Desde la Antigüedad, en filosofía el alumno aventajado se convierte en el principal hereje de las teorías de su maestro. Así ocurre entre el idealista Platón y el empirista Aristóteles.
A principios del siglo XX, los alumnos de filosofía de la Universidad de Viena recuperaron la vieja batalla intelectual entre Platón y Aristóteles cuando comprobaron que el reconocido profesor Edmund Husserl adquiría tics platónicos, mientras las aspiraciones de su ayudante díscolo, Martin Heidegger, eran más próximas a la realidad observada, o aristotélicas.
Una apreciación que ha tenido otros ejemplos a lo largo de la historia.
La talla del alumno muestra la estatura real del maestro
A caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, la historia se repite en dos relaciones profesor-alumno de calado excepcional, en las que el pupilo muestra sus capacidades ante el maestro y éste, entusiasmado ante el hallazgo de una brillante “supuesta” alma mater, tutela el crecimiento del genio potencial a su cargo.
Como todo proceso fructífero entre profesor y alumno, la relación alimenta la duda y contradicción tanto en el enseñante como en el alumno aventajado de su escuela, que crecerá en el alumno cuando está preparado para filosofar por su cuenta. Y, entonces, las enseñanzas heréticas del alumno logran tanto o mayor calado que las del profesor.
Russell-Wittgenstein, Husserl-Heidegger
La brillantez del alumno le obliga a volar del nido académico donde ha crecido y revivir el arquetipo de Edipo. Cada una de estas relaciones maestro-alumno forman parte de las dos principales tradiciones filosóficas del academicismo occidental:
- Bertrand Russell y su refinado alumno austríaco Ludwig Wittgenstein devolvieron el vigor a la filosofía analítica anglosajona, con epicentro en el departamento de filosofía de Cambridge, desde donde se trataba de convertir la filosofía en una ciencia, axioma a axioma;
- mientras, en la tradición filosófica continental, con epicentro en las universidades de habla alemana, el severo Edmund Husserl, coetáneo de Russell, trató de ocupar el vacío dejado por los mayores proto-existencialistas (Nietzsche en el plano ateo, Kierkegaard en el plano cristiano) con una observación fresca del mundo sin historicismos, sistematizaciones idealistas o psicologismos, que se presenta ante la conciencia humana en forma de objetos y la relación entre éstos (lo que importa es la observación atenta de los fenómenos, y no preconcepciones basadas en cultura, costumbres, prejuicios, etc.), tal y como había adelantado David Hume; nuestra interpretación de estos objetos constituye el objetivo de la filosofía, según Husserl, fundador de la fenomenología. Su alumno aventajado y posterior sacrílego de sus ideas será Martin Heidegger.
Filosofía DIY: filosofar sobre nuestra experiencia
Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein por un lado, en filosofía analítica. Por el otro, Edmund Husserl y Martin Heidegger en existencialismo y fenomenología. Ambos tándems trataron de sacudirse un edificio de siglos y empezar de nuevo con una filosofía “hazlo tú mismo” (DIY).
Sin saberlo, Bertrand Russell y Edmund Husserl asistirían a dos de los filósofos más influyentes del siglo XX, inculcando en ellos la autoconfianza necesaria para empezar, cada uno por su lado, filosofías basadas en la apreciación nueva y fresca de la realidad ante ellos, sin engorrosas herencias del pasado filosófico y metafísico occidental.
Como si fueran dioses antiguos, Wittgenstein y Heidegger coincidirían en su intención de construir su filosofía desde cero, sin la pesada herencia apriorística.
Esta apreciación fresca del mundo percibido produciría entusiasmo entre los intelectuales del siglo XX, que al expresarse artísticamente (en novela, teatro, poesía, escultura, pintura, cine, etc.) querían hacerlo sin herencias, con originalidad, como bebés recién expuestos al mundo.
Abriendo nuevas sendas
Pero ambos filósofos, sobre los que se edificaría -con permiso de los pre-existencialistas Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard- la coartada filosófica de los Apollinaire, Ezra Pound, T.S. Eliot, Hemingway, Picasso, Stravinsky, Giacometti, Dalí, James Joyce y tantos otros, tomaron su propio camino.
Wittgenstein acabaría negando la capacidad de la filosofía para describir la realidad sin equívocos ni reduccionismos, convirtiéndose acaso en un pirronista.
El filósofo austro-británico tratará de superar a su maestro indagando en la relación entre nuestra interpretación del mundo y el lenguaje que utilizamos en este proceso; mientras Heidegger se inspirará en apreciaciones de David Hume, entre otros, para corregir a su maestro en su idea platónica del ego, que Husserl concibe como un ente trascendental.
