Los hábitos (o su ausencia) forjan nuestra manera de ver el mundo y el tono de la realidad percibida: nuestro optimismo y pesimismo dependen más del equilibrio psicosomático de lo que sugiere la cultura popular.
Para prevenir o superar el estrés, la ansiedad y otros trastornos compulsivos, ciencia, filosofía y ciencia cognitiva coinciden en su receta: escuchar a cuerpo y mente.
Escuchar a nuestro cuerpo
No se trata tanto de “eliminar” estrés, sino de comprender que procesos físicos, químicos y mentales conforman un todo en nuestro organismo y lo que descansamos, comemos o pensamos afecta a bienestar y rendimiento a largo plazo.
Podemos analizar la interrelación entre estilo de vida y bienestar con el máximo pragmatismo o abstracción que deseemos, sin olvidar que el ejercicio regular, la dieta variada y no compulsiva, el descanso y las actividades introspectivas se retroalimentan.
Meditar (introspección) ayuda a dormir, como lo hacen el ejercicio y los buenos hábitos alimentarios, mientras dormir bien repercute sobre humor, salud y rendimiento mental. ¿Algo nuevo? Sí y no. Los clásicos lo intuyeron (los conceptos de excelencia o mesura se asocian con un equilibrio de estas prácticas), mientras ahora existe cada vez mayor consenso científico sobre la materia.
Hijos del dualismo cultural: cuerpo y mente son un todo
Sin necesidad de recurrir a hechiceros ni charlatanes del mercado de la autoayuda, las transformaciones más profundas que uno puede hacer en su vida cotidiana no tienen tanto que ver con el dinero como con los hábitos.
Ciencia cognitiva y estudios de campo, algunos realizados durante décadas, muestran hasta qué punto nuestra visión del mundo depende de la tonificación física y mental, así como del equilibrio entre ambas.
Tal y como sugieren filosofías de vida clásicas y filosofía contemporánea -desde Nietzsche a George Lakoff-, mente y cuerpo son entidades indisolubles que reaccionan a la enfermedad, atrofia o agotamiento de manera integrada.
Medios tradicionales y especializados se apresuran a comentar viejos y nuevos estudios que relacionan la salud psicosomática y el bienestar sin recopilar ni relacionar entre sí informaciones complementarias, hasta lograr así una cacofonía tan incompleta como simplista, diluyendo el valor de una información que, bien considerada, podría influir más sobre la calidad de vida de cualquiera que la combinación de todas las políticas decididas por otros para -supuestamente- mejorar nuestro día a día.
Dejarse llevar vs. decidir uno mismo
Basta con visitar la bitácora Well de The New York Times y consultar literatura relacionada en publicaciones especializadas para refrescar lo que vamos conociendo en profundidad sobre el estado de mente y cuerpo y nuestra actitud ante el mundo.
Dormir y comer bien, hacer ejercicio, practicar alguna técnica de introspección (meditar, leer en profundidad, hacer algo de jardinería o bricolaje, dedicarse a alguna actividad agradable que nos permita divagar) y tomar café -no confundir con esas bombas azucaradas de las cadenas de cafetería más populares- harán más por nosotros que cualquier otra ventaja.
(Imagen)
A diferencia de la euforia o ventaja pasajera originada por alguna indulgencia (la compra de un aparato deseado, cambiar de vehículo o de vivienda, planear unas vacaciones -más que experimentarlas-, etc.), el bienestar cimentado en una concepción del mundo coherente y hábitos saludables se prolonga en el tiempo hasta el punto de prepararnos para una relación sosegada y abierta con cada situación.
Desarrollar una vocación
La psicología humanista expone cómo, una vez cubiertas las necesidades básicas, el individuo logra el sosiego necesario para dedicarse a necesidades más elevadas, basadas en la formación y la autoconfianza: crear, aceptar la realidad y ver la oportunidad en cada encrucijada -en lugar de optar por el bloqueo inconsciente-, y resolver problemas con naturalidad.
