En un entorno de acceso instantáneo a información que basa su éxito en su carácter digerible e impulsivo, la paciencia se convierte en un bien preciado y estratégico en el sector educativo, argumentan psicólogos y docentes.
El acceso instantáneo a información no equivale a aprender, del mismo modo que poseer un libro no equivale a leerlo; ni echar un vistazo a un cuadro no equivale a “verlo”, interpretarlo en lo máximo que uno pueda abarcar -según su talento innato, acervo cultural, predisposición, etc.- de su deliberada observación.
El esfuerzo de ir más allá del tráiler
Para muchos de los que hemos visto el trailer de Man of Steel (El hombre de acero), éste nos atrae, por su contundencia, lirismo, belleza y uso consciente de la resultona banda sonora de Hans Zimmer (quién sino), más que la propia película:
En la película, que se deja ver, hay más acción efectista y sin sentido -estética de la rapidez y violencia del cine de gran presupuesto actual- que tuétano narrativo, pese a las promesas incumplidas del tráiler y los destellos interpretativos de Russell Crowe -interpreta el padre biológico de Superman- y Kevin Costner -el padre “humano” de Clark Kent-.
El tráiler no equivale a la película, del mismo modo que el resumen de una gran novela es incapaz de aislar la experiencia, ritmo, reto de aprendizaje y desarrollo dramático de la obra original.
Retrasando la gratificación para aprender más
Los productos de la industria cultural predominante, así como las grandes tendencias en aprendizaje informal y educación reglada, se adaptan al consumo atropellado y superficial de retazos de información más próximos en un símil culinario al tentempié hipercalórico -snack- que a la comida consistente, la cual requiere preparación, tiempo, paciencia, dosificación: un retraso de la gratificación.
La Internet ubicua, la robotización y otras tendencias paralelas han transformado nuestra manera de trabajar (hasta el punto de crear la mayor crisis de identidad en las clases medias desde la II Guerra Mundial, argumenta Simon Kuper en un artículo para Financial Times), relacionarnos, divertirnos, consumir información y productos de ocio…
Cuando la prensa libre y la educación olvidaron a Sócrates
Sectores del conocimiento convertidos en pilares de los avances desde la Ilustración, como el acceso a la prensa libre y la educación de calidad y de espíritu socrático-aristotélico (cuestionar la realidad racionalmente, uso de la lógica y el método empírico como herramientas para avanzar en el conocimiento e “iluminar” los aspectos oscuros donde anida la superstición -consultar mito de Prometeo-, etc.), pierden prestigio y no se han adaptado a los tiempos.
Harvard organizó en mayo de 2013 una conferencia para, en resumen, saber por dónde van los tiros, porque ni siquiera las instituciones educativas más prestigiosas tienen un diagnóstico completo de cómo debería ser la educación en los próximos años y décadas.
Se cuestionan el modelo reglado, el coste, el método de enseñanza magistral y memorística, etc., pero abundan las conclusiones y recetas contradictorias para el futuro.
Una vez ajenos a valores como la paciencia, muchos de los avances educativos consistirán en redescubrir los modelos con mejores resultados de todos los tiempos, desde Sócrates a la escuela alternativa, y adaptarlos a los nuevos tiempos.
Sobre el pasado y el futuro de la educación
Las herramientas más sólidas de aprendizaje conservan su vigencia tras 25 siglos de uso (en ocasiones intermitente, como en el vociferante presente hipertecnológico): método socrático, lógica aristotélica, matemáticas y filosofía. Partiendo de estas materias, se puede profundizar en cualquier rincón del conocimiento humano.
La conferencia de Harvard sobre el futuro de la educación preguntaba a sus participantes: “En este tiempo de ruptura e innovación en las universidades, ¿cuáles son los elementos esenciales de una buena enseñanza y aprendizaje?”
Jennifer L. Roberts, profesora de historia del arte y la arquitectura en Harvard, participante destacada en la discusión sobre el futuro educativo, explica en un artículo para Harvard Magazine por qué considera la paciencia como uno de los valores en alza en la buena educación: también la del futuro.
Atención inmersiva contra los tentempiés de información sesgada
El subtítulo de su artículo ofrece la clave de su conclusión: “enseñar a los estudiantes el valor de la desaceleración y atención inmersiva” equivale a otorgarles herramientas para bregar con la acelerada sobredosis de impulsos cognitivos y pasmosa facilidad para acceder a cualquier fuente.
El consumo antojadizo de información y entretenimiento deriva a menudo una distorsión de los axiomas (ideas, reflexiones, grandes obras, interpretación de la realidad) de los que parten estos retazos incompletos.