La fenomenología trascendental de Edmund Husserl argumenta que hay objetos que observamos que son más que un mero fenómeno de la observación y están relacionados con una intuición previa, lo que implicaría una conciencia trascendental.
Heidegger: más allá de Husserl
Según esta tesis, hay objetos y fenómenos que existen con independencia del observador y tienen unas características objetivas, un concepto que se remonta a los ideales platónicos, así como con la idea de realidad “a priori” (que existe antes de que el observante le dé sentido) que Immanuel Kant describe en “Crítica de la razón pura”.
Martin Heidegger no estaba de acuerdo con su maestro Husserl, y veía una contradicción en concebir una filosofía que pretende observar la realidad ante nosotros (los objetos percibidos y la relación entre ellos) con frescura y, sin embargo, acaba recurriendo al idealismo y a modelos de origen abstracto.
Heidegger aboga por centrarse en el objeto, la experiencia o el fenómeno sobre el que se quiera filosofar, sea algo ante nosotros, nuestra vida o la evolución del mercado del vino.
El punto de vista de Heidegger, emulado por los otros filósofos influyentes del siglo XX (desde su amante y alumna Hannah Arendt al existencialista francés Jean-Paul Sartre), no complicó la tesis de Husserl, sino que la simplificaba, al rechazar el ego trascendental y centrarse en la experiencia de la conciencia con lo observado (“Dasein”, aquí-ahora).
Libertad, originalidad, reiniciar el edificio filosófico
Para comprender la frescura con que los jóvenes pensadores del siglo XX recibieron la fenomenología alemana, no hay que recurrir a la obra ensayística de Husserl o, en todo caso, evitarla por su obsesión matemática por el detalle y escasa capacidad para narrar de manera sugestiva, no ya con elocuencia.
La idea de Husserl de observar el “fenómeno” (lo que hay ante nosotros) y evitar herencias filosóficas y preconcepciones demostraba su atractivo en los cafés europeos de la época. La fenomenología se sitúa más allá de los límites de la tradición y el arte, poniendo todo el interés en qué estamos experimentando y cómo. Libertad, originalidad, la pasión de empezar de nuevo con lo experimentado en primera persona.
La fuerza de la ingenuidad
En una conversación con el profesor de Stanford Robert P. Harrison en el programa radiofónico Entitled Opinions, el profesor de filosofía y experto en fenomenología Thomas Sheehan expone el entusiasmo por la fenomenología entre una juventud intelectual desencantada por el absurdo bélico y los extremismos del siglo XX.
Ante ellos, aparecía una filosofía que les pedía observar lo presente sin pedirles por ello recurrir a disquisiciones ilustradas, medievales o clásicas. El mundo era suficientemente complejo como para permitirse filosofar a la manera hegeliana; la fenomenología evitaba, asimismo, el nihilismo en donde desembocaba la interpretación más radical de los pre-existencialistas.
El día que Sartre descubrió la fenomenología
Así que nos encontramos, para ilustrar este entusiasmo por esta nueva rama filosófica alemana, en un café parisino. Es 1929 (la escena aparece en el segundo libro autobiográfico de Simone de Beauvoir, La force de l’âge, sobre el período 1929-1944 de la autora).
En la mesa, una brillante joven de la Sorbona, Simone de Beauvoir, acompañada por un joven (todavía anarquista y todavía desconocido) Jean-Paul Sartre, recibe a un amigo Raymond Aron, que vuelve de un viaje a Alemania donde ha estado leyendo sobre fenomenología y ha conocido al joven Martin Heidegger.
Beauvoir escribe: “Pedimos la especialidad de la casa: cócteles de albaricoque. Y Aron dijo, señalando su vaso: ‘Tu vois, mon chère… Si fueras un fenomenólogo, podrías hablar sobre este vaso de cóctel… y hacer filosofía con ello’.
“Sartre se volvió pálido -continúa Simone de Beauvoir- de la emoción al oírlo. Se había topado con lo que había anhelado obtener durante años: describir objetos justo como los veía y sentía al tacto, y extraer filosofía del proceso…”.
El ser y el tiempo
Sartre no pudo volver a concentrarse y acabó apresurándose hasta la librería competente más cercana, algo menos complicado en la orilla izquierda del París de 1929 que en la actualidad, para comprar una copia de Teoría de la intuición en la Fenomenología de Husserl, hasta entonces un oscuro ensayo de Emmanuel Lévinas (alumno de Edmund Husserl en Friburgo e introductor de sus tesis en Francia).