Nietzsche se quejó de que la filosofía occidental se había obsesionado en separar artificialmente mente y cuerpo, hasta conformar individuos y sociedades que se comportaban de manera atrofiada y no según el consejo de la filosofía presocrática, que aconsejaba vivir según la propia naturaleza. En terminología actual, detectar el potencial propio y dedicarse a desarrollarlo.
Tanto Schopenhauer (“voluntad de vivir”) como Nietzsche (necesidad de “reconectar” cuerpo-mente y “crear”) y Kierkegaard (desarrollar una vocación para dar sentido a una existencia, en esencia, absurda) echaron de menos un estado de “conciencia plena” en la tradición filosófica occidental, que sí ha existido en las filosofías orientales.
Alternativa a deambular entre obligaciones
Estudios, ciencia cognitiva y psicología confirman la intuición oriental para relacionar bienestar del individuo y la percepción que éste hace de la realidad a partir de su propio equilibrio, conformando una “fusión” entre individuo y lo circundante. El concepto “ichinen”, por ejemplo, relaciona a sujeto (“i”) con energía (“chi”) y la fusión de los dos ideogramas (“nen”).
Ya en el siglo XX, fenomenología (Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre) y estudios interdisciplinares (por ejemplo, el desarrollo de la mencionada ciencia cognitiva) elaboraron una versión contemporánea del concepto de “conciencia plena”, pero tanto su estudio como su aplicación han permanecido en ámbitos académicos o tomado derroteros “new age” orientados a desarrollar el potencial humano (Nietzsche) en lugar de analizar sus supuestos problemas (Sigmund Freud):
- desde la aplicación libre de la psicología humanista y su concepto de “autorrealización” basado en la jerarquía de las necesidades humanas de Abraham Maslow;
- a aplicaciones de la teoría de la conciencia plena como la psicología de la Gestalt;
- o aportaciones individuales, como la del polímata Rudolf Steiner.
Filosofías de vida grecorromanas vs. orientales
Otros, conocedores de las similitudes entre los consejos y prácticas de tradiciones ancestrales:
- quienes buscan disciplinas racionales, ajenas a relatos inverosímiles y dogmáticos como la tradición abrahámica, optan a menudo por la aséptica y racional prescripción de psicologías de vida (escuelas clásicas sobre “cómo vivir”, impartidas por filósofos a discípulos patricios) como estoicismo o epicureísmo; a lo largo de la historia, personajes como Giordano Bruno, Michel de Montaigne o la mayoría de los ilustrados se han considerado afines -manteniendo casi siempre su concepción cristiana de la existencia- a las prácticas de alguna de las dos escuelas mencionadas;
- quienes, por el contrario, no le importa la concepción no racional y relativamente esotérica de las filosofías orientales, ajenas a la aspiración empírica (pitagórica, euclidiana) del universo presente en Occidente, optan por prácticas como el budismo zen, que prescriben no sólo una filosofía similar a, por ejemplo, el estoicismo, sino que logran resultados similares.
Lo de “resultados similares” no es una coletilla sin base ni corroboración posible. Se han realizado estudios con cierta profundidad sobre la actividad cerebral de practicantes de meditación oriental y quienes optan por derroteros similares más próximos a la cultura occidental (y que prescribiría el estoicismo), tales como hacer ejercicio moderado, contemplar, divagar, correr, despejar la mente con alguna afición, etc.
I-chi-nen
Se trate de la tradición que se trate y sin importar de dónde proceda: el descanso, los hábitos saludables y la práctica de alguna actividad introspectiva regular (desde meditar hasta mantener un huerto, hacer ganchillo o leer un buen libro, etc.) contribuyen al bienestar duradero que parte de una comprensión lúcida de la realidad. Lo llamemos “conciencia plena”, “ichinen”, “Dasein”, “autenticidad”, o como sea.
Es posible mejorar la propia existencia conociendo el potencial de determinados hábitos sobre nuestra salud, estado de conciencia y visión del mundo, partiendo: o bien desde el todo (por ejemplo, adoptando una filosofía de vida existente y leyendo su literatura, etc.) para mejorar las partes; o analizando las partes con los estudios científicos publicados y conformar un todo personal (nuestra propia filosofía de vida).
