, el filósofo austríaco Ernst Mach realizó una crítica al mundo filosófico y científico sustentado sobre aparentes valores absolutos (como la perspectiva de Newton sobre el tiempo y el espacio), abogando por su relatividad.
Ya en el siglo XX, un joven funcionario de patentes se interesó por la crítica de Ernst Mach a equiparar la realidad percibida con absolutos científicos. Este joven, capaz de dilucidar el papel de la metáfora en el pensamiento humano, era Albert Einstein.
El propio Einstein se serviría de metáforas para refutar metáforas que habían constituido verdades científicas: el mundo euclidiano, o el tiempo y el espacio como conceptos absolutos.
Realidad y su percepción
Las ideas de Berkeley parecieron tomarse una revancha, pero la metáfora continuaba siendo el principal problema filosófico: nuestra propia existencia depende de una interpretación evocadora de lo percibido, constataron filósofos tanto analíticos (centrados en estudiar el lenguaje, en esencia otra metáfora humana) como continentales.
Estos últimos partieron de la discusión sobre la esencia de la realidad y la conciencia entre inmaterialistas o idealistas subjetivos (Berkeley, Mach), transcendentalistas (Kant, Hegel), y escépticos (Hume), para toparse de nuevo de bruces con el problema de definir la relación entre lo que llamamos realidad y las construcciones que nuestra conciencia elabora a partir de ésta.
Friedrich Nietzsche creyó que era necesario abandonar una metáfora que había resultado tóxica para Occidente, al imposibilitar cualquier otra concepción de la experiencia humana: el dualismo tanto platónico (para el que nuestro ser parte de una esencia eterna que determinaría el ideal de “silla”, “caballo”, etc.) como cartesiano (para el que la mente no es física ni espacial y, por tanto, mente y cuerpo son dos realidades separadas, aunque incapaces de subsistir solas).
La subjetividad inherente de lo percibido
Eso sí, al rechazar el dualismo predominante desde la Época Clásica (tanto en filosofía como en religión, pues el dualismo cristiano es inherente al platónico), Nietzsche, Kierkegaard (en el siglo XIX) y los filósofos existencialistas del siglo XX, se centraron en la última “frontera” metafórica de la fábrica de la realidad: la mente humana como productora de una subjetividad a partir de lo que llega de un mundo exterior más allá de los sentidos.
Tanto la filosofía analítica como la amalgama continental que englobamos en fenomenología y existencialismo muestran su inquietud al comprobar que nuestro edificio del saber y la “verdad científica” se sostiene a partir de la interacción entre “conocimiento” (análisis, experimentación -inducción y deducción-, experiencia) y la “realidad” que se escurre ante nosotros.
(Imagen: la aspiración holística de la ciencia cognitiva)
Para Nietzsche, dependemos de una metáfora, pero no platónica o cartesiana, sino que ésta emerge de la interacción entre impulsos o perspectivas que compiten entre sí.
La mente, según Nietzsche
El supuestamente sólido edificio del conocimiento se sustenta con falacias y, para Nietzsche, la conciencia humana construye su “realidad” manteniendo un conjunto móvil y en permanente renovación/actualización de metáforas, metonimias y antropomorfismos, pues la propia conformación de conceptos está sujeta a saltos creativos a partir de los estímulos nerviosos en los sentidos (primera metáfora), que les otorgan un significado (segunda metáfora).
Para Nietzsche, nuestra concepción de la realidad y el juicio que de ella realizamos (a través de la capacidad innata, la experiencia, el contexto familiar, social y espacio-temporal, etc.) no puede referirse a las “cosas que existen”, ya que nuestra idea de ellas se conforma de innumerables transformaciones acaecidas entre la recepción de la “realidad” en forma de estímulos nerviosos y nuestra conciencia de ellas. La realidad parte, para el filósofo alemán, de una concatenación de metáforas.
Como consecuencia del punto de vista de Nietzsche, Kierkegaard y los existencialistas del siglo XX (Heidegger, Merleau-Ponty, Derrida) los propios conceptos de “verdad” y “objetividad” suscitan una sospecha y tienen un valor relativo similar a construcciones abstractas en el campo de las ciencias sociales. Por ejemplo, el concepto de “objetividad” en estudios, prensa y ensayística.
Realidad y lenguaje humano: el acertijo de la metáfora
A diferencia de la filosofía continental, la filosofía analítica continúa indagando en el lenguaje humano como base de conocimiento de conocimiento y comunicación, sino también como artífice de la realidad.
La filosofía analítica tiene su equivalente en filosofía continental a la fenomenología, pues ambas corrientes tratan de hablar del mundo, de la realidad con que el individuo convive en el presente.