Se tiende a aprender y acceder a “versiones” interesadas, o aquellas que refuercen las filias y aparquen las fobias del alumno, el centro, el país, etc., con el riesgo de que no sólo la información, sino el propio ciclo formativo del alumno, se asienten sobre partidismos e intentos de polarización, ninguneando o marginando las herramientas que garantizan el espíritu crítico: contar con una buena base de educación clásica.
Paciencia como herramienta de progreso
Jennifer L. Roberts reconoce que la paciencia es una idea difícil de vender como herramienta educativa, en parte porque “suena nostálgica y gratuitamente tradicional”; en el pasado, la paciencia estaba más próxima a las limitaciones tecnológicas, inoperancia de las comunicaciones y la resignación individual que a un atributo virtuoso por cultivar.
Pero -explica Jennifer L. Roberts- “a medida que ha cambiado la naturaleza del tiempo a su alrededor, el significado actual de paciencia se ha invertido desde sus connotaciones originales”.
Cuando todo va tan rápido que escasea el análisis -entendido como ejercicio original, sosegado y observador que parte del libre pensamiento-, la paciencia -que deriva en introspección, observación, contemplación, razonamiento- asciende como herramienta de progreso tecnológico y del pensamiento.
Por qué la paciencia tiene tan mala prensa
La mala prensa de la paciencia está relacionada con el culto a la rapidez, tanto la logística como la del pensamiento. La rapidez ha sido síntoma y herramienta de progreso desde la Antigüedad:
- las infraestructuras romanas como base de su control burocrático de un vasto imperio;
- la navegación moderna como catalizador de la Era de los Descubrimientos;
- el correo moderno y la aceleración del transporte logístico como base (junto a los derechos individuales) del progreso de la Ilustración -mejores barcos, ferrocarril, canales fluviales, etc.-;
- los medios de comunicación de masas en el siglo XX como arma de doble filo -educador, catalizador, “adiestrador” si usado como arma propagandística-.
Pese a las reticencias, el ferrocarril se impuso al caballo en trayectos logísticos; el motor de combustión moderno fue posible con el petróleo, que multiplicó la potencia calorífica del vapor y el carbón.
En las comunicaciones, el telégrafo y la radio transformaron el correo: era posible al instante a larga distancia. Internet supera los medios de comunicación de masas tradicionales con su diseño libertario y descentralizado, que permite tanto consultar (acceso) como crear (difusión).
La paciencia es compatible con la rapidez
Cuando aboga por una mayor atención de la comunidad educativa hacia la paciencia como herramienta formativa y, en última instancia, de progreso, Jennifer L. Roberts no niega la validez de los mencionados avances tecnológicos.
Al contrario, recuerda que no todo es tecnología, sino intelecto, actitud y capacidad interpretativa de la herramienta no sustituible: nosotros mismos. La robotización transforma sectores profesionales y convierte otras tareas en obsoletas, al poder automatizarse.
Al comportarse como un músculo (ganando fuerza cuando se ejercita, y atrofiándose en desuso), la capacidad de raciocinio y el pensamiento creativo -la inteligencia fluida, según la psicología- mantienen su lugar estratégico, a diferencia de la inteligencia memorística o “cristalizada”.
Un estado cognitivo activo y positivo
Hasta los últimos años, coincidiendo con la Internet ubicua y la atomización del consumo informativo y el riesgo de que éste cree “silos” que paradójicamente acaben siendo más pobres que el -más limitado- modelo de masas anterior, la paciencia era una virtud con connotaciones de indulgencia y tolerancia a las ineficiencias tecnológicas: se trataba de aprender a esperar o caer en la frustración.
“Pero ahora que, generalmente, uno no necesita esperar por las cosas -concluye la profesora Jennifer L. Roberts en Harvard Magazine-, la paciencia se convierte en un estado cognitivo activo y positivo. Donde la paciencia indicó una vez ausencia de control, ahora es una forma de control sobre el tempo de la vida contemporánea que acabaría controlandonos. La paciencia ya no denota falta de poder, sino tal vez la paciencia es poder”.
Sobre enseñar el arte de la paciencia con naturalidad
Muchos servicios actuales logran su ventaja competitiva por su instantánea capacidad de adaptación: empresas de distribución que entregan paquetes en un día; distribuidoras textiles que exploran tendencias, producen y distribuyen ropa en tiempo récord (“fast fashion”); etc.
(Imagen: fotograma de la adaptación al cine de 12 Angry Men -1957-, protagonizada por Henry Fonda, de pie)
En este contexto, cree Roberts, la paciencia corre el riesgo de sonar “demasiado anticuada”, y bromea con identificar sus atributos “gestión del tiempo” o “inteligencia temporal”, o acaso, ironiza, “ingeniería de distorsión temporal masiva”.
En cualquier caso, concluye, una toma de conciencia del tiempo y su dosificación (paciencia) como un medio productivo de aprendizaje es algo urgente que quiere aplicar -y espera obtener- en su relación con los estudiantes, en tanto que profesora universitaria.