Optando por una filosofía de vida existente, desde el estoicismo al budismo zen, uno puede adaptar los preceptos de éstas y completarlos con el análisis de los últimos estudios sobre hábitos y bienestar. Y a la inversa: quedarse con los estudios no implica menospreciar la lectura de un Cartas a Lucilio del estoico Séneca, o un De la naturaleza de las cosas del epicúreo Lucrecio.
Salud y rendimiento mental y físico
Ahora sabemos que el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro no sólo controla el habla, sino que urde un “relato” sobre nuestra realidad a través de un “intérprete”, otorgando significado contextual a lo que perciben nuestros sentidos y relacionándolo con recuerdos, intuiciones, etc.
Del mismo modo, la ciencia cognitiva ha relacionado con estudios la estrecha relación entre procesos mentales y sueño, hasta concretar que los trastornos del sueño inciden sobre la salud mental.
Se empieza a conocer la estrecha relación entre salud mental y procesos bioquímicos, lo que confirmaría que, en efecto, trastornos como la ansiedad, la depresión y dolencias psicóticas tienen un componente somático (y se pueden prevenir o paliar con actividades que tonifiquen el cuerpo y su relación con la mente, tales como los mencionados ejercicio, alimentación y actividades introspectivas).
Dormir bien
En esencia, lo que la ciencia confirma es la intuición de las filosofías de vida clásicas, al prescribir una visión de la existencia racional, lúcida y que prime tanto la “naturaleza” de uno mismo como el largo plazo, en contraposición al desorden y la indulgencia compulsiva.
El ritmo circadiano nos conecta al ciclo de la tierra, pero también incide sobre metabolismo, sueño y salud; nuestro “reloj interno”, compartido con el resto de vertebrados superiores, dejó de dictar la realidad humana con la invención de la electricidad en las sociedades más urbanas, burocratizadas desarraigadas del ritmo del campo, fenómeno analizado en profundidad desde Max Weber.
Pero seguimos necesitando el descanso profundo: cuando dormimos bien, decrecen procesos como el muscular y el digestivo, a la par que se activan actividades como la reparación de células, la limpieza de toxinas, la consolidación de la memoria y el proceso informativo en el cerebro (consolidando lo necesario, desechando lo innecesario y liberando la memoria para el día siguiente).
Sincronizar con un ritmo antiguo
Los procesos que regulan nuestro organismo dependen de la regularidad y calidad del sueño:
- emoción (estado de ánimo, depresión, irritabilidad, impulsividad, frustración, tolerancia al riesgo, etc.);
- cognición (agilidad mental, habilidad en la multitarea, memoria, atención, concentración, comunicación, creatividad, productividad, etc.);
- y salud fisiológica (somnolencia, sueño no intencionado, sensaciones de dolor y frío, cáncer, anormalidades metabólicas, diabetes tipo II, enfermedades cardiovasculares, debilitamiento inmunitario, alteración de la función endocrina, etc.)
Durante el sueño, el cerebro no sólo procesa y asimila la información recibida, sino que se deshace de aquello que comprometería la salud mental (creando sensación de saturación, ansiedad y otras dolencias).
No todo el ejercicio físico tonifica igual
Y del sueño al ejercicio, otro pilar del bienestar entendido a la manera clásica u oriental: conciencia plena y capacidad para asumir cualquier reto con actitud positiva y capacidad de improvisación, cultivando tanto el razonamiento como la introspección, sin olvidar una necesaria fidelidad a nuestra “naturaleza” (o potencial para lo que Nietzsche llama “crear”).
El ejercicio cambia la estructura y función del cerebro, recuerda Gretchen Reynolds en la bitácora Well de The New York Times.
“Estudios en animales y personas muestran que la actividad mental generalmente aumenta el volumen cerebral y puede reducir la cantidad y tamaño de daño causado por la edad en las materias blanca y gris del cerebro”, sintetiza Reynolds.