Así empezaba la fenomenología en Francia, que acabaría consolidándose con la lectura entusiasta del ensayo en que Martin Heidegger, el alumno aventajado y herético que todo maestro debe tener, expuso su concepto de “estar aquí y ahora” (o conciencia fluida, a la manera de la filosofía oriental), “Dasein”: El ser y el tiempo (1927).
Mientras la filosofía denominada “continental”, dominada por el canon de las principales universidades de habla alemana, se veía sacudida por la atractiva adaptación que Heidegger hacía de la fenomenología, suprimiendo las vaguedades del ego trascendental en que Husserl insistía, la tradición británica vivía una evolución similar.
La verdad filosófica según los filósofos analíticos
Partiendo del empirismo de la Ilustración, la filosofía analítica de Bertrand Russell también trataba de responder a las vaguedades de John Locke, George Berkeley y David Hume -este último, también influyente en Heidegger- con la intención de imponer las matemáticas para, en palabras del propio Russell, “desarrollar una poderosa técnica lógica”.
Husserl trataba de usar las matemáticas para definir sin equívocos la interacción entre la conciencia humana y los fenómenos observados (objetos y relaciones entre éstos).
Russell aspiraba a lo mismo, aunque su aspiración a obtener respuestas precisas a situaciones concretas analizando términos clave, conceptos o proposiciones (tal y como hacía la ciencia) le llevó a tildar la filosofía continental de “oscurantista”. Husserl no habría estado de acuerdo, pues su esfuerzo era aumentar la “claridad” y “precisión” de la filosofía, y acercarla a las matemáticas, pero desde el estudio del fenómeno, y no el análisis de símbolos y preposiciones.
Al otro lado del Canal de la Mancha
Esta diferencia en la concepción de “filosofía matemática” y “precisión” de los maestros (Russell en la tradición anglosajona, Husserl en la continental) explica la naturaleza de los trabajos de los alumnos que, cometiendo la herejía de modificar las ideas de sus maestros, superaron quizá sus tesis:
- Ludwig Wittgenstein se centró en el análisis del lenguaje y su relación con la realidad en su ensayo Tractatus Logico-Philosophicus, de cuyas principales ideas renegaría más tarde, como si se tratara de un filósofo escéptico clásico (y tratando de demostrar que, para la tradición occidental, filosofía seguía siendo una manera de discutir sobre cuestiones fundamentales de la existencia humana sin llegar a ninguna verdad inequívoca, sin confirmar con “verdades” su raison d’être);
- Martin Heidegger pondría en su El ser y el tiempo toda su atención en el modo en que el ser humano se enfrenta a la realidad circundante en un presente cuya proyección influye sobre las decisiones del individuo.
La fenomenología existencialista se olvida del mundo kantiano y de las esencias (neokantismo), y concentra la conciencia humana en la experiencia de “ser”, algo cambiante y relacionado con el entorno en donde nos proyectamos, que nos aporta sensaciones e intuiciones a través de la certidumbre de lo que vemos, olemos, oímos, etc.
Fusión entre individuo y lo que le envuelve: ¿”Dasein” o “ichinen”?
De ahí que esta intención de atender a lo primigenio, a la realidad en el momento en que es conformada y fluye mientras “somos”, fuera, según Heidegger, más allá de lo que entendemos como disciplina científica, describiéndola de un modo similar al punto de vista de la filosofía oriental, donde la conciencia existe en el presente y no está separada de lo circundante, sino que el diálogo entre quien percibe y lo percibido conforman una realidad.
El concepto dhármico “ichinen” fusiona (“nen”, fusión) a individuo (“i”) con lo que le envuelve (“chi”).
Husserl no coincidía con la extensión que Heidegger quería dar a la percepción y la conciencia, como entidades que se arman y proyectan en el presente y el mundo circundante. Consideraba la idea como poco menos que un pastiche místico.
El libro del té
Este diálogo entre fenomenología existencial y doctrinas orientales como budismo zen y taoísmo tiene su principal exponente en el propio concepto de “Dasein” que, según el filósofo japonés Tomonubu Imamichi, está directamente inspirado en una expresión usada por Okakura Kakuzo en su influyente ensayo “El libro del té” (1906) a propósito de la filosofía del taoísta proto-libertario Zhuangzi: “estar en el mundo”.
Al parecer, Heidegger conocía el libro. El profesor de Tomonubu Imamichi había ofrecido una copia del libro al avispado alumno de Husserl en 1919, después de haber recibido unas clases. Heidegger no comentó esta relación entre “Dasein” y la reflexión de Okakura Kakuzo.