(Imagen: Jan Vermeer, alegoría del oficio de pintor)
Se puede filosofar sobre un vaso de vino o sobre los elementos más oscuros de la teoría de cuerdas, siempre y cuando se haga sobre la experiencia de la persona en el mundo, y no a partir de conceptos sobre el mundo desarrollados de antemano por otros filósofos.
Pero hablar del mundo directamente no es tan fácil, como han constatado fenomenólogos y filósofos analíticos desde que Ludwig Wittgenstein publicara su Tractatus Logico-Philosophicus (1921) y Martin Heidegger hiciera lo propio con su El ser y el tiempo (1927).
¿Llora el rocío? Por qué las máquinas no entienden metáforas
Centrada en el lenguaje, la filosofía analítica -también llamada filosofía lingüística- sigue discutiendo acerca de la naturaleza de la metáfora, ya que una metáfora tomada al pie de la letra es “falsa” (no cumple con las leyes de la semántica sujeta a la “verdad” de las proposiciones del lenguaje: “la nieve es blanca” es una proposición verdadera, mientras “las lágrimas del rocío” no es verdad semántica, sino que sólo puede serlo en sentido figurado).
La metáfora, en otras palabras, es el escollo para el desarrollo de una inteligencia artificial que pudiera equipararse a la humana, dada la incapacidad de una máquina para interpretar correctamente una metáfora.
Una máquina afronta el mismo problema “lingüístico” de la filosofía analítica al analizar metáforas y alegorías; de ahí que cualquier labor creativa que implique interpretar la realidad a partir de metáforas no pueda ser asumida por un algoritmo.
Las puertas de la ciencia cognitiva
Filósofos analíticos contemporáneos (Max Black, Donald Davidson) constatan la imposibilidad para establecer inequívocamente proposiciones “verdaderas” con metáforas, dado el carácter sujeto a la subjetividad y a la experiencia humana de la metáfora. Una metáfora es tan relativa como lo son en física el espacio y el tiempo.
No obstante, y sin abandonar la filosofía lingüística, una corriente analítica con matices “naturalistas” influida por los avances en ciencia cognitiva (estudio interdisciplinario de la conciencia) ha convertido a la metáfora en el aspecto central de la racionalidad humana.
(Imagen: Las edades de la vida, por Caspar David Friedrich)
Paradojas del saber humano, la muy vilipendiada y subjetiva poesía, donde reside la metáfora en última instancia, se convierte en el núcleo del estudio de la mente a partir del análisis cruzado de lógica, psicología, lingüística, antropología, neurociencia o inteligencia artificial.
Metáfora conceptual: no hay pensamiento abstracto sin ellas
Filósofos como George Lakoff y Mark Johnson conceden especial importancia a la metáfora conceptual en la experiencia cognitiva, o entender una idea o contexto conceptual usando otro ámbito abstracto: “la vida es sueño”, “la vida son los ríos que van a dar a la mar”, “Julieta es el sol”…
Asomarse al lenguaje a partir de la metáfora o la alegoría sea, en última instancia, el lirismo que conforma nuestra realidad. Nos movemos con metáforas. Somos incapaces de escapar de ellas.
Al fin y al cabo, todo lo percibido nos llega a través del filtro de los sentidos y no sabemos si éstos actúan con la propiedad del espejo, el caleidoscopio, la fotocopia o una verdad cósmica inherente que somos incapaces de desentrañar.
Claro, que esto último es también una metáfora.
El dualismo es una conjetura artificial
Mientras la ciencia cognitiva trabaja en respuestas más sólidas que las que llevaron al propio Wittgenstein a rechazar los axiomas de su Tractatus, siempre nos quedará la buena poesía y literatura para sumergirnos en las mejores metáforas de metáforas.
George Lakoff y Mark Johnson abren como sigue el ensayo sobre ciencia cognitiva más influyente hasta el momento, Philosophy in the Flesh (2008):
“La mente está integrada en el cuerpo de manera inherente.
“El pensamiento es sobre todo inconsciente.
“Los conceptos abstractos son en gran parte metafóricos”.
Estos son, según los autores, los tres grandes hallazgos de la ciencia cognitiva hasta el momento.
“Más de dos milenios de especulación filosófica a priori [especulativa, desentendida de la experiencia en primera persona con la realidad] sobre estos aspectos de la razón se han acabado. Debido a estos hallazgos, la filosofía no podrá ser la misma nunca más”.
Norton Lectures
A partir de estos tres axiomas, también se puede constatar la buena intuición de filósofos como Berkeley, Hume, Nietzsche, Kierkegaard, Wittgenstein o Heidegger.
Y sí, en última instancia, el poeta tiene razón.
Jorge Luis Borges dedicó dos de las nueve clases magistrales sobre poesía en Harvard (Norton Lectures, 1967-1968) a la metáfora.