Estudios recientes en animales tratan de dirimir qué ejercicio es mejor para el cerebro, demostrando que hay maneras de ejercitarse que logran un impacto neurológico muy superior.
Correr vs. ejercicio intenso (CrossFit) vs. levantar peso
Un estudio en ratas compara la actividad cerebral de distintos grupos. Uno sedentario como grupo de control, al que se sumaron tres grupos, cada uno de los cuales emuló un ejercicio popular en humanos: correr (intensidad moderada y ejercicio prolongado), levantamiento de peso (potencia y ejercicio rápido) y entrenamiento por intervalos de gran intensidad (CrossFit).
Los resultados muestran que, si lo que pretendemos es lograr mayor plasticidad cerebral y secreción química que mejore tanto rendimiento como estado de ánimo, correr se impone como ejercicio a largo plazo sobre entrenamiento de alta intensidad por intervalos (segundo) y levantamiento de peso (el ejercicio que logra menor tonificación cerebral de los tres, si bien obtendría la tonificación muscular más espectacular).
La popularidad de levantamiento de peso y CrossFit no está tan relacionada con los beneficios cerebrales como con su adaptación a ritmo y mentalidad actuales: cualquiera puede dedicar unos minutos a hacer ejercicio, mientras es más complejo salir a correr una hora a diario.
Los dos grupos de roedores sometidos a mayor ejercicio durante 7 semanas (corredores y actividad física de gran intensidad por intervalos), registraron un nivel considerable de neurogénesis (renovación y reparación del tejido cerebral), mientras que el fenómeno fue imperceptible en los grupos de levantamiento de peso y sedentario (grupo de control).
Conciencia plena
Dormir bien, ejercitarse según habilidades y tiempo… y practicar la introspección.
El bienestar duradero se fundamentaría sobre un tercer pilar cuantificable y también nombrado (como el descanso y el ejercicio) desde los clásicos: la práctica introspectiva regular, le otorguemos o no una liturgia y/o significado metafísico, más allá de sus efectos.
Estos ejercicios introspectivos pueden tomar la forma de profunda concentración en solitario en combinación con actividad física (artes marciales, yoga, trabajar en el jardín, pasear, correr, escalar, esquiar, nadar, andar a caballo, etc.) o sin ella: meditar, divagar, contemplar, leer en profundidad, etc.
Todos estos ejercicios comparten no obstante, una característica: su efecto cognitivo, similar al concepto dhármico de conciencia plena, atención en el momento presente y supresión de barreras entre la propia conciencia y lo circundante.
La conciencia plena es un concepto similar al fenómeno de concentración extrema en una tarea (hasta el punto de perder la noción del tiempo y pausar las necesidades físicas), que la psicología moderna conoce como experiencia de flujo; o al estado mental de intensa lucidez que el psicólogo humanista Abraham Maslow llamó “experiencia cumbre”, según él fundamental en las personas que se “auto-actualizan” (autorrealización).
Actividad cerebral durante la meditación
Acaso introspección según los clásicos (reflexionar, contemplar) y la tradición oriental (meditar), experiencia de flujo y experiencia cumbre definen, desde distintos puntos de vista, un mismo fenómeno.
Abunda la literatura científica que analiza actividad cerebral e introspección, sobre todo durante una actividad: meditar.
Como el ejercicio, la meditación modifica, literalmente, cuerpo y cerebro.
En esencia, practicada con regularidad, la meditación reduce niveles de estrés y riesgo de padecer varias dolencias, así como mayor bienestar (cuantificado, aunque sea de manera reduccionista, a través de indicadores como niveles hormonales) y aceleración de la neurogénesis (regeneración del tejido cerebral).
Resultados de meditación vs. actividad placebo
Un estudio publicado en Biological Psychiatry demuestra que actividades introspectivas que contribuyen a un estado de conciencia plena, como la meditación, modifican el cerebro y mejoran potencialmente la salud de quienes las practican, a diferencia de actividades “placebo” (que se parecerían a la introspección, pero no penetrarían en el estado de lucidez en el presente que la caracteriza).