La diferencia entre mirar y ver un cuadro
En el artículo, Roberts expone un ejemplo práctico para estimular la parte baja del espectro del tempo en los alumnos, para que éstos reflexionen sobre la desaceleración, la paciencia y la atención inmersiva: sin probar uno mismo los frutos de la introspección, no hay teoría que valga.
Al inicio de sus cursos de historia del arte, la profesora de Harvard pide a sus alumnos que escriban un intensivo trabajo de investigación sobre una única obra de libre elección, “y lo primero que les pido que hagan en la investigación es permanecer un dolorosamente largo tiempo observando el objeto”.
Como ejemplo, Jennifer L. Roberts menciona un cuadro del pintor estadounidense John Singleton Copley, el retrato de perfil de un niño y una ardilla, Boy with a Squirrel.
El fruto racional de la contemplación reflexiva
En este y cualquier otro cuadro, la contemplación reflexiva amplía el espectro de posibilidades, en la que se pueden interpretar símbolos, ademanes, coincidencias cromáticas y geométricas entre elementos, y así sucesivamente.
“Lo que este ejercicio muestra a los estudiantes es que sólo por haber ‘mirado’ [énfasis de la autora] a algo no significa haberlo visto. Sólo porque algo es disponible al instante para la visión no significa que esté disponible al instante para la conciencia”.
“O en términos algo más generales: el acceso no es sinónimo de aprendizaje. Lo que convierte el acceso en aprendizaje son el tiempo y la paciencia estratégica”.
Beneficios de la lectura reflexiva en la era de la multitarea
En un artículo para The Atlantic donde cita las conclusiones de Jennifer L. Roberts, la experta en educación Jessica Lahey insiste en la idea: los estudiantes necesitan aprender el valor de reducir la velocidad y centrarse en una tarea.
De lo contrario, al no poder observar en el entorno las ventajas de la introspección, se arriesgan a no ejercitar una fórmula alternativa con efectividad comprobada al tipo de aprendizaje con el que conviven, caracterizado por la superficialidad contrarreloj, la multitarea y la ausencia de reflexión.
Jessica Lahey alerta de que muchos profesores han abandonado el uso de novelas y textos largos en las clases, prefiriendo el uso de historias cortas y ensayos fáciles de digerir.
Paradjójicamente, varios estudios recientes confirman que la lectura reflexiva de obras de ficción nos enriquece de un modo cuantificable, ya que nuestro cerebro procesa lo acaecido en los libros de un modo similar a la propia experiencia.
Cuando el barro se asienta
Una historia corta y diferible no nos enriquece del mismo modo. En otras palabras: para apreciar una novela como Guerra y paz de Lev Tolstói, hay que leerla en toda su extensión. Tolstói escribe: “Los más fuertes de entre todos los guerreros son estos dos: el Tiempo y la Paciencia”.
Dada la extensión de esta obra maestra en la que coinciden lectores y críticos, se cumple la máxima de Aristóteles: “La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce.”
Un resumen comprensivo de la obra permitiría a lo sumo “mirarla” sin “verla”, siguiendo el símil realizado con la pintura por la profesora Jennifer L. Roberts.
El filósofo chino Lao-Tsé lo explicaba en el siglo IV a.C. en el libro fundacional del taoísmo, el Tao Te Ching:
“Tratar de comprender es como filtrar agua turbia. ¡Ten paciencia para esperar! Quédate quieto y deja que el barro se asiente.”
Aprendices de Sherlock Holmes
En su artículo para The Atlantic, Jessica Lahey se congratula de que algunos maestros entiendan la importancia de enseñar a sus alumnos estrategias para que las respuestas demandadas caigan por su propio peso cuando llegue el momento, experimentando con ejercicios como la reproducción del escenario de un crimen, al más puro estilo socrático usado por Sherlock Holmes.
La película de Sidney Lumet 12 Angry Men (1957) recrea el proceso deliberativo de un jurado popular, que debe analizar las pruebas contra un chico acusado de matar a su padre.
Todo apunta a su culpabilidad, pero el único miembro del jurado que no se deja llevar por superficialidades (conjeturas ausentes de pruebas fehacientes) es el socrático personaje interpretado por Henry Fonda.
Gracias a su labor y sangre fría, el chico, inocente, se librará de una injusticia.
Debate socrático contra nuestro yo impaciente
Michel de Montaigne, filósofo, escritor y humanista del siglo XVI, libre pensador en una época en que ello podía costarle a uno la vida, escribió:
“La experiencia me ha enseñado que nosotros mismos nos contradecimos por la impaciencia. Las desgracias tienen su existencia y sus límites, su enfermedad y su salud.”
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