La repercusión de El ser y el tiempo (1927), donde Heidegger expone su concepto “Dasein”, inspirado o no en el “estar en el mundo” de El libro del té, demuestra en este caso que el alumno (el propio Heidegger) superó con creces a las tesis su maestro Husserl, convertido a su pesar en discípulo de Kant, al edificar sistemas ideales sobre los que depende la realidad que ya eran de por sí el edificio preconcebido que la fenomenología había tratado de derruir.
Hannah Arendt, Jean-Paul Sartre, Emmanuel Lévinas y Maurice Merleau-Ponty, entre otros, construyen su filosofía sobre las intuiciones de Heidegger.
El legado de un escéptico: Wittgenstein contra sí mismo
No queda tan claro si Ludwig Wittgenstein superó a su maestro Bertrand Russell. El propio Russell criticó con dureza la evolución filosófica de Wittgenstein, desde sus intentos de relacionar la esencia del lenguaje con la realidad a afirmar que la filosofía no era el mejor modo de establecer axiomas irrefutables.
Según Russell, Wittgenstein “se ha cansado del pensamiento serio e inventó una doctrina que convertiría a semejante actividad en algo innecesario”. No hay fenómenos, decía Wittgenstein, cuyo estudio requiera a filósofos, ya que éstos son incapaces de divisar teorías a priori, acompañadas por argumentos inequívocos.
La misma idea de que una temática pudiera mostrarse en su pureza usando la intuición, la razón pura o el análisis conceptual es una falacia, aseguró. Wittgenstein se había convertido en el Pirrón de Elis contemporáneo.
Las contradicciones de filosofar, según Wittgenstein
El crítico más feroz del Tractatus fue el propio Wittgenstein al final de su carrera, antes de morir de cáncer a mediana edad. Si la filosofía occidental había sido incapaz de responder con claridad a cualquiera de sus grandes cuestiones (naturaleza de la conciencia humana, del universo, cuestiones metafísicas, etc.), él mismo había demostrado la misma impotencia.
Wittgenstein defendió su pesimismo filosófico con los siguientes argumentos:
- la filosofía tradicional quiere ser científica (quiere llegar a principios generales y simples, desentrañar profundas explicaciones);
- el carácter no empírico de la filosofía, elaborada desde el sillón (o desde la torre de marfil) entra en contradicción con el primer objetivo;
- de ahí que la filosofía de Wittgenstein (basada según él en la aspiración científica de la filosofía y a su naturaleza especulativa), estuviera plagada de reduccionismo, afirmaciones simplistas y ausencia deliberada de excepciones a supuestas reglas;
- como conclusión, el filósofo austro-británico creía que cualquier filósofo honesto debía evitar la construcción teórica y ser, en cambio, “terapéutico”, atento a detectar las asunciones irracionales o reduccionistas que plagan las investigaciones teóricas y culminan en conclusiones irracionales.
El filósofo que comprendió a Heisenberg
Wittgenstein se conformó al final de su vida con argumentar que nuestra conciencia y experiencia dependen de un mundo de matices y los resultados varían en función de un universo cambiante; nosotros no somos los mismos, ni tampoco lo que nos rodea permanece inmutable.
Estas reflexiones son coherentes con hallazgos de la física del siglo XX que, a partir de la teoría de la relatividad y con las aportaciones de Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger en física cuántica, nos muestran los límites del concepto tradicional de “razón”, forjado en un mundo de perfecciones platónicas, formas rectilíneas y valores absolutos (tiempo, espacio, etc.).
Este universo euclídeo, el de nuestra intuición, tiene poco que ver con el expuesto por la curvatura del espacio-tiempo y la relatividad de estos factores, o variabilidad con respecto de la posición del observador.
Todavía cobijados bajo la sombra de ambos
Lo lograran o no, tanto el existencialista Heidegger como el analítico Wittgenstein se acercaron a la realidad con una mirada lo más fresca posible, sin mochilas prestadas, historicismos, construcciones sistemáticas (tocadas y hundidas con el desmoronamiento de la ontología hegeliana) o construcciones psicológicas (o intento de basar leyes en procesos psicológicos, algo no demostrable de manera irrefutable o apodíctica).
Todavía no hemos dado el siguiente paso en filosofía.
Los pensadores supuestamente más radicales, si bien desprestigian a menudo a Heidegger (por su afiliación nazi, que no había impedido a su alumna Arendt, judía, apreciar a la filosofía y no al hombre) y a Wittgenstein (por su contradictorio pirronismo, como si ser escéptico no fuera la esencia misma de filosofar), siguen cobijados bajo ambos, vegetando en algún departamento mal ventilado.