El estudio, citado en la bitácora Well de The New York Times, explica la distinta reacción psicosomática que cualquiera experimenta relajándose sin prestar atención al propio cuerpo y a concentrarse (bromeando y hablando con otros, por ejemplo), y el profundo cambio propulsado por una actividad similar, como meditar.
El cerebro se adapta (también físicamente) a la introspección
Alice G. Walton enumera en Forbes los principales efectos de la introspección sobre el cerebro:
- previene su envejecimiento incorrecto y dolencias neurodegenerativas asociadas al fenómeno;
- a través de la proyección con lo circundante, reduce la actividad en la red neuronal por defecto (DMN en sus siglas en inglés), donde se sitúa la actividad consciente y relacionada con el ego;
- reduce síntomas de depresión, ansiedad o dolor al favorecer la secreción de opioides y otros neurotransmisores;
- estimula cambios profundos que reorganizan el cerebro (como el grosor de la corteza en el hipocampo);
- mejora, tras apenas unos días de práctica, los niveles de concentración y atención;
- reduce la ansiedad;
- previene conductas adictivas y contribuye a combatirlas.
Más allá de los preceptos de tarzanes de la autoayuda
Hábitos como dormir bien, ejercitarse y meditar mejoran dramáticamente nuestra experiencia cotidiana.
Pese a las evidencias que apoyan esta hipótesis, el estilo de vida y la comprensión básica de cómo funcionan nuestra mente y cuerpo en el día a día ocupan un lugar secundario en orientación de la salud pública y los medios, más preocupados por proporcionar entretenimiento inmediato como válvula de escape a una existencia que a menudo divaga entre lo que William B. Irvine define como “hedonismo inconsciente” y un mero consumismo acrítico dominado por corazonadas de la amígdala cerebral, siempre atenta a estímulos externos que apelen a los instintos básicos: comida, sexo, gregarismo, violencia (lo expone el neurocientífico Peter Whybrow en American Mania).
Pero una vida examinada, con hábitos saludables y basada en una actitud racional, lúcida con el presente y a la vez atenta al largo plazo, así como acorde con la naturaleza o potencial de cada uno, no tiene por qué convertirse en una concepción rígida y monacal de la existencia, a medio camino entre la exigencia que afrontan los monjes Shaolín y la de los cadetes de West Point.
Café
Con comprensión de la realidad y mesura, placeres cotidianos como el vino o el café, ambos saludables, logran su máxima expresión.
El café, antioxidante y estimulante por antonomasia, ha sido últimamente relacionado por la ciencia con la reducción del riesgo de muerte prematura y la regeneración de hígados dañados por la ingesta excesiva de alcohol.
Cuando el día a día es dictado por modelos mediáticos, horarios maratonianos que afectan descanso, alimentación, ejercicio e introspección, y la válvula de escape contribuye, en vez de a sincronizar cuerpo y mente, a aumentar los desajustes, estado de ánimo y salud se resienten.
El bienestar que no se vende en fascículos ni apps (ni falta que hace)
Y con ellos, el resto de nuestra existencia. Sin embargo, tanto mensajes políticos como exigencias sociales se quedan, una vez más, en el reduccionismo de los ingresos económicos y el nivel de vida en relación con la capacidad de compra.
Claro, que cultivar un bienestar duradero racional que requiera regularidad, dieta relativamente saludable, ejercicio físico, meditar a solas (sin ruido mediático, sin dedos en la pantalla del móvil inteligente), y atributos como el análisis (lúcido, realista y razonado) de la realidad y la paciencia, requiere consistencia. Y esfuerzo.
Como contrapartida, implica mayor bienestar real, posiblemente menos deuda (no se requieren compras superficiales, ni sustancias o actividades adictivas, ni medicación, etc.) y mayor cintura para solventar los pequeños retos cotidianos que todos afrontamos.
Pingback: Es la regularidad: ventajas de ejercitarse cuando no apetece – *faircompanies()
Pingback: Viaje a Circadia: relación entre reloj interno y bienestar – *faircompanies()